martes, 22 de abril de 2008

CAPITULO XX.- Las Reglas, norma y espíritu.


Un lento desarrollo

La bula Salvatoris nostri
- Se reducía al nombramiento de Vicente como superior general vitalicio, con facultades para redactar, promulgar, revocar y modificar toda clase de estatutos y ordenanzas, que deberían ser aprobados por el arzobispo de París como delegado de la autoridad apostólica.
- Se preveía también la elección del sucesor de Vicente por los miembros de la Congregación. Eso era todo. Puede decirse que Vicente era la Congregación. Pero él no estaba dispuesto a que tal estado de cosas se hicieran eternos. Juzgaba necesario objetivar las estructuras comunitarias.
El proceso constituyente que permitiría alcanzar esa meta duró el resto de su vida. Cabe distinguir en él tres etapas.
1ra etapa, abarca de 1633 a 1642, puede decirse que todo procede aún de la voluntad personal de Vicente. Con o sin reglamentos, él va imponiendo una serie de prácticas, cuya codificación posterior dará origen a las Reglas y Constituciones.
¬ No existe ningún órgano de gobierno colegiado.
¬ La única autoridad es el propio Vicente.
¬ Ni siquiera cuenta con un cuerpo de consejeros.
¬ Decisión personal suya fue, como vimos.
¬ La creación del seminario interno en 1637.
¬ En 1641 la emisión de votos a los miembros de CM. Por ahora nos basta saber que el quehacer fundamental de la reunión fue revisar un proyecto de reglas y constituciones.
2da etapa (1642-1653) estuvo ocupada con la redacción definitiva de las Reglas y Constituciones y el estudio del papel y carácter de los votos comunitarios.
Ø En 1651, Vicente convocó una segunda asamblea dedicada a esos dos temas. Las Reglas quedaron ultimadas. Sometidas al arzobispo de París, éste las aprobó en 1653.
3ra etapa (1653-1660) cae ya fuera de los límites cronológicos de esta parte de nuestra historia.
è Son los últimos años en que se lleva a cabo una nueva revisión de las Reglas y Constituciones, que produce cambios de detalle, y, sobre todo, se trabaja por conseguir de la Santa Sede la aprobación de los votos, concedida por el papa Alejandro VII en 1655.
"Los pequeños reglamentos”

Entremos ahora en la historia pormenorizada de cada una de esas etapas.
En el prólogo de las Reglas comunes de la Congregación, distribuidas en 1658, habían pasado treinta y tres años entre la fundación de la Congregación y la impresión de sus Reglas, lo cual era rigurosamente exacto.
En cuanto a su contenido, había prescripciones sobre el orden del día, los actos de piedad, el silencio y las virtudes propias de los misioneros.

Una carta de Vicente a la M. Chantal es el documento más completo que poseemos acerca de ese primer reglamento. Está fechada el 14 de julio de 1639, y, a falta de otros textos más directos, hay que considerarla como un resumen autorizado de las primitivas Reglas de la Misión 7.


"Todavía no hemos hecho nuestras Reglas”

Este esbozo de Reglas tenía un valor puramente privado pues no habían recibido ninguna aprobación oficial. Por esa razón, Vicente vivía con el temor de que su repentina desaparición dejara a la Congregación sin Reglas escritas.
@ Hacia 1635.Vicente quería que la redacción de éstas fuera obra colectiva y no exclusivamente suya.
@ Hacia 1640, cuando se trabajaba activamente en el proyecto de Reglas, Vicente hacía participar en él a los misioneros más representativos.
@ En 1642 al fin, surge un borrador más o menos completo, convocó, para revisarlo y ultimarlo, la primera asamblea general de la Congregación.
@ Fueron llamados a ella los superiores de todas las casas, excepto algunos que, por la distancia u otras circunstancias especiales, no podían acudir, y que fueron sustituidos con suplentes designados por Vicente.
@ Los congregados fueron en total 11 personas.

"Mi primer acto de obediencia a la compañía”

La asamblea de 1642 representa la mayoría de edad de la Congregación de la Misión. En ella, Vicente, único legislador reconocido por la bula Salvatoris nostri, traspasó sus poderes a aquel cuerpo representativo.

Presentó su dimisión como superior general, fundándola en su escasa capacidad para el cargo y pidiendo que eligieran a otro.

Dicho esto, se retiró a una tribuna de la iglesia que daba sobre el altar mayor. Los asambleístas no salían de su asombro, pero no hubo entre ellos la más mínima vacilación. La propuesta no podía ni siquiera ser tomada en consideración.
· No podemos elegir otro superior - le dijeron - mientras viva el que Dios mismo, en su bondad, nos ha deparado.
· Pero, como Vicente siguiera resistiéndose, los asambleístas recurrieron a un argumento irrebatible:
· Pues bien: le elegimos a usted mismo, y mientras Dios le conserve la vida, no tendremos otro.
· Cazado en sus propias redes, Vicente cedió:
· Es mi primer acto de obediencia a la compañía.
No cabe duda de que fue un magnífico, un espléndido acto de humildad. Pero fue también algo más. La renuncia de Vicente hacía a la Congregación dueña de sus propios destinos. Allí estaba ante él, asumiendo conscientemente sus responsabilidades. En aquel momento dejaba de ser una mera hechura del Fundador para formarse en corporación autónoma y soberana. Completando esta toma de conciencia, elegía por votación secreta dos asistentes del superior general, los PP. Portail y Dehorgny, que en adelante formarían su Consejo.

Antes había decidido dividir en provincias las casas de la Congregación, para lo cual se hicieron cuatro grupos: uno con París y Crécy, otro con Toul y Troyes, otro con Richelieu, Luçon, Saintes y Notre Dame de la Rose y otro con Annecy y Roma. Al frente de cada uno de ellos habría un superior provincial con título de visitador.

En cuanto a las Reglas, cuyo estudio había sido el principal objetivo de la asamblea, se dedicaron a ellas dieciocho sesiones, en las que se discutieron no sólo las Reglas propiamente dichas, sino también las Constituciones referentes a la elección y poderes del superior general, las asambleas generales, los visitadores y provincias.


"Retrasar todo lo posible el reglamento”

La redacción de las Reglas y Constituciones se llevó a cabo, a un ritmo que se nos antoja bastante lento, entre 1642 y 1651.
En 1644, a raíz de la muerte del papa Urbano VIII, Vicente tanteó la posibilidad de impetrar la aprobación de las Reglas directamente de la Santa Sede, con anulación de los poderes delegados al arzobispo de París por la bula Salvatoris Nostri.


"La última mano”

Por fin, en 1651 se tuvo un texto completo. Vicente convocó una segunda asamblea general, que se celebró en San Lázaro del 1º de julio al 11 de agosto. Los congregados, eran catorce. Nos han quedado de esta asamblea dos informes distintos:

Las actas oficiales y el diario privado de uno de los asambleístas, el P. Antonio Lucas. El objeto principal de la reunión era "dar la última mano" a las Reglas. Al mismo tiempo se estudiaron otros asuntos de orden práctico, y particularmente el problema de los votos de la compañía. Sobre este último tema volveremos más adelante. El de las Reglas ocupó la mayor parte de tiempo.
Por eso, el mismo día que terminó la asamblea se redactó un solemne documento, firmado por todos los presentes, en que se reconocía que las Reglas y Constituciones eran conformes al género de vida, fin y naturaleza de la Congregación.

En consecuencia, se solicitaba del arzobispo de París que las aprobase en virtud y con la fuerza que le concedía la delegación apostólica de que disfrutaba. Esta vez, la decisión del arzobispo no se hizo esperar demasiado: después de hacerlas examinar por un consejo de doctores en teología, las aprobaba y confirmaba por un decreto publicado el 23 de agosto de 1653.
Un feliz hallazgo del P. Angel Coppo vino a colmar este vacío. Gracias a él conocemos ahora los documentos a que el arzobispo de París había dado su aprobación en 1653 27.


"He aquí, por fin, las Reglas o Constituciones comunes”

Esa aprobación clausuraba la segunda etapa del desarrollo institucional de la compañía. En la tercera y última (1653-1660), las Reglas sufrirían aún pequeños retoques.

En 1655 se llevó a cabo una primera impresión de las Reglas comunes; pero los errores fueron tan numerosas que fue necesario retirar la edición antes de distribuir los ejemplares. Vicente aprovechó el percance y la aparición de otras circunstancias imprevistas para revisar algunos puntos, a cuyo fin recabó una vez más, la ayuda de sus colaboradores. Estas modificaciones exigieron una nueva aprobación episcopal, que el nuevo arzobispo, cardenal de Retz, concedió en fecha que desconocemos.

En 1658 se realizaba la segunda impresión, cuyos ejemplares distribuyó Vicente a los misioneros en un emotivo acto celebrado en 17 de mayo.


"Consideradlas... como inspiradas por Dios”

El núcleo fundamental de toda la legislación vicenciana son las Reglas comunes. Son el código de perfección espiritual propuesto por Vicente de Paúl a la observancia de sus misioneros.
El propio Vicente aseguraba en la Carta-prólogo, conque las publicó, que debían ser consideradas "no como producidas por el espíritu humano, sino como inspiradas por Dios, de quien procede todo bien".

No son largas; constituyen un pequeño librito de 12 x 6 centímetros y poco más de 100 páginas; se hallan divididas en 12 capítulos, cuyos títulos son: "Fin y naturaleza de la Congregación", "Enseñanzas evangélicas", "Pobreza", "Castidad", "Obediencia", "Cuidado de los enfermos", "Modestia", "Relaciones mutuas de los misioneros", "Trato con los externos", "Ejercicios de piedad", "Misiones y otros ministerios", "Medios de desempeñar bien las actividades de la Congregación".
Están orientadas más bien a fijar el espíritu con que el misionero debe afrontar las exigencias de su vocación a la santidad y al apostolado. Rasgo fundamental es que cada capítulo se abre con una llamada a la imitación de Cristo en la materia que va a ser tratada.

Tributario de su época, Vicente realza en las Reglas el papel del superior, a quien atribuye un control casi absoluto de la actividad y aun de la vida interior de sus súbditos. Tampoco son las Reglas enteramente originales: muchos de sus normas más concretos están tomados, a veces literalmente, de la legislación común a las comunidades religiosas precedentes o contemporáneas, y especialmente de la Compañía de Jesús.

Donde hay que buscar al verdadero Vicente es, sobre todo, en la selección de enseñanzas evangélicas que coloca al frente del librito. En esa selección encontramos la lectura que Vicente había hecho, a lo largo de su vida, del mensaje esencial de Cristo: "Buscad, ante todo, el reino de Dios"; "Yo hago siempre lo que agrada al Padre"; "Sed sencillos como las palomas y prudentes como las serpientes"; "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón"; "Quien quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz cada día"; "Quien no odia a su padre y a su madre, no puede ser discípulo mío".

CAPÍTULO XXI.- Los votos, ideal y salvaguardia.


"HICIMOS VOTOS DESDE EL SEGUNDO O TERCER AÑO"

La práctica de emitir votos de modo voluntario y enteramente privado se había introducido en la Congregación a partir del segundo, tercero o cuarto año de su fundación, es decir, en 1627 o 1628. Eran los votos tradicionales de todas las comunidades de la Iglesia: pobreza, castidad y obediencia, a los que se añadía un cuarto voto de estabilidad en la Congregación a fin de dedicarse toda la vida a la salvación de los pobres del campo.

Para ello hicimos los votos, para unirnos más estrechamente a nuestro Señor y a su Iglesia; el superior de la compañía, a sus miembros, y los miembros, a la cabeza; que esto se hizo ya en el segundo o tercer año.

Entre 1633 y 1642, la emisión de votos no obedecía a ninguna prescripción constitucional. Se dejaba a la libertad de cada individuo el hacerlos o no, después de rogar mucho a Dios y pedir consejo. Pero Vicente estaba decidido a incorporar la emisión de votos al ordenamiento constitucional. Es éste uno de los asuntos en que mostró mayor determinación, a pesar de todo tipo de oposiciones, tanto del interior como del exterior, de la compañía. La batalla duró hasta el final de su vida, y en ningún momento cedió a las presiones contrarias, por más que alguna de ellas procediera de personas que le eran queridísimas.


LAS DIFICULTADES

La mayor dificultad estribaba en que los votos resultaban una nota discordante en una congregación de sacerdotes seculares. Las objeciones romanas se multiplicaban.

Hubo un momento en que pareció decidido a que la Congregación se declarase religiosa si no había otro medio de conseguir los votos, e incluso solicitó votos religiosos.


LA ORDENANZA

Vicente redactó una ordenanza - ordinatio -, amparándose en las concesiones otorgadas por la bula Salvatoris Nostri, por la cual todos los miembros que en adelante fueran admitidos en la Congregación emitirían, al acabar el segundo año de seminario, votos simples de pobreza, castidad, obediencia y estabilidad para la salvación de los pobres del campo. Tales votos serían emitidos en presencia del superior durante la celebración de la misa, pero no serían recibidos por éste y no podían ser dispensados sino por el soberano pontífice o el superior general. La Congregación no por eso se constituía en orden religiosa ni dejaba de pertenecer al cuerpo del clero secular. La ordenanza no era obligatoria para los misioneros ya ingresados; pero el superior general podría admitir también a éstos a la emisión de los votos si así lo deseaban. Vicente era respetuoso con la libertad de la persona y los derechos adquiridos.

Para su validez, la ordenanza necesitaba la aprobación del arzobispo de París. Vicente la solicitó. Antes de concedérsela, el arzobispo, que encontraba no pocas dificultades en la original creación vicenciana, consultó a los doctores de su Consejo. Al fin, después de tres años de reflexión, otorgó la aprobación con fecha del 19 de octubre de 1641. Pocos meses más tarde, el 24 de febrero de 1642, fiesta de San Matías, Vicente y la mayoría de sus compañeros emitieron o renovaron sus votos.

Dentro y fuera de la compañía surgieron enseguida voces de protesta que discutían la validez de la ordenanza y su aprobación.


"ENSEGUIDA EMPEZARON LAS MURMURACIONES"

(1642-1653), la discusión en torno a los votos se agrió hasta el punto de producir la crisis más grave atravesada por la naciente comunidad.

En ningún otro asunto tuvo Vicente de Paúl una oposición tan fuerte dentro de su Congregación. Ni su autoridad de superior ni su prestigio de fundador eran suficientes para desarmar al sector crítico.


LA SEGUNDA ASAMBLEA

Así como en la de 1642 fueron las Reglas las que se llevaron la parte principal, esta vez, en 1651, el tema clave fueron los votos.


LAS CUATRO VÍAS

Apenas abierta la asamblea en la mañana del 1º de julio, planteó el problema con toda crudeza, exponiendo las cuatro soluciones posibles: 1ª, continuar en la práctica de los votos, como se había hecho desde la asamblea anterior; 2ª, suprimirlos; 3ª, eliminar los aspectos más dificultosos, como la reserva al papa y al superior general; 4ª, buscar una nueva manera de conservarlos.

Los días 2 y 3 estuvieron dedicados al examen de las dos primeras posibilidades: la conservación o supresión de los votos. Enseguida se delinearon tres posiciones; a favor de los votos tal y como se tenían se declararon los PP. Grimal, Thibault, Gilles, Becu y Le Gros; en contra, Dehorgny, Alméras, Lambert y Cuissot; la tercera posición, intermedia, fue defendida, con matices diferentes, por Blatiron, Portail y Du Chesne.


"EL GENERAL SE INCLINA POR LOS VOTOS"
El problema de fondo, era si los votos colocaban o no a la compañía en el estado religioso.
El general se inclina por los votos. No hay nadie en la compañía que no esté dispuesto a hacerlos. ¿Los italianos no quieren? ¡La hija debe seguir a la madre, y no la madre a la hija! (P. Gilles)


¿QUÉ RESPONDER A QUIENES PREGUNTEN POR NUESTROS VOTOS?

El tema en discusión había sido no tanto si convenía o no hacer votos cuanto si se podía continuar en el estado de incertidumbre en que la alegada nulidad de la aprobación episcopal había colocado a la compañía. El P. Lambert resumió lúcidamente la cuestión: "Los votos son buenos, pero es necesario recurrir a Roma".

"Distingamos - dijo - dos clases de personas: las que no tienen nada que ver con el asunto y las personas importantes, a las que es preciso dar una respuesta satisfactoria.
A los primeros basta con decirles que sí, que hacemos votos simples, etc. A los segundos se les debe responder lo siguiente: Los votos, primero, vinculan más perfectamente con Dios; segundo, vinculan a la compañía con sus miembros; gracias a los votos no hay problema en enviar un hombre a un seminario a 50 leguas de distancia, o a las Indias, o a cualquier otro sitio; tercero, nos hacen más semejantes a Jesucristo y más aptos para nuestros ministerios; cuarto, establecen una mayor igualdad entre todos nosotros y afianzan más a los individuos"

El primer encargado de las negociaciones ante la curia romana fue el P. Tomás Berthe, quien ocupó su cargo en los primeros meses de 1653. Berthe era entonces un joven sacerdote de treinta y un años, de gran virtud y valía intelectual. Vicente lo apreciaba tanto, que le propondría, junto con Alméras, como sucesor suyo.

En febrero de 1655, el rey de Francia (léase Mazarino), enojado porque los misioneros habían dado asilo en Roma al cardenal de Retz, obligó a los misioneros franceses a abandonar la Ciudad Eterna. Berthe tuvo que partir precipitadamente, tomando antes la precaución de encerrar en un cofre bien cerrado y lacrado todos los papeles relacionados con la Congregación y depositarlos en casa del benedictino P. Plácido como el lugar más seguro.


LA VICTORIA ANHELADA

El fallecimiento de Inocencio X y la elección de su sucesor en la persona del cardenal Chigi, Alejandro VII, en abril de 1655, dieron a la situación un vuelco favorable. Un nuevo negociador, el P. Edmundo Jolly, conocedor de las interioridades de la curia romana por haber trabajado en la Dataría Apostólica antes de su ingreso en la Congregación, reemplazó a Blatiron y prosiguió las tareas de Berthe.

El nuevo papa, a quien Vicente se había apresurado a felicitar por su nombramiento, publicaba el breve Ex commissa nobis, que daba la sanción pontificia a los votos de la Congregación de la Misión en las condiciones y hasta con los mismos términos con que Vicente los venía describiendo desde 1641: votos simples, perpetuos, reservados al sumo pontífice y al superior general de la Congregación, la cual, a pesar de ello, no se constituía en orden religiosa, sino que seguía formando parte del cuerpo del clero secular. Como propina, el breve concedía a la Congregación de la Misión la exención del ordinario.

Para fijar de modo definitivo las obligaciones del voto de pobreza, recurrió de nuevo a la Santa Sede, pidiéndole que sancionara el "estatuto fundamental" de la pobreza de los misioneros. El papa lo hizo por un nuevo breve, titulado Alias Nos, del 12 de agosto de 1659.


LA GENIALIDAD DE VICENTE

Se hacen votos para colocar la compañía en el estado más agradable a Dios, que es el de perfección, para trabajar con mayor fidelidad por alcanzar la perfección propia y, en fin, por atractivo interior de entregarse a Dios por este medio.

Haber logrado la compatibilidad de los votos con el carácter secular fue la genialidad de Vicente o, como él creía, la inspiración de Dios.

CAPITULO XXII.- La compañía en acción: misiones y ejercicios.



“Lo principal es la instrucción del pobre pueblo del campo”

La estructuración constitucional y el trabajo cotidiano eran los dos focos de atención de Vicente y de toda la compañía. O si se quiere: la naturaleza y el espíritu de la acción. O también: El trabajo -la vida- exigía una estructura específica determinada: “Lo principal para nosotros es la instrucción del pobre pueblo del campo” (p. 345).

Seminario y misiones. En cualquier fundación se requerían ambas cosas, y casi imposible por separado. Menos terminante era, en cambio, la norma de no predicar misiones en las ciudades. La interpretación de Vicente a este respecto era amplia, que se entendía sólo a la predicación ordinaria, no a la de misiones: “Cuando al principio de nuestra fundación decicimos no trabajar en las ciudades donde hubiera obispado, nos referíamos a la predicación y a las confesiones, que es lo que hacen las demás órdenes en sus casa y en las otras iglesias, pero que entonces no pensábamos en dejar de tener allí la misión” (P. 346).

Después de 1651, se llegaron a admitir sólo 2 excepciones: el mandato de los obispos o el caso en que los pobres se refugien en las ciudades (como pasó en San Lázaro). Vicente asumió varias misiones en París, sobre todo cuando los campesinos se refugiaron en la capital durante la Fronda.

“¡Ojalá todo el mundo profetice!”

Las misiones estaban de moda: las misiones como instrumento de renovación del cristianismo popular se inscribía como un movimiento de reforma o restauración:

a) Pedro Fourier (1565- 1640)
b) San Juan Eudes (1601-1680)
c) Juan Francisco Régis (1597-1640)
d) Cristóbal Authier de Sisgau (1608-1667)…

Todos ellos concurrieron en tiempos de Vicente, en la animación de comunidades dedicadas, a la predicación de misiones. Olier y San Juan Eudes, se dedicaban además, a la dirección de seminarios.

Vicente se daba cuenta de ello: una avalancha de fundaciones se sucedieron en la Iglesia francesa:

a) Misioneros del Santísimo Sacramento
b) Misioneros de San José
c) Misioneros de Forez
d) Misioneros de las Indias

La reacción de Vicente fue de ejemplar interés, y con todos tuvo una actitud de respeto y de Espíritu: “Más valdría que hubiera cien proyectos de misiones…hemos de desear que todo el mundo profetice …Por muchos obreros que haya en la Iglesia de Dios, nunca nos faltará trabajo si le somos fieles” (p. 347).

El único punto que defendió Vicente fue la exclusividad del nombre, ya que la experiencia había demostrado que a través de él se podían cometer desagradables malentendidos.

“Ofendería a Dios si no hiciese todo lo posible por las gentes del campo”

El campo de Francia era demasiado extenso para emprender una labor de transformación espiritual. El total de misiones de la Casa de San Lázaro y Bons Enfants suman 840 misiones en la diócesis de París y en sus inmediaciones.

Vicente intervino personalmente en muchas de ellas y conservó hasta el final de su vida el deseo del ejercicio directo de su vocación primordial y siguió aplicándose a él siempre que le era posible. Se sabe que a la edad de 72 años tomó parte activa en ellas. La duquesa de Aiguillon, siempre preocupada por la salud de Vicente, tomó cartas en el asunto. En 1653 dirigía al P. Portail una enérgica protesta: “No puedo menos de extrañarme de que el P. Portail y los demás buenos padres de San Lázaro permitan que el Sr. Vicente vaya a trabajar al campol con el calor que hace, con los años que tiene y estando tanto tiempo al aire con este sol. Me parece que su vida es demasiado preciosa y demasiado útil a la Iglesia para que le permitan prodigarla de este modo” (p. 349).

Pero Vicente, no lo veía así: “Me parece que ofendería a Dios si no hiciese todo lo posible por las gentes del campo en este jubileo” (p. 349).

“El Dios de los ejércitos”

El asedio Español, por tercera vez, estaba de nuevo presente en al norte de Francia. Luis XIII y Richelieu improvisaron un nuevo ejército. Vicente fue testigo de los sucesos: “París está esperando el asedio de los españoles…El claustro están llenos de armas, y los patios, de gente de guerra…” (p. 350). La contribución de Vicente al esfuerzo bélico por órdenes del canciller fue de 20 sacerdotes, pero a cuya petición sólo resolvió con 15. Vicente acudió a un cuartel general instalado por el rey, para ofrecer los servicios de la CM y dejar allí al P. Du Coudray como intermediario entre la corte y los misioneros.

Vicente redacta un reglamento para estos padres, donde se reflejaba una alianza entre el sentimiento patriótico y el religioso: “Dios – Rey – ejército; gentes de guerra que están en pecado a salir de él, y a los que estén en gracia, a mantenerse en ella – cuando mueran alcancen la salvación; devoción al «Dios de los ejércitos»: no he venido a traer la paz, sino la guerra, y esto para darnos la paz, que es el fin de la guerra” (p. 351).

Seis semanas fue la duración de esta misión y los frutos fueron: la confesión de 4000 soldados y de las parroquias por donde pasaba el ejército. En sentido general Vicente recomendaba no entrometerse en asuntos de política ni en cuestiones de estado.

Podemos decir con esto que una tercera parte del suelo francés fue trabajada a fondo, palmo a palmo, por los misioneros vicentinos. La efervescencia misionera del siglo XVII fue en efecto, del movimiento desencadenado por Vicente.

“Dar a conocer a Dios a los pobres”

El OBJETIVO: “Dar a conocer a Dios a los pobres, anunciarles a Jesucristo, decirles que está cerca el Reino de Dios y que ese Reino es para los pobres” (p. 352).

TÉCNICA: Predicación – Catecismo – Confesión – Misterios de la Trinidad y Encarnación.

TIPOS DE MISIONES: Existen 2: Penitenciales y Catequéticas. Las de Vicente se pueden catalogar como catequéticas: “Todo el mundo está de acuerdo en que el fruto que se realiza en la misión se debe al catecismo” (p. 352).

TEOLOGÍA: Se pensaba que no era posible la salvación sin el conocimiento explícito de esas verdades o por lo menos no ignorarlas.

El conocimiento de las verdades fundamentales de fe por medio de la catequesis debía conducir a la vida sacramental: confesión y eucaristía; confesión general y comunión eucarística como medios más excelentes para honrar los misterios centrales de la Trinidad y la Encarnación.

La misión aspiraba a la renovación total de la parroquia. La consigna: no salir de una aldea hasta que todo el pueblo haya sido instruido en las cosas necesarias para la salvación y que cada uno no haya hecho su confesión general.

“Esos hermosos discursos…no convierten a nadie”

La gran masa de población campesina en el siglo XVII era analfabeta: carecía de la preparación indispensable. En contraste con esta gran masa encontramos una oratoria barroca, típica de la época (un estilo literario rebuscado, solemne y cargado de alusiones mitológicas…). Vicente se hizo abogado de una elocuencia sencilla y directa, al alcance del pueblo; su actitud era de rechazo a la corriente general de su tiempo, e incitaba a sus misioneros a una sencillez propia del hijo de Dios: “…nuestro Señor bendice los discursos que se hacen hablando en un tono común y familiar, ya que El mismo enseñó y practicó de esta manera; además, al ser esta forma de hablar la más natural, resulta también más fácil que la otra, que es forzada; le gusta más al pueblo y aprovecha más que la otra…” (p. 354). Y agregaba: “Difícil resulta encontrar a uno solo que se haya convertido con muchas de esas predicaciones de adviento y cuaresma…” (p. 354).

“El pequeño método”

En contraste con la elocuencia estéril Vicente propone un estilo de predicación, nuevo en el fondo y en la forma que denominó «la pétite méthode” o “el metodito”. A explicar el pequeño método dedicó varias conferencia e innumerables sesiones prácticas de entrenamiento (cf. 20 de agosto de 1655, el discurso sobre el método”).

“Predicar a lo misionero”

Algunas características de este método son:

- Se podía variar
- Era un estilo y un lenguaje
- Era la vuelta a la predicación evangélica
- Prudencia en las alusiones
- No ataca
- Preocupación por la eficacia
- Sencillez en la predicación

Vicente se puso de rodillas ante un sacerdote de la compañía para rogarle que cambiara su forma de predicación por el pequeño método; sus súplica no dieron resultado; el p. terminó abandonando la CM: “Dios no le bendijo; no sacó ningún fruto de sus predicaciones ni de sus pláticas; todo aquel montón de palabras y de períodos se disipó como el humo” (p. 356). En cambio, el obispo de Sarlat, Nicolás Servin, le expresaba: “Señor obispo, hoy me ha convertido usted..” (p. 356).

El nuevo estilo de predicación invadió poco a poco los púlpitos. Era un movimiento general y que a él contribuyeron predicadores de diversas órdenes y congregaciones; el púlpito francés se transformó: “Si un hombre quiere pasar ahora por buen predicador en todas las iglesias de París y en la corte, tiene que predicar de este modo…Lo cierto es que predicar de otra manera es hacer comedia, es querer predicarse a sí mismo, no a Jesucristo. ¡Predicar a lo misionero! ¡Oh Salvador! Tú has sido el que ha hecho a esta pequeña y humilde compañía la gracia de inspirarle un método que todo el mundo desea seguir” (p. 357).

La eficacia de las misiones

Vicente acostumbraba a pedir un informe a los misioneros de los resultados de las misiones dadas. Abelly, que las tuvo a la vista ha conservado un florilegio de las más edificantes y llamativas. Una lectura atenta de las crónicas misionales permite asomarse a la realidad religioso-moral de las poblaciones como de la mentalidad teológico pastoral de los misioneros:

- Se hace hincapié en los herejes convertidos
- Blasfemias, odios, enemistades, embriaguez, prostitución, concubinatos y otros desórdenes sexuales, diversiones ilícitas, etc.
- Rara vez se habla del precepto dominical y otros mandamientos de la iglesia..y por tanto, se encubrían varios abusos y sacrilegios en la recepción de los sacramentos.

Los misioneros juzgaban el éxito de una misión según dos criterios fundamentales: el número de asistentes y el de confesiones generales oídas. Y por tanto, para los misioneros, todo se reduce a voluntad de pecado o de vida en gracia, y fundamentalmente, a ignorancia religiosa, para combatir la cual se pone en el catecismo el acento principal de la misión.

Las poblaciones acudían en masa a los actos misionales arrastrando a los habitantes de los lugares próximos:

- Asistencia multitudinaria a pesar de una nevada
- Algunos aguardaron 10 días a que les llegara el turno de confesarse
- La predicación a las 2 am.
- Un baile público, a las que el misionero se opuso…
- Se cerraron todas las tabernas, etc.

En todas partes, las despedidas constituían espectáculos conmovedores en los que los fieles lloraban a lágrima viva y pedían a gritos que no se marchasen los misioneros.

“No pueden mirar a la luz”

No todo fueron alabanzas. Aparece el apartado de críticas, que llegaron a oídos de Vicente, por algunos espíritus exigentes:

- “hay demasiado fuego de pajas, muy ardiente, pero de poca duración”
- Objeciones con la explicación del 6to. Mandamiento (minuciosidades)
- Confesiones descuidando las disposiciones interiores y poco cambio de vida.
- Lo efímero de los frutos de las misiones; emoción pasajera, esbozo de conversión muy imperfecto, imprudencia de los confesores; poco cambio de vida y comuniones indignas, etc.

Vicente salió en su defensa: “espíritus descontentos…como ellos hacen tan poco, se exagera al decir que los demás hacen mucho….Es que por la debilidad de sus ojos cegatos, no pueden mirar a la luz” (p. 360).

Collet, comenta que tales críticas no podían dirigirse contra las misiones en sí mismas, sino contra el abuso de las misiones hecho por algunos desaprensivos…y es mejor algo que nada…Daniel – Rops, un historiador anota sobre este asunto, que las regiones en la que tuvieron presencia los misioneros – hace más de 300 años-, ha permanecido cristiana hasta el siglo XX. No puede rendirse más exacto homenaje a las misiones del siglo XVII y a los admirables hombres que tan acertadamente las condujeron.

“Por el nombre de ejercicios espirituales”

A la obra de las misiones, surgió otra paralela: los ejercicios espirituales. La fórmula la había encontrado un siglo antes San Ignacio de Loyola. Los ejercicios eran ya una práctica aceptada por la Iglesia y Abelly nos narra estos ejercicios impregnados de espíritu vicentino, por puño y letra del mismo Vicente: “Por este nombre de retiro espiritual o de ejercicios espirituales se entiende un apartamiento de todos los negocios y ocupaciones temporales a fin de aplicarse con seriedad a conocer bien el propio interior, a examinar el estado de la conciencia, a meditar, a contemplar, a orar y preparar así el alma a purificarse de todos los pecados, de todas las malas afecciones y costumbres; a llenarse del deseo de las virtudes, a buscar y hallar la voluntad divina y, una vez hallada, someterse, amoldarse y adherirse a ella, y de este modo tender, avanzar y, finalmente, llegar a la propia perfección” (p. 362).

La finalidad principal de los ejercicios era el descubrimiento de la propia vocación y el afianzamiento en ella: “Llegar a ser perfecto cristiano y perfecto en la vocación en que uno está: perfecto estudiante, si es estudiante; perfecto soldado, si es soldado; perfecto juez, si es hombre de justicia; perfecto eclesiástico como San Carlos Borromeo, si es sacerdote”. En una palabra: “perfeccionarse en su vocación o escoger una” (p. 362).

“El arca de Noé”

El mérito y la originalidad de Vicente estuvieron en generalizar los ejercicios y hacerlos accesibles a toda clase de personas. En tan solo poco meses, la casa de San Lázaro, que el mismo Vicente hacía una comparación: Parece el arca de Noé, donde toda clase de animales, grandes o pequeños, eran bien recibidos”. Podían verse personas de toda clase y condición: pobres y ricos, jóvenes y viejos, estudiantes y doctores, sacerdotes, oficiales del Parlamento y de la justicia, comerciantes, artesanos, soldados, pajes y lacayos. Entre 1635 y 1660 pasaron por San Lázaro cerca de 20,000 ejercitantes.

“¡Es que quieren salvarse!”

Los ejercicios se impartían de manera gratuita. Algunos daban una pequeña limosna. Otros pensaban que se contaba con una fundación expresa. Nada más equivocado. El gasto recaía enteramente sobre San Lázaro. Dicha situación provocó varias reacciones de protesta que llegaban a Vicente, tanto de hermanos como de sacerdotes. Se abordó el problema y Vicente iba dando razones y justificaciones. Tantas protestas impresionaron a Vicente, y tomó cartas en el asunto. El mismo se encargó personalmente del examen de los solicitantes. Pero ¡oh sorpresa! Todo aumentó en vez de disminuir: “Si todas las habitaciones están ocupadas, denles la mía” (p. 364).

“Hay que mezclar tres colores: modestia, alegría y mansedumbre”

A diferencia de los ejercicios para ordenandos, los ejercicios espirituales no se practicaban en tandas. Cada ejercitante acudía por su cuenta y los realizaba a solas, ayudado y guiado por un director. Todos los sacerdotes de la comunidad y a veces los estudiantes de teología se hallaban ocupados en atender a uno o varios ejercitantes. Vicente temía que llegaran a fastidiarse y seguir realizando ese ministerio.

Vicente impuso un manual del Jesuita holandés Juan Buys, que el mismo Vicente hizo traducir a fin de facilitar su manejo por los seglares. Era una obra sólida, de tendencia racional, con temas clásicos de los ejercicios ignacianos. Como método: oración mental de San Francisco de Sales.

“Sobre todo, el Sr. Vicente”

Los testimonios eran de sorprender: “En manos de usted, la virtud es tan bella que parece haberle escogido a usted…”. La actitud de Vicente, su presencia y su persona, constituían el mayor atractivo de aquellos retiros. Su presencia creaba un ambiente de paz y confianza. En una palabra, los frutos de los ejercicios no fueron menos consoladores que los de las misiones. Vicente recibía constantes pruebas de agradecimiento de parte de sacerdotes y seglares.
Gracias a las misiones y a los ejercicios la gran masa y minorías más selectas dieron un nuevo rostro al cristianismo francés, lo que hacía de Vicente un líder indiscutible del gran movimiento restaurador.

CAPITULO XXIII.-La compañía en acción: ordenados, seminarios, conferencias.


"Nuestro Instituto no tiene más que dos fines principales"

La vocación sentida por Vicente desde los primeros momentos de su búsqueda espiritual no se limitaba a las misiones. La reforma del clero formaba parte de ella a título no menos importante. Por esa razón fue incorporada a los fines y actividades de la Congregación de la Misión.

Nuestro instituto decía Vicente aun antes de la redacción definitiva de las Reglas no tiene mas que dos fines principales, esto es, la instrucción de la pobre gente del campo y los seminarios”.
Ambas finalidades figuraban expresamente en los contratos de fundación de la mayoría de las casas, y Vicente se preocupaba de que se atendiera por igual a las dos aun en momentos en que una de ellas podía parecer superflua. Al superior de Saintes, cuyo seminario contaba con poquísimas vocaciones, le recordaba:

"Espero que esa buena obra, en vez de hundirse, irá cada vez mejor. No debe usted olvidarla para atender únicamente a las misiones; las dos son igualmente importantes y usted tiene la misma obligación con una que con otra; me refiero a toda la familia, que ha sido fundada para las dos".

"Nada hay mejor que un sacerdote"
Como obligación, era económicamente muy gravosa. Las ordenaciones anuales en la diócesis de París eran seis, aunque a partir de 1643 quedaron reducidas a cinco por haberse suprimido la de mitad de cuaresma.

Los participantes en cada tanda oscilaba entre los 70 y los 90. Como los ejercicios duraban once días, al cabo del año resultaban un total de cincuenta y cinco días de ejercicios y unas 4.000 estancias.

La casa de San Lázaro se resentía de tan pesada carga. Algunas damas de la Caridad corrieron en ayuda de Vicente. La Sra. Presidenta de Herse, Carlota de Ligny, viuda desde 1634 de Miguel Vialart, miembro del Parlamento de París y presidente en el mismo del llamado Tribunal de Demandas de Palacio, dedicó gran parte de su fortuna a obras caritativas. La de los ejercicios para ordenandos se comprometió a asistirla durante cinco años, lo que cumplió puntualmente. Desde 1638 a 1643 entregó a Vicente 1.000 libras para cada ordenación. Además, en unión de otras damas, amuebló a sus expensas las celdas destinadas a los ejercitantes.

El peso principal siguió recayendo sobre San Lázaro. En 1650, Margarita de Gondi, marquesa de Maignelay, dejó en su testamento un legado de 18.000 libras para la obra, completando con ello la piadosa fundación de sus hermanos.

Si las bases económicas no eran muy sólidas, Vicente se esforzó por que las espirituales lo fueran lo más posible. En sus repeticiones de oración, conferencias y cartas, desarrolla una pedagogía destinada a inculcar a la comunidad la grandeza del sacerdocio y de las obras puestas a su servicio.

"Hacer efectivo el Evangelio"

Para la Congregación la llamada a este ministerio había significado la llegada a la plenitud de los tiempos. La evangelización de los pobres sólo se hacía totalmente efectiva cuando se les proporcionaban buenos pastores. Respondía así a las objeciones que algunos miembros de la comunidad oponían a los ejercicios de ordenandos, seminarios y conferencias eclesiásticas.

La formación de sacerdotes era la manera de hacer efectivo el Evangelio.
A los ejercicios de ordenandos quería Vicente que contribuyera toda la comunidad, no sólo los encargados de dirigirlos. La humildad, la oración, el buen ejemplo y la cuidadosa ejecución de las ceremonias litúrgicas eran los medios que todos, incluso los hermanos coadjutores, tenían a su alcance para colaborar.


El manual de ejercicios

Vicente enseguida redacto como para todas las obras, el reglamento correspondiente en que estuvieran condesados todos los conocimientos que el aspirante al sacerdocio debía poseer para recibir y ejercitar dignamente su elevado ministerio. La redacción de este manual fue obra colectiva. Además de Vicente, trabajaron en él Nicolás Pavillon (1597-1677), Francisco Perrochel (1602-1673) y Juan Jacobo Olier (1608-1657). Los tres pertenecían al grupo inicial de las conferencias de los martes y giraban desde muy temprano en la órbita vicenciana.
· Pavillon alcanzó pronto, en 1637, el obispado de Alet, que aceptó por consejo de Vicente.
· También Perrochel se consagró en San Lázaro, seis años más tarde que Pavillon, como obispo de Boulogne. Su fama era tan grande, que Ana de Austria asistió a sus pláticas para ordenandos.
· Juan Jacobo Olier era el más joven de todos, y por entonces el más sumiso a la dirección de Vicente, su confesor.
· Hacia 1634 o 1635, los cuatro hombres trabajaban de común acuerdo en la elaboración del manual de ejercicios. El resultado fue un librito titulado Entretiens des ordinands, que no ha sido impreso nunca, conservándose sólo copias manuscritas. Cuando Vicente lo tuvo en sus manos, lo sometió al examen de va-rios doctores de la Sorbona.
Clérigos de la casa se encargaban del ensayo de las ceremonias litúrgicas y la lectura en el comedor, que de ordinario se hacía en un clásico de la espiritualidad sacerdotal, el libro del cartujo español Antonio Molina "Instrucción de sacerdotes”.

Una de ellas fue el pequeño Gondi, el futuro cardenal de Retz, quien, obligado a abrazar el estado eclesiástico por exigencias familiares, hizo en San Lázaro los ejercicios de órdenes El caso de Antonio Arnauld fue distinto. Tampoco él se dejó ganar por el ambiente, pero su oposición procedía de otros motivos. Formado por Saint Cyran, su aprecio por Vicente era muy mediocre.


"Nuestra compañía ha contribuido no poco"

Acaso no quepa apreciación más ponderada de la importante obra realizada por Vicente que la formulada por él mismo en esas líneas: "Nuestra pobre compañía ha contribuido no poco". Mayor importancia que los frutos directos tuvo, acaso, el movimiento general desencadenado por los ejercicios de San Lázaro. Otras comunidades - el Oratorio, San Nicolás de Chardonnet, la compañía de Authier de Sisgau - se dedicaron también a ellos. Vicente no podía atender a todas las peticiones de los obispos que deseaban implantarlos en sus diócesis. Prácticamente, todas las fundaciones de la Congregación - Crécy, Nuestra Señora de la Rose, Agen, Le Mans, Cahors, Saintes, Troyes, Luçon, Richelieu - combinaban los ejercicios de órdenes con las misiones populares. Diócesis en las que no existía casa de la Congregación, como Reims, Noyon, Angulema o Chartres, llamaron ocasionalmente a los misioneros para predicar algunas ordenaciones y dar así comienzo a la obra.

Fuera de Francia, las casas de Génova y Roma se emplearon, desde los comienzos mismos de su fundación, en la predicación de ejercicios a ordenandos, con el éxito y los resultados que veremos en otros capítulos.


"Las órdenes del concilio vienen del Espíritu Santo..."

Fruto de los ejercicios a ordenandos fue también dar origen a la obra que había de resolver de manera definitiva el problema de la formación del clero: los seminarios.
El primer ensayo vicenciano de seminario respondió a la línea tridentina. El hecho es que hacia 1636 decidió dedicar el colegio de Bons Enfants a seminario de adolescentes. Ocho años más tarde, en 1644, el número de alumnos era de 22, y nunca parece haber alcanzado en esa época la treintena. La experiencia resultó decepcionante. En 1641, Vicente declaraba que ni uno solo de esos seminarios había resultado bien para provecho de la Iglesia. El paso del tiempo fue confirmando lo negativo del intento:
Vicente empezó a buscar otras soluciones. En 1642, creó en el mismo Bons Enfants otro tipo de seminario, pero lo hizo funcionar al lado del primero. Cuando, en 1645, la casa resultó demasiado pequeña para ambos, tampoco cerró el seminario de niños, sino que lo trasladó a un edificio situado en el extremo nordeste del recinto de San Lázaro llamado el pequeño San Lázaro, nombre que Vicente cambió pronto por el de seminario de San Carlos. Este no parece haber funcionado del todo mal.


"Es muy distinto tomarlos entre los veinte y los veinticinco años"

Hacia 1642 no olvidemos que ese año marca una divisoria en esta época de la vida de Vicente, una idea nueva parece haber empezado a tomar cuerpo en los ambientes reformadores franceses: la de seminarios de jóvenes clérigos de más de veinte años:

En 1642 fundó Olier, en Vaugirard, el seminario trasladado más tarde a San Sulpicio; crearon los oratorianos sus seminarios de Saint Magloíre, en París; Ruán y Toulouse; empezó San Juan Eudes a madurar el proyecto, que le llevaría a abandonar el Oratorio ante la intransigencia de Bourgoing, sucesor de Condren, para fundar una nueva congregación dedicada a los seminarios y las misiones; inició su transformación San Nicolás de Chardonnet. En tomo a esa misma fecha empezaron a acariciar nuevos proyectos de seminario los obispos más celosos: Justo Guérin, en Annecy; Nicolás Pavillon, en Alet; Alano de Solminihac, en Cahors; Jacobo Raoul, en Saintes, etc.

La idea estaba en el ambiente, y cada uno de los fundadores se apoderó de ella para realizarla a su manera. Es significativo que detrás de todas las iniciativas surgidas alrededor de 1642 esté presente el respaldo económico del cardenal Richelieu o su sobrina, la duquesa de AiguilIon. Vicente recibió 1.000 escudos - 3.000 libras - para dar comienzo a su proyecto con doce clérigos en el colegio de Bons Enfants. Olier, San Juan Eudes, Bourgoing, Authier de Sisgau, Bourdoise.
La idea vicenciana del seminario mayor, si se puede aplicar esa expresión a la realidad que nacía en 1642, no fue sino el desarrollo y prolongación de los ejercicios de ordenandos. Por eso, acaso sería preferible llamar a los seminarios del siglo XVII "seminarios de ordenandos".

"Al principio, fue un gran favor obtener el consentimiento de los prelados para obligar a todos los eclesiásticos a asistir durante ocho o diez días antes de recibir las órdenes a una conferencia por la mañana y otra por la tarde en las iglesias o casas del Oratorio. Más tarde, convenientemente amuebladas las casas, los aspirantes fueron obligados a permanecer en ellas diez días; varios prelados exigieron un mes; otros, dos, y finalmente, otros, más celosos, tres meses antes de cada una de las sagradas órdenes. De este modo, sin darse cuenta de ello, se establecieron los primeros seminarios".


"En París hay cuatro seminarios"

Como resultado de este proceso de formación, el seminario vicenciano difería bastante de los seminarios de épocas posteriores. En Bons Enfants, al principio por lo menos, se admitían no sólo clérigos aspirantes a las órdenes, sino también sacerdotes que deseaban suplir a posteriori la preparación de que carecían.

La concepción primitiva del seminario no era la de una escuela de teología, y menos aún de filosofía. Lo esencial era la formación espiritual de los seminaristas en las virtudes propias del estado sacerdotal, su entrenamiento en las funciones litúrgicas (celebración de la misa y administración de los sacramentos) y la preparación para el oficio de confesor, con sus exigencias de conocimientos morales más bien de tipo teologal.

El ideal de Vicente se acercaba más a lo que hoy llamaríamos una escuela técnica sacerdotal de donde salieran no sabios - ésa era la función de la Universidad -, sino buenos párrocos, llenos de piedad y vida interior, competentes, celosos y bien preparados para la práctica pastoral.
En algunos casos, el alejamiento de los centros universitarios obligó a la creación de cátedras de teología y filosofía en los seminarios. La costumbre se fue generalizando, y, poco a poco, todos los seminarios acabaron convirtiéndose en centros de enseñanza en sentido estricto. Vicente se plegó, no sin resistencias, a esta tendencia.

Comparando diez días antes de su muerte los cuatro seminarios existentes en París, hacía este balance:
è Hay en París cuatro casas dedicadas a lo mismo: el Oratorio, San Sulpicio, San Nicolás de Chardonnet y la pobretería de Bons Enfants. Los de San Sulpicio tienden y lo subordinan todo a purificar los espíritus, a despegarlos de los afectos terrenos, a conducirlos a luces superiores y sentimientos elevados, y vemos que todos los que han pasado por allí tienen mucho de eso, unos más y otros menos. No sé si enseñan la escolástica.
è Los de San Nicolás no se elevan tanto, sino que tienden al trabajo en la viña del Señor, a formar hombres laboriosos en las funciones eclesiásticas. A este fin, se mantienen: primero, siempre en la práctica; segundo, en oficios humildes: barrer, lavar los cubiertos, fregar, etc. Pueden hacerlo porque la mayoría son gratuitos y resulta bien.

"Es más útil explicar a un autor que dar apuntes"

El más testarudo, Bernardo Codoing, recibió una larga carta de Vicente, apoyado en un consejo de comunidad, al que asistieron siete de los más doctos de la compañía. Vicente enumera todas las razones en contra del dictado. La principal es la finalidad misma del seminario; no se trata de formar científicos, sino hombres piadosos y prácticos para el ministerio. No falta tampoco el argumento ad hominem, que nos descubre ciertos aspectos menos conocidos del carácter de Vicente, su buena información y su capacidad de ironía, no hiriente, sino destinada a curar la vanidad del revoltoso súbdito.


"Nos hemos entregado a Dios para servirle en los seminarios"

También los seminarios, conforme a la costumbre vicenciana, contaron pronto con un reglamento. Los ejemplares llegados hasta nosotros son de fecha tardía. Su impresión nota de 1722, lo cual había hecho pensar en una influencia jansenista en su elaboración, dado que el rector de Bons Enfants en esa fecha era el P. Honorato Philopald de la Haye (1674-1762), un jansenista convencido que acabó siendo expulsado de la Congregación por ese motivo.
Las costumbres eclesiásticas han evolucionado tanto en tres siglos y medio, que una disciplina que hoy juzgamos rigurosa podía parecer benigna en 1645. No existían en ella penitencias corporales ni más ayunos ni abstinencias que los establecidos por la Iglesia para el común de los fieles.

La mayoría de las prácticas, así como el orden del día, estaban calcadas en las Reglas comunes de los misioneros.
V Meditación diaria.
V Rezo en común del oficio divino para los obligados al mismo.
V Dos exámenes de conciencia particulares y uno general.
V Misa, lectura del Nuevo Testamento.
V Ensayo de canto y ceremonias.
V Cuatro horas de clase.
V Limpieza de la casa.
V Una hora de recreo después de cada comida, ocupaban una larga jornada de trabajo que se iniciaba a las cuatro de la mañana y concluía a las nueve de la noche.
El primer dato cierto es del 31 de enero de 1642, cuando Vicente supone ya el seminario en funcionamiento, lo que queda confirmado por otra carta del 9 de febrero, que establece de modo claro la prioridad de Annecy.

A Annecy, Bons Enfants y San Carlos siguieron otra docena de seminarios establecidos en diversas diócesis, más otros tres o cuatro - Alet, Marsella, Périgueux, Montpellier- cuya existencia fue muy efímera. Puede decirse que todas las casas fundadas después de 1642 tienen el doble carácter de puesto misional y seminario diocesano:
Cahors, en 1643. Saintes, en 1644. Le Mans y Saint Méen, en 1645. Tréguier y Agen, en 1648. Montauban, en 1652. Agde y Troyes, en 1654. Meaux, en 1658. Narbona, en 1659.

No todos tuvieron el mismo éxito ni funcionaron de la misma manera. En los de San Carlos, Saint Méen, Le Mans y Agen se admitían niños 65. En Saintes, situado en un país muy trabajado por la herejía, hubo siempre muy pocas vocaciones. Ya conocemos las vicisitudes por las que atravesó el de Saint Méen. El de Cahors era el más próspero, hasta el punto de que su obispo, el gran amigo de Vicente Alano de Solminihac, escribía a Vicente con disculpable orgullo:
La apreciación hecha por Daniel-Rops de que todos los años salían de los seminarios vicencianos más de 400 sacerdotes seguramente es exagerada 70; pero sí es cierto que, cualquiera que fuese el número, empezaban a constituir una verdadera élite sacerdotal esparcida por los cuatro puntos cardinales de la Iglesia francesa y fueron el fermento decisivo de su reforma. Henry Kamen llega a afirmar que la obra capital de Vicente de Paúl y su aportación más decisiva a la reforma de Francia fue su contribución a la formación del clero: "cambiar al pueblo cristiano cambiando para ello a sus ministros".


Las conferencias de los martes se propagan

La conferencia de los martes redondeaba los logros de los ejercicios para ordenandos y los seminarios. Vicente ponía en ella el mismo interés que en las otras dos obras y consideraba que los sacerdotes de la Congregación d e la Misión estaban obligados a promoverla.
También las conferencias se propagaron pronto. En París, al lado de la de San Lázaro surgió otra en Bons Enfants, compuesta principalmente de eclesiásticos de la Sorbona, tanto alumnos como profesores, por cuya razón las reuniones se celebraban el jueves, que era el día de vacación en la Universidad. Fuera de París surgieron:
Las de Pui (1636). Noyon (1637). Pontoise (1642). Angulema (1647). Angers, Burdeos y otras cuya localización desconocemos.


Los trabajos de las conferencias

Las conferencias no se limitaban a procurar el progreso espiritual de los asociados, sino que, desde el mismo año de su fundación, los comprometieron en trabajos apostólicos. El desarrollo de la asociación dio a éstos una amplitud cada vez mayor. Algunos tenían carácter permanente. Así, por ejemplo, la asistencia espiritual al Hótel-Dieu de París, al que, al principio la asociación entera y más tarde un grupo de miembros designados por turno, acudían diariamente para animar y preparar a los enfermos a la confesión general, y los viernes, a predicar y catequizar a los convalecientes. El Hospital General - obra de la que se hablará más adelante - tuvo desde el principio como director a un sacerdote de las conferencias. Otros muchos acudían a él los domingos y fiestas para predicar y confesar, y como los pobres acogidos en el centro se renovaban de continuo, se resolvió dar misiones todos los años y en todos los pabellones.

Los eclesiásticos de las conferencias misionaron también el hospital de los galeotes y el hospicio de las "petites maisons", llamado de los matrimonios o de los miserables, que albergaba cerca de 400 personas.


"El pequeño método en la corte"

Las dos grandes empresas acometidas corporativamente por las conferencias fueron las misiones de San Germán en Laye, residencia de la corte, y la del arrabal parisiense de San Germán de los Prados.

En la primera, predicada en enero y febrero de 1638, tomaron parte, por mandato del rey, algunos sacerdotes de la Congregación de la Misión. Era una misión delicada. Los cortesanos, las damas de la reina y los propios monarcas asistían a los actos misionales. Uno de los predicadores era Nicolás Pavillon, ya preconizado obispo de Alet.


"La sentina de Francia"

En París, la hazaña más sonada de las conferencias de los martes fue la misión de 1641 en el arrabal de San Germán de los Prados, la "sentina, no sólo de París, sino casi de toda Francia, y servía de refugio a todos los libertinos, ateos y demás personas que vivían en la impiedad y el desorden".
¿La duquesa de Aiguillon? - sugirió a Vicente la conveniencia de misionar tan peligrosa barriada, la Congregación de la Misión no podía realizar el trabajo. Vicente se lo ofreció a los eclesiásticos de la conferencia. El rechazo fue general. Vicente insistió tanto, que algunos se molestaron. Entonces se puso de rodillas ante la asamblea y pidió perdón por haber sido tan pesado en defender su punto de vista.


La obra de los retiros

La reforma del clero llevada a cabo por medio de los ejercicios a ordenandos, los seminarios, las conferencias de los martes, se complementó con los retiros o ejercicios de eclesiásticos. Estos integraban, en proporción muy grande, el contingente de ejercitantes individuales recibidos cada día en San Lázaro. A la vista de ello, Vicente pensó en organizar retiros colectivos para sacerdotes, para renovarlos anualmente en el espíritu adquirido en una u otra de las otras instituciones. Tropezó con un obstáculo insuperable: las dificultades económicas.

Resumiendo los trabajos de la Congregación de la Misión en un texto que por su fecha - 1641 - es a medias historia y a media profecía, Vicente escribió un día a su delegado en Roma, P. Lebreton:
"Dios se servirá de esta compañía en beneficio del pueblo mediante las misiones; en beneficio del clero que empieza, mediante las ordenaciones; en beneficio de los que ya son sacerdotes, al no admitir a nadie en los beneficios y en las vicarías sin hacer el retiro y ser instruidos en el seminario, y en beneficio de todos, por medio de los ejercicios espirituales. ¡Quiera Dios, en su divina bondad, concedernos su gracia para ello!".

CAPÍTULO XXIV.- Italia, Irlanda, Polonia: Misión en Europa.



PARÍS Y ROMA: LAS CASAS MÁS IMPORTANTES

Roma, cabeza de la cristiandad, ejerció siempre gran atractivo sobre Vicente de Paúl.

Entre 1631 y 1635 residió en Roma Francisco Du Coudray, gestionando la aprobación de la Congregación. Como ya vimos, su misión fue coronada por el éxito. Entre 1639 y 1641, el enviado fue Luis Lebreton, encargado de conseguir la aprobación de los votos. Su prematura muerte, ocurrida el 17 de octubre de 1641, como efecto de una enfermedad contagiosa contraída en la misión de Ostia, le impidió llevar a término sus gestiones. En cambio, antes de morir obtuvo del vicegerente de la diócesis romana, Mons. Juan Bautista de Alteriis, un rescripto fechado el 11 de julio de 1641 por el que se autorizaba a la Congregación de la Misión a fundar una casa con los mismos ministerios que desempeñaba en Francia: los ejercicios para ordenandos y las misiones populares. En la concesión había influido mucho el celo desplegado por Lebreton con sus misiones a los pastores de la campiña romana.

En cuanto Vicente tuvo noticia del permiso de fundación, determinó enviar a Roma dos o tres misioneros. Los planes no se alteraron por el fallecimiento de Lebreton, aunque sí hubo que sustituir la persona. Vicente escogió a Bernardo Codoing, que acababa de llevar a buen término la delicada fundación de Annecy.

Grande o pequeña, la casa debía llamarse "de la Misión" y el título de la capilla sería el de la Santísima Trinidad.

Hasta un año antes de la muerte de Vicente no disfrutaron los misioneros de casa propia. En 1659 se instalaron por fin en una comprada al cardenal Bagno, el mismo que durante su nunciatura en París tan buenos oficios había prestado a Vicente en el asunto de la aprobación de la compañía. Otros dos cardenales, Brancaccio y Durazzo, le ayudaron con su mediación, y el segundo con una generosa limosna. Los deseos de Vicente se cumplieron de sobra. La iglesia llevó el título de la Trinidad, y no sólo la casa, sino la calle en que estaba enclavada, recibieron el nombre de "la Misión", que conserva todavía en el callejero romano, en las alturas de Montecitorio.


GÉNOVA Y TURÍN

El cardenal Durazzo era arzobispo de Génova y había sido el artífice de la segunda fundación italiana de la Congregación de la Misión, la de Génova. Entusiasmado con los trabajos y el espíritu del P. Codoing, a quien conoció a su paso por Génova camino de Roma, obtuvo de Vicente en 1645 el envío de un equipo de misioneros. Al frente de él fue el P. Blatiron, uno de los hombres más capaces de que disponía Vicente.

El cardenal cobró tanto afecto a la comunidad, que tomaba parte en sus trabajos, hacía con ella los ejercicios espirituales y les acompañaba a las misiones.

Si Roma dio origen a Génova, Génova provocó, a su vez, la fundación de Turín. Las conversaciones para el nuevo establecimiento se iniciaron en 1654 entre Vicente de Paúl y el marqués de Pianezza, Felipe Manuel de Sirmiano, primer ministro del ducado de Saboya-Piamonte bajo la regencia de Cristina de Francia, la hermana de Luis XIII.

Para dirigir la casa de Turín, Vicente escogió a un hombre con larga experiencia italiana, pues había formado parte de los equipos fundadores de Roma y Génova, el P. Juan Martín, misionero de celo devorador, que hacía a Vicente temer tanto por su salud, que se ocupaba personalmente de que estuviera bien alimentado.


LA MISIÓN IRLANDESA

El interés de Vicente por Irlanda era antiguo. A raíz de la rebelión de 1641 pidió a Richelieu que ayudara a los irlandeses en su lucha. El cardenal se excusó con las graves cargas que pesaban sobre el rey de Francia.

Vicente contaba en su Congregación con una quincena de misioneros irlandeses, el primero de los cuales, John Skyddie, había ingresado en 1638. La mayoría eran exiliados que habían descubierto en Francia la vocación sacerdotal y misionera. Naturalmente, recurrió a ellos para que trabajasen en su propia patria. Pero el P. Skyddie falleció en Roma mientras se tramitaba el asunto. Fueron escogidos seis, todos ellos jóvenes y animosos: Gerard Bryan, Edmond Barry, Dermot Duggan, Francis White, Dermot O'Brien y THADDEUS LEE. El mayor, Duggan, acababa de cumplir los 33 años. El más joven, Lee, tenía veintitrés y no era sacerdote, lo mismo que O'Brien. Les acompañaban un clérigo, Felipe Levacher, y un sacerdote franceses y un hermano coadjutor francés y otro inglés. Por sugerencia de Skyddie, el cargo de superior iba a ser confiado al sacerdote francés. Para el cargo Vicente designó en principio al P. Bourdet, célebre por su accidentada huida de Saint Méen aquel mismo verano. Bourdet, que había demostrado no tener temple de héroe y que probablemente preveía que la vida en Irlanda iba a ser todavía más azarosa que en la abadía bretona, declinó el honor. Vicente lo sustituyó con el P. Du Chesne.


LOS TRABAJOS DE LA MISIÓN

Después de un arriesgado viaje, los expedicionarios llegaron a Irlanda en los primeros meses de 1647, en dos equipos que empezaron enseguida el trabajo misionero en las diócesis de Cashel y Limerick, respectivamente, con los óptimos resultados habituales. Los obispos de Cashel y Limerick les confiaron sendas cartas para el Sr. Vicente, haciendo constar que el trabajo de sus misioneros había hecho:

Aunque esos buenos sacerdotes han sufrido muchas molestias desde su llegada a este país, no han dejado por ello de entregarse continuamente a los trabajos de la misión. [Cfr. S.V.P. III p. 386-387: ES p. 329-330.]

En 1649, la tempestad se abatió sobre Limerick. Cromwell en persona, jefe supremo de Inglaterra después de la ejecución de Carlos I, desembarcó en Dublín con un formidable ejército e inició una ofensiva sistemática contra los reductos rebeldes, acompañada de una sangrienta persecución anticatólica. El hermano Patriarch, el inglés, sucumbió al clima de terror. Su razón empezó a desvariar. El P. Duggan tuvo que acompañarlo a Francia.


"EL ESPÍRITU DEL MARTIRIO"

La represión se ensañó especialmente con los sacerdotes. La captura significaba la muerte. El obispo consiguió escapar disfrazado de soldado, y lo mismo hicieron los misioneros, aunque, en un primer momento, Vicente los dio por muertos a todos.

¿Qué sabernos nosotros de lo que Dios les tiene destinado? La verdad es que no les habrá dado en vano resolución tan santa. [Cfr. S.V.P. IV p. 15: ES p. 19-20.]

Los PP. Bryan y Barry lograron llegar a Francia, después de diversas peripecias, en el curso de 1652. Pero el benjamín del grupo, TADEO LEE, que en un primer momento había logrado escapar de Limerick, fue descubierto por los ingleses en su aldea natal, donde se había refugiado. Allí fue bárbaramente martirizado en presencia de su propia madre. Los verdugos le cortaron las manos y los pies y luego le aplastaron la cabeza. La Congregación de la Misión tiene en él su PROTOMÁRTIR.


ESCOCIA, HÉBRIDAS Y ORCADAS

Algunos de los misioneros regresados de Irlanda no se resignaron a la vida relativamente tranquila de las residencias francesas. El P. Bryan, acompasado de otros compatriotas, volvió a Irlanda después de la muerte de Vicente. Los PP. Duggan y White no esperaron tanto. Muy pronto estuvieron dispuestos para emprender una aventura parecida en otras regiones de las islas Británicas: Escocia y las Hébridas. El 7 de octubre de 1650, Vicente solicitaba para ellos de la Sagrada Congregación de Propaganda las licencias necesarias, haciendo constar su aptitud para el trabajo propuesto: ambos tenían como lengua propia el gaélico, que era la que se hablaba en aquellas islas. Un mes más tarde, ambos se hallaban en Amberes, a la espera de un barco holandés que los condujese a Escocia disfrazados de comerciantes.

El trabajo en Escocia era totalmente diferente del desarrollado en Irlanda. A las grandes misiones con miles de oyentes enfervorizados sucedió la dura vida del sacerdote clandestino, el angustioso peregrinar por regiones paupérrimas, las reuniones secretas con grupitos de católicos que habían olvidado los rudimentos de sus creencias, el temor constante de las delaciones. El P. Duggan recorrió de esta guisa las islas de Uist, Barra, Eigg, Canna y Skye y los distritos de Moidart, Morar, Knoydart, Glengarry y Arisaig, en la costa occidental escocesa, dejando por doquier una estela de abnegación y heroísmo.

El P. Duggan falleció el 17 de mayo de 1657 mientras preparaba desde Uist del Sur otra expedición misionera a la isla de Pabbay, más allá de Barra. El pueblo conservó su recuerdo con veneración. Un cementerio en Uist y un puerto de montaña en Barra llevan su nombre.

Como él es el Señor, le toca disponer según su voluntad; a nosotros nos corresponde pedirle que suscite otros nuevos que sean según su corazón para proseguir su obra. [Cfr. S.V.P. VI p. 602: ES p. 548-549.]

El P. White, en febrero de 1655 fue arrestado junto con un jesuita y un sacerdote secular en el castillo de Gordon, la fortaleza del marqués de Huntley, que era uno de los refugios más frecuentados por los sacerdotes católicos. Le condujeron primero a la prisión de Aberdeen y luego a la de Edimburgo. Vicente temió por su vida. Pero no se atrevía a intervenir desde Francia. Cualquier gestión hubiera revelado el carácter sacerdotal del prisionero, y eso era precisamente lo que trataban de demostrar los acusadores.

No sé si hemos de alegrarnos o afligirnos por ello; pues, por una parte, Dios recibe honor por su detención, ya que lo ha hecho por su amor, y la compañía podrá sentirse dichosa si Dios la encontrase digna de darle un mártir, y él está contento de sufrir por su nombre, y de ofrecerse, como lo hace, a cuanto Dios quiera hacer con su persona y con su vida..." "Todo esto nos mueve en Dios a sentir gran alegría y gratitud. Mas, por otra parte, es nuestro hermano el que sufre; ¿no tenemos que sufrir con él? De mí confieso que, según la naturaleza, me siento muy afligido y con un dolor muy sensible; pero, según el espíritu, me parece que hemos de bendecir a Dios corno si se tratara de una gracia muy especial. [Cfr. S.V.P. XI p. 173: ES p. 98-99.]

El P. White fue puesto en libertad, pues no se pudo probar que hubiera celebrado misa, que era la acción criminal formalmente sancionada con la pena capital por las leyes inglesas. Vicente admiró, sobre todo, el valor del prisionero al no querer negar su condición de sacerdote para obtener la libertad. Apenas la consiguió, White volvió de nuevo a las montañas de Escocia para continuar su trabajo.

La misión de Escocia añade una faceta nueva a la labor misionera de Vicente de Paúl y su Congregación. Perdidos en los remotos y desolados promontorios escoceses, aquellos misioneros pusieron una nota de intrepidez y aislamiento en la vocación vicenciana de evangelizar a los pobres. Disfrazados, perseguidos de un lugar a otro, ocultándose en los castillos de los nobles o en cabañas de pescadores, sufriendo privaciones indecibles, hicieron posible la perduración de la vieja fe católica en un país ganado por la herejía.
La misión vicenciana de Escocia no se extinguió del todo hasta el año 1704.


LA REINA DE POLONIA

La misión de Polonia, el tercer país europeo en recibir misioneros vicencianos, tuvo su origen en una carambola diplomática. En 1645, el rey Ladislao IV de Polonia (1595-1648), que había quedado viudo, solicitó como esposa una dama francesa. Mazarino escogió para la delicada misión a la princesa María de Gonzaga, hija de Carlos de Gonzaga, duque de Nevers y de Mantua. Fue una elección acertada. María de Gonzaga brillaba en la corte y en los círculos de la alta sociedad tanto por su piedad como por su belleza y su talento. La primera la había aproximado a los círculos más devotos, los jansenistas de Port Royal y a las damas de la Caridad de Vicente de Paúl, cuyos trabajos compartía. En su nueva patria quiso verse rodeada del mismo ambiente religioso que la envolvía en Francia. Se llevó como capellán al abate Francisco de Fleury, de marcadas simpatías jansenistas, y le pidió al Sr. Vicente que le enviara misioneros, Hijas de la Caridad y religiosas de la Visitación. Vicente accedió, aprovechando la ocasión de extender a aquel lejano país los beneficios de las misiones al pueblo y de los ejercicios a los sacerdotes. La flamante reina quería confiar esos dos ministerios a los misioneros.

En noviembre de 1651 llegó a Varsovia el primer grupo de misioneros. Eran cinco: dos sacerdotes, los PP. Lambert aux Couteaux y Guillermo Desdames; dos clérigos, Nicolás Guillot y Casimiro Zelazewsky, y un hermano coadjutor, Santiago Posny. El jefe del equipo era el P. Lambert.


LA MISIÓN POLACA

El carácter de la misión polaca fue muy diferente de la de Francia, Italia o las islas Británicas.
"Los misioneros de Polonia están trabajando con mucho fruto...; como la peste ha atacado seriamente a Varsovia, que es la ciudad donde reside ordinariamente el rey, todos los habitantes que podían huir han abandonado la ciudad, en la cual, lo mismo que en todos los lugares afligidos por esta enfermedad, ya no existe casi ningún orden, sino, por el contrario, un desorden casi absoluto; porque nadie entierra a los muertos, sino que los dejan por la calle, en donde se los comen los perros. Apenas una persona se ve atacada por la enfermedad, los demás la sacan fuera para que muera allí, pues nadie se encarga de darle de comer. Los pobres obreros, los criados y las criadas, las pobres viudas y huérfanos, todos ellos se ven totalmente abandonados; no encuentran trabajo ni a quién pedirle un trozo de pan, porque todos los ricos han huido. En medio de esta desolación fue enviado allí el P. Lambert para que remediara todas estas necesidades. Y, en efecto, gracias a Dios empezó a poner orden en todo, haciendo enterrar a los muertos y llevando a los enfermos que estaban abandonados a lugares adecuados para que fueran allí atendidos y asistidos corporal y espiritualmente; esto mismo lo ha hecho con otros pobres que estaban atacados por enfermedades no contagiosas. Finalmente, mandó preparar tres o cuatro casas diferentes y separadas unas de otras para que sirvieran de hospicios u hospitales y ordenó que se retirasen y alojasen allí todos los demás pobres que no estaban enfermos, los hombres en una parte y las mujeres con los niños en otra, asistiéndoles allí con las limosnas y donativos de la reina" [Cfr. S.V.P. IV p. 533-534: ES p. 494-495.]

A la peste y el hambre sucedió la guerra. Polonia sufría, como tantas veces en su historia, la codicia de sus poderosos vecinos. Rusia y Suecia se disponían a embestir el católico reino en lo que sería la guerra de los Trece Años (1654-1667).

El 31 de enero de 1653, el P. Lambert fallecía a los 47 años de edad. Su muerte fue universalmente lamentada. La reina, en una larga carta de su puño y letra, le decía a Vicente: "Si no me envía usted un segundo P. Lambert, no sabré qué hacer" [Cfr. S.V.P. IV p. 560-561: ES p. 523-525.]
La misión de Polonia sobrevivió a tantos desastres. Las circunstancias habían hecho casi imposible los ministerios habituales de la compañía. En cambio, había dado a los misioneros la oportunidad de practicar otros no menos conformes con sus fines: la asistencia a los enfermos, los soldados y los damnificados.


PROYECTOS INCONCLUSOS

Otras dos tradiciones quedaron por entonces truncadas en su nacimiento: Suecia y España.Aun sin Suecia ni España, a la muerte de Vicente la Congregación estaba sólidamente arraigada en tierras europeas no francesas. La vocación internacional estaba asegurada. El modo vicenciano de entender la reforma de la Iglesia había dado pruebas de su adaptabilidad a sociedades diferentes de aquella para la que había sido concebida.

CAPITULO XXV.- Túnez y Argel, la misión entre los esclavos.


María de Wignerod (duquesa de Aiguillón) y Luis XIII (Rey) manifestaron su deseo y decisión de enviar misioneros a Berbería. Abelly y Coste, analizando este acontecimiento, sostienen que se debe en parte a el conocimiento que tenía Vicente de su cautiverio juvenil. Grandchamp, por el contrario, sostiene que nunca los hubiera mandado si realmente conocía aquellos lugares. Lo cierto es que, este acontecimiento es una prueba de que Vicente conocía muy bien la triste situación de los cautivos y su necesidad de ayuda y consuelo.
Otra vez los corsarios:
Los acuerdos entre el Rey y el Sultán permitían que por derecho, los cónsules pudieran contar con la presencia de un sacerdote, en este caso un misionero. Sin embargo, los territorios estaban gobernados por reyezuelos que actuaban por cuenta propia. Su principal actividad: hostigar la navegación europea en el Mediterraneo occidental, como reacción de guerra del Imperio Turco con las naciones cristianas, sobre todo con España. La captura de naves cristianas proporcionaba, además de las mercancías confiscadas, brazos para las galera, mano de obra para las explotaciones agrícolas, reclutas para los escuadrones, mujeres para los harenes e ingresos por rescates, así como impuestos sobre la venta de esclavos.
Esta actividad duró 2 siglos, y por tanto, una pesadilla para los países mediterráneos. Entre ellos, Francia pactó diversos acuerdos, muchas veces “vergonzantes y humillantes” (: Francisco I, Enrique IV y en los cuales participó también Richelieu con los berberiscos). Todo este tiempo la piratería continuaba y prosperaba con sus irremediables consecuencias: «la esclavitud» y la «apostacía». Se calcula que fueron alrededor de unas 50,000 almas (otros sugieren unas 20, 000). La vida de la cautividad era dolorosa y humillante:
a) Alojamiento
b) Alimentación
c) Castigos
d) Sufrimientos físico y morales
e) Apostasía.
“Usted ha sido enviado para consolar las almas afligidas”
Vicente estaba bien informado de todo lo que ocurría. Su propósito al enviar misioneros a aquellas tierra NO era realizar rescates, ni convertir musulmanes. Los precios que se podían pagar era demasiado altos, incluso, la vida. El objetivo: Se trataba de mantener entre los esclavos una especie de misión permanente como las que se daban en los campos franceses o italianos.
a) Los misioneros desempeñaron el cargo de cónsules de Francia. La idea fue de la duquesa de Aiguillon, que pretendía eliminar de ese modo los roces entre los cónsules y capellanes, sobre todo cuando los primeros llevaban a cabo comercios turbios. Pero la Sagrada Congregación de Propaganda no veía con buenos ojos la labor de cónsules por parte de los misioneros. Por lo que los hermanos de la misión jugaron un papel fundamental.
b) Los misioneros eran muy rigurosos ante la actividad consular en negocios turbios, aplicando con severidad las leyes y siendo insobornables: contrabando de armas y otras mercancías prohibidas por las leyes francesas y pontificias.
En muchos momentos, Vicente pensó renunciar. Sin embargo, la Duquesa lo convenció de lo contrario.
c) Por parte de la Santa Sede, los misioneros ejercieron, además, el cargo de vicarios generales del arzobispo de Cartago, con jurisdicción eclesiástica sobre los sacerdotes, religiosos y files de estos lugares.
d) Los misioneros acabaron encargándose también de tramitar rescates, a pesar de las reservas de Vicente. Estas historias no siempre tuvieron desenlacen románticos: a veces las demandas eran exageradas, algunos misioneros pagaron con la prisión o el suplicio de compromisos imposibles de resolver.
Muchos de los trámites fueron realizados desde San Lázaro, pasando después a Marsella y de ahí, a Berbería por medio de comerciantes o marinos que enlazaban ambas orillas del Mediterráneo. La correspondencia en este tiempo contiene un rosario de nombres y de oficio comercial, que muy bien podríamos llamar a todo este movimiento: «un comercio de la caridad». Según Abelly, el total de los cautivos rescatados por Vicente pasó de los 1, 200, por un valor de 1, 200.000 libras.
“¡Pero si es un niño! Monseñor, es su vocación”
La empresa no hubiera podido llevarse a cabo, sin los hombres formados por Vicente que resistieron en situaciones adversas: PP. Julián Guérin y Juan Le Vacher y el hermano Francillon, entre otros más. Su celo fue grande. Tuvieron que actuar de manera prudente y moderada. Vicente envió a Juan Le Vacher, sacerdote joven de 28 años. Coincidió que en ese momento un nuncio de la Santa Sede visitaba san Lázaro para pedirle la bendición para la partida de este misionero. Al llegar a Marsella, Le Vacher calló enfermo. El superior pidió su cambio; a lo que Vicente respondió: “Si está demasiado débil para llegar al barco, que lo lleven; si durante el viajo no puede resistir al mar, que lo echen por la borda». Sin embargo, aunque es extraña esta actitud en Vicente, se puede afirmar que a los héroes se les trata como héroes. Los hechos probarán que Vicente tenía razón.
Le Vacher resistió a su enfermedad y a la peste que se desató; otros no tuvieron la misma suerte: P. Guérin y el cónsul Martín de Lange. Le Vacher y el hermano Francillon, se quedarían solos en aquellos lugares, necesidad que no sería remediada en vida de Vicente.
“Los malos tratos recibidos por el cónsul de Francia”
En Argel, la misión se había iniciado en 1646 con la compra del consulado, al que fue destinado el hermano Juan Barreau. 3 Padres murieron en esta misión después de un breve ejercicio apostólico con los apestados. En 1651 llegó Felipe Le Vacher, hermano de Juan. Los dos poseían la misma piedad profunda y la misma capacidad de sufrimiento.
La historia externa de la misión de Argel podría resumirse en dos palabras: deudas y cárceles. El hermano Barreau no sabía decir no a una obra de caridad, asumiendo compromisos que luego no se podían cumplir. Lo hizo tantas veces, que los beyes se acostumbraron a tomarlo como rehén para asegurar el cumplimiento de algún contrato. Entre los beneficiarios de estos actos de caridad estaban: algún cautivo en apuros, religiosos, mercedarios, esclavos fugitivos, etc. En vano Vicente le prodigaba consejos y órdenes. Sin embargo, el más perjudicado era él, pues en dichas cárceles se le propinaban malos tratos: le apalearon, le colgaron cabeza abajo, le clavaron cañas de bambú en las uñas…Vicente solía sacarlo de apuros. El hecho más grave fue en 1657, al hacer varias colectas y recolectar fondos; incluso se hicieron volantes con propaganda: «Relato de los malos tratos recibidos por el cónsul de Francia en Argel, de Berbería y de las necesidades de los pobres esclavos». Luego, se indicaba los lugares en donde hacer sus donaciones.
Por ese tiempo, se tuvieron noticias de sus cartas juveniles sobre su propia cautividad en Túnez. Era un contratiempo serio, ya que se pensaba que hubiera podido comprometer el éxito de la colecta. Vicente hizo cuanto estuvo en su mano desaparecer aquellas “miserables” cartas. No lo consiguió, pero al menos impidió que se les publicitara. El silencio sobre su cautiverio puede tener aquí uno de sus motivos.
“Trabajan día y noche”
En cuanto al trabajo apostólico realizado con los cautivos, nos remitimos a las Mémoires, por Abelly.
a) P. Guérin: En la Galera de Argel (300 esclavos cristianos). Su misión consistía en celebrarles la misa (en una casa); algunos llevaban 20 años sin recibir los sacramentos; algunos griegos (cismáticos) se confesaron y comulgaron. Se concluyó con una fiesta.
b) P. Juan Le Vacher: Les contaba a los PP. Misioneros en San Lázaro, su trabajo en las galeras, antes las necesidades espirituales y corporales que ahí encontró (p. 433).
c) P. Felipe Le Vacher rescataba esclavos, reformaba a los sacerdotes y religiosos cautivos, sufría calumnias, trabajaba sin descanso. Su celo era excesivo y riguroso. Vicente llegó a decir: «un hombre todo fuego…Es un hombre que trabaja continuamente…exponiendo su vida por asistir a su prójimo» (p. 433).
Tanto en Argel como en Túnez y Bizerta, los misioneros instalaron capillas en los baños principales para celebrar la santa misa. En los 2 consulados se veían verdaderas iglesias, que servían como parroquias para los comerciantes extranjeros: ¡verdaderos centro de celebración e identidad cristiana!
Los misioneros no limitaban su atención a los cautivos de las ciudades, sino que se adentraban por el país, llevando consuelo y socorros espirituales y corporales a los que trabajaban en las canteras o en las “macerías” (campo)…más habitadas por leones que por hombres. Mucha de esta gente llevaba más de 18 años sin ver a un sacerdote. Se tuvieron con ellos las actividades propias de una misión vicentina. Y en toda esta actividad se tenía una convicción: «la caridad espiritual y la material son inseparables».
“El templo del Espíritu Santo”
La crónica de la misión cuenta el caso de un niño inglés convertido al catolicismo, no sin antes superar la resistencia de los suyos. Al P. Guérin le llegó a confesar: que estaba dispuesto llegar hasta la muerte antes de apostatar. Se decía de él: “Un pequeño templo del Espíritu Santo”. Hubo otros casos parecidos con 2 jovencitos: uno inglés y otro francés, dispuestos incluso al martirio.
“Un alma pura como el oro limpio en el crisol”
Felipe Le Vacher contaba que había renegado de su fe por miedo a ser enviado a las galeras. Luego de la predicación del misionero retomó la conciencia y se le inflamó el corazón por una conversión auténtica, aún a costa de su propia vida a favor del cristianismo. El martirio le alcanzó y el P. Le Vacher asistió secretamente dándole la absolución. Vicente expresaba de este joven: “Entregó su alma a Dios pura como el oro en el crisol” (p. 436). Vicente comentó este hecho de fidelidad a sus misioneros presentes y ausentes. En los últimos años de su vida, Vicente, intentó una especie de cruzada para liberar de golpe a la población cautiva de Berbería, pero no llegó a realizarse ni a concretizarse. Lo cierto es que la misión de Berbería, prosiguió después de la muerte de Vicente. Juan Le Vacher y el hermano Francillon coronaron su vida con el martirio. Ambos murieron de la misma manera, atados a la boca de un cañón, cuyo disparo cortó en dos sus cuerpos y los arrojó a las aguas del puerto de Argel.

CAPÍTULO XXVI.-Madagascar, la misión entre infieles.



"Vicente de Paúl... ofrece mandar sus misioneros"

Aunque realizado en tierras infieles, el trabajo entre los cautivos de Berbería era trabajo de cristiandad; la acción de los misioneros se limitaba a los cristianos. Vicente deseaba ardientemente un trabajo directo de evangelización de infieles.

La Congregación de Propaganda, y de manera especial su secretario, Mons. Ingoli, buscaba misioneros para países lejanos.

Entre 1643 y 1647 se pensó en confiarle el obispado de Babilonia, que incluía la responsabilidad de las misiones en Mesopotamia, Persia y parte de la India. Casi llegó a estar nombrado el P. Lambert. Pero el proyecto se vino abajo por una serie de dificultades: las condiciones puestas por el obispo retirado, Juan Duval.

En 1643, las miras se concentraron sobre Arabia. Esta vez lo solicitó Vicente, aunque las lagunas existentes en la documentación no permiten saber si hubo una oferta previa por parte de la Santa Sede. En 1656, la oferta versó sobre el Líbano, y se pidió a Vicente que propusiera a uno de sus sacerdotes.


"Una isla que está bajo el Capricornio"

De todos estos planes, sólo uno llegó a convenirse en realidad: el de Madagascar o isla de San Lorenzo, como se la llamaba oficialmente, "una isla que está bajo el Capricornio", según la describía Vicente en una de sus cartas. Se fundaron compañías comerciales, a las que el Estado concedía la explotación de los territorios colonizados.

En Madagascar, la colonia francesa se estableció en el extremo mediterráneo de la isla y fundó allí un fortín - el fuerte del Delfín -, que con el tiempo se convirtió en una ciudad: FortDauphin. Madagascar había sido evangelizada durante un breve tiempo por jesuitas portugueses, con escasos resultados. Cuando se establecieron allí los primeros colonos franceses, puede decirse que era terreno virgen.

En 1648, la Compañía de Indias pidió misioneros para Madagascar al nuncio de París. Este pensó en la Congregación de la Misión, y fue a proponérselo personalmente al Sr. Vicente, quien aceptó la propuesta, resultó que la Sagrada Congregación había concedido ya la misión a los carmelitas descalzos. El problema se resolvió con la renuncia de los carmelitas. Los misioneros de San Lázaro asumieron la responsabilidad plena de la evangelización de la isla.

Humanamente, la misión de Madagascar era una misión imposible. La distancia y, sobre todo, las comunicaciones planteaban problemas desesperantes. De las tres primeras expediciones enviadas por Vicente:
La primera (1648), seis, y la tercera (1655-1656), nueve.
La segunda (1654) - tardó cinco meses en llegar a su destino.
Las tres últimas no llegaron nunca.

Una naufragó en el Loira antes de salir a alta mar (1656), otra tuvo que refugiarse en Lisboa, y a la salida fue capturada por un navío español, que la condujo a Galicia (1658), y la última, después de naufragar en el golfo de Vizcaya, regresar a Francia y emprender de nuevo la travesía, encalló en el cabo de Buena Esperanza, viéndose obligados los misioneros a regresar a París vía Ámsterdam en un navío holandés (1659-1661).
Para el apostolado de los misioneros que lograron poner pie en la isla, la población francesa representaba más un estorbo que una ayuda. Enfrentados a la dura realidad de una tierra pobre, con habitantes poco dispuestos a la obediencia, reaccionaban entregándose a todo género de abusos y tropelías.
Un tercer grupo de dificultades estaba representado por el clima y las condiciones sanitarias de aquella exótica geografía. Los misioneros pagaron la novatada con enfermedades frecuentes y la muerte prematura. El que más, Santos Bourdoise, desarrolló su apostolado durante dos años y diez meses. Todos los de-más, puede decirse, murieron apenas iniciadas sus actividades apostólicas.
Los indígenas eran dóciles, tratables y cariñosos, pero tímidos y desconfiados ante los extraños, sobre todo si se les engañaba, lo que ocurrió muchas veces con la soldadesca del fuerte. Profesaban una religión primitiva, en la que los comerciantes árabes habían incrustado prácticas y creencias de origen islámico.

"Eche las redes con valentía"

Vicente fue escogiendo para la difícil y arriesgada misión una serie de sacerdotes extraordinarios por su calidad humana y religiosa.

Asombra cómo, en menos de veinticinco años, la pequeña compañía, a la que Vicente consideraba compuesta de sujetos insignificantes por virtud, ciencia y condición social, dispuso de hombres suficientes para tan varias y exigentes empresas:
1. Italia, que requería dotes de talento, finura y oratoria.
2. Irlanda y Escocia, donde se necesitaba valor para la persecución y el martirio.
3. Polonia, que ponía a prueba la caridad abnegada y el desprecio de la propia vida;
4. Argel y Túnez, donde había que derrochar compasión, talento financiero y astucia para el trato con los reyezuelos musulmanes:
5. Madagascar, dónde todo estaba por hacer y exigía capacidad de improvisación, facilidad para las lenguas, comprensión de lo exótico, pureza de costumbres a toda prueba, tacto para con los hugonotes.
A Madagascar destinó en oleadas sucesivas hasta veinte de misioneros, de los que sólo ocho llegaron a la misión. Ninguno de ellos opuso la menor resistencia y muchos partieron hacía la lejana isla a petición propia.

En el fondo era el mismo Vicente quien se sentía misionero por medio de sus hijos.

A los consejos espirituales, el prudente organizador añadía indicaciones sobre el material indispensable para el viaje. Los misioneros debían llevar: cien escudos en oro para imprevistos.
Un oratorio completo.
Dos rituales,
dos biblias.
Dos concilios de Trento.
Dos manuales de la Moral de Binsfeld.
Dos libros de las meditaciones de Buseo.
Ejemplares de la Vida devota y de vidas de santos.
La vida y las cartas de San Francisco Javier.
Hierros para hacer hostias, imperdibles.
Tres o cuatro estuches de bolsillo, los santos óleos.
El P. Gondrée murió al año justo de llegar a Madagascar. Sufrió una insolación mientras acompañaba al gobernador a visitar el poblado de Fanshere, donde vivía Adrián Ramaka, un reyezuelo negro que de joven había sido bautizado por los jesuitas. Nacquart resistió otro año enteramente solo. Murió el 29 de mayo de 1650. Había hecho muchos planes.


"Sólo he quedado yo para darle la noticia"

Entre la muerte de Nacquart y la llegada de la segunda expedición de misioneros pasaron más de cuatro años. Al fin, el 16 de agosto de 1654, desembarcaron en la isla los PP. Bourdaise y Mousnier y el hermano Forest. La obra de Nacquart estaba deshecha. Había que empezarlo todo de nuevo. Bourdaise tenía ánimos para ello.

Se le consideraba poco inteligente. Durante sus estudios se pensó en despedirlo de la compañía por falta de aptitudes. Pero Vicente había intuido su valía espiritual y se negó a ello. En Madagascar iba a demostrar que las disposiciones del corazón y el sentido práctico pueden suplir con creces las dotes intelectuales. Lo mismo que Nacquart, Bordaise emprendió el apostolado itinerante por los poblados indígenas. Su compañero, el P. Mousnier, que era el intelectual del equipo, murió a los nueve meses, tras una penosa expedición para atender a un campamento de colonos.

Bourdaise, como antes Nacquart, se quedó solo para todo el trabajo. En menos de tres años bautizó a unos 600 paganos. En 1656 tuvo la alegría de recibir refuerzos: los PP. Dufour y Prévost. Un tercer compañero, el P. Belleville, murió en el viaje. Lo peor fue que también Dufour y Prévost murieron a los dos y tres meses, respectivamente, de su llegada. Tampoco él sobrevivió mucho a sus compañeros. El 25 de junio de 1657 sucumbía, a su vez, de un ataque de disentería.

"Ese muchacho tímido, humilde y manso"

Entre 1656 y 1660 se sucedieron otros tres envíos de misioneros, todos ellos destinados al fracaso. El naufragio de la expedición de 1656, de que ya hicimos mención, tuvo consecuencias fatales para casi la mitad de los viajeros. De 64, perecieron 30. Los tres misioneros figuraron en el número de los supervivientes, en parte por circunstancias fortuitas y en parre por el valor y decisión de uno de ellos. Eran dos sacerdotes y un hermano. El Día de Difuntos, el barco estaba anclado en la desembocadura del Loira, frente a Saint Nazaire. Los dos sacerdotes bajaron a tierra para celebrar con más comodidad la santa misa. Les acompañó el capitán del barco. A la vuelta no pudieron trasladarse a bordo, porque el oleaje era tan violento que nadie osaba atravesar la bahía. Por la noche, la tempestad arreció tanto que a eso de la once empujo el barco hacia un banco de arena, donde quedo destrozado.


"Alabado sea Dios por la vida y por la muerte"

La última expedición fue la más accidentada de todas y dio ocasión a Vicente de poner de manifiesto su total sometimiento a la voluntad divina y el dominio que ejercía sobre sus sentimientos

El punto de embarque era Nantes. Pero, llegados allí los viajeros tres sacerdotes y un hermano, se les comunicó que debían dirigirse a La Rochela. El superior, Nicolás Etienne, tomando consigo al hermano, se fue por mar, mientras los otros dos hacían el camino por tierra. A poco de salir de Nantes, un fuerte viento del noroeste desarboló el navío, rompiéndole el mástil, y lo arrastró hacia un banco de arena. El piloto pidió al P. Etienne que diese la absolución a marineros y pasaje. Apenas habla hecho el sacerdote la señal de la cruz, cuando un brusco cambio del viento alejó al barco del peligroso escollo. Dos jóvenes pasajeros no habían esperado tanto; cogiendo por su cuenta el esquife, se echaron al mar y creyeron ver al barco hundirse bajo las aguas. Llegados a La Rochela, les faltó tiempo para dar la noticia y escribir a París.


"Por cinco o seis bajas, ¿vamos a abandonar la obra de Dios?"

Madagascar era para Vicente la coronación de la obra misionera de la compañía Por eso la sostuvo contra viento y marea no obstante el largo y doloroso rosario de sacrificios.
En ninguna otra empresa desplegó Vicente de Paúl tanta tenacidad, tanto trabajo, tanto esfuerzo. Madagascar estuvo sin misioneros desde la muerte de Bourdaise hasta tres años después de la de Vicente, cuando llegaron por fin los últimos misioneros que él había enviado. Su sucesor, el P Alméras, continuó la obra hasta que Francia retiró de la isla los últimos colonos. Los misioneros vicencianos regresaron a ella en el siglo XIX, y todavía hoy prosiguen en la diócesis de Fort-Dauphin la labor iniciada por Nacquart y Gondrée en tan adversas circunstancias.