lunes, 21 de abril de 2008

CAPÍTULO XXXIII.- El Sr. Vicente en el gobierno.



EL CARDENAL ITALIANO

Al día siguiente de la muerte de Luis XIII, el Parlamento de París, anulando, en parte, el testamento real, concedía a la reina madre "el cuidado de la educación y alimentación del rey y la administración absoluta, plena y entera de los asuntos del reino" durante la minoría del nuevo monarca, que tenía entonces cuatro años y ocho meses. Ana de Austria iba a ser, pues, durante diez años, regente del reino, con plenos poderes. Poco preparada para su misión por el apartamiento en que Richelieu la había mantenido, tuvo la cordura de rodearse de un competente equipo de asesores.
Al cardenal Richelieu lo había sucedido el cardenal Mazarino. La carrera política de Mazarino (de origen italiano) había empezado con su intervención como miembro de la delegación pontificia en la paz de Cherasco (1631), en cuyas negociaciones tomó decididamente el partido de Francia. Richelieu reparó en la habilidad del joven diplomático y lo tomó bajo su protección. A petición del cardenal, Mazarino, después de desempeñar el cargo de vicelegado de Aviñón, fue nombrado nuncio en Francia (1634-1636). En 1639, también por consejo del cardenal, Mazarino renunció al servicio pontificio y se nacionalizó francés. En los años inmediatos fue un fiel servidor de Richelieu, quien consiguió para él el capelo cardenalicio y se lo recomendó a Luis XIII como su sucesor.


EL CONSEJO DE CONCIENCIA

Al mismo tiempo que ponía en manos de Mazarino la administración del reino, Ana de Austria confió la dirección de su alma a Vicente de Paúl y asoció a los dos hombres en la dirección de los asuntos eclesiásticos en el Consejo de Conciencia.
El consejo de conciencia era una reducida junta de personajes cuya función era asesorar a la reina en las cuestiones públicas que pudieran interesar su conciencia, y de manera especial la colación de los beneficios, obispados sobre todo, que el concordato concedía a los reyes de Francia.


"MIREN CÓMO VISTE EL SR. VICENTE"

Vicente acudía con frecuencia a la corte para confesar a su regia penitente o para asistir a las sesiones del Consejo. Pero nunca fue un cortesano. Por lo pronto, se resistió cuanto pudo a aceptar ambos oficios y, una vez nombrado, no dejó de rezar para verse libre de ellos. A la reina le suplicó que no le obligase a residir en la corte y limitase sus obligaciones a comparecer en ella cuando se le convocase.
La presencia del humilde sacerdote en palacio se hizo notar pronto. Su raída sotana contrastaba con los relucientes hábitos de los abates y monseñores que la frecuentaban.
Un ejemplo de la admiración a la bondadosa sencillez de Vicente lo da el príncipe de Condé:
Ø "Las costumbres y la vida son las que ennoblecen al hombre."
Ø Señor Vicente, usted va diciendo a todo el mundo que no es más que un ignorante, y en cuatro palabras ha resuelto las mayores dificultades que nos plantean los hugonotes.


"EL SR. VICENTE TIENE ANTE LA REINA MÁS CRÉDITO QUE YO"

El Sr. Vicente no era, como a veces se ha creído, el presidente del Consejo de Conciencia. Tal oficio correspondía al propio Mazarino. Pero Vicente era el miembro más influyente. Su opinión era decisiva incluso cuando contrariaba la del primer ministro. Lo sabemos por sendas cartas, una de Le Tellier, ministro de la Guerra, y otra de Mazarino.
De tal manera, sin ser presidente del Consejo, Vicente era la pieza clave de su funcionamiento. Ana de Austria quería oír la voz de su conciencia, y ésa no podía representarla nadie sino Vicente de Paúl. Para eso había sido nombrado.


CRITERIOS Y ACTITUDES

La primera preocupación de Vicente fue definir con precisión los criterios a que debía ajustarse la provisión de cargos. Apenas nombrado, propuso a la aprobación del Consejo un conjunto de normas en ese sentido:
Ø No conceder nombramientos episcopales a quienes no llevasen como mínimo un año de sacerdotes.
Ø No hacer abadesas coadjutoras a religiosas menores de veintitrés años de edad y cinco de profesión.
Ø Para el nombramiento de abades se exigiesen sólo dieciocho años.
Ø Para el de priores dieciséis.
Ø Para canónigos catorce.
En una sociedad en que la venta de cargos públicos era norma establecida, el soborno era recurso corriente para la obtención de favores. Vicente recibió -¿cómo no? - ofertas muy atractivas. Jamás aceptó nada.


"LA IGLESIA, EN SUS MANOS" (UN CARDENAL SIN MITRA)

La acción de Vicente en el Consejo de Conciencia tuvo una influencia muy considerable en la renovación de la Iglesia francesa. Una generación de nuevos obispos, abades, canónigos, priores, beneficiados, párrocos y vicarios ocupó los puestos clave de la maquinaria eclesiástica, llevando a todas partes el espíritu de la reforma.
La influencia de Vicente sobre el episcopado perduraba después de los nombramientos. Muchos obispos acudían a él para consultarle dudas, exponerle problemas, pedirle consejos, solicitar recomendaciones. Apenas si queda obispo de la época que no haya tenido relaciones epistolares o personales con Vicente. Este les contestaba siempre con tacto y miramiento.
A las grandes órdenes (como los benedictinos de San Mauro, los canónigos regulares de San Agustín, los religiosos de Grandmont, los dominicos, los cistercienses) hay que añadir los conventos y monasterios particulares, especialmente los femeninos, en los que Vicente trabajó día a día por la elección de buenas prioras y abadesas, la supresión de escándalos, la eliminación de abusos y la reimplantación de la primitiva observancia.


"LA CRUZ MÁS PESADA QUE TENGO: LAS HIJAS DE SANTA MARÍA"

Desde 1622 hasta 1660, es decir, por espacio de treinta y ocho años, Vicente fue el superior eclesiástico del primer monasterio de la Visitación en París y de los tres fundados posteriormente.
Las tareas del superior eran múltiples. Le correspondía presidir el capítulo mensual, pasar la visita canónica, dirigir las pláticas o conferencias espirituales, asistir a las elecciones, profesiones y tomas de hábito, celebrar las solemnidades de la Orden, nombrar a los confesores, aceptar las nuevas fundaciones y nombrar a las religiosas que habían de constituirlas.
El conocimiento íntimo que Vicente tenía de Francisco de Sales y Juana de Chantal le permitió mantener vivo en las hijas el espíritu de los fundadores.
Sin embargo, Vicente se sentía incómodo en aquel cargo, porque las Reglas prohibían a los misioneros la dirección de religiosas. Vicente temía dar mal ejemplo a la compañía y se excusaba con la obediencia debida a las autoridades eclesiásticas:
"Es verdad que, por lo que a mí respecta, estoy haciendo lo contrario, ya que estoy encargado de las hijas de Santa María, pero hay que saber que tenía ese cargo antes de que existiera la Misión, ya que me lo impuso el bienaventurado Obispo de Ginebra, o, mejor dicho, la divina Providencia, para castigo mío, pues se trata de una cruz para mí, y la más pesada que tengo, pero que tengo obligación de llevar después de haber hecho muchos esfuerzos por librarme de ella" [S.V.P. VII p. 200: ES p. 176.]

Además de éste y otros cargos Vicente:
Ø Era superior de la Congregación de la Misión y de su casa-madre de San Lázaro,
Ø Superior de la Compañía de las Hijas de la Caridad,
Ø Capellán real de las galeras,
Ø Superior de los monasterios de la Visitación de París,
Ø Director de las damas de la Caridad,
Ø Presidente de las conferencias de los martes,
Ø Organizador y director de las cofradías de la caridad.
Y aunando a todo esto como miembro del Consejo de Conciencia estaba encargado de:
Ø La represión de blasfemia (apoyado por “el pobre sacerdote”, el P. Claudio Bernard).
Ø Refrenar el duelo (combatido enérgicamente por la compañía del Santísimo Sacramento)
Ø La lucha contra la publicación de libros perniciosos.
Ø Y la lucha contra el jansenismo.
Con todo cabe señalar que la entrada de Vicente en el Consejo de Conciencia es la culminación lógica de su vocación reformadora. La Misión y la Caridad, los dos cauces de una misma llamada a la transformación interior de la Iglesia de Francia, desembocaron necesariamente en el cambio de estructuras y de las personas que las encarnaban: cambio del clero, que no sería posible si no llegaba al estrato dirigente, es decir, al episcopado. Los contemporáneos de Vicente, empezando por Ana de Austria, lo comprendieron así. Por eso pusieron en sus manos los medios de culminar la obra. Como consejero real para los asuntos eclesiásticos, tuvo en sus manos el poder de operar la transformación, pero no la transformación política, sino la religiosa y caritativa. En 1644, él declaraba que sus intervenciones en el Consejo se limitaban exclusivamente a los asuntos relativos a la religión y a los pobres.

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