lunes, 21 de abril de 2008

CAPÍTULO XXX.- La caridad en acción: niños, galeotes, mendigos.



"EN PARÍS SE EXPONEN TANTOS NIÑOS COMO DÍAS TIENE EL AÑO"

Uno de los aspectos más significativos de la acción caritativa de Vicente fue el de inclinarse sobre la infancia abandonada y darle, a través de las damas y las Hijas de la Caridad, a través también de los misioneros, la ternura de su corazón. Los niños hicieron de Vicente, de una manera muy especial, el padre de los pobres.
En una sociedad hipócrita que se horrorizaba de las apariencias del pecado, el drama de las madres solteras no tenía otro escape que el abandono de los hijos en la vía pública. Otras veces - muchas -, la miseria obligaba a desprenderse de los recién nacidos por la imposibilidad de alimentarlos. No faltaban tampoco motivos menos confesables: vicio, perversidad, egoísmo.
Los niños que no morían de hambre o de frío durante las horas (a veces, días) que pasaban expuestos, eran conducidos a un establecimiento oficial, la Cuna, a cuyo frente figuraba una viuda ayudada por dos sirvientas. La responsabilidad última del centro recaía sobre el cabildo catedralicio. La Cuna disponía de muy pocos recursos y - lo que era peor - las encargadas carecían del más mínimo sentido de humanidad.
Algún historiador contemporáneo asegura que la crueldad con los recién nacidos, expósitos o no, causó más víctimas que todas las guerras del siglo.
La realidad de los expósitos, con sus terribles secuelas, era un secreto a voces. Otra cosa era que nadie quisiera afrontar el pavoroso problema. Había que empezar por deshacer los prejuicios. Los expósitos eran "hijos del pecado", y la ilegitimidad, una tacha social envilecedora, al menos para la moral burguesa, porque los nobles y los reyes alardeaban de sus bastardos y hasta los proveían de obispados.


UN ENSAYO

Se necesitaba valor para oponerse, en nombre del Evangelio, a toda una corriente de pensamiento. Vicente lo tuvo. El primer paso fue invitar a las damas de la Caridad a visitar la Cuna. No pretendía tanto que conocieran el mal cuanto que sugirieran remedios.
Las damas deliberaron, oraron, pidieron consejo, y resolvieron hacer un ensayo. Finalizaba el año 1637.
El ensayo fue muy modesto. Se empezó por acoger a doce niños, señalados por sorteo para evitar favoritismos y "honrar a la divina Providencia". Fueron instalados primero en casa de la Srta. Le Gras y luego en un edificio alquilado en la calle Boulangers. Varias Hijas de la Caridad se encargaron de la obra. Poco a poco se fue aumentando el número de niños, siempre por sorteo, aunque no mucho, porque los recursos eran limitados: una renta de 1.200 libras al año.


"RECIBIREMOS A TODOS LOS NIÑOS EXPÓSITOS"

Al cabo de dos años, Vicente decidió asumir por completo la empresa, para lo cual convocó una reunión extraordinaria de las damas. Era el 17 de enero de 1640.
Vicente preparó con cuidado su discurso. Tenía que mover las voluntades, prevenir las objeciones, indicar los medios. No dudó en atacar de frente los prejuicios pseudorreligiosos, exponiéndolos con toda crudeza.
En el caso de los niños expósitos colaboraron, cada una a su manera, las tres grandes instituciones de Vicente. Las damas la patrocinaron y financiaron; las Hijas de la Caridad realizaron el trabajo directo; los misioneros supervisaron y controlaron el funcionamiento. La caridad es una sola, servida por todos los operarios disponibles.


"ESAS BUENAS DAMAS NO HACEN TODO LO QUE PUEDEN"

En 1644, los gastos se elevaban a 40.000 libras. Vicente llamó a todas las puertas. Luis XIII primero y luego su viuda le asignaron 12.000 libras de renta sobre diversas propiedades reales. La distancia entre ingresos y gastos seguía siendo enorme. No había otro medio de colmarla que los generosos donativos de las damas. En 1649 no podían más. La guerra - era el año inicial de la Fronda - y la crisis económica afectaban a todo el mundo, incluso a las opulentas damas de la Caridad. Faltaba de todo: ropa, alimentos, dinero... Luisa, sobre quien recaían las preocupaciones cotidianas de la administración, hablaba de abandonar.
Vicente preparó un discurso para conmover, una vez más, los corazones de las señoras. Se daba cuenta de las desdichas de los tiempos, del empobrecimiento general; pero, al fin y al cabo, tampoco era tanto lo que se les pedía. Con que cada una de las cien damas diera cien libras se habría resuelto el problema; y, aunque sólo la mitad diese cien y las otras lo que buenamente pudieran, se podría salir de apuros.
La vida y la muerte de estos pequeños están en sus manos. Voy a recoger los votos y los sufragios. Ha llegado la hora de pronunciar sentencia. Sepamos si tienen ustedes misericordia. Si ustedes continúan encargándose caritativamente de ellos, vivirán. Si los abandonan, morirán, y morirán infaliblemente; la experiencia no nos permite dudarlo. [S.V.P. XIII p. 797-801.]


LOS GALEOTES

Si los niños expósitos constituían una lacra de la sociedad, los galeotes lo eran de la sociedad y del Estado.
Si no era posible suprimir el mal, había por lo menos que mitigarlo. Con todo, eran muchas las personas y asociaciones que se preocupaban por los galeotes, en especial la compañía del Santísimo Sacramento. Sin embargo, algunos problemas por cuestiones de territorialidad parroquial tuvieron a Vicente al margen del asunto, lo que no significaba en despreocupación.
En 1640, las Hijas de la Caridad entraron en acción. Eran sólo dos o tres. Sobre ellas recaía un trabajo pesadísimo, "uno de los más difíciles y peligrosos", decía el reglamento, preparado de común acuerdo por Luisa de Marillac y Vicente. Las hermanas tenían que hacer la compra, preparar diariamente la comida de los galeotes, llevarla a los calabozos, lavarles la ropa todas las semanas, cuidar a los enfermos, darles el equipo necesario cuando salían para Marsella, fregar entonces las salas, lavar y remendar los jergones... Eran realmente las criadas de aquellos terribles y exigentes amos, que se burlaban de ellas, las hacían proposiciones deshonestas, les decían insolencias, las insultaban y, a veces, las acusaban falsamente, "mientras ellas les prestaban los mayores servicios". Asombra el valor de Vicente y Luisa al llevar a sus hijas a aquellos antros, donde se reunía la escoria de la sociedad. Por eso se echó mano de las más valientes. Ya que el oficio era capaz de agotar la paciencia de las más santas.


LA MISIÓN EN LAS GALERAS

A principios de 1643 Vicente envió cinco misioneros, cuatro sacerdotes y un hermano coadjutor, cirujano de oficio. Al frente iba el siempre competente y eficaz Francisco du Coudray. Salieron de París el 22 de febrero. Los cinco hombres de Vicente no bastaban para todo el trabajo. En vista de ello pidió ayuda a otras comunidades: a la de Authier de Sisgau, a los oratorianos, a los jesuitas y a algunos sacerdotes italianos.
La finalidad principal de Vicente era asistir espiritualmente a los enfermos del hospital (que ya ideado por Felipe de Gondi se llego a construir gracias a donaciones de la duquesa de Aiguillon y la reina, así como por el entusiasmo y perseverancia del caballero De la Coste) y misionar cada cinco años a los galeotes, con poderes para nombrar y destituir a los capellanes de los navíos. A estos efectos, Vicente obtuvo autorización para delegar su cargo de capellán real en el superior de la casa. La capellanía fue adscrita a perpetuidad al superior general de la Congregación de la Misión.
Los galeotes eran, para Vicente, otra de las innumerables clases de pobres que debían ser socorridos. Ninguna de ellas podía ser excluida de los beneficios de la caridad cristiana, aunque ello supusiera un tributo de sangre y de vidas de algunos misioneros muy valiosos para la CM como los PP. Robiche y Brunet, o al caballero Sirmiane de la Coste, fundador y protector del hospital de Marsella.


LA PLAGA DE LA MENDICIDAD

La tercera plaga de la sociedad francesa eran los mendigos. Los había en todas partes, en el campo y en la ciudad, pero su presencia se hacía sentir con más fuerza en las grandes ciudades, y de manera especial en París, esponja y sumidero de la nación. Formaban una población flotante que merodeaba por plazas y calles, se aglomeraba a las puertas de los conventos, cercaba los coches de viajeros a su llegada a las poblaciones, seguía por los caminos a las gentes acomodadas. Al lado de la mendicidad verdadera florecía la mendicidad picaresca.
Para la sociedad en general, los mendigos eran, ante todo, un peligro público. Se les temía como a enemigos. Los temores no eran infundados. Con frecuencia se encontraban bandas de mendigos armados, que, en vez de pedir, exigían. "Se era asesinado por los pobres", explica lacónicamente el Diccionario de Furetière.


“MI PESO Y MI DOLOR”

Si el pobre abstracto de las estadísticas le hacía poner en juego su capacidad organizativa, el pobre concreto enternecía el corazón de Vicente. Daba cuanto tenía. Hizo de San Lázaro el centro de beneficencia más espléndido de todo París. Incluso llego a poner en peligro la economía de la comunidad a lo que argumento:
"Me preocupa la compañía, desde luego, pero no tanto corno los pobres. Nosotros siempre podremos salir de apuros yéndonos a pedir pan a otras casas nuestras, si lo tienen, o a trabajar como vicarios en las parroquias, pero los pobres, ¿qué pueden hacer o dónde encontrarán con qué vivir? Ellos son mi peso y mi dolor" [Abelly, o.c., 1.3 c.11 p. 120.]


LOS POBRES DEL NOMBRE DE JESÚS

Desde los días de Châtillon tenía el sentido del sistema y la organización. Durante muchos años acarició la idea de una institución para mendigos, pero no acababa de recibir la señal de la Providencia. Al fin, un día un caballero le entregó la importante cantidad de 100.000 libras para la obra de caridad que él quisiera. La única condición era que su nombre quedase en el anonimato. Después de consultar con Luisa, Vicente propuso al donante la fundación de un asilo de ancianos. La finalidad de éste era proporcionar un domicilio cómodo y acogedor a trabajadores impedidos y ancianos.
Ni Luisa ni Vicente deseaban condenar a la ociosidad a los acogidos. En los primeros años ingresaron en el asilo obreros capacitados para enseñar su oficio a los ancianos: tejedores, zapateros, sederos, botoneros, laneros, encajeras, guanteras, costureras, alfilereras... La instrucción religiosa y las prácticas de piedad, confiadas a los sacerdotes de la Misión por deseo expreso del donante, llenaban una parte importante de la jornada.
El nuevo tipo de asilo, que empezó a funcionar en 1653, resultó un gran éxito. Los acogidos disfrutaban de una vejez plácida y sosegada. Los políticos se apoderaron de la idea y se propusieron realizarla a gran escala.


CONTRA TODA MISERIA

La pobreza tenía otras mil caras. Es típico de la caridad de Vicente haberlas reconocido todas y no haberse negado a ninguna. Por sí mismo o por sus misioneros, por las damas de la Caridad o por sus Hijas, por los sacerdotes de las conferencias y por las congregaciones a las que inspiró y ayudó, socorrió "toda clase de miserias", como de él dirá la liturgia.

CAPITULO XXXI.- La caridad en acción: los desastres de la guerra.



“LORENA, UN PAÍS ENTRE DOS FUEGOS”
Francia entra en la guerra de los 30 años en 1635. Se le conoce también con el nombre de “guerra fría”. Tal situación suscitó la protesta de la opinión francesa, tendiendo más bien a un acuerdo con España. Y así fue, pero no por mucho tiempo. El foco de atención entre 1636 y 1643, uno de los principales escenarios de la guerra fue el ducado de Lorena. Para el colmo de males, desde 1552 encerraba dentro de su territorio 3 ciudades episcopales: Metz, Toul y Verena, incorporadas a Francia. Etnica y lingüísticamente, Lorena era en parte francesa y en parte alemana. Su situación geográfica y estratégica la hacían igualmente apetecible para los dos continentes.
“SOLA LOTHARINGIA IEROSOLYMAN CALAMITATE VINCIT”
Todas las furias del Apocalipsis se desataron sobre el infeliz ducado:
a) suecos, luteranos fanáticos profanaron lugares y objetos sagrados (600 iglesias, robaron cálices, derribaron altares, quemaron reliquias, pisotearon las formas consagradas.
b) Los croatas del duque (lorenenses) y los imperiales perseguían a los lorenenses “traidores”, arrasando cosechas e incendiando poblados.
c) El paso de las tropas dejaba a su paso cadáveres de hombres y animales. Se aplicaban los más refinados tormentos. Hubo hombres quemados a fuego lento para sacarles dinero o víveres; a otros se les cortaron los brazos o las piernas; unos más fueron golpeado hasta reventar. No se perdonaba a mujeres y niños.
La peste y el hambre: Consumaban la obra destructora. La escasez de alimentos era grande; los animales muertos eran devorados con avidez. Se habló de madres que se habían comido a sus hijos, de un hombre que había matado a un hermano suyo por un pan de munición…El Jesuita Caussin, confesor de Luis XIII expresaba: “Sólo la Lorena supera a Jerusalén en calamidades”.
“MONSEÑOR, DÉLE LA PAZ A FRANCIA”

Las primeras noticias sobre la desolación de Lorena las recibió Vicente de los misioneros de la casa de Toul (1635). Los misioneros sin esperar ordenes, se habían puesto al servicio de los damnificados, convirtiendo su casa en hospital.
Vicente supo inmediatamente las dimensiones de la catástrofe. La operación de socorro tenía que ser proporcionada a las necesidades. Vicente tuvo aquí su primera intervención política: un día fue a visitar al cardenal Richelieu; le expuso la miseria causada por la guerra, los sufrimientos del pueblo y los pecados que por la guerra se cometía. Richelieu sólo le dio una respuesta político-diplomática.
Vicente comprendió que tendría que actuar por su cuenta.
- Puso a la comunidad en estado de penitencia
- Al comienzo de la guerra contra España mandó suprimir un plato de la comida.
- Hizo que sirviera sólo pan negro….La orden se mantuvo durante 3 o 4 años.
Pese a estos esfuerzos, el socorro eficaz superaba por mucho los ahorros de los misioneros. El horror y las necesidades iban en aumento. Cada vez se hacía más evidente un «gran movimiento de ayuda». Hacían falta 4 cosas: recaudación de fondos, cauces de distribución, información sobre las necesidades y servicio de enlace.
RECAUDACIÓN DE FONDOS:

Las damas de la Caridad se encargaron de la recaudación proveniente de diversas fuentes:
- De las mas altas instancias (como el rey) con destino a los religiosos y religiosas, que figuraban entre los mas necesitados.
- La Duquesa de Aiguillon regaló tapices y lienzos, así como donativos metálicos…Todos los donativos eran pocos para las necesidades crecientes.
La tenacidad de Vicente y de las damas sacaron a flote donantes anónimos para sacar adelante la empresa, sin embargo Richelieu pensaba que el rey no tenía por qué continuar la ayuda a los damnificados.

LA DISTRIBUCIÓN DE SOCORROS

La distribución de las limosnas fue obra de los misioneros. Vicente añadió 12 de sus mejores sacerdotes y clérigos, acompañados por 1 hermano entendidos en cirugía y medicina.
- Redactó para ellos un reglamento
- Los establecieron por parejas en 7 puntos estratégicos: Toul, Metz, Vedún, Nancy, Pont á Mousson, Saint Mihiel y Bar-le-Duc, desde donde atendían zonas circunvecinas.
- Para la supervisar el trabajo, Vicente puso como visitador al P. Dehorgny.
La ayuda fundamental consistía en: Alimentos, pan y sopa, medicinas y vestido.
El procedimiento de distribución: Era uniforme en todas partes. Cada semana: «recorrían» - «se informaban» - «redactaban» - y - «reunían» a los pobres para evangelizarlos y catequizarlos y ayudándoles a bien morir.
Los centros estables: Eran atendidas necesidades de todo género. Las cartas de los misioneros, los informes y los testimonios nos permiten hacernos una idea de la labor asistencial desarrollada por los misioneros:
- Pan y potaje a unos 500 o 600 hombres
- Unos estaban tan hambrientos que murieron al recibir el primer bocado
- La gente comía culebras y caballos muertos
- El hambre multiplicaba el número de enfermos: unos eran alojados en los centros y otros recogidos en hospital.
- Se atendía también a los que se quedaban en sus casas.
- Se cuidaba mucho la dieta de los enfermos; mejor atendidos que los pobres.
- Existían también los pobres vergonzantes, expresión de la época para designar a los pobres que habían pertenecido a una posición de status, y que se sentían disminuidos para manifestar su necesidad.
- La falta de ropa era muy grave; con la ropa inservible, se fabricaron vendas para los heridos.
- Las jóvenes se veían obligadas a vender su virtud (su honor) por un pedazo de pan o un poco de dinero
- La miseria de las religiosas de clausura era angustiante. Por más que hacían sonar sus campanas, nadie acudía a socorrer sus necesidades. La caridad de Vicente hacia los conventos (52) y monasterios quedó documentada: anunciadas, clarisas, dominicas, hijas de San Francisco, benedictinas, salesas, carmelitas, magdalenas y Congregación de Nuestra Señora. Además de recibir dinero recibieron también especies: mantas, muebles, hábitos, ropa, medicinas, etc.
La ayuda espiritual: No faltó la ayuda espiritual, la cual corrió a la par que la corporal. Los misioneros dedicaban largas horas a la predicación, la catequesis y la administración de los sacramentos:
- Un misionero ayudó a bien morir a más de mil personas: ¡cuántas almas van al paraíso gracias a la pobreza!, comentaba.
- Un misionero cayó enfermo de tanto trabajo.
La campaña de Lorena fue una de las muestras más logradas del ejercicio simultáneo de la misión y la caridad.
“BASTA QUE DIOS CONOZCA NUESTRA OBRAS”: EL SERVICIO DE PROPAGANDA.

Los informes llegaban puntualmente a San Lázaro. Vicente había ordenado a los misioneros que reclamasen el recibo de las limosnas que entregaban. No quería que se les extendieran certificados de elogio, sin embargo no faltaron: le proclamaron padre de los pobres y salvador de su país. Pese a la repugnancia de Vicente a estas expresiones, decidió sacar provecho de esa masa de informes para montar un servicio de «Propaganda» y obtener así nuevas ayudas.

- Todos los meses leía a las damas de París el balance de los socorros distribuidos, animándoles a perseverar en el esfuerzo: “quedan llenas de consuelo”.
- Las cartas eran distribuidas para despertar la compasión de los ricos con el relato de tantas miserias y para consolar a los bienhechores con los dichos efectos de sus limosnas.
- Las cartas corrían de mano en mano...lo que multiplicaba sus efectos. Desgraciadamente no contamos con ninguna.

“SE IMAGINAN QUE SU CUERPO NO ES DE CARNE”

Vicente era sin duda el motor que impulsaba todo este despliegue caritativo. Lo había inculcado muy bien a sus misioneros, quedando expresado en el P. Germán: “Sufrió mucho en su enfermedad…Nunca le oímos decir ni una palabra que demostrara la menor impaciencia. Todas sus conversaciones reflejaban una piedad poco común. El médico nos decía con frecuencia que nunca había tratado a un enfermo tan obediente y tan sencillo. Comulgó muchas veces durante su enfermedad…600 o 700 pobres que acompañaron su cuerpo, todos con un cirio en la mano, llorando con tanta pena como si asistiesen al funeral de su propio padre. Los pobres le demostraron de esta forma su gratitud por haber contraído esa enfermedad al curar sus males y al aliviarles en su pobreza; siempre se le veía con ellos y no respiraba otro aire que su mal olor. Oía sus confesiones…Lo hemos hecho enterrar junto al confesionario donde contrajo su enfermedad…Su enfermedad se ha debido a su trabajo excesivo y a su largo trato con los pobres. El día antes de Navidad estuvo 24 horas sin comer y sin dormir, ya que no dejó el confesionario más que para decir misa. Sus padres…se imaginan que su cuerpo no es de carne o que su vida no tiene que durar más que un año”. (p. 526).

“NUESTRO HERMANO MATEO HACE MARAVILLAS”: EL SERVICIO DE ENLACE.

El hermano Mateo Regnard era conocido como el «zorro» por su astucia en sus aventuras como emisario. Se contaba de él los grandes peligros que sorteo, sus viajes y peripecias…Siempre logró evadirse. Las «aventuras del zorro» empezaron a hacerse legendarias. Los croatas, en una firme determinación de cobrar venganza expresaron cuando se les escapó: “O Dios o el diablo se lo han tenido que llevar por encima de los bosques”.

El mismo Mateo llegó a decir: “…logré salir de tantos peligros, por una especial protección de Dios y por las oraciones del Sr. Vicente”. Vicente a su vez decía: “Nuestro hermano Mateo hace maravillas…según la gracia especialísima que le ha dado nuestro Señor”.

LOS EXILIADOS

El socorro no se limitó a Lorena. Las guerras ocasionaron un éxodo de miles de personas de todas las edades y de todas las clases sociales. Mucha gente se encaminaba a París. Vicente tomó cartas en el asunto atendiendo a los más desamparados: las jóvenes y los niños.

Fue el hermano Mateo el encargado de conducir a París a aquel torrente humano. En la imposibilidad de salvarlos a todos, sus preferencia se dirigían hacia los más débiles o los más amenazados:

- Las jóvenes, especialmente las mejor formadas, ya que eran el primer blanco de los soldados. Eran alojadas provisionalmente en la casa de los niños expósitos y luego colocadas como doncellas o criadas en las mejores casas.
- Los exiliados adultos recibían asistencia espiritual y material.

¡Todos a San Lázaro¡ Los parientes y párrocos los encaminaban a San Lázaro: ¡El asilo de los afligidos!.

En la Chapelle, a las puertas de París y no lejos de San Lázaro, se estableció un campamento de refugiados. Vicente hizo que sus sacerdotes y los de las conferencias de los martes les predicaran 3 misiones. Un buen número de refugiados eran nobles arruinados por la guerra, cuya condición les impedía, por dignidad, solicitar la asistencia pública. Vicente se las ingenió para hacerles el bien sin ofender su susceptibilidad.

Reunió en San Lázaro un pequeño grupo de caballeros de la nobleza amigos suyos y les expuso el problema. Los reunidos crearon una asociación, comandada por el baron de Gastón de Renty, cuyo cometido sería investigar el número de refugiados y sus necesidades.

El primer domingo de cada mes se celebraba una junta para revisar la situación, poner al día la lista de necesidades y cobrar cuotas. En una ocasión faltaban 200 libras para ajustar lo acordado…y Vicente pidió al ecónomo que ofreciera el dinero de la comunidad, a lo cual aceptó, pero a regaña dientes. Al día siguiente, uno de los caballeros que había oído la conversación entre el superior y el ecónomo, envió a San Lázaro una limosna de 1000 libras. La confianza de Vicente en la divina Providencia no quedaba defraudada.

Las limosnas eran repartidas discretamente por los mismos socios. La asociación funcionó durante 7 u 8 años, hasta que empezaron a remitir las tribulaciones de Lorena. Aun entonces, Vicente se ocupó de que se pagara a los refugiados el viaje de vuelta y se les diese una ayuda para hacer frente a los primeros gastos.

BALANCE FINAL

La asistencia sistemática a Lorena se prolongó hasta 1643. Según los cálculos del hermano Regnard, el total de dinero repartido en Lorena fue 1, 500.000 libras. Otros opinan que 2, 000.000 libras… No importa. Lo cierto es que la caridad no se mide sólo en cantidad. La asistencia a Lorena significó mucho más. Vicente se había revelado como un genial organizador y un verdadero hombre de Estado. Su nombre saltó de los círculos estrictamente religiosos a los ambientes en que se decidían los destinos públicos. Todo el mundo se dio cuenta de que tenía en sus manos una maquinaria capaz de afrontar con éxito las más graves catástrofes. No tardaría en llegar la ocasión de ponerla de nuevo en funcionamiento.

CAPÍTULO XXXII: El Sr. Vicente, en la corte.



La asistencia a Lorena concentró sobre Vicente de Paúl el foco de la atención pública. Bastante antes de 1643, fecha en que puede darse por terminada la fase fundamental de la ayuda a Lorena, Vicente había entrado en contacto con las tres grandes figuras que concentraban todo el poder de Francia: Richelieu, Luis XIII y Ana de Austria. En cada uno había dejado una huella diferente, en función de los motivos que los habían llevado a encontrarse y de las actividades que le habían visto desarrollar.


"Hace algunos días le decía yo a Su Eminencia"

Probablemente, el primero en tener contacto personal con Vicente fue Richelieu. Ya le vimos interesándose muy pronto por las motivaciones y los objetivos de la conferencia de los martes. Aquella primera entrevista terminó con la redacción de una lista de posibles candidatos al episcopado. Más tarde, bajo la influencia probable de su sobrina la duquesa de Aiguillon, fundó para los misioneros de Vicente la casa de Richelieu. Aunque los indicios sean escasos, puede afirmarse que, entre 1635 y 1642, los encuentros de Vicente y Richelieu debieron de ser frecuentes.

Esos encuentros debieron de generar un cierto grado de confianza mutua. No se explica de otro modo que Vicente tuviera la audacia de abordar al cardenal para dos grabes problemas de estado: la paz internacional al comienzo con la guerra contra España y la propuesta de de ayuda militar a Irlanda hacia 1641 dos demandas aparentemente contradictorias pero que en Vicente responden a la misma motivación intima.

También Richelieu fue confiando cada vez más en Vicente. Nos consta que apreciaba y favorecía sus obras. Aun prescindiendo de la fundación de Richelieu, en 1640 le entregó 700 libras para misas, y en 1642, otras 12.000 para el seminario de Bons Enfants. El cardenal recurrió a Vicente para dos graves negocios de Estado en los que necesitaba el respaldo de personalidades eclesiásticas de prestigio. Tras la muerte de Richelieu, sobrevenida el 4 de diciembre de 1642, no ha dejado huella apreciable en la correspondencia de Vicente. El azar nos ha privado de conocer los sentimientos íntimos de Vicente sobre ese punto.


Al servicio del rey

Las relaciones de Vicente con Luis XIII fueron más raras, pero, en definitiva, más cordiales. Prescindiendo de ocasiones oficiales, la primera entrevista conocida de Vicente con el monarca data del año 1636, cuando el canciller solicitó de Vicente misioneros para el ejército. Dos años más tarde, en 1638, los sacerdotes de las conferencias enviados por Vicente predicaron en Saint Germain en Laye, residencia de la corte, Era la primera vez que Luis XIII veía directamente en acción a los discípulos de Vicente. Su comentario al terminar la misión no pudo ser más elogioso: "Así es como hay que trabajar; lo diré en todas partes". Las distancias entre Vicente y el soberano se acortaron poco a poco. Luis XIII era sincera y profundamente religioso, con religiosidad, quizás, un poco atormentada, como toda su psicología.


"La sagrada persona de la reina"

Mazarino se le acerca a Ana de Austria muy diferente de su marido era muy diferente de su marido. Como una reina cristiana educada en la piedad barroca en que se formaban las princesas de Madrid y Viena; devota, pero no fanática, que sabía compaginar la alegría de vivir con grandes y nobles virtudes. Ana oyó hablar pronto del Sr. Vicente. La hemos visto asistir a los ejercicios de ordenandos predicados por Perrochel y comprometerse a sostener la obra con sus limosnas 22. Parte más activa aún tomó en las obras de caridad. Las damas más piadosas de su séquito pertenecían a la asociación de Vicente.

Una vez más, Vicente descorre el velo de su familiaridad con las interioridades de la vida en palacio. La reina había llegado a tener con él una confianza bastante íntima. Confiaba, sobre todo, en su honradez y en su caridad desinteresada. Tanto que una vez le entregó un diamante valorado en 7.000 libras, y otra, unos pendientes que las damas vendieron en 18.000 27.


"Su Majestad quiso que yo asistiese a su muerte"

Poco después de esa entrevista se produjo la muerte del rey al cabo de una larga enfermedad, cuyos primeros síntomas se manifestaron en el mes de febrero. El más grave era la gran cantidad de sedes episcopales vacantes. El rey quería proveerlas antes de su muerte. Para ello encargó al confesor que, consultando a otras personas ilustradas y devotas, y muy especialmente al Sr. Vicente, le presentase una lista de candidatos.

Una semana más tarde, la enfermedad del rey se agravaba peligrosamente. El día 23 se le administró la extremaunción. Al parecer, la iniciativa partió de la reina, quien se lo propuso a su marido. Este preguntó a su confesor si tenía algún inconveniente. Otra de las cuestiones que preocupaban al monarca era la consolidación del catolicismo en las zonas de infiltración protestante. En el testamento dejó a Vicente 24.000 libras para la fundación de dos misiones anuales en Sedan durante diez años.


"A nadie he visto morir tan cristianamente"

La mejoría del rey fue efímera. El jueves 7 de mayo se produjo un nuevo empeoramiento, que iba a ser ya decisivo. La enfermedad - probablemente, una tisis intestinal - no permitía ninguna esperanza. El día 12, Vicente fue llamado de nuevo a palacio. Ya no lo abandonó hasta después del fatal desenlace. Vicente ha dejado entrever en varias cartas y conferencias los temas de aquellas últimas conversaciones.

La muerte se produjo el 14 de mayo de 1643, a las dos y media de la tarde. Treinta y tres años antes, aquel mismo día había sido asesinado su padre Enrique IV. Vicente se acordaba muy bien. En aquella misma fecha había firmado él el contrato de adquisición de la abadía de San Leonardo de Chaumes.


"Aún quedaba la formidable infantería española"

A los cinco días de la muerte del rey, las tropas francesas obtenían la más resonante de sus victorias en la guerra de los Treinta Años: Rocroi. Si Rocroi no fue quizás, la batalla decisiva que ponderaba la historia tradicional, sí lo fue en el aspecto psicológico. Los franceses se sintieron vencedores; los españoles, derrotadas, a pesar del derroche de heroísmo, que produjo la muerte de 6.000 veteranos, con su general.

Rocroi y la desaparición sucesiva del escenario político europeo, en el espacio de pocos meses, de las grandes figuras rectoras: Richelieu, el condeduque de Olivares (caído en enero del 43), Luis XIII, Urbano VIII (en 1644), señalaban un giro decisivo en la historia de Francia y Europa. También en la vida de Vicente empezaba una nueva época. Al cabo de diez años de irresistible ascensión había alcanzado la etapa de plenitud y predominio.

CAPÍTULO XXXIII.- El Sr. Vicente en el gobierno.



EL CARDENAL ITALIANO

Al día siguiente de la muerte de Luis XIII, el Parlamento de París, anulando, en parte, el testamento real, concedía a la reina madre "el cuidado de la educación y alimentación del rey y la administración absoluta, plena y entera de los asuntos del reino" durante la minoría del nuevo monarca, que tenía entonces cuatro años y ocho meses. Ana de Austria iba a ser, pues, durante diez años, regente del reino, con plenos poderes. Poco preparada para su misión por el apartamiento en que Richelieu la había mantenido, tuvo la cordura de rodearse de un competente equipo de asesores.
Al cardenal Richelieu lo había sucedido el cardenal Mazarino. La carrera política de Mazarino (de origen italiano) había empezado con su intervención como miembro de la delegación pontificia en la paz de Cherasco (1631), en cuyas negociaciones tomó decididamente el partido de Francia. Richelieu reparó en la habilidad del joven diplomático y lo tomó bajo su protección. A petición del cardenal, Mazarino, después de desempeñar el cargo de vicelegado de Aviñón, fue nombrado nuncio en Francia (1634-1636). En 1639, también por consejo del cardenal, Mazarino renunció al servicio pontificio y se nacionalizó francés. En los años inmediatos fue un fiel servidor de Richelieu, quien consiguió para él el capelo cardenalicio y se lo recomendó a Luis XIII como su sucesor.


EL CONSEJO DE CONCIENCIA

Al mismo tiempo que ponía en manos de Mazarino la administración del reino, Ana de Austria confió la dirección de su alma a Vicente de Paúl y asoció a los dos hombres en la dirección de los asuntos eclesiásticos en el Consejo de Conciencia.
El consejo de conciencia era una reducida junta de personajes cuya función era asesorar a la reina en las cuestiones públicas que pudieran interesar su conciencia, y de manera especial la colación de los beneficios, obispados sobre todo, que el concordato concedía a los reyes de Francia.


"MIREN CÓMO VISTE EL SR. VICENTE"

Vicente acudía con frecuencia a la corte para confesar a su regia penitente o para asistir a las sesiones del Consejo. Pero nunca fue un cortesano. Por lo pronto, se resistió cuanto pudo a aceptar ambos oficios y, una vez nombrado, no dejó de rezar para verse libre de ellos. A la reina le suplicó que no le obligase a residir en la corte y limitase sus obligaciones a comparecer en ella cuando se le convocase.
La presencia del humilde sacerdote en palacio se hizo notar pronto. Su raída sotana contrastaba con los relucientes hábitos de los abates y monseñores que la frecuentaban.
Un ejemplo de la admiración a la bondadosa sencillez de Vicente lo da el príncipe de Condé:
Ø "Las costumbres y la vida son las que ennoblecen al hombre."
Ø Señor Vicente, usted va diciendo a todo el mundo que no es más que un ignorante, y en cuatro palabras ha resuelto las mayores dificultades que nos plantean los hugonotes.


"EL SR. VICENTE TIENE ANTE LA REINA MÁS CRÉDITO QUE YO"

El Sr. Vicente no era, como a veces se ha creído, el presidente del Consejo de Conciencia. Tal oficio correspondía al propio Mazarino. Pero Vicente era el miembro más influyente. Su opinión era decisiva incluso cuando contrariaba la del primer ministro. Lo sabemos por sendas cartas, una de Le Tellier, ministro de la Guerra, y otra de Mazarino.
De tal manera, sin ser presidente del Consejo, Vicente era la pieza clave de su funcionamiento. Ana de Austria quería oír la voz de su conciencia, y ésa no podía representarla nadie sino Vicente de Paúl. Para eso había sido nombrado.


CRITERIOS Y ACTITUDES

La primera preocupación de Vicente fue definir con precisión los criterios a que debía ajustarse la provisión de cargos. Apenas nombrado, propuso a la aprobación del Consejo un conjunto de normas en ese sentido:
Ø No conceder nombramientos episcopales a quienes no llevasen como mínimo un año de sacerdotes.
Ø No hacer abadesas coadjutoras a religiosas menores de veintitrés años de edad y cinco de profesión.
Ø Para el nombramiento de abades se exigiesen sólo dieciocho años.
Ø Para el de priores dieciséis.
Ø Para canónigos catorce.
En una sociedad en que la venta de cargos públicos era norma establecida, el soborno era recurso corriente para la obtención de favores. Vicente recibió -¿cómo no? - ofertas muy atractivas. Jamás aceptó nada.


"LA IGLESIA, EN SUS MANOS" (UN CARDENAL SIN MITRA)

La acción de Vicente en el Consejo de Conciencia tuvo una influencia muy considerable en la renovación de la Iglesia francesa. Una generación de nuevos obispos, abades, canónigos, priores, beneficiados, párrocos y vicarios ocupó los puestos clave de la maquinaria eclesiástica, llevando a todas partes el espíritu de la reforma.
La influencia de Vicente sobre el episcopado perduraba después de los nombramientos. Muchos obispos acudían a él para consultarle dudas, exponerle problemas, pedirle consejos, solicitar recomendaciones. Apenas si queda obispo de la época que no haya tenido relaciones epistolares o personales con Vicente. Este les contestaba siempre con tacto y miramiento.
A las grandes órdenes (como los benedictinos de San Mauro, los canónigos regulares de San Agustín, los religiosos de Grandmont, los dominicos, los cistercienses) hay que añadir los conventos y monasterios particulares, especialmente los femeninos, en los que Vicente trabajó día a día por la elección de buenas prioras y abadesas, la supresión de escándalos, la eliminación de abusos y la reimplantación de la primitiva observancia.


"LA CRUZ MÁS PESADA QUE TENGO: LAS HIJAS DE SANTA MARÍA"

Desde 1622 hasta 1660, es decir, por espacio de treinta y ocho años, Vicente fue el superior eclesiástico del primer monasterio de la Visitación en París y de los tres fundados posteriormente.
Las tareas del superior eran múltiples. Le correspondía presidir el capítulo mensual, pasar la visita canónica, dirigir las pláticas o conferencias espirituales, asistir a las elecciones, profesiones y tomas de hábito, celebrar las solemnidades de la Orden, nombrar a los confesores, aceptar las nuevas fundaciones y nombrar a las religiosas que habían de constituirlas.
El conocimiento íntimo que Vicente tenía de Francisco de Sales y Juana de Chantal le permitió mantener vivo en las hijas el espíritu de los fundadores.
Sin embargo, Vicente se sentía incómodo en aquel cargo, porque las Reglas prohibían a los misioneros la dirección de religiosas. Vicente temía dar mal ejemplo a la compañía y se excusaba con la obediencia debida a las autoridades eclesiásticas:
"Es verdad que, por lo que a mí respecta, estoy haciendo lo contrario, ya que estoy encargado de las hijas de Santa María, pero hay que saber que tenía ese cargo antes de que existiera la Misión, ya que me lo impuso el bienaventurado Obispo de Ginebra, o, mejor dicho, la divina Providencia, para castigo mío, pues se trata de una cruz para mí, y la más pesada que tengo, pero que tengo obligación de llevar después de haber hecho muchos esfuerzos por librarme de ella" [S.V.P. VII p. 200: ES p. 176.]

Además de éste y otros cargos Vicente:
Ø Era superior de la Congregación de la Misión y de su casa-madre de San Lázaro,
Ø Superior de la Compañía de las Hijas de la Caridad,
Ø Capellán real de las galeras,
Ø Superior de los monasterios de la Visitación de París,
Ø Director de las damas de la Caridad,
Ø Presidente de las conferencias de los martes,
Ø Organizador y director de las cofradías de la caridad.
Y aunando a todo esto como miembro del Consejo de Conciencia estaba encargado de:
Ø La represión de blasfemia (apoyado por “el pobre sacerdote”, el P. Claudio Bernard).
Ø Refrenar el duelo (combatido enérgicamente por la compañía del Santísimo Sacramento)
Ø La lucha contra la publicación de libros perniciosos.
Ø Y la lucha contra el jansenismo.
Con todo cabe señalar que la entrada de Vicente en el Consejo de Conciencia es la culminación lógica de su vocación reformadora. La Misión y la Caridad, los dos cauces de una misma llamada a la transformación interior de la Iglesia de Francia, desembocaron necesariamente en el cambio de estructuras y de las personas que las encarnaban: cambio del clero, que no sería posible si no llegaba al estrato dirigente, es decir, al episcopado. Los contemporáneos de Vicente, empezando por Ana de Austria, lo comprendieron así. Por eso pusieron en sus manos los medios de culminar la obra. Como consejero real para los asuntos eclesiásticos, tuvo en sus manos el poder de operar la transformación, pero no la transformación política, sino la religiosa y caritativa. En 1644, él declaraba que sus intervenciones en el Consejo se limitaban exclusivamente a los asuntos relativos a la religión y a los pobres.

CAPITULO XXXIV.- El Sr. Vicente, en la, política: La Fronda.




UNA REVOLUCIÓN SIN PRECEDENTES
En 1648 todo hacía pensar que la “pesadilla” para Francia había concluido. No era así. Justamente entonces surgió una inesperada complicación interior: «la guerra civil», o mejor dicho, una serie de guerras civiles conocidas con el nombre de la Fronda.
Collet, biógrafo de Vicente, hace a MAZARINO el principal culpable de la Fronda: “Un italiano que se encontraba al frente de los asuntos de Estado y que por su astucia se había hecho indispensable a una reina desconocedora de su propio talento, fue en parte el motivo y en parte el pretexto de una revolución sin precedentes. Sin embargo, las cosas fueron mucho más complicadas.
LA FRONDA se encuadra en un clima general de rebeliones y revoluciones europeas, que afectaron casi simultáneamente a
a) Inglaterra (Carlos I)
b) España (Revueltas de Portugal, Cataluña y Nápoles)
c) Holanda (Guillermo II)
d) Suecia (Reina Cristiana)
e) Ucrania (Jmelnitski)
Cada uno tuvo caracteres propios y desenlaces muy diferentes. LA FRONDA fue la expresión de una sociedad y un Estado en profunda crisis.
CAUSAS

a) La guerra exterior, que imponía cargas mayores de impuestos, amenazando en convertir a una «monarquía tradicional» en una dictadura.
b) La recesión económica, la adversa meteorología y las recurrentes epidemias, agravando la situación de la población empobrecida.
RESULTADO

Un estado de inquietud permanente, traducido en revueltas campesinas cada vez más frecuentes. Entre 1623 y 1648 no podemos descartar ningún año en las que aparecieron constantes sublevaciones campesinas.
CUESTIONES POLÍTICAS:
La política: La política de Mazarino, continuadora de la de Richelieu subordinaba toda la grandeza del Estado, como una marcha hacia la monarquía absoluta. La burguesía parlamentaria y los príncipes veían en esto una violación permanente de las normas por las que se había gobernado contra sus intereses y su influencia social.
- Burgueses y príncipes defendían un política tradicional y rechazaban las innovaciones políticas desfavorables.
- El Parlamento de París, y otros parlamentos provinciales justificaron su rebelión instaurando las bases para un programa revolucionario: un movimiento de las minorías en relación al poder real desde el ideal feudal de vasallaje voluntario, en el que cada hombre libre elige su propio señor. Y no la «sumisión» ciega al Estado. Este movimiento parlamentario estaba secundado por el pueblo.
- La rebelión no cortó la sociedad francesa horizontal, sino verticalmente. Hubo nobles frondistas y antifrondistas; bandos a favor de Mazarino y otros bandos en contra. Por eso podemos decir, que la FRONDA NO FUE UNA LUCHA DE CLASES, y la mayoría de los habitantes del reino permaneció fiel al rey y al Estado.
- Su grito de guerra fue: ¡Viva el rey y muera el mal gobierno!.
CRÓNICA DE LOS SUCESOS
Etapas: La Fronda puede dividirse en 2 etapas:
a) La Fronda parlamentaria (1648-1649)
b) La Fronda de los príncipes (1651-1653)
a) La fronda parlamentaria: Empezó en 1648, cuando Mazarino es detenido por dos consejeros populares: Broussel y Blancmesnil. Su petición: Hacer valer el poder del Parlamento. Sin embargo, los detenidos fueron los consejeros del parlamento, lo que ocasionó que el pueblo se lanzara a las calles de París. El representante de este moviento: el arzobispo coadjutos, Juan Francisco Pablo de Gondi. Consecuencias: Las calles de París se llenaron de barricadas y la familia real se retiró a Saint Germain. Pero la «efervescencia popular» no cesó, y el descontento contra Mazarino fue en aumento y la situación de la familia real se hizo insostenible. La corte real tuvo que huir de nuevo a Saint German y se confió la capital de París a Condé. La resistencia se reorganizó…y al cabo de 2 meses los parisienses pidieron negociaciones, quedando acentadaas en la «concordia de Rueil. La fronda parlamentaria había terminado.
b) La fronda de los príncipes. Los años 1649 y 1650 fue una maraña de telarañas de alianzas hechas y deshechas. Mazarino y Condé se enemistaron. Gondi entabló relación con los dos. El pueblo era sólo un instrumento y una comparsa. Los tres protagonistas: Mazarino, Condé y Gondi y el Parlamento, acabaron por aliarse contra Mazarino. Mazarino ordinó la detención de Condé, y así estalló la segunda Fronda.
- Las intrigas contra Mazarino continuaron
- El Parlamento consiguió de la reina la puesta en libertad de los príncipes y el destierro de Mazarino. Mazarino siguió dirigiendo a distancia el corazón y el gobierno de Ana de Austria. El rey, Luis XIV alcanzaba la mayoría de edad.
- La guerra civil ardía en todo el paí, complicada con la guerra exterior.
- Condé, se alía con los españoles. Lo que provocó disidencias en su bando.
- Mazarino, ante el creciente descontento popular contra Condé, regresó a Francia con un ejército mercenario de 7.000 hombres. El horror volvió a Paris.
- El odio del pueblo aumentó contra Mazarino, su ministro.
- Dentro de la capital, la situación empeoró: escases de alimentos, hambre, pillaje y una multitud enloquecida…asaltando el ayuntamiento y con deseo de linchar a los aliados de Mazarino.
- El rey Luis XIV prometió una amnistía a condición de que los jefes frondistas abandonaran París. Cumplidas estas exigencias reales, los monarcas hacían su entrada triunfal en medio de las aclamaciones de la población hasta entonces rebeldes. La fronda había concluido.
LA FRONDA tomó su nombre de las hondas con que los golfillos (=rufianes) de París reñían sus batallas callejeras y se enfrentaban a los corchetes (= contrarios, detractores). En conclusión: nada pudo ya cerrar el paso al advenimiento del absolutismo monárquico.
“HAY QUE SEGUIR CON LAS LIMOSNAS”
Vicente y sus dos casas de San Lázaro y Bons Enfants sufrieron las consecuencias de este movimiento revolucionario:
- La casa fue ocupada. 600 soldados ocuparon las instalaciones de San Lázaro durante 3 días, llevándose las reservas de trigo, buscaron en ella tesoros imaginarios, echaron fuego a la leña…EL P. Lambert se quejó ante el Parlamento, pero ya era demasiado tarde. Vicente estaba ausente en estos desmanes.
- Vicente pidió un préstamo para que las limosnas y la caridad continuara: la necesidad de San Lázaro era grande, y no menos era la del pueblo. La comunidad se vio obligada a comer pan de centeno y, al terminarse, continuó con el de avena.
“HEMOS PASADO MÁS MIEDO QUE OTRA COSA”
La SEGUNDA FRONDA provocó dolores de cabeza a Vicente:
- Los centinelas le obligaron a bajar de su carroza entre gritos, golpes y amenazas
- La batalla tocó a las puertas de San Lázaro: “Tuvimos ayer un poco de jaleo por estos barrios”.
- 8 Soldado, por iniciativa persona, saquearon el seminario de San Carlos. Se llevaron dinero, entraron a las habitaciones, forzaron cofres y armarios y se llevaron lo que se les antojaba. Pero 2 hombres de la guardia real les obligaron abandonar el botín. Por órdenes de Vicente la casa fue resguardada por un destacamento de hombres armados, pero en adelante no se volvió a repetir el incidente.
- Las pérdidas materiales de San Lázaro fueron muy graves: no se podían cobrar impuestos; las pérdidas en las cosechas eran totales…Sin embargo, mucha gente lo pasaba peor: los pobres que no saben adónde ir ni qué hacer, que están sufriendo, que cada día son más: ése es mi peso y mi dolor.
“ECHENSE AL MAR Y SE CALMARÁ LA TEMPESTAD”
Las guerras movieron a Vicente a hacer algo: Ahí se encuentra la única razón de ser de lo que a veces se llama la acción política de Vicente de Paúl. Su preocupación exclusiva era mitigar los sufrimientos de los pobres.
- La corte había huido de París (a Saint Germain).
- Vicente emprendió el mismo camino como embajador de ambos bandos. ¿Para qué? Pedir la retirada a Mazarino como condición para la pacificación. Acompañado por un hermano, abandonó de madrugada su casa de San Lázaro y se dirigió a Saint Germain. El viaje fue rico en incidentes: Al pasar por Clichy, los buenos campesinos querían lincharlo. El hermano Ducourneau…se echó a temblar de miedo. Pero Vicente fue reconocido y les dejaron proseguir su camino.
- En Neuilly…le aconsejaron que no cruzara el río, estaba crecido. Pero, Vicente, como buen jinete, lo atravesó sin peligro. En ese transcurso fue comprendiendo lo delicado de su misión. Cuando se le abrieron las puertas de la cámara real, entró dispuesto a todo. Habló con la reina (Ana de Austria), con Mazarino…. La conversación con el cardenal fue larga. Vicente echó mano de sus mejores dotes de persuasión…Pero no consiguió nada: “Nunca me ha dado buen resultado un discurso áspero; para conmover los espíritus es necesario no herir los corazones”, dijo, refiriéndose al tono que había empleado en su entrevista con la reina.
“PARTÍ CON UN REBAÑO DE 240 OVEJAS”

Fracasada su misión en la corte, Vicente hizo nuevos planes. Por el momento no podía regresar a Paris, por lo que aprovechó para visitar las casas de la CM:
- En dicho viaje recordó con nostalgia sus tiempos de pastor. Ayudó a reunir las 240 ovejas extraviadas (dispensadas por el ajetreo de la guerra). A 70 años no había olvidado el oficio, por los caminos, llenos de nieve las fue guiando desde lo alto de su caballo, como en otros tiempos.
- Continuo hacia Le Mans, Angers, Rennes, Saint Méen, Nantes y Lucon: En dicho viaje lleg{o a caerse al río y estuvo a punto de ahogarse a no ser por un misionero que lo rescato; estuvo a punto de caerse a un molino; un frondista casi le da un tiro …
- Los magistrados de la ciudad obligaron a Vicente a cambiar sus planes de viaje…En eso, se sintió enfermo. Todo el mundo se alarmó. De san Lázaro enviaron a un enfermero, el hermano Alejandro Veronne, que sabía mejor que nadie cómo cuidarle. Luisa de Marillac le escribió llena de preocupación. La duquesa de Aiguillon le mandó su carroza que le había regalado para ser trasladado…Por fin regresó a Paris, pero mandó devolver la carroza. No le duró mucho el gusto, pues se la regresaron con órdenes más estrictas. El la llamaba siempre: “su ignominia”.
“LE HABLÉ AYER A LA REINA”
Durante la segunda Fronda, la de los príncipes, la intervención de Vicente a favor de la paz fue más activa, aún que en la primera. Su amistad con personajes de todos los bandos y la singularidad de su posición como hombre puramente religioso, sin intereses ni ambiciones políticas, le señalaban como mediador entre unos y otros.
Las lagunas en la documentación no nos permiten reconstruir todos los pasos de las negociaciones, pero los textos que se conservan nos permiten adivinar las grandes líneas de sus gestiones:
- Vicente es informante de Mazarino: Se entrevista con Ana de Austria, con el duque de Orleáns, con Condé, …En sustancia: el rey pedía la plena sumisión de París y el reconocimiento por los príncipes de la recta actuación del cardenal.
- Vicente seguía manteniendo contactos con todos los beligerantes.
- Vicente pide al papa que medie en la contienda.
“NO TIENE IMPORTANCIA QUE REGRESÉIS ANTES O DESPUÉS”
La Fronda, sin embargo, se aproximaba a su desenlace. Dos días después de la carta de Vicente al papa. Luis XIV invitaba a Mazarino a retirarse de su reino. Vicente escribe a Mazarino, que no entre juntamente con la reina y el rey, sino que espere su turno. Mazarino se retiró temporalmente y los reyes volvieron sin él a Paris. Vicente presenció la entrada triunfal de sus Majestades. Vicente había sido, en alguna medida, artífice de aquel final feliz
Poco antes de la entrada de los reyes, Vicente dejó de formar parte del Consejo de Conciencia. Tal interpretación obedece al prejuicio de ver a Vicente como adversario constante de Mazarino, pero no correspondía a la realidad. Lo más probable es que Vicente había entrado en el Consejo en función de su cargo de confesor de la reina. Declarada la mayoría de edad del rey, el oficio correspondía al confesor de éste. En efecto, fueron los jesuitas. Éstos ocuparon el lugar de éste. Por otra parte, a sus setenta y dos años, Vicente, aunque todavía lúcido y enérgico, era un anciano cuyo relevo se imponía a los ojos de las generaciones más jóvenes. Mazarino, ya afianzado de nuevo en el poder, no necesitaba los favores de Vicente.
Repasando todas las actuaciones de Vicente en el resbaladizo terreno de la política, se impone la conclusión que ninguna de ellas obedeció a motivaciones partidistas. Su único partido fue, en todo momento, “el partido de Dios y el partido de la caridad”. En sentido estricto, nunca fue un político.

CAPÍTULO XXXV.- Otra vez la guerra: Picardía, Champaña, isla de Francia.



"Guerra por todas partes, miseria por todas partes"

La guerra alertaba, ante todo, el espíritu religioso de Vicente. La veía como un mal permitido por el cielo para castigar los pecados de los hombres. Los misioneros, por su negligencia y sus omisiones, eran también culpables de que los pobres sufrieran por su ignorancia y sus pecados. En junio de 1652, para secundar las rogativas y penitencias en favor de la paz ordenadas por el arzobispo de París dispuso que ayunaran diariamente dos sacerdotes o clérigos y dos hermanos. Él mismo lo hacía así cuando le tocaba su turno. La práctica se prolongó durante nueve años, hasta la firma de la paz de los Pirineos. Las exhortaciones a la oración. Vicente se las hacia también a las damas e Hijas de la Caridad y a todas las personas devotas que conocía.


Movilización universal

La oración era sólo el comienzo. Vicente se aprestó en el acto a montar y poner en movimiento la máquina caritativa. Su primer paso fue convocar a las damas de la Caridad. La primera remesa de auxilios salió de París el 15 de julio de 1650. De todas partes surgieron iniciativas para hacer frente a la tragedia. Los jansenistas de Port Royal y la compañía del Santísimo Sacramento comprometieron en el movimiento a sus socios o simpatizantes. Vicente no iba a estar solo. Su grandeza consistió en coordinar y organizar aquel torrente caritativo, sin tener en cuenta la procedencia de los socorros ni los móviles o la ideología de quienes los proporcionaban.


Otra vez la propaganda

Lo primero era organizar la propaganda. Se imprimieron hojitas volantes que se repartían por todo París. En ellas se indicaban los lugares donde debían depositarse las limosnas. Todo esto puede parecer obvio en una época que ha conocido campañas de alcance mundial en favor de damnificados de toda especie. En la Francia del siglo XVII era una novedad. Es mérito de Vicente de Paúl haber inventado el sistema.

La redacción de las hojitas fue confiada a Carlos Maignart de Bernières (1616-1662), ex funcionario del Parlamento, que había renunciado a su cargo para consagrarse al servicio de los desgraciados.
· Port Royal no fue obstáculo para que Vicente y él trabajaran juntos.
· Bernières seleccionaba las cartas dirigidas a Vicente por los misioneros.
Cada Relación constaba, por lo general, de ocho páginas y la tirada solía ser de 4.000 ejemplares. Su periodicidad varió bastante. Desde septiembre del 50 a febrero del 51 fue mensual. Luego se espació. El éxito de las Relaciones fue grande. Las limosnas afluyeron con generosidad. Los donativos en especie o en metálico se recogían en todas las parroquias de París y en el domicilio de las más significadas damas de la Caridad, las señoras de Lamoignon, Herse, Traversay, Viole, etc. Otras sumas eran recaudadas directamente por las damas, por caballeros caritativos y por Vicente en persona. Entre 1650 y 1652, alcanzó las 16.000 libras. La administración y reparto de las limosnas corría a cargo de las damas, que celebraban a este efecto reuniones semanales. En ellas se leían los informes.

"El hermano Juan Parre está encargado de distribuir las limosnas"

La asistencia inmediata a los pobres y el reparto de limosnas incumbía a los misioneros. A los dos enviados inicialmente se fueron añadiendo otros, hasta alcanzar en marzo de 1651 la cifra de dieciocho entre padres y hermanos. Siguiendo a Abelly, se pueden calcular en más de 200 las localidades atendidas y visitadas por los enviados de Vicente. Al frente de todos, coordinando el trabajo e inspeccionando su ejecución, figuraba un "visitador", que en 1651-1652 fue el P. Berthe.

Los misioneros permanecieron ininterrumpidamente en Picardía y Champaña desde julio de 1650 a agosto de 1652. En esta fecha, un respiro en las acciones bélicas permitió la retirada de los misioneros e hizo suponer que la pesadilla estaba próxima a su fin. Pero el "reposo" duró poco. En enero de 1653, la situación empeoró de nuevo.

Los misioneros acudieron otra vez en menor número que antes. Al frente iba esta vez el P. Alméras, ya que el P. Berthe había sido destinado, en el intermedio, a la casa de Roma para gestionar ante la Santa Sede la aprobación de los votos. Alméras estuvo en Picardía Champaña hasta mayo de 1654. Después de la marcha de Alméras y Juan Parre, que fue el hombre de confianza para Picardía Champaña.

Las ayudas a Picardía y Champaña se prolongaron, aunque con menos intensidad que los años anteriores, hasta 1659. Las Hijas de la Caridad secundaron eficazmente la labor de los misioneros.


"Revista general"

La situación general puede resumirse de este modo: las campañas militares, con su inseparable acompañamiento de extorsiones, violencias, incendios, tala de cosechas, sacrilegios, crueldades y abusos de todo género, habían empobrecido el país, privándolo de sus recursos naturales. Para huir del azote de las tropas, la población campesina en masa se refugió en las ciudades, pero éstas se encontraban mal provistas y nada equipadas para hacer frente a la avalancha. La consecuencia más palpable, fue el hambre, Por otra parte, el frío de unos inviernos excepcionalmente rigurosos, enfermedades, entradas de la roña, la necesidad, la disentería o las fiebres de todo tipo. La ausencia de medidas sanitarias agravaba la situación. El resultado global era la matanza; tan elevada en ciertos casos, que faltaban brazos para enterrar los cadáveres, con lo que los focos de infección se multiplicaban.


Sopa, vestidos, medicinas, herramientas, sepulturas

La asistencia se organizó de modo parecido a lo hecho en Lorena. El socorro básico era el potaje, cuya distribución diaria en puestos señalados de antemano corría a cargo tanto de los propios misioneros como de piadosos voluntarios, de las Hijas de la Caridad

Existían diversas recetas para la elaboración de los guisos, cuyos ingredientes ordinarios eran pan, carne y verduras.

Los auxilios médicos eran una parte importante de los socorros aportados por los misioneros. Para la disentería se utilizaban unos polvos que hacían verdaderos milagros. Donde les era posible, las Hijas de la Caridad aplicaban el remedio más común de la época, las sangrías. Para combatir el frío se repartían ropa de cama y vestidos.

Otra necesidad atendida fueron los objetos de culto. Las profanaciones de iglesias habían sido muchas, ya por odio a la religión por parte de soldados protestantes (los había en uno y otro bando), ya por envidia de los vasos sagrados:

"Las iglesias han sido profanadas; el Santísimo Sacramento, pisoteado; los cálices y copones, robados; las pilas bautismales, destrozadas; los ornamentos, desgarrados; de manera que sólo en esta pequeña comarca hay más de veinticinco iglesias en donde no se puede celebrar la santa misa"

En las regiones relativamente apaciguadas se repartían herramientas para diversos oficios, herramientas de labranza y grano para la siembra.

El entierro de los muertos era tan necesario como el alivio de los vivos. El trabajo era tanto más urgente cuanto que con ello no sólo se practicaba un acto de misericordia, sino que se eliminaban focos de contagio. No se distinguía entre civiles y soldados ni entre amigos y enemigos.

Fueron numerosas las jóvenes salvadas del peligro de perder su virtud, los huérfanos recogidos, las religiosas ayudadas a sobrevivir, los sacerdotes a quienes periódicas ayudas en recio permitieron salvarse del hambre y proseguir el ejercicio de su ministerio...


"Vosotras vais a la guerra para reparar los daños"

Las Hijas de la Caridad, además de ayudar a los misioneros, iniciaron otro trabajo, insólito en la época y llamado a un futuro esplendoroso: la asistencia sanitaria en los hospitales militares. Vicente las animaba con sus cartas y conferencias, creando para ellas la espiritualidad exigida por las circunstancias.


"Padre de la patria"

La gratitud de los desgraciados socorridos se hizo patente a los donantes parisienses, y en particular a Vicente de Paúl. Las Relaciones aluden a ello con frecuencia:
"No sabemos cómo manifestaros el agradecimiento de nuestros pobres para con sus bienhechores; con las manos elevadas al cielo rezan por su prosperidad, pidiendo la vida eterna para quienes le han salvado la temporal". "No podemos describir el eco que vuestra caridad despierta en toda la frontera; no se habla de otra cosa; los pobres curados con estas ayudas claman al cielo por sus bienhechores".
Vicente de Paúl en particular recibió los más expresivos mensajes de autoridades y particulares. Los concejales de Rethel, de quienes se conservan siete cartas; los lugartenientes generales de San Quintín y Rethel, el bailío y el cabildo de Reims, los párrocos de muchos pueblos, manifestaron expresivamente su agradecimiento. El más elocuente fue el lugarteniente de San Quintín:


Balance incompleto

El mejor resumen de las obras de misericordia y asistencia realizadas por Vicente de Paúl en favor de Picardía y Champaña fue hecho por él mismo al rendir cuentas de los gastos ante la asamblea general de las damas de la Caridad celebrada el 11 de julio de 1657.
"Desde el 15 de julio de 1650 hasta la última asamblea general, se han enviado y repartido a los pobres 348.000 libras, y desde la última asamblea general hasta hoy, 19.500 libras, que es poco en comparación con los años anteriores.
No se incluyen los vestidos, tela, mantas, camisas, albas, casullas, misales, copones, etc., que, de calcularse, subirían a sumas considerables. Sin embargo, todavía quedan casi 80 iglesias en ruinas y la pobre gente se ve obligada a ir muy lejos en busca de una misa. Esta es la situación actual. Gracias a la providencia que Dios tiene sobre la compañía, hemos empezado a trabajar en ello".


La reacción de París

La cercanía de los acontecimientos, y lo que París sufría en su propia carne, convirtieron en universal el movimiento de ayuda. No sólo Vicente de Paúl, sino todas las órdenes religiosas, todos los estamentos civiles y eclesiásticos, las asociaciones piadosas, los gremios de comerciantes y artesanos y los particulares colaboraron en el alivio de la catástrofe.


El almacén de la caridad, "esa santa economía"

La organización de la ayuda se centralizó en una institución denominada "almacén caritativo", debida a la iniciativa de Cristóbal du Plessis, barón de Montbard (1672).
· Casa de la señora de Bretonvilliers,
· Isla de San Luis, en el palacio de Mandosse.
· La asistencia directa a los damnificados y el reparto de socorros se confió a los religiosos. Corbeil, a los capuchinos; VilleneuveSaintGeorges, primero a los sacerdotes de Saint Nicolas du Chardonnet y luego a los jesuitas; Brie, a los picpusianos; Tournan, a los carmelitas descalzos; Gonesse y Luzarches, a los dominicos reformados; Mont Valérien, a los sacerdotes del P. Charpentier; Saint Denis, a los recoletos.
"Así quiere Dios que participemos en tan santas empresas"
Durante los meses más duros de la guerra, mayo y julio de 1652, intensificó toda clase de obras de misericordia. En la casa de San Lázaro se repartía potaje dos veces al día a cerca de 800 pobres, a los cuales se les predicaba, después de la comida, una pequeña misión.
"En Étampes hay demasiados pobres"
En las zonas del campo confiadas a los misioneros, el trabajo fue todavía más agotador. Étampes fue una de las zonas más castigadas. En enero de 1053 se decía:
Lo peor de Étampes era la enorme mortandad causada por los repetidos asedios y las epidemias. Las calles estaban llenas de cadáveres de hombres y animales en lamentable mezcolanza. La epidemia se cobró pronto víctimas entre los mismos misioneros.
"Una carreta de tres caballos"
Cosa parecida ocurrió en Palaiseau, atendido también por Vicente además de los distritos que le correspondían. Los cinco primeros misioneros cayeron enfermos y hubo que reexpedirlos a San Lázaro.
Vicente proveyó por su cuenta a las necesidades del pueblecito. Todas las mañanas salía de San Lázaro una carreta cargada de víveres que regresaba vacía al atardecer. La repetición del hecho suscitó la curiosidad de los centinelas de las puertas de París.
"Para los pobres no hay que ahorrar nada"
Es empeño inútil intentar calcular con exactitud, y ni siquiera con aproximación, las sumas de dinero y víveres gastadas por Vicente de Paúl durante más de veinte años de continua asistencia a las regiones devastadas. Tampoco es lo más importante. Vicente, tan cauto para asegurar las bases económicas de sus fundaciones, despilfarraba sus bienes para el servicio del prójimo. En su conducta y en su doctrina era literalmente verdadera la máxima de que el dinero de la compañía era el dinero de los pobres. "No ahorre nada para salvar la vida de los pobres enfermos".

CAPÍTULO XXXVI.- Vicente de Paúl frente a Jansenio



GENERACIONES DIVIDIDAS

La reforma preconizada por Vicente de Paúl para la Iglesia francesa pasaba por una vuelta decidida a los pobres y, simultáneamente, por una vigorosa acción de mejoramiento del clero. Era una reforma en y para la caridad. Junto a la línea vicenciana, otras líneas reformistas ponían el acento en diferentes valores de la común herencia cristiana. No faltaron choques entre unas y otras tendencias.


JUAN DUVERGIER DE HAURANNE, ABAD DE SAINT CYRAN

Los hombres de la generación de Vicente habían empezado por encontrarse unidos en el común afán renovador, e incluso por lazos de amistad personal, en uno u otro momento de sus respectivas carreras. Sólo poco a poco se fueron distanciando entre sí, hasta producirse una fractura que dividió el compacto grupo inicial en dos bloques antagónicos. Paradigmático es, en ese sentido, el caso de Vicente de Paúl y Juan Duvergier de Hauranne, abad de Saint Cyran. Ambos se habían conocido e intimado en 1624, cuando se hallaban en los comienzos de su actuación pública. Los dos habían sufrido su proceso de conversión hacia la misma época y, en parte al menos, bajo el mismo maestro. Pero la trayectoria humana, intelectual y religiosa de Duvergier era muy diferente de la de Vicente de Paúl.

Saint Cyran era, por temperamento y formación, un polemista. Desde muy joven tomó parte activa en controversias intelectuales. Atacó demoledoramente al jesuita P. Garasse; sostuvo los derechos del clero secular frente a los religiosos en el conflicto del vicario apostólico en Inglaterra, el beruliano R. Smith, con los jesuitas E. Knott y J. Floyd, en un libro publicado bajo el pseudonómico de Petrus Aurelius; defendió la obra capital de Bérulle, las Grandezas de Jesús, de las acusaciones de iluminismo; sostuvo al fundador del Oratorio en su pleito con los carmelitas; luchó contra la introducción de los votos en la Congregación de Bérulle a la muerte de éste; hizo la apología del Chapelet sécret, obra de muy dudosa ortodoxia publicada por la madre Angélica, abadesa de Port Royal. La actividad polémica convirtió a Saint Cyran en hombre de partido.

Su celo por la reforma de la Iglesia le llevaba a exagerar los defectos de ésta. La defensa, en línea muy beruliana, de la supremacía del sacerdocio le hacía incurrir en ataques no sólo a la conducta de los religiosos particulares, sino a la condición religiosa en sí misma y al valor santificador de los votos. Una visión muy exigente de la pureza necesaria para comparecer ante la Majestad divina - otra idea heredada de Bérulle - le inclinaba hacia un rigorismo moral no exento de exageraciones. El profundo conocimiento de San Agustín le conducía insensiblemente a una visión pesimista de la naturaleza humana y a una exaltación correlativa del poder de la gracia, infravalorando la cooperación de la criatura a su propia santificación.

TEMAS Y ETAPAS

En las relaciones de San Vicente con el jansenismo es preciso distinguir los siguientes temas y etapas, no del todo separadas cronológicamente:
a. Las relaciones con Saint Cyran desde la amistad inicial a la ruptura y a la muerte del abad (1624-1643).
Los dos pertenecían inicialmente al círculo beruliano y compartían el mismo deseo de purificar y mejorar la Iglesia. Saint Cyran prestó a Vicente una ayuda muy valiosa en varias empresas, como la aprobación pontificia de la Congregación de la Misión y la adquisición de San Lázaro.

Alrededor de 1634, la amistad empezó a enfriarse. Vicente se negó a hospedar a Saint Cyran en el colegio de Bons Enfants cuando el abad tuvo que abandonar el claustro de Notre Dame.

Vicente desconfiaba de la espiritualidad demasiado teorizante de su antiguo amigo. Su temperamento realista, su vocación a la vida activa, su formación bajo la guía práctica de San Francisco de Sales y Andrés Duval le habían hecho participar en la reacción antimística perceptible en los círculos espirituales franceses.

Las tesis de Saint Cyran chocaban con valores básicos de la orientación vital de Vicente. Su rigorismo penitencial - exigencia de la contrición y del cumplimiento de la penitencia antes de la absolución - era incompatible con el trabajo misionero y la práctica de las confesiones generales. Su desvalorización de los votos religiosos contradecía la necesidad intuida por Vicente de asegurar con ellos la perseverancia y el ideal de vida de los misioneros. Su pesimismo sobre la naturaleza humana contrastaba con la visión vicenciana del pobre como imagen de Cristo.

Vicente le hizo cuatro reproches a Saint Cyran:
1.Su costumbre de diferir durante meses la absolución sacramental de los penitentes.
2.Pensar que Dios había decidido destruir a la Iglesia y que hacían mal los que intentaban conservarla.
3.Pensar que el concilio de Trento había cambiado la doctrina de la Iglesia.
4.Pensar que el justo no tiene más ley que los movimientos interiores de la gracia.

b. La controversia en torno a la comunión frecuente (1643-1646).
El escándalo jansenista propiamente dicho estalló en 1640, con la publicación de Lovaina de la primera edición del Augustinus, el libro póstumo de Jansenio. Este había fallecido en 1638 tras hacer declaración expresa de sumisión al juicio y autoridad de la Iglesia. Está, pues, fuera de toda duda la ortodoxia personal del obispo de Iprès. No resultaba, en cambio, tan evidente la de su libro, que pretendía ser la exposición de la auténtica doctrina católica sobre la gracia tal y como había sido enseñada por San Agustín contra los pelagianos.

Vicente de Paúl no intervino directamente en esta primera polémica jansenista hasta que apareció en 1643 el libro de Arnauld sobre la comunión titulado De la fréquente communion, escrito bajo la inspiración y con la ayuda de Saint Cyran. Tal obra era una obra erudita en que Arnauld, admitiendo como ideal el máximo acercamiento posible, cotidiano incluso, a la sagrada comunión reivindicaba el derecho de los fieles a renunciar temporalmente a la recepción de la eucaristía para intensificar los sentimientos interiores de indignidad y penitencia.

c. La lucha por la condenación del jansenismo (1643-1653).
El Augustinus estalló como una bomba en los ambientes teológicos y muchos hombres de buena voluntad y sólida formación teológica descubrieron en él herejías formales. La adhesión entusiasta que los discípulos de Saint Cyran prestaron a sus doctrinas, la defensa que emprendieron los más significados, estimulados al principio por su maestro; la constitución de un partido que no rechazó el título de jansenista, aunque ellos prefirieran llamarse discípulos de San Agustín, imprimieron al movimiento carácter de secta.

En las doctrinas de Jansenio culminaba toda una orientación espiritual, cuyos representantes más genuinos eran algunos de los iniciadores del movimiento reformista, pero haciéndole perder el sentido de las proporciones, como suele ser típico de todas las falsas reformas. Ideas originalmente aceptables eran extrapoladas fuera de su contexto. La humildad beruliana se convertía en imposibilidad de cumplir los mandamientos y de resistir a la gracia. El sentido de la soberana independencia de Dios se trocaba en negación de su voluntad de salvación para todos los hombres.

En San Lázaro, y bajo la égida de Vicente, se celebró en la primavera de 1648 una reunión del penitenciario Charton, el síndico Nicolás Cornet y los Dres. Pereyret y Coqueret. Juntos elaboraron las cinco proposiciones en que se resumía el sentido profundo del libro de Jansenio:
1. Algunos mandamientos de Dios son imposibles de observar por los justos, por más que quieran y se esfuercen en ello, dadas las fuerzas que poseen y por faltarles la gracia que se los haga posibles.
2. En el estado de naturaleza caída, no se resiste nunca a la gracia interior.
3. En el estado de naturaleza caída, para merecer o desmerecer no necesita el hombre la libertad que excluye la necesidad interna; basta la libertad que excluye la coacción física.
4. Los semipelagianos admitían la necesidad de la gracia interior previniente para todos los actos, incluso para el inicio de la fe; su herejía consistía en pretender que esa gracia era de tal naturaleza, que la voluntad podía obedecerla o resistirla.
5. Decir que Jesucristo murió o derramó su sangre por todos los hombres es semipelagiano

La aportación más valiosa de Vicente de Paúl fue volcar, en el platillo de la controversia opuesto a Jansenio y Saint Cyran, el peso de los más sinceros reformadores, salvando de este modo la ortodoxia del movimiento y desvelando el fundamental error y la inviabilidad de una reforma fuera de la Iglesia.

A los jansenistas no les cupo duda de la importancia decisiva de Vicente de Paúl en el fracaso de su movimiento.

d. Las controversias posteriores a la bula Cum occasione (1653-1660).Para Vicente, la bula zanjaba definitivamente las cuestiones debatidas. No quedaba otro camino que la aceptación plena de la sentencia. Pero no todo el mundo opinó de la misma manera. Casi desde el mismo momento de la publicación de la bula, los jansenistas recurrieron a la sutil distinción de la cuestión de hecho y la cuestión de derecho, que se seguiría agitando hasta muy entrado el siglo XVIII. Las batallas recomenzaron, agravadas por las intemperancias de lenguaje y el talento literario de algunos de los adalides. Es la época de las Provinciales de Pascal y las encendidas réplicas de los jesuitas. Pero aquélla ya no era la batalla de Vicente. Para él, todo había concluido con las palabras de Roma. Por otra parte, su cese en el Consejo de Conciencia, pocos meses antes de la publicación de la bula le exoneraba de sus más graves responsabilidades en los negocios eclesiásticos. Se limitó, pues, a preservar cuidadosamente del contagio a las Congregaciones que le estaban confiadas: misioneros, Hijas de la Caridad y religiosas de la Visitación, alejando de ellas el fragor de las controversias.

CAPITULO XXXVII.- Últimos logros, ultimas empresas.



En 1653, a los 72 años de edad, Vicente lleva a feliz término sus principales empresas.

- Deja el Consejo de Conciencia (1652)
- Paz de la Fronda (1653)
- Aprobación por el Arzobispo de París de las Reglas y votos de la CM.

Vicente se internaba con este panorama a una ancianidad penosa, pero no menos lúcida y laboriosa. No hubo para él jubilación ni retiro. Dedicó 7 años a la consolidación de sus fundaciones y a preparar el relevo, librando las últimas batallas.
CABOS SUELTOS

Las cuestiones pendientes eran:

- Aprobación de los votos por parte de la Santa Sede
- Impresión de las Reglas
- Aprobación eclesiástica y reconocimiento civil de las HC

Entre 1653 y 1660 Vicente logra estos objetivos:

- Ex commissa nobis (1655): Aprobación de los votos.
- Reglas impresas (1658)
- Aprobación episcopal de las HC (1655)
- Reglamento de las damas (ya al borde de la muerte, 1660).

Todas las instituciones creadas por Vicente podían afrontar con tranquilidad la desaparición de su fundador y enfrentar el futuro con esperanza. Sus instituciones estaban equipadas para perdurar.

“LEÍMOS EL BREVE DE LOS VOTOS EN LATÍN Y EN FRANCÉS”

Vicente quiso rodear de solemnidad los actos en que se dieron a conocer el breve de los votos y las Reglas comunes. Para ello, Vicente dio una conferencia en la cual hizo memoria de la historia y expresaba: “…les pregunté a todos si les parecía bien aceptarlo…todos firmaron un acta…Y todo ello fue legitimado por dos notarios”. El 25 de enero de 1656, aniversario del nacimiento de la compañía, sacerdotes, clérigos y hermanos de San Lázaro renovaron juntos sus votos para acomodarse a las nuevas disposiciones.

“¿ESTARÉ SOÑANDO? ¡DAR YO UNAS REGLAS!”

Se encomendó al hermano Ducourneau dar cuenta de los acontecimientos los asistentes del superior general (entre ellos, el P. Almerás):

- Sentimientos de despedida y testamento: “¡Oh Salvador! ¡Oh padres! ¿Estaré durmiendo? ¿Estaré soñando?¡Dar yo unas Reglas! No sé que hemos hecho para llegar a este punto…” (p. 631).
- Comparación con el discurso del Señor en la última cena, recordándoles a sus apóstoles la primacía del mandamiento de amor y caridad;
- Evocación y comparación con la figura de Moisés entregando la ley al pueblo.
- Lanzar la compañía al futuro, etc.
“VENGA USTED, P. PORTAIL”

Sólo faltaba distribuir los ejemplares. Invocó la bendición del Altísimo: “¡Oh Señor!...Concede…tu bendición a este libro y acompáñale la unción de tu espíritu para que opere en las almas de cuantos lo lean…” (p. 632).

La emoción se desbordó al empezar el reparto:

- Vicente llamaba por su nombre a cada misionero. Empezó por el más antiguo, su compañero desde los días de Clichy y la casa de los Gondi, de los tiempos heroicos de Bons Enfants: ¡Venga, P. Portail; venga usted, que ha soportado siempre mis debilidades! ¡Que Dios le bendiga!

- Vicente continuó con los PP. Almeras, Becu, Gicquel, que eran los más cercanos;

- Uno a uno se arrodillaban ante el Fundador, recibían el libro, lo besaban. Así fueron pasando todos los misioneros. Muchos no pudieron contener las lágrimas. A los estudiantes se les entregó después, lo mismo que a los hermanos. Al finalizar, el P. Almeras pidió a Vicente su bendición: “Con esta confianza y en tu nombre, yo, pecador y miserable, pronunciaré las palabras de la bendición: Benedictio Dei omnipotentis descendat super vos et maneat Semper, in nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Amen”.

Era el 17 de mayo de 1658. Se cerraba un largo capítulo de la historia de la CM y de la vida de Vicente. Este dedicaría las conferencias de los últimos años de su vida a explicar y comentar el texto de las Reglas, tanto a los misioneros como a las HC. Esas pláticas condensan definitivamente su pensamiento y constituyen su verdadero testamento.

“HEMOS GANADO MUCHO CON ESA PÉRDIDA”

Vicente no sólo se ocupó de los espiritual; fue necesario dejar en regla las cuestiones económicas:

- Obtuvo de Roma la bula que anexionaba a San Lázaro a la CM

- Obtención de la casa propia de los misioneros en Roma (una finca de Montecitorio comprada al cardenal Bagno).

Pero no todo fueron satisfacciones.

- En 1658, Vicente sufrió la pérdida económica más significativa desde la fundación de la CM. Una finca, en Orsigny, que después de ser puesta en usufructo a los misioneros. A la muerte de los herederos y a causa de los saqueos a que fue sometida por las tropas de la Fronda, bastaron para que los herederos exigieran su derecho sobre dicha propiedad.

- Vicente entró en pleito, contratando 8 abogados, pero de nada sirvió, ya que perdió el litigio. Contribuyó para ello la poca simpatía de los filojansenistas y circunstancias de la época.

Esta pérdida hizo brotar en Vicente la inspiración para dar razón del desprendimiento y de la aceptación de los contratiempos como una prueba de virtud que Dios permitió vivir a la CM: “Hemos ganado mucho con esta pérdida…pues Dios nos ha quitado con esa finca, la satisfacción…el deleite…dulce veneno que mata, como un fuego que quema y destruye. Y ya estamos libres de este peligro por la misericordia de Dios…su divina bondad nos quiere también elevar a una mayor confianza en su providencia…” (p. 635).

Uno de los frutos que dieron estos episodios fue: “No pleitear nunca…sin haber intentado todos los caminos imaginables para ponernos de acuerdo, a no ser que el buen derecho sea totalmente claro y evidente…” (p.636).

La sentencia sobre esta finca fue impugnable, y a pesar de haber presentado razones para ser revocada por parte de aliados, Vicente se opuso tajantemente. Su decisión estaba tomada. ¿Por qué razones?

- Primera: Por el temor de escandalizar (apego excesivo a los bienes materiales)

- Segunda: El primer pleito bastó para cumplir el su deber ante los derechos de la CM: “Si llegamos a sucumbir por segunda vez, caeríamos en una nota de infamia…Una de nuestras prácticas durante las misiones es arreglar diferencias…” (p. 636).

Vicente había alcanzado el grado superior de indiferencia: “hacer ver las desgracias temporales como muestras de predilección divina”. Poco tiempo después, el Señor recompensó su resignación con un nuevo donativo que equivalía a lo perdido en Orsigny. Todo parecía indicar que Dios estuviera probando la resistencia de su obra y purificándola de las imperfecciones que hubieran podido pegársele.

“MIS PARIENTES ESTÁN PIDIENDO LIMOSNA”

Dios quiso poner a Vicente a prueba de sus afectos personales. En 1653, la familia de Vicente sufrió graves pérdidas materiales como resultado de la guerra civil. Diversos amigos le reportaron la situación en que vivía: “…si usted no se compadece de ellos, les va a costar sobrevivir. Algunos han muerto durante la guerra y todavía quedan algunos que andan pidiendo limosna” (p. 637).

Vicente sintió rebrotar la antigua tentación de su juventud: hacer de su sacerdocio un medio de trampolín familiar. La rechazó. Se prohibió a sí mismo ayudar a sus parientes con dinero de la comunidad, aunque podría haber tenido derecho a ello: ¿no había socorrido así a miles de pobres? Sin embargo, de haberlo hecho, hubiera sido un escándalo y un precedente muy peligroso.

¿Cómo lo resolvió? Destinó para ello un donativo dado con anterioridad destinado para ese fin por el Sr. Du Fresne, que en determinado momento había utilizado para otros fines (que por providencia habían sido suspendidos). Luego de consultar y pedir el consentimiento de la comunidad hizo llegar a su familia dicho donativo.

Una vez más, Vicente había sabido encontrar el equilibrio exacto entre las exigencias del corazón y las de la virtud, entre la caridad y la justicia.

“DIOS HA QUERIDO DEJAR A ESTA DIÓCESIS SIN SU PASTOR”

Llegaba el turno de socorrer a los Gondi (sus aliados a todas luces). El desarrollo de los acontecimientos fue de la siguiente manera:

- El cardenal de Retz fue detenido por orden de Mazarino en 1652, que no podía perdonarle su participación en la Fronda y la violenta oposición que había hecho a su política y a su persona.

- El cardenal Retz fue encerrado en Vincennes (el mismo donde encerraron a Saint Cyran).

- Retz se escapó descolgándose por los muros del castillo de Nantes, al que había sido trasladado…y llegó a Roma. El papa (Inocencio X) lo acogió calurosamente, le entregó el capelo y dispuso que se recibiera en la casa de la Misión. Este hecho acarreó todos los problemas.

- El Santo Padre dio a los misioneros orden terminante de recibir en su casa al perseguido cardenal, pero el embajador de Francia se lo prohibió no menos terminantemente. Cogido entre dos fuegos, el superior, P. Berthe, no sabía qué hacer. Con todo, lo recibió. Pero pocos días después un embajador de Mazarino llevaba órdenes expresas para que el P. Berthe y todos los misioneros franceses regresaran a Francia por desacato y en desagrado al rey. En la casa de Roma sólo permanecieron padres de origen italiano.

- Los círculos políticos parisienses se sentían indignados contra los misioneros por haber dado acogida a un enemigo del rey. Lo mismo sucedió con la ira cortesana, y sobre todo con Vicente. Él era responsable del comportamiento de sus súbditos. La respuesta de Vicente fue: “Tenemos un motivo para dar gracias a Dios por que acaba de hacerse a propósito del Sr. Cardenal de Retz, que ha sido recibido en la casa de la Misión en Roma…” (p. 641).

La ira de Mazarino no fue duradera. El afecto de la reina hizo efecto. Quien pagó los platos rotos fue el superior, el P. Berthe, quien fue sustituido por el P. Jolly.

“¿DÓNDE ENCONTRAREMOS OTRO BLATIRON?”

En el contexto de las fundaciones italianas hizo su aparición la peste. Los padres estaban con intención de atender un seminario. Pronto se murió un aspirante, e inmediatamente después se ordenó el aislamiento de éste. El P. De Martinis se encerró junto con los seminaristas.

En Génova las cosas estaban peor. En 1656 estalló la peste con furia devastadora. Cada semana morían cuatro o cinco mil personas. Los misioneros, capitaneados por su superior el P. Blatiron, a quien Vicente prodigaba, en vano, consejos de prudencia, convirtieron su casa en hospital y se ofrecieron para asistir a los enfermos. Pronto sus misioneros fueron sucumbiendo. El P. Blatiron, por su parte, se contagió mientras administraba el viático a tres apestados. Pronto murió. De los nueve sacerdotes que componían la comunidad, sólo sobrevivieron dos. También lograron salvarse tres de los cuatro hermanos coadjutores y los cuatro seminaristas.

La desolación de Vicente fue inmensa. ¿Dónde encontraremos otro Blatiron?

1657: Un mal año para Vicente.
- Fue el año del desastre de la misión de Polonia, donde la casa de Varsovia fue destruida por cuestiones de guerra.
- El año de la ruina de Madagascar, donde no quedó vivo ni un solo misionero
- El año de la muerte del P. Duggan en las Hébridas
- El año de la pérdida de la comunidad de Génova.
Se diría que el Señor había querido acumular las desgracias sobre Vicente para poner a prueba su temple y su virtud. El enérgico anciano superó con fortaleza tantas adversidades. Y aún le quedaron ánimos para acometer nuevas empresas.

CAPITULO XXXVIII.- Últimas empresas.



La caridad se había puesto de moda. Cada vez más encontraba nuevos adeptos e imitadores. Pero en la medida que crecía iba degradándose. De carisma pasaba a institución, perdiendo su mística originaria. De ayuda al pobre se convertía en «lucha» contra la mendicidad.

La cuestión: Se planteó el problema de los mendigos a gran escala con la finalidad de resolverlo de una vez por todas. El pretexto era un hospital, obra de Vicente. ¿Por qué no intentar a gran escala lo que había sido ensayado en modestas proporciones? ¡Todos estaban entusiasmados! Las damas fueron las primeras que lanzaron la idea, pero algunos religiosos y políticos se adueñaron de la idea, pero se olvidaron de su espíritu.

VISIONES:

- Vicente había abordado el problema desde el punto de vista del pobre; los hombres públicos desde lo político: la sociedad tiene que ser defendida de los mendigos
- Había también dos visiones antagónicas del pobre: la cristiana considera a los pobres: imagen de Cristo; la profana, considera a los pobres como amenaza para el orden establecido.

Vicente quería socorrer al pobre; los políticos, suprimirlo. La postura de las damas era intermedia. Es de reconocer que había mucha gente de alto rango que tenía un verdadero interés de servir al pobre, pero cuando le expusieron el proyecto a Vicente, se notaba de fondo crear una gran institución. Era un proyecto magnífico, sin embargo, Vicente pidió tiempo para reflexionar. Lo primero que hizo fue consultar a Luisa de Marillac. Además, hacía falta un local de grandes proporciones.

“LA COACCIÓN PUEDE SER UN OBSTÁCULO A LOS PLANES DE DIOS”

Vicente procedía con lentitud: primero había que hacer un ensayo; contentarse al principio con cien o doscientos pobres. Los pobres debían ingresar por su propia voluntad, sin que se les obligara: “La coacción podría ser un obstáculo a los planes de Dios”. Las damas, por el contrario, no querían saber nada de demoras. Las más entusiastas se impacientaban con la lentitud del Sr. Vicente.

El Parlamento tomó cartas en el asunto, quien había decidido hacerse cargo del proyecto, y dio orden que se parara la obra. No hubo nada que hacer. Un edicto ponía fin al asunto. El proyecto pasaba a manos de la Administración.

Vicente debió lanzar un suspiro de alivio. Una de las cosas que más le disgustaban era que se pretendiese excluir del proyectado hospital a los pobres del campo y a los refugiados, obligándoles a regresar a sus lugares de origen.

“NO SABEMOS AÚN SI ES LA VOLUNTAD DE DIOS”

La alegría de Vicente de verse libre de aquella dudosa empresa le duró poco a Vicente. La nueva institución había nombrado capellanes a los sacerdotes de la Misión, pero sin tomar en cuenta las observaciones de Vicente, sobre todo de no forzar a los pobres. Vicente volvió a pensar las cosas con lentitud: ¿será esta voluntad de Dios? Después de consultar a la comunidad, el parecer unánime fue negativo.

La elección recayó sobre Luis Abelly, el futuro biógrafo del Santo, quien, por razones de salud, sólo lo ejerció durante cinco meses. Las damas de la Caridad sí continuaron prestando al Hospital, al igual que las Hijas de la caridad, pero sólo por un tiempo limitado.

“LE ECHAN A USTED LA CULPA”

Vicente de cuidó mucho de criticar el Hospital. Para obedecer el edicto, Vicente suprimió las limosnas que solían repartirse a las puertas de San Lázaro. Un día, cuando entraban en la casa, le abordaron unos mendigos quejosos de no recibir el socorro acostumbrado: “…le echan a usted la culpa de que se encierre a los pobres en el Gran Hospital”. ¡Lo que faltaba! El padre de los pobres convertido ahora en carcelero. Sin embargo, Vicente no se detuvo a demostrar su inocencia, prefirió ir a rezar por ellos.

Su propósito no había sido nunca suprimir artificialmente la mendicidad, sino llegar a las raíces de la pobreza y arrancarlas por el amor.

“LA MISIÓN DE METZ”

Saliendo del embrollo del Hospital, se le ofreció a Vicente la misión de Metz: una ciudad episcopal. La reina Ana de Austria había visitado Lorena y había constatado la fuerza del protestantismo, lo cual le preocupaba. Había necesidad de robustecer el catolicismo. La reina había pensó en una misión al estilo vicentino. Pero Vicente encontró una salida satisfactoria: “Señora. Su majestad no sabe que los pobres sacerdotes de la Misión están sólo para las pobres gentes del campo. Si estamos…en Paris y en otras ciudades episcopales, es sólo para el servicio de los seminarios, de los ordenandos…pero no para predicar, catequizar ni confesar a los habitantes de esas ciudades. Pero tenemos otra compañía de eclesiásticos…podrían cumplir ese deseo más dignamente que nosotros”.

La reina aceptó la contrapropuesta, y Vicente quedó encargado de organizar la misión. Escogió a 18 o 20 sacerdotes de los más fervorosos. Nombró como director de dicha misión a Luis de Rochechouart de Chandenier (1660), abad de Tours y sobrino del Cardenal de La Rochefoucauld: “uno de los mejores abades del reino”. Y nombró también a su hermano Claudio, abad de Moutiers´Saint-Jean, el cual pertenecía a las conferencias desde los primeros tiempos. Ambos eran bienhechores de Vicente y de la compañía, a la que habían cedido una abadía. Los preparativos fueron encargados a Santiago Benigno Bossuet, que pertenecía también a la conferencia de los martes (y que se había ordenado en San Lázaro).

No faltaron problemas preliminares.
- Faltaba un cocinero, lo que fue resuelto por Vicente al designar a un hermano coadjutor.
- Un predicador de cuaresma, muy famoso, coincidía en tiempos de misión, por lo que tuvieron que deshacerse de él de manera audaz: dinero.
- La meteorología. Las lluvias dificultaban la ruta y la transportación del equipo necesario para la misión. Pero se echó mano del hermano Mateo, el “zorro” de Lorena, para cumplir dicho cometido.

“NUNCA SE HA VISTO NADA MÁS APOSTÓLICO”

La misión se inició y duró 2 meses y medio. Vicente y la reina deseaban estar informados.

- Se produjeron conversiones espectaculares, sobre todo de algunos protestantes.
- Hubo que enviar más misioneros, el total era unos 40.
- Bossuet dio testimonio de la misión y el comportamiento ejemplar de los misioneros: “Todo ha ido tan bien, padre, que tiene usted todos los motivos del mundo para alegrarse en nuestro Señor”.
La misión de Metz era la consagración definitiva de la obra primaria de la vida de Vicente de Paúl: las misiones.

LOS EJERCICIOS DE ORDENANDOS EN ROMA

En Roma se venían impartiendo los ejercicios de órdenes a los clérigos que voluntariamente lo solicitaban. Poco a poco la obra fue adquiriendo prestigio. La diferencia de los nuevos sacerdotes era de notar. El nuevo papa, Alejandro VI, conocía los excelentes frutos cosechados por los discípulos de Vicente, y quiso hacerlos extensivos a toda la diócesis romana. En 1659 publicó un mandato obligando a todos los candidatos al sacerdocio a practicar los ejercicios en la casa de los misioneros antes de su ordenación. La opinión de Vicente al respecto fue: “…la divina Providencia quiere darnos la ocasión de prestarle algún pequeño servicio en un asunto de tanta importancia”.

Sin duda, los hermanos Chandenier tuvieron mucho que ver en el éxito de dicha tarea. El superior de Roma, el P. Jolly, daba puntualmente cuenta a Vicente del desarrollo y resultado de cada ordenación.

“TOMAREMOS PARTIDO A FAVOR DE ESA COMPAÑÍA”

No todo fue bendiciones. Hubo también contrariedades. El P. Jolly informó a Vicente de la envidia despertada en ciertas corporaciones religiosas de mayor antigüedad y prestigio en Roma ante el éxito de los ejercicios. Se distinguieron en ello los jesuitas. Los motivos fueron:

- La nacionalidad de los misioneros
- El reclutamiento de Vocaciones italianas.

Ante esta calumnia, Vicente, ya en los últimos meses de su vida, puso a punto su doctrina sobre la actitud ante la calumnias y persecuciones (de lo cual ya había tenido experiencia). 50 años atrás, la respuesta de Vicente fue: ¡Dios sabe la verdad!. Ahora la completaba dando la naturaleza y los medios por cuales combatirla.

Ni por un instante consintió que un incidente de última hora perturbase su larga amistad y su cálida admiración hacia la Compañía de Jesús. Y tenía razón. Dios recompensó su rectitud. Los ejercicios a ordenandos romanos siguieron confiados durante muchos años a la pequeña compañía de la Misión. Después de la muerte de Vicente, Alejandro VII lo oficializó. Era la consagración, por la suprema autoridad de la Iglesia, de la humilde obra iniciada muchos años antes.

“UNIÓN DE LOS ESPÍRITUS, PAZ PARA LA IGLESIA”

Difícil tuvo que se para Vicente no tomar partido contra los jesuitas en aquellos años. Luego de su choque con los jesuitas, se presentó la batalla contra el casuismo o laxismo de “Luis de Montalvo”.

El infatigable compañero de Vicente, Alano de Solminihac, pidió la alianza de Vicente para contrarrestar dicha doctrina perniciosa para la iglesia, como en otros tiempos él había sido aliado de Vicente contra el jansenismo. Vicente trató de mantenerse al margen de la polémica. Las razones eran obvias: no tenía las mismas posibilidades de acción y también, porque nunca confundió a la Compañía de Jesús con las opiniones de algunos de sus miembros. Su acción fue el silencio, y así lo recomendó al P. Pesnelle –superior de Roma-: “Nos hemos entregado a Dios para no tomar parte alguna en todas esas discusiones que hay ahora entre tantos y tantos santos personajes…: nos contentemos con pedirle a Dios que una los espíritus y los corazones y que ponga paz en su Iglesia”.

“SI NO SE LIBERA A LOS CAUTIVOS POR LA FUERZA DE LAS ARMAS…”

En 1658, el cónsul de Argel, hermano Barreau, se encontraba preso por enésima vez en manos de los turcos. Se solicitaba por tanto la caridad de los parisienses nuevamente. El P. Felipe Le Vacher estaba encargado de dicha tarea.

Había por ese tiempo un aventurero llamado el “caballero Paul” que se ofrecía a llevar a Argel una expedición armada que liberaría a todos los cautivos franceses. Vicente consideró el proyecto del caballero como el único medio de poner fin a la pesadilla norteafricana y también entusiasmó a la duquesa de Aiguillon, y a su hermano, que era cónsul de Marsella.

La expedición estaba decidida, sin embargo se presentaron diversos imprevistos para la salida de la flota. Vicente no perdía la esperanza, pero sentía acabársele la vida, y cada vez crecía más su angustia por sus hermanos en Argel. Su última carta sobre el asunto se presentó en 1660, a sólo 10 días de la fecha de su muerte. En ella no puede dominar dolor y la inquietud que le atenazaban: “Siento en lo más vivo, como usted, lo que está sucediendo a nuestros hermanos de Argel. Estoy con una preocupación que me causa una pena indecible…en nombre de Dios, dígame lo que pasa”.

No llegó a enterarse nunca. Quizá fuera mejor así, porque la expedición resultó un fracaso. Cuando la información apareció, Vicente ya no estaba. Había dejado inconclusa la última empresa de su vida, en la que había empeñado su joven corazón de ochenta años. ¿Qué impulsó al corazón de Vicente a patrocinar aquella aventura armada? Sin duda, el convencimiento de que era el único camino para lograr la libertad de los cautivos, ya que con los turcos no valían ni la persuasión ni el dinero.
Dios no quiso que se completara la circunferencia. Hubiera sido demasiado bonito que la vida de Vicente terminara desandando el camino por donde había comenzado. Eso sólo ocurre en las novelas.