martes, 22 de abril de 2008

CAPITULO XXV.- Túnez y Argel, la misión entre los esclavos.


María de Wignerod (duquesa de Aiguillón) y Luis XIII (Rey) manifestaron su deseo y decisión de enviar misioneros a Berbería. Abelly y Coste, analizando este acontecimiento, sostienen que se debe en parte a el conocimiento que tenía Vicente de su cautiverio juvenil. Grandchamp, por el contrario, sostiene que nunca los hubiera mandado si realmente conocía aquellos lugares. Lo cierto es que, este acontecimiento es una prueba de que Vicente conocía muy bien la triste situación de los cautivos y su necesidad de ayuda y consuelo.
Otra vez los corsarios:
Los acuerdos entre el Rey y el Sultán permitían que por derecho, los cónsules pudieran contar con la presencia de un sacerdote, en este caso un misionero. Sin embargo, los territorios estaban gobernados por reyezuelos que actuaban por cuenta propia. Su principal actividad: hostigar la navegación europea en el Mediterraneo occidental, como reacción de guerra del Imperio Turco con las naciones cristianas, sobre todo con España. La captura de naves cristianas proporcionaba, además de las mercancías confiscadas, brazos para las galera, mano de obra para las explotaciones agrícolas, reclutas para los escuadrones, mujeres para los harenes e ingresos por rescates, así como impuestos sobre la venta de esclavos.
Esta actividad duró 2 siglos, y por tanto, una pesadilla para los países mediterráneos. Entre ellos, Francia pactó diversos acuerdos, muchas veces “vergonzantes y humillantes” (: Francisco I, Enrique IV y en los cuales participó también Richelieu con los berberiscos). Todo este tiempo la piratería continuaba y prosperaba con sus irremediables consecuencias: «la esclavitud» y la «apostacía». Se calcula que fueron alrededor de unas 50,000 almas (otros sugieren unas 20, 000). La vida de la cautividad era dolorosa y humillante:
a) Alojamiento
b) Alimentación
c) Castigos
d) Sufrimientos físico y morales
e) Apostasía.
“Usted ha sido enviado para consolar las almas afligidas”
Vicente estaba bien informado de todo lo que ocurría. Su propósito al enviar misioneros a aquellas tierra NO era realizar rescates, ni convertir musulmanes. Los precios que se podían pagar era demasiado altos, incluso, la vida. El objetivo: Se trataba de mantener entre los esclavos una especie de misión permanente como las que se daban en los campos franceses o italianos.
a) Los misioneros desempeñaron el cargo de cónsules de Francia. La idea fue de la duquesa de Aiguillon, que pretendía eliminar de ese modo los roces entre los cónsules y capellanes, sobre todo cuando los primeros llevaban a cabo comercios turbios. Pero la Sagrada Congregación de Propaganda no veía con buenos ojos la labor de cónsules por parte de los misioneros. Por lo que los hermanos de la misión jugaron un papel fundamental.
b) Los misioneros eran muy rigurosos ante la actividad consular en negocios turbios, aplicando con severidad las leyes y siendo insobornables: contrabando de armas y otras mercancías prohibidas por las leyes francesas y pontificias.
En muchos momentos, Vicente pensó renunciar. Sin embargo, la Duquesa lo convenció de lo contrario.
c) Por parte de la Santa Sede, los misioneros ejercieron, además, el cargo de vicarios generales del arzobispo de Cartago, con jurisdicción eclesiástica sobre los sacerdotes, religiosos y files de estos lugares.
d) Los misioneros acabaron encargándose también de tramitar rescates, a pesar de las reservas de Vicente. Estas historias no siempre tuvieron desenlacen románticos: a veces las demandas eran exageradas, algunos misioneros pagaron con la prisión o el suplicio de compromisos imposibles de resolver.
Muchos de los trámites fueron realizados desde San Lázaro, pasando después a Marsella y de ahí, a Berbería por medio de comerciantes o marinos que enlazaban ambas orillas del Mediterráneo. La correspondencia en este tiempo contiene un rosario de nombres y de oficio comercial, que muy bien podríamos llamar a todo este movimiento: «un comercio de la caridad». Según Abelly, el total de los cautivos rescatados por Vicente pasó de los 1, 200, por un valor de 1, 200.000 libras.
“¡Pero si es un niño! Monseñor, es su vocación”
La empresa no hubiera podido llevarse a cabo, sin los hombres formados por Vicente que resistieron en situaciones adversas: PP. Julián Guérin y Juan Le Vacher y el hermano Francillon, entre otros más. Su celo fue grande. Tuvieron que actuar de manera prudente y moderada. Vicente envió a Juan Le Vacher, sacerdote joven de 28 años. Coincidió que en ese momento un nuncio de la Santa Sede visitaba san Lázaro para pedirle la bendición para la partida de este misionero. Al llegar a Marsella, Le Vacher calló enfermo. El superior pidió su cambio; a lo que Vicente respondió: “Si está demasiado débil para llegar al barco, que lo lleven; si durante el viajo no puede resistir al mar, que lo echen por la borda». Sin embargo, aunque es extraña esta actitud en Vicente, se puede afirmar que a los héroes se les trata como héroes. Los hechos probarán que Vicente tenía razón.
Le Vacher resistió a su enfermedad y a la peste que se desató; otros no tuvieron la misma suerte: P. Guérin y el cónsul Martín de Lange. Le Vacher y el hermano Francillon, se quedarían solos en aquellos lugares, necesidad que no sería remediada en vida de Vicente.
“Los malos tratos recibidos por el cónsul de Francia”
En Argel, la misión se había iniciado en 1646 con la compra del consulado, al que fue destinado el hermano Juan Barreau. 3 Padres murieron en esta misión después de un breve ejercicio apostólico con los apestados. En 1651 llegó Felipe Le Vacher, hermano de Juan. Los dos poseían la misma piedad profunda y la misma capacidad de sufrimiento.
La historia externa de la misión de Argel podría resumirse en dos palabras: deudas y cárceles. El hermano Barreau no sabía decir no a una obra de caridad, asumiendo compromisos que luego no se podían cumplir. Lo hizo tantas veces, que los beyes se acostumbraron a tomarlo como rehén para asegurar el cumplimiento de algún contrato. Entre los beneficiarios de estos actos de caridad estaban: algún cautivo en apuros, religiosos, mercedarios, esclavos fugitivos, etc. En vano Vicente le prodigaba consejos y órdenes. Sin embargo, el más perjudicado era él, pues en dichas cárceles se le propinaban malos tratos: le apalearon, le colgaron cabeza abajo, le clavaron cañas de bambú en las uñas…Vicente solía sacarlo de apuros. El hecho más grave fue en 1657, al hacer varias colectas y recolectar fondos; incluso se hicieron volantes con propaganda: «Relato de los malos tratos recibidos por el cónsul de Francia en Argel, de Berbería y de las necesidades de los pobres esclavos». Luego, se indicaba los lugares en donde hacer sus donaciones.
Por ese tiempo, se tuvieron noticias de sus cartas juveniles sobre su propia cautividad en Túnez. Era un contratiempo serio, ya que se pensaba que hubiera podido comprometer el éxito de la colecta. Vicente hizo cuanto estuvo en su mano desaparecer aquellas “miserables” cartas. No lo consiguió, pero al menos impidió que se les publicitara. El silencio sobre su cautiverio puede tener aquí uno de sus motivos.
“Trabajan día y noche”
En cuanto al trabajo apostólico realizado con los cautivos, nos remitimos a las Mémoires, por Abelly.
a) P. Guérin: En la Galera de Argel (300 esclavos cristianos). Su misión consistía en celebrarles la misa (en una casa); algunos llevaban 20 años sin recibir los sacramentos; algunos griegos (cismáticos) se confesaron y comulgaron. Se concluyó con una fiesta.
b) P. Juan Le Vacher: Les contaba a los PP. Misioneros en San Lázaro, su trabajo en las galeras, antes las necesidades espirituales y corporales que ahí encontró (p. 433).
c) P. Felipe Le Vacher rescataba esclavos, reformaba a los sacerdotes y religiosos cautivos, sufría calumnias, trabajaba sin descanso. Su celo era excesivo y riguroso. Vicente llegó a decir: «un hombre todo fuego…Es un hombre que trabaja continuamente…exponiendo su vida por asistir a su prójimo» (p. 433).
Tanto en Argel como en Túnez y Bizerta, los misioneros instalaron capillas en los baños principales para celebrar la santa misa. En los 2 consulados se veían verdaderas iglesias, que servían como parroquias para los comerciantes extranjeros: ¡verdaderos centro de celebración e identidad cristiana!
Los misioneros no limitaban su atención a los cautivos de las ciudades, sino que se adentraban por el país, llevando consuelo y socorros espirituales y corporales a los que trabajaban en las canteras o en las “macerías” (campo)…más habitadas por leones que por hombres. Mucha de esta gente llevaba más de 18 años sin ver a un sacerdote. Se tuvieron con ellos las actividades propias de una misión vicentina. Y en toda esta actividad se tenía una convicción: «la caridad espiritual y la material son inseparables».
“El templo del Espíritu Santo”
La crónica de la misión cuenta el caso de un niño inglés convertido al catolicismo, no sin antes superar la resistencia de los suyos. Al P. Guérin le llegó a confesar: que estaba dispuesto llegar hasta la muerte antes de apostatar. Se decía de él: “Un pequeño templo del Espíritu Santo”. Hubo otros casos parecidos con 2 jovencitos: uno inglés y otro francés, dispuestos incluso al martirio.
“Un alma pura como el oro limpio en el crisol”
Felipe Le Vacher contaba que había renegado de su fe por miedo a ser enviado a las galeras. Luego de la predicación del misionero retomó la conciencia y se le inflamó el corazón por una conversión auténtica, aún a costa de su propia vida a favor del cristianismo. El martirio le alcanzó y el P. Le Vacher asistió secretamente dándole la absolución. Vicente expresaba de este joven: “Entregó su alma a Dios pura como el oro en el crisol” (p. 436). Vicente comentó este hecho de fidelidad a sus misioneros presentes y ausentes. En los últimos años de su vida, Vicente, intentó una especie de cruzada para liberar de golpe a la población cautiva de Berbería, pero no llegó a realizarse ni a concretizarse. Lo cierto es que la misión de Berbería, prosiguió después de la muerte de Vicente. Juan Le Vacher y el hermano Francillon coronaron su vida con el martirio. Ambos murieron de la misma manera, atados a la boca de un cañón, cuyo disparo cortó en dos sus cuerpos y los arrojó a las aguas del puerto de Argel.

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