lunes, 21 de abril de 2008

CAPÍTULO XXXV.- Otra vez la guerra: Picardía, Champaña, isla de Francia.



"Guerra por todas partes, miseria por todas partes"

La guerra alertaba, ante todo, el espíritu religioso de Vicente. La veía como un mal permitido por el cielo para castigar los pecados de los hombres. Los misioneros, por su negligencia y sus omisiones, eran también culpables de que los pobres sufrieran por su ignorancia y sus pecados. En junio de 1652, para secundar las rogativas y penitencias en favor de la paz ordenadas por el arzobispo de París dispuso que ayunaran diariamente dos sacerdotes o clérigos y dos hermanos. Él mismo lo hacía así cuando le tocaba su turno. La práctica se prolongó durante nueve años, hasta la firma de la paz de los Pirineos. Las exhortaciones a la oración. Vicente se las hacia también a las damas e Hijas de la Caridad y a todas las personas devotas que conocía.


Movilización universal

La oración era sólo el comienzo. Vicente se aprestó en el acto a montar y poner en movimiento la máquina caritativa. Su primer paso fue convocar a las damas de la Caridad. La primera remesa de auxilios salió de París el 15 de julio de 1650. De todas partes surgieron iniciativas para hacer frente a la tragedia. Los jansenistas de Port Royal y la compañía del Santísimo Sacramento comprometieron en el movimiento a sus socios o simpatizantes. Vicente no iba a estar solo. Su grandeza consistió en coordinar y organizar aquel torrente caritativo, sin tener en cuenta la procedencia de los socorros ni los móviles o la ideología de quienes los proporcionaban.


Otra vez la propaganda

Lo primero era organizar la propaganda. Se imprimieron hojitas volantes que se repartían por todo París. En ellas se indicaban los lugares donde debían depositarse las limosnas. Todo esto puede parecer obvio en una época que ha conocido campañas de alcance mundial en favor de damnificados de toda especie. En la Francia del siglo XVII era una novedad. Es mérito de Vicente de Paúl haber inventado el sistema.

La redacción de las hojitas fue confiada a Carlos Maignart de Bernières (1616-1662), ex funcionario del Parlamento, que había renunciado a su cargo para consagrarse al servicio de los desgraciados.
· Port Royal no fue obstáculo para que Vicente y él trabajaran juntos.
· Bernières seleccionaba las cartas dirigidas a Vicente por los misioneros.
Cada Relación constaba, por lo general, de ocho páginas y la tirada solía ser de 4.000 ejemplares. Su periodicidad varió bastante. Desde septiembre del 50 a febrero del 51 fue mensual. Luego se espació. El éxito de las Relaciones fue grande. Las limosnas afluyeron con generosidad. Los donativos en especie o en metálico se recogían en todas las parroquias de París y en el domicilio de las más significadas damas de la Caridad, las señoras de Lamoignon, Herse, Traversay, Viole, etc. Otras sumas eran recaudadas directamente por las damas, por caballeros caritativos y por Vicente en persona. Entre 1650 y 1652, alcanzó las 16.000 libras. La administración y reparto de las limosnas corría a cargo de las damas, que celebraban a este efecto reuniones semanales. En ellas se leían los informes.

"El hermano Juan Parre está encargado de distribuir las limosnas"

La asistencia inmediata a los pobres y el reparto de limosnas incumbía a los misioneros. A los dos enviados inicialmente se fueron añadiendo otros, hasta alcanzar en marzo de 1651 la cifra de dieciocho entre padres y hermanos. Siguiendo a Abelly, se pueden calcular en más de 200 las localidades atendidas y visitadas por los enviados de Vicente. Al frente de todos, coordinando el trabajo e inspeccionando su ejecución, figuraba un "visitador", que en 1651-1652 fue el P. Berthe.

Los misioneros permanecieron ininterrumpidamente en Picardía y Champaña desde julio de 1650 a agosto de 1652. En esta fecha, un respiro en las acciones bélicas permitió la retirada de los misioneros e hizo suponer que la pesadilla estaba próxima a su fin. Pero el "reposo" duró poco. En enero de 1653, la situación empeoró de nuevo.

Los misioneros acudieron otra vez en menor número que antes. Al frente iba esta vez el P. Alméras, ya que el P. Berthe había sido destinado, en el intermedio, a la casa de Roma para gestionar ante la Santa Sede la aprobación de los votos. Alméras estuvo en Picardía Champaña hasta mayo de 1654. Después de la marcha de Alméras y Juan Parre, que fue el hombre de confianza para Picardía Champaña.

Las ayudas a Picardía y Champaña se prolongaron, aunque con menos intensidad que los años anteriores, hasta 1659. Las Hijas de la Caridad secundaron eficazmente la labor de los misioneros.


"Revista general"

La situación general puede resumirse de este modo: las campañas militares, con su inseparable acompañamiento de extorsiones, violencias, incendios, tala de cosechas, sacrilegios, crueldades y abusos de todo género, habían empobrecido el país, privándolo de sus recursos naturales. Para huir del azote de las tropas, la población campesina en masa se refugió en las ciudades, pero éstas se encontraban mal provistas y nada equipadas para hacer frente a la avalancha. La consecuencia más palpable, fue el hambre, Por otra parte, el frío de unos inviernos excepcionalmente rigurosos, enfermedades, entradas de la roña, la necesidad, la disentería o las fiebres de todo tipo. La ausencia de medidas sanitarias agravaba la situación. El resultado global era la matanza; tan elevada en ciertos casos, que faltaban brazos para enterrar los cadáveres, con lo que los focos de infección se multiplicaban.


Sopa, vestidos, medicinas, herramientas, sepulturas

La asistencia se organizó de modo parecido a lo hecho en Lorena. El socorro básico era el potaje, cuya distribución diaria en puestos señalados de antemano corría a cargo tanto de los propios misioneros como de piadosos voluntarios, de las Hijas de la Caridad

Existían diversas recetas para la elaboración de los guisos, cuyos ingredientes ordinarios eran pan, carne y verduras.

Los auxilios médicos eran una parte importante de los socorros aportados por los misioneros. Para la disentería se utilizaban unos polvos que hacían verdaderos milagros. Donde les era posible, las Hijas de la Caridad aplicaban el remedio más común de la época, las sangrías. Para combatir el frío se repartían ropa de cama y vestidos.

Otra necesidad atendida fueron los objetos de culto. Las profanaciones de iglesias habían sido muchas, ya por odio a la religión por parte de soldados protestantes (los había en uno y otro bando), ya por envidia de los vasos sagrados:

"Las iglesias han sido profanadas; el Santísimo Sacramento, pisoteado; los cálices y copones, robados; las pilas bautismales, destrozadas; los ornamentos, desgarrados; de manera que sólo en esta pequeña comarca hay más de veinticinco iglesias en donde no se puede celebrar la santa misa"

En las regiones relativamente apaciguadas se repartían herramientas para diversos oficios, herramientas de labranza y grano para la siembra.

El entierro de los muertos era tan necesario como el alivio de los vivos. El trabajo era tanto más urgente cuanto que con ello no sólo se practicaba un acto de misericordia, sino que se eliminaban focos de contagio. No se distinguía entre civiles y soldados ni entre amigos y enemigos.

Fueron numerosas las jóvenes salvadas del peligro de perder su virtud, los huérfanos recogidos, las religiosas ayudadas a sobrevivir, los sacerdotes a quienes periódicas ayudas en recio permitieron salvarse del hambre y proseguir el ejercicio de su ministerio...


"Vosotras vais a la guerra para reparar los daños"

Las Hijas de la Caridad, además de ayudar a los misioneros, iniciaron otro trabajo, insólito en la época y llamado a un futuro esplendoroso: la asistencia sanitaria en los hospitales militares. Vicente las animaba con sus cartas y conferencias, creando para ellas la espiritualidad exigida por las circunstancias.


"Padre de la patria"

La gratitud de los desgraciados socorridos se hizo patente a los donantes parisienses, y en particular a Vicente de Paúl. Las Relaciones aluden a ello con frecuencia:
"No sabemos cómo manifestaros el agradecimiento de nuestros pobres para con sus bienhechores; con las manos elevadas al cielo rezan por su prosperidad, pidiendo la vida eterna para quienes le han salvado la temporal". "No podemos describir el eco que vuestra caridad despierta en toda la frontera; no se habla de otra cosa; los pobres curados con estas ayudas claman al cielo por sus bienhechores".
Vicente de Paúl en particular recibió los más expresivos mensajes de autoridades y particulares. Los concejales de Rethel, de quienes se conservan siete cartas; los lugartenientes generales de San Quintín y Rethel, el bailío y el cabildo de Reims, los párrocos de muchos pueblos, manifestaron expresivamente su agradecimiento. El más elocuente fue el lugarteniente de San Quintín:


Balance incompleto

El mejor resumen de las obras de misericordia y asistencia realizadas por Vicente de Paúl en favor de Picardía y Champaña fue hecho por él mismo al rendir cuentas de los gastos ante la asamblea general de las damas de la Caridad celebrada el 11 de julio de 1657.
"Desde el 15 de julio de 1650 hasta la última asamblea general, se han enviado y repartido a los pobres 348.000 libras, y desde la última asamblea general hasta hoy, 19.500 libras, que es poco en comparación con los años anteriores.
No se incluyen los vestidos, tela, mantas, camisas, albas, casullas, misales, copones, etc., que, de calcularse, subirían a sumas considerables. Sin embargo, todavía quedan casi 80 iglesias en ruinas y la pobre gente se ve obligada a ir muy lejos en busca de una misa. Esta es la situación actual. Gracias a la providencia que Dios tiene sobre la compañía, hemos empezado a trabajar en ello".


La reacción de París

La cercanía de los acontecimientos, y lo que París sufría en su propia carne, convirtieron en universal el movimiento de ayuda. No sólo Vicente de Paúl, sino todas las órdenes religiosas, todos los estamentos civiles y eclesiásticos, las asociaciones piadosas, los gremios de comerciantes y artesanos y los particulares colaboraron en el alivio de la catástrofe.


El almacén de la caridad, "esa santa economía"

La organización de la ayuda se centralizó en una institución denominada "almacén caritativo", debida a la iniciativa de Cristóbal du Plessis, barón de Montbard (1672).
· Casa de la señora de Bretonvilliers,
· Isla de San Luis, en el palacio de Mandosse.
· La asistencia directa a los damnificados y el reparto de socorros se confió a los religiosos. Corbeil, a los capuchinos; VilleneuveSaintGeorges, primero a los sacerdotes de Saint Nicolas du Chardonnet y luego a los jesuitas; Brie, a los picpusianos; Tournan, a los carmelitas descalzos; Gonesse y Luzarches, a los dominicos reformados; Mont Valérien, a los sacerdotes del P. Charpentier; Saint Denis, a los recoletos.
"Así quiere Dios que participemos en tan santas empresas"
Durante los meses más duros de la guerra, mayo y julio de 1652, intensificó toda clase de obras de misericordia. En la casa de San Lázaro se repartía potaje dos veces al día a cerca de 800 pobres, a los cuales se les predicaba, después de la comida, una pequeña misión.
"En Étampes hay demasiados pobres"
En las zonas del campo confiadas a los misioneros, el trabajo fue todavía más agotador. Étampes fue una de las zonas más castigadas. En enero de 1053 se decía:
Lo peor de Étampes era la enorme mortandad causada por los repetidos asedios y las epidemias. Las calles estaban llenas de cadáveres de hombres y animales en lamentable mezcolanza. La epidemia se cobró pronto víctimas entre los mismos misioneros.
"Una carreta de tres caballos"
Cosa parecida ocurrió en Palaiseau, atendido también por Vicente además de los distritos que le correspondían. Los cinco primeros misioneros cayeron enfermos y hubo que reexpedirlos a San Lázaro.
Vicente proveyó por su cuenta a las necesidades del pueblecito. Todas las mañanas salía de San Lázaro una carreta cargada de víveres que regresaba vacía al atardecer. La repetición del hecho suscitó la curiosidad de los centinelas de las puertas de París.
"Para los pobres no hay que ahorrar nada"
Es empeño inútil intentar calcular con exactitud, y ni siquiera con aproximación, las sumas de dinero y víveres gastadas por Vicente de Paúl durante más de veinte años de continua asistencia a las regiones devastadas. Tampoco es lo más importante. Vicente, tan cauto para asegurar las bases económicas de sus fundaciones, despilfarraba sus bienes para el servicio del prójimo. En su conducta y en su doctrina era literalmente verdadera la máxima de que el dinero de la compañía era el dinero de los pobres. "No ahorre nada para salvar la vida de los pobres enfermos".

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