martes, 22 de abril de 2008

CAPÍTULO XXVII.- La armas de la caridad: cofradías y damas.


"EVANGELIZAR DE PALABRA Y DE OBRA"

En Vicente de Paúl, caridad es todo; también la misión y la obra de los seminarios o de los ejercicios. Faltarían, en todo caso, las obras de caridad corporal, que no son una añadidura marginal a la obra evangelizadora, sino una segunda manera de realizarla. El torrente caritativo de Vicente de Paúl corre simultáneamente por el doble cauce de la misión y la caridad. Sólo la necesidad de sistematización obliga a tratar por separado actividades y realizaciones que se exigen y suponen mutuamente.

"Tenemos que asistirles y hacer que les asistan de todas las maneras, por nosotros o por otros[...], esto es evangelizar de palabra y de obra; […] es lo que nuestro Señor practicó y tienen que practicar los que lo representan en la tierra, por su cargo y por su carácter, como son los sacerdotes"[Cfr. S.V.P. XII p. 87-88: ES p. 393-394.]

A partir de 1633, la generalización de las misiones y la fundación de nuevas casas de la Congregación de la Misión hizo multiplicarse igualmente las cofradías de la Caridad. La institución hizo fortuna, porque respondía a una necesidad real y ofrecía una solución fácil de poner en marcha. Muy pronto hubo caridades no sólo en las diócesis donde estaban establecidos los misioneros o en los lugares evangelizados por ellos, sino en zonas de Francia a las que no había llegado su acción directa. Obispos, párrocos y asociaciones piadosas copiaron la fórmula vicenciana.

La mayoría eran caridades femeninas. Las masculinas o mixtas parecen haber sido abandonadas después de los primeros ensayos. En una época en que seguía vigente la visión despectiva de la mujer como mera sierva del varón, o, lo que es peor, como instrumento del diablo, Vicente de Paúl le otorgó el primer puesto en la tarea más noble de la Iglesia, la proclamación de la caridad.

Las caridades parroquiales tenían como finalidad la asistencia a los pobres enfermos de la localidad. Muchas empezaron a ocuparse de los pobres en general, aunque no estuvieran enfermos. El mismo concepto de “pobres” fue ampliándose bajo la presión de la realidad. Hubo quejas de que se considerara pobres solamente a quienes no tenían propiedades. Con frecuencia, se decía, era peor la condición de quienes no habían podido vender sus bienes por las hipotecas que los gravaban. Ni disfrutaban de ellos ni recibían ayuda de la caridad.

No es que Vicente se hiciera demasiadas ilusiones, pues había sondeado a fondo las abrumadoras dimensiones de la pobreza de su tiempo. Sabía que era posible, al menos, reducir la pobreza a límites tolerables, hacer a los ricos tomar conciencia de sus deberes y acercarse poco a poco al ideal de una sociedad cristiana.

Cabe señalar que las damas de la Caridad del HôtelDieu poco a poco empezaron a hacer suyas todas las empresas de Vicente: galeotes, niños expósitos, cautivos, misiones extranjeras, regiones devastadas...


"CUANDO HABLA EL SR. VICENTE, NUESTROS CORAZONES SE INFLAMAN"

Lo mismo que de las conferencias de los martes, el alma de la asociación era el propio Vicente, su director vitalicio.
Las damas celebraban una reunión semanal, presidida por él o un delegado suyo. Eran sesiones mixtas, de asuntos administrativos y de animación espiritual.
- ¿No le parece, señora - le decía la de Lamoignon a Luisa María de Gonzaga -, que podemos decir, lo mismo que los discípulos de Emaús, que, mientras hablaba el Sr. Vicente, nuestros corazones se inflamaban en amor de Dios? Yo confieso que, a pesar de ser muy insensible para las cosas de Dios, tengo el corazón abrasado por lo que ese santo hombre acaba de decirnos.
- No es extraño - respondió la futura reina de Polonia -; el Sr. Vicente es el ángel del Señor; lleva en sus labios brasas encendidas del amor divino que arde en su corazón.
- Sí, sí, es verdad - añadió la tercera interlocutora -, y sólo de nosotras depende participar en ese fuego [Abelly, o.c., L.3 c.4 p. 30; Collet, o.c., t.2 p. 112.]


"EL PARTIDO DE DIOS Y EL PARTIDO DE LA CARIDAD"

El número de damas osciló bastante, poco después de la fundación eran 120, que enseguida pasaron a 200; en 1656 eran sólo 50, y en 1657, 150.

Cada señora debía proveer a su propia sucesión, designando candidata entre sus familiares o amigas. Desmintiendo de antemano las fáciles burlas del sector más frívolo de aquella sociedad, Vicente exigía que las aspirantes fueran almas "entregadas por entero - 'por entero', repetía y subrayaba - al partido de Dios y de la caridad" y que hubieran renunciado a pasatiempos inútiles o peligrosos como el juego y el teatro. Era necesario, sobre todo, "que no hicieran motivo de vanidad al dárselas de devotas"

En la esfera más alta de la sociedad, las damas de la corte, la influencia de Vicente no fue tan amplia como él hubiera deseado. Sin embargo, hubo entre las damas de la Caridad señoras de la primera nobleza. Tales fueron, entre otras, Carlota Margarita de Montmorency, princesa de Condé; María de Orleáns, duquesa de Nemours, y Luisa María de Gonzaga, la futura reina de Polonia.

Junto a esas figuras de sangre real hay que colocar otras no menos ilustres, como las duquesas de Aiguillon y Ventadour, que ocuparon en diversas épocas la presidencia de la asociación y otras varias condesas y marquesas.

El contingente más numeroso de las damas pertenecía a la alta burguesía parlamentaria y a lo que se ha dado en llamar la "nobleza de toga", clase cuya ascensión social y económica tuvo influencia tan decisiva en la transformación del Antiguo Régimen. Casi todos los nombres importantes del Parlamento, de las secretarías reales o de las cámaras y tribunales figuran en los catálogos de las damas. Fueron todas ellas más distinguidas por su fervor caritativo y su generosidad que por su alto rango social y sus riquezas. Algunas fundaron o encauzaron congregaciones religiosas consagradas a remediar apremiantes necesidades de la Iglesia. Vicente ayudó a todas estas fundaciones, ya redactando sus estatutos, ya gestionando su aprobación, ya procurándoles recursos y, en todos los casos, orientando espiritualmente a sus fundadoras.


"ENTREN EN ESTA SANTA COMPAÑÍA"

Es sorprendente el ascendiente conquistado por un sacerdote de tan humilde origen sobre los estratos privilegiados de un mundo tan jerarquizado. La razón del éxito acaso estribe precisamente en el hecho de que Vicente era la voz del pueblo, que llegaba hasta los dominadores de los resortes del poder para hacerles sentir la miseria. Él era, sin retórica, la voz de los que no tenían voz. Su palabra tradujo las lamentaciones de las masas a un idioma que las clases dominantes se jactaban de entender: el lenguaje evangélico. Los más sinceros no tuvieron más remedio que darse por aludidos. Vicente no acaudilló ninguna de las revueltas campesinas, a cuyo frente figuraron muchas veces otros sacerdotes más o menos iluminados, pero consiguió mucho más que todos ellos."Esta compañía no tiene otro propósito que el de no tener corazón sino para Dios, ni voluntad sino para amarle, ni tiempo sino para servirle -exclamaba en una asamblea general celebrada en 1657- " [Cfr. S.V.P. XIII p. 814-815.]

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