martes, 22 de abril de 2008

CAPITULO XXIII.-La compañía en acción: ordenados, seminarios, conferencias.


"Nuestro Instituto no tiene más que dos fines principales"

La vocación sentida por Vicente desde los primeros momentos de su búsqueda espiritual no se limitaba a las misiones. La reforma del clero formaba parte de ella a título no menos importante. Por esa razón fue incorporada a los fines y actividades de la Congregación de la Misión.

Nuestro instituto decía Vicente aun antes de la redacción definitiva de las Reglas no tiene mas que dos fines principales, esto es, la instrucción de la pobre gente del campo y los seminarios”.
Ambas finalidades figuraban expresamente en los contratos de fundación de la mayoría de las casas, y Vicente se preocupaba de que se atendiera por igual a las dos aun en momentos en que una de ellas podía parecer superflua. Al superior de Saintes, cuyo seminario contaba con poquísimas vocaciones, le recordaba:

"Espero que esa buena obra, en vez de hundirse, irá cada vez mejor. No debe usted olvidarla para atender únicamente a las misiones; las dos son igualmente importantes y usted tiene la misma obligación con una que con otra; me refiero a toda la familia, que ha sido fundada para las dos".

"Nada hay mejor que un sacerdote"
Como obligación, era económicamente muy gravosa. Las ordenaciones anuales en la diócesis de París eran seis, aunque a partir de 1643 quedaron reducidas a cinco por haberse suprimido la de mitad de cuaresma.

Los participantes en cada tanda oscilaba entre los 70 y los 90. Como los ejercicios duraban once días, al cabo del año resultaban un total de cincuenta y cinco días de ejercicios y unas 4.000 estancias.

La casa de San Lázaro se resentía de tan pesada carga. Algunas damas de la Caridad corrieron en ayuda de Vicente. La Sra. Presidenta de Herse, Carlota de Ligny, viuda desde 1634 de Miguel Vialart, miembro del Parlamento de París y presidente en el mismo del llamado Tribunal de Demandas de Palacio, dedicó gran parte de su fortuna a obras caritativas. La de los ejercicios para ordenandos se comprometió a asistirla durante cinco años, lo que cumplió puntualmente. Desde 1638 a 1643 entregó a Vicente 1.000 libras para cada ordenación. Además, en unión de otras damas, amuebló a sus expensas las celdas destinadas a los ejercitantes.

El peso principal siguió recayendo sobre San Lázaro. En 1650, Margarita de Gondi, marquesa de Maignelay, dejó en su testamento un legado de 18.000 libras para la obra, completando con ello la piadosa fundación de sus hermanos.

Si las bases económicas no eran muy sólidas, Vicente se esforzó por que las espirituales lo fueran lo más posible. En sus repeticiones de oración, conferencias y cartas, desarrolla una pedagogía destinada a inculcar a la comunidad la grandeza del sacerdocio y de las obras puestas a su servicio.

"Hacer efectivo el Evangelio"

Para la Congregación la llamada a este ministerio había significado la llegada a la plenitud de los tiempos. La evangelización de los pobres sólo se hacía totalmente efectiva cuando se les proporcionaban buenos pastores. Respondía así a las objeciones que algunos miembros de la comunidad oponían a los ejercicios de ordenandos, seminarios y conferencias eclesiásticas.

La formación de sacerdotes era la manera de hacer efectivo el Evangelio.
A los ejercicios de ordenandos quería Vicente que contribuyera toda la comunidad, no sólo los encargados de dirigirlos. La humildad, la oración, el buen ejemplo y la cuidadosa ejecución de las ceremonias litúrgicas eran los medios que todos, incluso los hermanos coadjutores, tenían a su alcance para colaborar.


El manual de ejercicios

Vicente enseguida redacto como para todas las obras, el reglamento correspondiente en que estuvieran condesados todos los conocimientos que el aspirante al sacerdocio debía poseer para recibir y ejercitar dignamente su elevado ministerio. La redacción de este manual fue obra colectiva. Además de Vicente, trabajaron en él Nicolás Pavillon (1597-1677), Francisco Perrochel (1602-1673) y Juan Jacobo Olier (1608-1657). Los tres pertenecían al grupo inicial de las conferencias de los martes y giraban desde muy temprano en la órbita vicenciana.
· Pavillon alcanzó pronto, en 1637, el obispado de Alet, que aceptó por consejo de Vicente.
· También Perrochel se consagró en San Lázaro, seis años más tarde que Pavillon, como obispo de Boulogne. Su fama era tan grande, que Ana de Austria asistió a sus pláticas para ordenandos.
· Juan Jacobo Olier era el más joven de todos, y por entonces el más sumiso a la dirección de Vicente, su confesor.
· Hacia 1634 o 1635, los cuatro hombres trabajaban de común acuerdo en la elaboración del manual de ejercicios. El resultado fue un librito titulado Entretiens des ordinands, que no ha sido impreso nunca, conservándose sólo copias manuscritas. Cuando Vicente lo tuvo en sus manos, lo sometió al examen de va-rios doctores de la Sorbona.
Clérigos de la casa se encargaban del ensayo de las ceremonias litúrgicas y la lectura en el comedor, que de ordinario se hacía en un clásico de la espiritualidad sacerdotal, el libro del cartujo español Antonio Molina "Instrucción de sacerdotes”.

Una de ellas fue el pequeño Gondi, el futuro cardenal de Retz, quien, obligado a abrazar el estado eclesiástico por exigencias familiares, hizo en San Lázaro los ejercicios de órdenes El caso de Antonio Arnauld fue distinto. Tampoco él se dejó ganar por el ambiente, pero su oposición procedía de otros motivos. Formado por Saint Cyran, su aprecio por Vicente era muy mediocre.


"Nuestra compañía ha contribuido no poco"

Acaso no quepa apreciación más ponderada de la importante obra realizada por Vicente que la formulada por él mismo en esas líneas: "Nuestra pobre compañía ha contribuido no poco". Mayor importancia que los frutos directos tuvo, acaso, el movimiento general desencadenado por los ejercicios de San Lázaro. Otras comunidades - el Oratorio, San Nicolás de Chardonnet, la compañía de Authier de Sisgau - se dedicaron también a ellos. Vicente no podía atender a todas las peticiones de los obispos que deseaban implantarlos en sus diócesis. Prácticamente, todas las fundaciones de la Congregación - Crécy, Nuestra Señora de la Rose, Agen, Le Mans, Cahors, Saintes, Troyes, Luçon, Richelieu - combinaban los ejercicios de órdenes con las misiones populares. Diócesis en las que no existía casa de la Congregación, como Reims, Noyon, Angulema o Chartres, llamaron ocasionalmente a los misioneros para predicar algunas ordenaciones y dar así comienzo a la obra.

Fuera de Francia, las casas de Génova y Roma se emplearon, desde los comienzos mismos de su fundación, en la predicación de ejercicios a ordenandos, con el éxito y los resultados que veremos en otros capítulos.


"Las órdenes del concilio vienen del Espíritu Santo..."

Fruto de los ejercicios a ordenandos fue también dar origen a la obra que había de resolver de manera definitiva el problema de la formación del clero: los seminarios.
El primer ensayo vicenciano de seminario respondió a la línea tridentina. El hecho es que hacia 1636 decidió dedicar el colegio de Bons Enfants a seminario de adolescentes. Ocho años más tarde, en 1644, el número de alumnos era de 22, y nunca parece haber alcanzado en esa época la treintena. La experiencia resultó decepcionante. En 1641, Vicente declaraba que ni uno solo de esos seminarios había resultado bien para provecho de la Iglesia. El paso del tiempo fue confirmando lo negativo del intento:
Vicente empezó a buscar otras soluciones. En 1642, creó en el mismo Bons Enfants otro tipo de seminario, pero lo hizo funcionar al lado del primero. Cuando, en 1645, la casa resultó demasiado pequeña para ambos, tampoco cerró el seminario de niños, sino que lo trasladó a un edificio situado en el extremo nordeste del recinto de San Lázaro llamado el pequeño San Lázaro, nombre que Vicente cambió pronto por el de seminario de San Carlos. Este no parece haber funcionado del todo mal.


"Es muy distinto tomarlos entre los veinte y los veinticinco años"

Hacia 1642 no olvidemos que ese año marca una divisoria en esta época de la vida de Vicente, una idea nueva parece haber empezado a tomar cuerpo en los ambientes reformadores franceses: la de seminarios de jóvenes clérigos de más de veinte años:

En 1642 fundó Olier, en Vaugirard, el seminario trasladado más tarde a San Sulpicio; crearon los oratorianos sus seminarios de Saint Magloíre, en París; Ruán y Toulouse; empezó San Juan Eudes a madurar el proyecto, que le llevaría a abandonar el Oratorio ante la intransigencia de Bourgoing, sucesor de Condren, para fundar una nueva congregación dedicada a los seminarios y las misiones; inició su transformación San Nicolás de Chardonnet. En tomo a esa misma fecha empezaron a acariciar nuevos proyectos de seminario los obispos más celosos: Justo Guérin, en Annecy; Nicolás Pavillon, en Alet; Alano de Solminihac, en Cahors; Jacobo Raoul, en Saintes, etc.

La idea estaba en el ambiente, y cada uno de los fundadores se apoderó de ella para realizarla a su manera. Es significativo que detrás de todas las iniciativas surgidas alrededor de 1642 esté presente el respaldo económico del cardenal Richelieu o su sobrina, la duquesa de AiguilIon. Vicente recibió 1.000 escudos - 3.000 libras - para dar comienzo a su proyecto con doce clérigos en el colegio de Bons Enfants. Olier, San Juan Eudes, Bourgoing, Authier de Sisgau, Bourdoise.
La idea vicenciana del seminario mayor, si se puede aplicar esa expresión a la realidad que nacía en 1642, no fue sino el desarrollo y prolongación de los ejercicios de ordenandos. Por eso, acaso sería preferible llamar a los seminarios del siglo XVII "seminarios de ordenandos".

"Al principio, fue un gran favor obtener el consentimiento de los prelados para obligar a todos los eclesiásticos a asistir durante ocho o diez días antes de recibir las órdenes a una conferencia por la mañana y otra por la tarde en las iglesias o casas del Oratorio. Más tarde, convenientemente amuebladas las casas, los aspirantes fueron obligados a permanecer en ellas diez días; varios prelados exigieron un mes; otros, dos, y finalmente, otros, más celosos, tres meses antes de cada una de las sagradas órdenes. De este modo, sin darse cuenta de ello, se establecieron los primeros seminarios".


"En París hay cuatro seminarios"

Como resultado de este proceso de formación, el seminario vicenciano difería bastante de los seminarios de épocas posteriores. En Bons Enfants, al principio por lo menos, se admitían no sólo clérigos aspirantes a las órdenes, sino también sacerdotes que deseaban suplir a posteriori la preparación de que carecían.

La concepción primitiva del seminario no era la de una escuela de teología, y menos aún de filosofía. Lo esencial era la formación espiritual de los seminaristas en las virtudes propias del estado sacerdotal, su entrenamiento en las funciones litúrgicas (celebración de la misa y administración de los sacramentos) y la preparación para el oficio de confesor, con sus exigencias de conocimientos morales más bien de tipo teologal.

El ideal de Vicente se acercaba más a lo que hoy llamaríamos una escuela técnica sacerdotal de donde salieran no sabios - ésa era la función de la Universidad -, sino buenos párrocos, llenos de piedad y vida interior, competentes, celosos y bien preparados para la práctica pastoral.
En algunos casos, el alejamiento de los centros universitarios obligó a la creación de cátedras de teología y filosofía en los seminarios. La costumbre se fue generalizando, y, poco a poco, todos los seminarios acabaron convirtiéndose en centros de enseñanza en sentido estricto. Vicente se plegó, no sin resistencias, a esta tendencia.

Comparando diez días antes de su muerte los cuatro seminarios existentes en París, hacía este balance:
è Hay en París cuatro casas dedicadas a lo mismo: el Oratorio, San Sulpicio, San Nicolás de Chardonnet y la pobretería de Bons Enfants. Los de San Sulpicio tienden y lo subordinan todo a purificar los espíritus, a despegarlos de los afectos terrenos, a conducirlos a luces superiores y sentimientos elevados, y vemos que todos los que han pasado por allí tienen mucho de eso, unos más y otros menos. No sé si enseñan la escolástica.
è Los de San Nicolás no se elevan tanto, sino que tienden al trabajo en la viña del Señor, a formar hombres laboriosos en las funciones eclesiásticas. A este fin, se mantienen: primero, siempre en la práctica; segundo, en oficios humildes: barrer, lavar los cubiertos, fregar, etc. Pueden hacerlo porque la mayoría son gratuitos y resulta bien.

"Es más útil explicar a un autor que dar apuntes"

El más testarudo, Bernardo Codoing, recibió una larga carta de Vicente, apoyado en un consejo de comunidad, al que asistieron siete de los más doctos de la compañía. Vicente enumera todas las razones en contra del dictado. La principal es la finalidad misma del seminario; no se trata de formar científicos, sino hombres piadosos y prácticos para el ministerio. No falta tampoco el argumento ad hominem, que nos descubre ciertos aspectos menos conocidos del carácter de Vicente, su buena información y su capacidad de ironía, no hiriente, sino destinada a curar la vanidad del revoltoso súbdito.


"Nos hemos entregado a Dios para servirle en los seminarios"

También los seminarios, conforme a la costumbre vicenciana, contaron pronto con un reglamento. Los ejemplares llegados hasta nosotros son de fecha tardía. Su impresión nota de 1722, lo cual había hecho pensar en una influencia jansenista en su elaboración, dado que el rector de Bons Enfants en esa fecha era el P. Honorato Philopald de la Haye (1674-1762), un jansenista convencido que acabó siendo expulsado de la Congregación por ese motivo.
Las costumbres eclesiásticas han evolucionado tanto en tres siglos y medio, que una disciplina que hoy juzgamos rigurosa podía parecer benigna en 1645. No existían en ella penitencias corporales ni más ayunos ni abstinencias que los establecidos por la Iglesia para el común de los fieles.

La mayoría de las prácticas, así como el orden del día, estaban calcadas en las Reglas comunes de los misioneros.
V Meditación diaria.
V Rezo en común del oficio divino para los obligados al mismo.
V Dos exámenes de conciencia particulares y uno general.
V Misa, lectura del Nuevo Testamento.
V Ensayo de canto y ceremonias.
V Cuatro horas de clase.
V Limpieza de la casa.
V Una hora de recreo después de cada comida, ocupaban una larga jornada de trabajo que se iniciaba a las cuatro de la mañana y concluía a las nueve de la noche.
El primer dato cierto es del 31 de enero de 1642, cuando Vicente supone ya el seminario en funcionamiento, lo que queda confirmado por otra carta del 9 de febrero, que establece de modo claro la prioridad de Annecy.

A Annecy, Bons Enfants y San Carlos siguieron otra docena de seminarios establecidos en diversas diócesis, más otros tres o cuatro - Alet, Marsella, Périgueux, Montpellier- cuya existencia fue muy efímera. Puede decirse que todas las casas fundadas después de 1642 tienen el doble carácter de puesto misional y seminario diocesano:
Cahors, en 1643. Saintes, en 1644. Le Mans y Saint Méen, en 1645. Tréguier y Agen, en 1648. Montauban, en 1652. Agde y Troyes, en 1654. Meaux, en 1658. Narbona, en 1659.

No todos tuvieron el mismo éxito ni funcionaron de la misma manera. En los de San Carlos, Saint Méen, Le Mans y Agen se admitían niños 65. En Saintes, situado en un país muy trabajado por la herejía, hubo siempre muy pocas vocaciones. Ya conocemos las vicisitudes por las que atravesó el de Saint Méen. El de Cahors era el más próspero, hasta el punto de que su obispo, el gran amigo de Vicente Alano de Solminihac, escribía a Vicente con disculpable orgullo:
La apreciación hecha por Daniel-Rops de que todos los años salían de los seminarios vicencianos más de 400 sacerdotes seguramente es exagerada 70; pero sí es cierto que, cualquiera que fuese el número, empezaban a constituir una verdadera élite sacerdotal esparcida por los cuatro puntos cardinales de la Iglesia francesa y fueron el fermento decisivo de su reforma. Henry Kamen llega a afirmar que la obra capital de Vicente de Paúl y su aportación más decisiva a la reforma de Francia fue su contribución a la formación del clero: "cambiar al pueblo cristiano cambiando para ello a sus ministros".


Las conferencias de los martes se propagan

La conferencia de los martes redondeaba los logros de los ejercicios para ordenandos y los seminarios. Vicente ponía en ella el mismo interés que en las otras dos obras y consideraba que los sacerdotes de la Congregación d e la Misión estaban obligados a promoverla.
También las conferencias se propagaron pronto. En París, al lado de la de San Lázaro surgió otra en Bons Enfants, compuesta principalmente de eclesiásticos de la Sorbona, tanto alumnos como profesores, por cuya razón las reuniones se celebraban el jueves, que era el día de vacación en la Universidad. Fuera de París surgieron:
Las de Pui (1636). Noyon (1637). Pontoise (1642). Angulema (1647). Angers, Burdeos y otras cuya localización desconocemos.


Los trabajos de las conferencias

Las conferencias no se limitaban a procurar el progreso espiritual de los asociados, sino que, desde el mismo año de su fundación, los comprometieron en trabajos apostólicos. El desarrollo de la asociación dio a éstos una amplitud cada vez mayor. Algunos tenían carácter permanente. Así, por ejemplo, la asistencia espiritual al Hótel-Dieu de París, al que, al principio la asociación entera y más tarde un grupo de miembros designados por turno, acudían diariamente para animar y preparar a los enfermos a la confesión general, y los viernes, a predicar y catequizar a los convalecientes. El Hospital General - obra de la que se hablará más adelante - tuvo desde el principio como director a un sacerdote de las conferencias. Otros muchos acudían a él los domingos y fiestas para predicar y confesar, y como los pobres acogidos en el centro se renovaban de continuo, se resolvió dar misiones todos los años y en todos los pabellones.

Los eclesiásticos de las conferencias misionaron también el hospital de los galeotes y el hospicio de las "petites maisons", llamado de los matrimonios o de los miserables, que albergaba cerca de 400 personas.


"El pequeño método en la corte"

Las dos grandes empresas acometidas corporativamente por las conferencias fueron las misiones de San Germán en Laye, residencia de la corte, y la del arrabal parisiense de San Germán de los Prados.

En la primera, predicada en enero y febrero de 1638, tomaron parte, por mandato del rey, algunos sacerdotes de la Congregación de la Misión. Era una misión delicada. Los cortesanos, las damas de la reina y los propios monarcas asistían a los actos misionales. Uno de los predicadores era Nicolás Pavillon, ya preconizado obispo de Alet.


"La sentina de Francia"

En París, la hazaña más sonada de las conferencias de los martes fue la misión de 1641 en el arrabal de San Germán de los Prados, la "sentina, no sólo de París, sino casi de toda Francia, y servía de refugio a todos los libertinos, ateos y demás personas que vivían en la impiedad y el desorden".
¿La duquesa de Aiguillon? - sugirió a Vicente la conveniencia de misionar tan peligrosa barriada, la Congregación de la Misión no podía realizar el trabajo. Vicente se lo ofreció a los eclesiásticos de la conferencia. El rechazo fue general. Vicente insistió tanto, que algunos se molestaron. Entonces se puso de rodillas ante la asamblea y pidió perdón por haber sido tan pesado en defender su punto de vista.


La obra de los retiros

La reforma del clero llevada a cabo por medio de los ejercicios a ordenandos, los seminarios, las conferencias de los martes, se complementó con los retiros o ejercicios de eclesiásticos. Estos integraban, en proporción muy grande, el contingente de ejercitantes individuales recibidos cada día en San Lázaro. A la vista de ello, Vicente pensó en organizar retiros colectivos para sacerdotes, para renovarlos anualmente en el espíritu adquirido en una u otra de las otras instituciones. Tropezó con un obstáculo insuperable: las dificultades económicas.

Resumiendo los trabajos de la Congregación de la Misión en un texto que por su fecha - 1641 - es a medias historia y a media profecía, Vicente escribió un día a su delegado en Roma, P. Lebreton:
"Dios se servirá de esta compañía en beneficio del pueblo mediante las misiones; en beneficio del clero que empieza, mediante las ordenaciones; en beneficio de los que ya son sacerdotes, al no admitir a nadie en los beneficios y en las vicarías sin hacer el retiro y ser instruidos en el seminario, y en beneficio de todos, por medio de los ejercicios espirituales. ¡Quiera Dios, en su divina bondad, concedernos su gracia para ello!".

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