martes, 22 de abril de 2008

CAPÍTULO XXI.- Los votos, ideal y salvaguardia.


"HICIMOS VOTOS DESDE EL SEGUNDO O TERCER AÑO"

La práctica de emitir votos de modo voluntario y enteramente privado se había introducido en la Congregación a partir del segundo, tercero o cuarto año de su fundación, es decir, en 1627 o 1628. Eran los votos tradicionales de todas las comunidades de la Iglesia: pobreza, castidad y obediencia, a los que se añadía un cuarto voto de estabilidad en la Congregación a fin de dedicarse toda la vida a la salvación de los pobres del campo.

Para ello hicimos los votos, para unirnos más estrechamente a nuestro Señor y a su Iglesia; el superior de la compañía, a sus miembros, y los miembros, a la cabeza; que esto se hizo ya en el segundo o tercer año.

Entre 1633 y 1642, la emisión de votos no obedecía a ninguna prescripción constitucional. Se dejaba a la libertad de cada individuo el hacerlos o no, después de rogar mucho a Dios y pedir consejo. Pero Vicente estaba decidido a incorporar la emisión de votos al ordenamiento constitucional. Es éste uno de los asuntos en que mostró mayor determinación, a pesar de todo tipo de oposiciones, tanto del interior como del exterior, de la compañía. La batalla duró hasta el final de su vida, y en ningún momento cedió a las presiones contrarias, por más que alguna de ellas procediera de personas que le eran queridísimas.


LAS DIFICULTADES

La mayor dificultad estribaba en que los votos resultaban una nota discordante en una congregación de sacerdotes seculares. Las objeciones romanas se multiplicaban.

Hubo un momento en que pareció decidido a que la Congregación se declarase religiosa si no había otro medio de conseguir los votos, e incluso solicitó votos religiosos.


LA ORDENANZA

Vicente redactó una ordenanza - ordinatio -, amparándose en las concesiones otorgadas por la bula Salvatoris Nostri, por la cual todos los miembros que en adelante fueran admitidos en la Congregación emitirían, al acabar el segundo año de seminario, votos simples de pobreza, castidad, obediencia y estabilidad para la salvación de los pobres del campo. Tales votos serían emitidos en presencia del superior durante la celebración de la misa, pero no serían recibidos por éste y no podían ser dispensados sino por el soberano pontífice o el superior general. La Congregación no por eso se constituía en orden religiosa ni dejaba de pertenecer al cuerpo del clero secular. La ordenanza no era obligatoria para los misioneros ya ingresados; pero el superior general podría admitir también a éstos a la emisión de los votos si así lo deseaban. Vicente era respetuoso con la libertad de la persona y los derechos adquiridos.

Para su validez, la ordenanza necesitaba la aprobación del arzobispo de París. Vicente la solicitó. Antes de concedérsela, el arzobispo, que encontraba no pocas dificultades en la original creación vicenciana, consultó a los doctores de su Consejo. Al fin, después de tres años de reflexión, otorgó la aprobación con fecha del 19 de octubre de 1641. Pocos meses más tarde, el 24 de febrero de 1642, fiesta de San Matías, Vicente y la mayoría de sus compañeros emitieron o renovaron sus votos.

Dentro y fuera de la compañía surgieron enseguida voces de protesta que discutían la validez de la ordenanza y su aprobación.


"ENSEGUIDA EMPEZARON LAS MURMURACIONES"

(1642-1653), la discusión en torno a los votos se agrió hasta el punto de producir la crisis más grave atravesada por la naciente comunidad.

En ningún otro asunto tuvo Vicente de Paúl una oposición tan fuerte dentro de su Congregación. Ni su autoridad de superior ni su prestigio de fundador eran suficientes para desarmar al sector crítico.


LA SEGUNDA ASAMBLEA

Así como en la de 1642 fueron las Reglas las que se llevaron la parte principal, esta vez, en 1651, el tema clave fueron los votos.


LAS CUATRO VÍAS

Apenas abierta la asamblea en la mañana del 1º de julio, planteó el problema con toda crudeza, exponiendo las cuatro soluciones posibles: 1ª, continuar en la práctica de los votos, como se había hecho desde la asamblea anterior; 2ª, suprimirlos; 3ª, eliminar los aspectos más dificultosos, como la reserva al papa y al superior general; 4ª, buscar una nueva manera de conservarlos.

Los días 2 y 3 estuvieron dedicados al examen de las dos primeras posibilidades: la conservación o supresión de los votos. Enseguida se delinearon tres posiciones; a favor de los votos tal y como se tenían se declararon los PP. Grimal, Thibault, Gilles, Becu y Le Gros; en contra, Dehorgny, Alméras, Lambert y Cuissot; la tercera posición, intermedia, fue defendida, con matices diferentes, por Blatiron, Portail y Du Chesne.


"EL GENERAL SE INCLINA POR LOS VOTOS"
El problema de fondo, era si los votos colocaban o no a la compañía en el estado religioso.
El general se inclina por los votos. No hay nadie en la compañía que no esté dispuesto a hacerlos. ¿Los italianos no quieren? ¡La hija debe seguir a la madre, y no la madre a la hija! (P. Gilles)


¿QUÉ RESPONDER A QUIENES PREGUNTEN POR NUESTROS VOTOS?

El tema en discusión había sido no tanto si convenía o no hacer votos cuanto si se podía continuar en el estado de incertidumbre en que la alegada nulidad de la aprobación episcopal había colocado a la compañía. El P. Lambert resumió lúcidamente la cuestión: "Los votos son buenos, pero es necesario recurrir a Roma".

"Distingamos - dijo - dos clases de personas: las que no tienen nada que ver con el asunto y las personas importantes, a las que es preciso dar una respuesta satisfactoria.
A los primeros basta con decirles que sí, que hacemos votos simples, etc. A los segundos se les debe responder lo siguiente: Los votos, primero, vinculan más perfectamente con Dios; segundo, vinculan a la compañía con sus miembros; gracias a los votos no hay problema en enviar un hombre a un seminario a 50 leguas de distancia, o a las Indias, o a cualquier otro sitio; tercero, nos hacen más semejantes a Jesucristo y más aptos para nuestros ministerios; cuarto, establecen una mayor igualdad entre todos nosotros y afianzan más a los individuos"

El primer encargado de las negociaciones ante la curia romana fue el P. Tomás Berthe, quien ocupó su cargo en los primeros meses de 1653. Berthe era entonces un joven sacerdote de treinta y un años, de gran virtud y valía intelectual. Vicente lo apreciaba tanto, que le propondría, junto con Alméras, como sucesor suyo.

En febrero de 1655, el rey de Francia (léase Mazarino), enojado porque los misioneros habían dado asilo en Roma al cardenal de Retz, obligó a los misioneros franceses a abandonar la Ciudad Eterna. Berthe tuvo que partir precipitadamente, tomando antes la precaución de encerrar en un cofre bien cerrado y lacrado todos los papeles relacionados con la Congregación y depositarlos en casa del benedictino P. Plácido como el lugar más seguro.


LA VICTORIA ANHELADA

El fallecimiento de Inocencio X y la elección de su sucesor en la persona del cardenal Chigi, Alejandro VII, en abril de 1655, dieron a la situación un vuelco favorable. Un nuevo negociador, el P. Edmundo Jolly, conocedor de las interioridades de la curia romana por haber trabajado en la Dataría Apostólica antes de su ingreso en la Congregación, reemplazó a Blatiron y prosiguió las tareas de Berthe.

El nuevo papa, a quien Vicente se había apresurado a felicitar por su nombramiento, publicaba el breve Ex commissa nobis, que daba la sanción pontificia a los votos de la Congregación de la Misión en las condiciones y hasta con los mismos términos con que Vicente los venía describiendo desde 1641: votos simples, perpetuos, reservados al sumo pontífice y al superior general de la Congregación, la cual, a pesar de ello, no se constituía en orden religiosa, sino que seguía formando parte del cuerpo del clero secular. Como propina, el breve concedía a la Congregación de la Misión la exención del ordinario.

Para fijar de modo definitivo las obligaciones del voto de pobreza, recurrió de nuevo a la Santa Sede, pidiéndole que sancionara el "estatuto fundamental" de la pobreza de los misioneros. El papa lo hizo por un nuevo breve, titulado Alias Nos, del 12 de agosto de 1659.


LA GENIALIDAD DE VICENTE

Se hacen votos para colocar la compañía en el estado más agradable a Dios, que es el de perfección, para trabajar con mayor fidelidad por alcanzar la perfección propia y, en fin, por atractivo interior de entregarse a Dios por este medio.

Haber logrado la compatibilidad de los votos con el carácter secular fue la genialidad de Vicente o, como él creía, la inspiración de Dios.

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