lunes, 21 de abril de 2008

CAPÍTULO XXXVI.- Vicente de Paúl frente a Jansenio



GENERACIONES DIVIDIDAS

La reforma preconizada por Vicente de Paúl para la Iglesia francesa pasaba por una vuelta decidida a los pobres y, simultáneamente, por una vigorosa acción de mejoramiento del clero. Era una reforma en y para la caridad. Junto a la línea vicenciana, otras líneas reformistas ponían el acento en diferentes valores de la común herencia cristiana. No faltaron choques entre unas y otras tendencias.


JUAN DUVERGIER DE HAURANNE, ABAD DE SAINT CYRAN

Los hombres de la generación de Vicente habían empezado por encontrarse unidos en el común afán renovador, e incluso por lazos de amistad personal, en uno u otro momento de sus respectivas carreras. Sólo poco a poco se fueron distanciando entre sí, hasta producirse una fractura que dividió el compacto grupo inicial en dos bloques antagónicos. Paradigmático es, en ese sentido, el caso de Vicente de Paúl y Juan Duvergier de Hauranne, abad de Saint Cyran. Ambos se habían conocido e intimado en 1624, cuando se hallaban en los comienzos de su actuación pública. Los dos habían sufrido su proceso de conversión hacia la misma época y, en parte al menos, bajo el mismo maestro. Pero la trayectoria humana, intelectual y religiosa de Duvergier era muy diferente de la de Vicente de Paúl.

Saint Cyran era, por temperamento y formación, un polemista. Desde muy joven tomó parte activa en controversias intelectuales. Atacó demoledoramente al jesuita P. Garasse; sostuvo los derechos del clero secular frente a los religiosos en el conflicto del vicario apostólico en Inglaterra, el beruliano R. Smith, con los jesuitas E. Knott y J. Floyd, en un libro publicado bajo el pseudonómico de Petrus Aurelius; defendió la obra capital de Bérulle, las Grandezas de Jesús, de las acusaciones de iluminismo; sostuvo al fundador del Oratorio en su pleito con los carmelitas; luchó contra la introducción de los votos en la Congregación de Bérulle a la muerte de éste; hizo la apología del Chapelet sécret, obra de muy dudosa ortodoxia publicada por la madre Angélica, abadesa de Port Royal. La actividad polémica convirtió a Saint Cyran en hombre de partido.

Su celo por la reforma de la Iglesia le llevaba a exagerar los defectos de ésta. La defensa, en línea muy beruliana, de la supremacía del sacerdocio le hacía incurrir en ataques no sólo a la conducta de los religiosos particulares, sino a la condición religiosa en sí misma y al valor santificador de los votos. Una visión muy exigente de la pureza necesaria para comparecer ante la Majestad divina - otra idea heredada de Bérulle - le inclinaba hacia un rigorismo moral no exento de exageraciones. El profundo conocimiento de San Agustín le conducía insensiblemente a una visión pesimista de la naturaleza humana y a una exaltación correlativa del poder de la gracia, infravalorando la cooperación de la criatura a su propia santificación.

TEMAS Y ETAPAS

En las relaciones de San Vicente con el jansenismo es preciso distinguir los siguientes temas y etapas, no del todo separadas cronológicamente:
a. Las relaciones con Saint Cyran desde la amistad inicial a la ruptura y a la muerte del abad (1624-1643).
Los dos pertenecían inicialmente al círculo beruliano y compartían el mismo deseo de purificar y mejorar la Iglesia. Saint Cyran prestó a Vicente una ayuda muy valiosa en varias empresas, como la aprobación pontificia de la Congregación de la Misión y la adquisición de San Lázaro.

Alrededor de 1634, la amistad empezó a enfriarse. Vicente se negó a hospedar a Saint Cyran en el colegio de Bons Enfants cuando el abad tuvo que abandonar el claustro de Notre Dame.

Vicente desconfiaba de la espiritualidad demasiado teorizante de su antiguo amigo. Su temperamento realista, su vocación a la vida activa, su formación bajo la guía práctica de San Francisco de Sales y Andrés Duval le habían hecho participar en la reacción antimística perceptible en los círculos espirituales franceses.

Las tesis de Saint Cyran chocaban con valores básicos de la orientación vital de Vicente. Su rigorismo penitencial - exigencia de la contrición y del cumplimiento de la penitencia antes de la absolución - era incompatible con el trabajo misionero y la práctica de las confesiones generales. Su desvalorización de los votos religiosos contradecía la necesidad intuida por Vicente de asegurar con ellos la perseverancia y el ideal de vida de los misioneros. Su pesimismo sobre la naturaleza humana contrastaba con la visión vicenciana del pobre como imagen de Cristo.

Vicente le hizo cuatro reproches a Saint Cyran:
1.Su costumbre de diferir durante meses la absolución sacramental de los penitentes.
2.Pensar que Dios había decidido destruir a la Iglesia y que hacían mal los que intentaban conservarla.
3.Pensar que el concilio de Trento había cambiado la doctrina de la Iglesia.
4.Pensar que el justo no tiene más ley que los movimientos interiores de la gracia.

b. La controversia en torno a la comunión frecuente (1643-1646).
El escándalo jansenista propiamente dicho estalló en 1640, con la publicación de Lovaina de la primera edición del Augustinus, el libro póstumo de Jansenio. Este había fallecido en 1638 tras hacer declaración expresa de sumisión al juicio y autoridad de la Iglesia. Está, pues, fuera de toda duda la ortodoxia personal del obispo de Iprès. No resultaba, en cambio, tan evidente la de su libro, que pretendía ser la exposición de la auténtica doctrina católica sobre la gracia tal y como había sido enseñada por San Agustín contra los pelagianos.

Vicente de Paúl no intervino directamente en esta primera polémica jansenista hasta que apareció en 1643 el libro de Arnauld sobre la comunión titulado De la fréquente communion, escrito bajo la inspiración y con la ayuda de Saint Cyran. Tal obra era una obra erudita en que Arnauld, admitiendo como ideal el máximo acercamiento posible, cotidiano incluso, a la sagrada comunión reivindicaba el derecho de los fieles a renunciar temporalmente a la recepción de la eucaristía para intensificar los sentimientos interiores de indignidad y penitencia.

c. La lucha por la condenación del jansenismo (1643-1653).
El Augustinus estalló como una bomba en los ambientes teológicos y muchos hombres de buena voluntad y sólida formación teológica descubrieron en él herejías formales. La adhesión entusiasta que los discípulos de Saint Cyran prestaron a sus doctrinas, la defensa que emprendieron los más significados, estimulados al principio por su maestro; la constitución de un partido que no rechazó el título de jansenista, aunque ellos prefirieran llamarse discípulos de San Agustín, imprimieron al movimiento carácter de secta.

En las doctrinas de Jansenio culminaba toda una orientación espiritual, cuyos representantes más genuinos eran algunos de los iniciadores del movimiento reformista, pero haciéndole perder el sentido de las proporciones, como suele ser típico de todas las falsas reformas. Ideas originalmente aceptables eran extrapoladas fuera de su contexto. La humildad beruliana se convertía en imposibilidad de cumplir los mandamientos y de resistir a la gracia. El sentido de la soberana independencia de Dios se trocaba en negación de su voluntad de salvación para todos los hombres.

En San Lázaro, y bajo la égida de Vicente, se celebró en la primavera de 1648 una reunión del penitenciario Charton, el síndico Nicolás Cornet y los Dres. Pereyret y Coqueret. Juntos elaboraron las cinco proposiciones en que se resumía el sentido profundo del libro de Jansenio:
1. Algunos mandamientos de Dios son imposibles de observar por los justos, por más que quieran y se esfuercen en ello, dadas las fuerzas que poseen y por faltarles la gracia que se los haga posibles.
2. En el estado de naturaleza caída, no se resiste nunca a la gracia interior.
3. En el estado de naturaleza caída, para merecer o desmerecer no necesita el hombre la libertad que excluye la necesidad interna; basta la libertad que excluye la coacción física.
4. Los semipelagianos admitían la necesidad de la gracia interior previniente para todos los actos, incluso para el inicio de la fe; su herejía consistía en pretender que esa gracia era de tal naturaleza, que la voluntad podía obedecerla o resistirla.
5. Decir que Jesucristo murió o derramó su sangre por todos los hombres es semipelagiano

La aportación más valiosa de Vicente de Paúl fue volcar, en el platillo de la controversia opuesto a Jansenio y Saint Cyran, el peso de los más sinceros reformadores, salvando de este modo la ortodoxia del movimiento y desvelando el fundamental error y la inviabilidad de una reforma fuera de la Iglesia.

A los jansenistas no les cupo duda de la importancia decisiva de Vicente de Paúl en el fracaso de su movimiento.

d. Las controversias posteriores a la bula Cum occasione (1653-1660).Para Vicente, la bula zanjaba definitivamente las cuestiones debatidas. No quedaba otro camino que la aceptación plena de la sentencia. Pero no todo el mundo opinó de la misma manera. Casi desde el mismo momento de la publicación de la bula, los jansenistas recurrieron a la sutil distinción de la cuestión de hecho y la cuestión de derecho, que se seguiría agitando hasta muy entrado el siglo XVIII. Las batallas recomenzaron, agravadas por las intemperancias de lenguaje y el talento literario de algunos de los adalides. Es la época de las Provinciales de Pascal y las encendidas réplicas de los jesuitas. Pero aquélla ya no era la batalla de Vicente. Para él, todo había concluido con las palabras de Roma. Por otra parte, su cese en el Consejo de Conciencia, pocos meses antes de la publicación de la bula le exoneraba de sus más graves responsabilidades en los negocios eclesiásticos. Se limitó, pues, a preservar cuidadosamente del contagio a las Congregaciones que le estaban confiadas: misioneros, Hijas de la Caridad y religiosas de la Visitación, alejando de ellas el fragor de las controversias.

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