lunes, 21 de abril de 2008

CAPÍTULO XXXIX.- Despedidas.



Por su longevidad, Vicente de Paúl fue despidiendo hacia el cielo a la mayoría de sus amigos y colaboradores. Uno tras otro desaparecieron los hombres de su generación con quienes había compartido las penas y las alegrías del trabajo por la reforma de la Iglesia -Condren en 1641, Abra de Raconis en 1646, Juan Francisco de Gondi en 1654, Bourdoise en 1655- y otros más jóvenes a los que había formado y dirigido.


JUAN JACOBO OLIER

Fundador de San Sulpicio, más que compañero, era un hijo para Vicente: ese hijo bien dotado al que se sigue con especial cariño, incluso - o sobre todo - cuando se aleja de los cuidados paternos para emprender su propio camino.

Cuando Olier entró en agonía, se avisó a toda prisa a Vicente, quien acudió enseguida y permaneció junto al moribundo hasta que éste exhaló el último suspiro. Era el 2 de abril de 1657, domingo de Pascua. Sobreponiéndose a su dolor, Vicente dirigió unas bellas palabras de consuelo a los compañeros del fallecido:

"La tierra - les dijo - posee su cuerpo y el cielo su alma, pero su espíritu está con vosotros. Si Dios lo ha juzgado digno de colocarlo con los ángeles en el paraíso, vosotros no debéis considerarlo indigno de ocupar un puesto en vuestros corazones" [S.V.P. XIII p. 166.]


ALANO DE SOLMINIHAC

Obispo de Cahors, gran amigo y compañero de innumerables batallas, con Vicente había colaborado en la fundación y organización del seminario de Cahors y de una casa de Hijas de la Caridad; juntos habían combatido el jansenismo y el laxismo y luchado por la reforma del episcopado procurando el nombramiento de buenos obispos. Falleció el 31 de diciembre de 1659.


P. ANTONIO PORTAIL

Tres muertes ocurridas en menos de cuatro meses le privaron de los tres auxiliares que habían servido de base a cada una de las obras fundamentales: la Congregación de la Misión, las Hijas de la Caridad y las Conferencias de los martes.

El primero en marcharse fue el buen P. Portail, el primer hijo espiritual de Vicente, incondicional en todas las vicisitudes de la historia de la Misión, ojos y oídos de Vicente para la visita a las casas, director de las Hijas de la Caridad, confidente de todas sus preocupaciones y consejero de todas sus dudas. Eran casi cincuenta años de amistad y compañía, destruidos por la muerte, el día 14 de febrero de 1660.

“Terminó su vida como había vivido: usando bien sus sufrimientos, practicando las virtudes, deseando honrar a Dios y consumir sus días como nuestro Señor en el cumplimiento de su voluntad...” [Cfr. S.V.P. VIII p. 248 254: ES p. 236 240 245; Notices... t.1 p. 1-14.]


LUISA DE MARILLAC

La Srta. Le Gras se había pasado enferma toda la vida. Cayó enferma de gravedad el 4 de febrero de 1660, pero se recupero momentáneamente. El 9 de marzo volvió la gravedad, presentándose síntomas de gangrena senil. Luisa pidió y tuvo el consuelo de recibir por segunda vez el viático, En cambio, le fue denegado otro consuelo ardientemente deseado por su alma, la visita de su director y padre espiritual. Vicente también se encontraba enfermo, sin poder moverse de su cuarto. La enferma pidió que, al menos, le escribiera un billetito como los que en otras ocasiones le enviaba para confortarla en sus penas interiores. Pero Vicente se limitó a mandar un misionero con este mensaje verbal: "Usted va delante; espero verla pronto en el cielo". Ni una palabra más. Tal vez, Vicente consideró necesario imponerse a sí mismo e imponer a la moribunda tan doloroso sacrificio como última purificación del espíritu. Así por lo menos lo entendió y lo aceptó Santa Luisa.

Entró en agonía hacía las once y media de la mañana del día 15 de marzo de 1660, después de seguir con atención y recogimiento la recomendación del alma y recibir la bendición apostólica "in articulo mortis", según una concesión que años antes había solicitado de Inocencio X. Se extinguió, al fin, suave y dulcemente. Su última palabra fue "Sí", como respuesta valerosa a la llamada de su divino Señor.

Era un alma pura en todas las cosas; pura en su juventud, pura en su matrimonio, pura en su viudez. Se examinaba con mucho cuidado para poder decir sus pecados con todas sus imaginaciones. Se confesaba con toda claridad. Nunca he visto a nadie con tanta pureza. Y lloraba de una forma que costaba mucho consolarla". "¡Ánimo! Tenéis en el cielo una madre que goza de mucha influencia" [Cfr. S.V.P. X p. 716-717; ES IX p. 1224-1225.]


LUIS DE CHANDENIER

El abad de Chandenier, había solicitado varias veces la admisión en la Congregación de la Misión, pero Vicente lo había ido retrasando por la elevada posición del abad y sus numerosos compromisos eclesiásticos y sociales. Para consolarle había prometido admitirlo en la hora de su muerte. Durante su estancia en Roma, en marzo de 1660, Chandenier cayó enfermo y creyó llegado el momento de que se cumpliera la promesa. El P. Jolly, superior de la casa, no juzgó tan desesperado el estado del enfermo. En efecto, en el mes de abril, Chandenier emprendió el regreso a París. La incomodidad y lentitud del viaje afectaron de nuevo su salud. Al llegar a Chambéry, en Saboya, se sintió otra vez enfermo. Le acompañaban su hermano Claudio, el P. Berthe y otro misionero. Ante la inminencia de un fatal desenlace, suplicó al P. Berthe que le recibiera en la Congregación. El P. Berthe accedió entristecido a la petición, y el buen abad falleció el 3 de mayo de 1660 revestido con la sotana de misionero. Vicente, al recibir la noticia, se echó a llorar.

"El señor abad de Chandenier - dijo - ha vivido como un santo y ha muerto como misionero" Antes de morir insistió mucho, ante uno de nuestros padres que estaban con él, para que lo recibiese en la compañía, como lo hizo. A mí mismo también me lo había pedido varias veces, pero como su nacimiento y su virtud estaban muy por encima de nosotros, no le quise escuchar. Éramos indignos de semejante honor. Y, en efecto, solamente nuestra casa del cielo es la que ha merecido la gracia de poseerlo en calidad de misionero; las de la tierra solamente han merecido y heredado los ejemplos de su santa vida, tanto para admirarlos como para imitarlos. No sé qué pudo ver en nuestra miserable compañía que le pudiera dar esa devoción de querer presentarse delante de Dios cubierto de nuestros harapos, bajo el nombre y el hábito de sacerdote de la Congregación de la Misión" [S.V.P. VIII p. 302-303. ES p. 301. Cf., además. VIII p. 294 299 300 305; ES p. 293 297 298 303. El resto de las noticias sobre Luis de Chandenier, en Abelly, o.c., L.1 c.49 p. 239-242, y Coste, o.c., t.2 p. 77-79.]

Ya antes de aquellos fallecimientos, en enero de 1659, al recaer en una de sus enfermedades habituales, había presentido que la hora de la partida estaba cercana. Quiso evitar sorpresas y empezó a prepararse para ella. Una de las primeras medidas fue despedirse de sus dos principales bienhechores: el P. Gondi y su hijo, el cardenal de Retz. No quería abandonar este mundo sin cumplir ese último deber.

Meses más tarde, en octubre del 59, tomó otra precaución, la de designar, según disponían las Constituciones, vicario general de la Congregación y dos candidatos al cargo de superior general. Los documentos están fechados, respectivamente, el 7 y el 9 de octubre. Nombraba vicario al P. Alméras y proponía como candidato al mismo P. Alméras y al P. Berthe.

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