martes, 22 de abril de 2008

CAPITULO XX.- Las Reglas, norma y espíritu.


Un lento desarrollo

La bula Salvatoris nostri
- Se reducía al nombramiento de Vicente como superior general vitalicio, con facultades para redactar, promulgar, revocar y modificar toda clase de estatutos y ordenanzas, que deberían ser aprobados por el arzobispo de París como delegado de la autoridad apostólica.
- Se preveía también la elección del sucesor de Vicente por los miembros de la Congregación. Eso era todo. Puede decirse que Vicente era la Congregación. Pero él no estaba dispuesto a que tal estado de cosas se hicieran eternos. Juzgaba necesario objetivar las estructuras comunitarias.
El proceso constituyente que permitiría alcanzar esa meta duró el resto de su vida. Cabe distinguir en él tres etapas.
1ra etapa, abarca de 1633 a 1642, puede decirse que todo procede aún de la voluntad personal de Vicente. Con o sin reglamentos, él va imponiendo una serie de prácticas, cuya codificación posterior dará origen a las Reglas y Constituciones.
¬ No existe ningún órgano de gobierno colegiado.
¬ La única autoridad es el propio Vicente.
¬ Ni siquiera cuenta con un cuerpo de consejeros.
¬ Decisión personal suya fue, como vimos.
¬ La creación del seminario interno en 1637.
¬ En 1641 la emisión de votos a los miembros de CM. Por ahora nos basta saber que el quehacer fundamental de la reunión fue revisar un proyecto de reglas y constituciones.
2da etapa (1642-1653) estuvo ocupada con la redacción definitiva de las Reglas y Constituciones y el estudio del papel y carácter de los votos comunitarios.
Ø En 1651, Vicente convocó una segunda asamblea dedicada a esos dos temas. Las Reglas quedaron ultimadas. Sometidas al arzobispo de París, éste las aprobó en 1653.
3ra etapa (1653-1660) cae ya fuera de los límites cronológicos de esta parte de nuestra historia.
è Son los últimos años en que se lleva a cabo una nueva revisión de las Reglas y Constituciones, que produce cambios de detalle, y, sobre todo, se trabaja por conseguir de la Santa Sede la aprobación de los votos, concedida por el papa Alejandro VII en 1655.
"Los pequeños reglamentos”

Entremos ahora en la historia pormenorizada de cada una de esas etapas.
En el prólogo de las Reglas comunes de la Congregación, distribuidas en 1658, habían pasado treinta y tres años entre la fundación de la Congregación y la impresión de sus Reglas, lo cual era rigurosamente exacto.
En cuanto a su contenido, había prescripciones sobre el orden del día, los actos de piedad, el silencio y las virtudes propias de los misioneros.

Una carta de Vicente a la M. Chantal es el documento más completo que poseemos acerca de ese primer reglamento. Está fechada el 14 de julio de 1639, y, a falta de otros textos más directos, hay que considerarla como un resumen autorizado de las primitivas Reglas de la Misión 7.


"Todavía no hemos hecho nuestras Reglas”

Este esbozo de Reglas tenía un valor puramente privado pues no habían recibido ninguna aprobación oficial. Por esa razón, Vicente vivía con el temor de que su repentina desaparición dejara a la Congregación sin Reglas escritas.
@ Hacia 1635.Vicente quería que la redacción de éstas fuera obra colectiva y no exclusivamente suya.
@ Hacia 1640, cuando se trabajaba activamente en el proyecto de Reglas, Vicente hacía participar en él a los misioneros más representativos.
@ En 1642 al fin, surge un borrador más o menos completo, convocó, para revisarlo y ultimarlo, la primera asamblea general de la Congregación.
@ Fueron llamados a ella los superiores de todas las casas, excepto algunos que, por la distancia u otras circunstancias especiales, no podían acudir, y que fueron sustituidos con suplentes designados por Vicente.
@ Los congregados fueron en total 11 personas.

"Mi primer acto de obediencia a la compañía”

La asamblea de 1642 representa la mayoría de edad de la Congregación de la Misión. En ella, Vicente, único legislador reconocido por la bula Salvatoris nostri, traspasó sus poderes a aquel cuerpo representativo.

Presentó su dimisión como superior general, fundándola en su escasa capacidad para el cargo y pidiendo que eligieran a otro.

Dicho esto, se retiró a una tribuna de la iglesia que daba sobre el altar mayor. Los asambleístas no salían de su asombro, pero no hubo entre ellos la más mínima vacilación. La propuesta no podía ni siquiera ser tomada en consideración.
· No podemos elegir otro superior - le dijeron - mientras viva el que Dios mismo, en su bondad, nos ha deparado.
· Pero, como Vicente siguiera resistiéndose, los asambleístas recurrieron a un argumento irrebatible:
· Pues bien: le elegimos a usted mismo, y mientras Dios le conserve la vida, no tendremos otro.
· Cazado en sus propias redes, Vicente cedió:
· Es mi primer acto de obediencia a la compañía.
No cabe duda de que fue un magnífico, un espléndido acto de humildad. Pero fue también algo más. La renuncia de Vicente hacía a la Congregación dueña de sus propios destinos. Allí estaba ante él, asumiendo conscientemente sus responsabilidades. En aquel momento dejaba de ser una mera hechura del Fundador para formarse en corporación autónoma y soberana. Completando esta toma de conciencia, elegía por votación secreta dos asistentes del superior general, los PP. Portail y Dehorgny, que en adelante formarían su Consejo.

Antes había decidido dividir en provincias las casas de la Congregación, para lo cual se hicieron cuatro grupos: uno con París y Crécy, otro con Toul y Troyes, otro con Richelieu, Luçon, Saintes y Notre Dame de la Rose y otro con Annecy y Roma. Al frente de cada uno de ellos habría un superior provincial con título de visitador.

En cuanto a las Reglas, cuyo estudio había sido el principal objetivo de la asamblea, se dedicaron a ellas dieciocho sesiones, en las que se discutieron no sólo las Reglas propiamente dichas, sino también las Constituciones referentes a la elección y poderes del superior general, las asambleas generales, los visitadores y provincias.


"Retrasar todo lo posible el reglamento”

La redacción de las Reglas y Constituciones se llevó a cabo, a un ritmo que se nos antoja bastante lento, entre 1642 y 1651.
En 1644, a raíz de la muerte del papa Urbano VIII, Vicente tanteó la posibilidad de impetrar la aprobación de las Reglas directamente de la Santa Sede, con anulación de los poderes delegados al arzobispo de París por la bula Salvatoris Nostri.


"La última mano”

Por fin, en 1651 se tuvo un texto completo. Vicente convocó una segunda asamblea general, que se celebró en San Lázaro del 1º de julio al 11 de agosto. Los congregados, eran catorce. Nos han quedado de esta asamblea dos informes distintos:

Las actas oficiales y el diario privado de uno de los asambleístas, el P. Antonio Lucas. El objeto principal de la reunión era "dar la última mano" a las Reglas. Al mismo tiempo se estudiaron otros asuntos de orden práctico, y particularmente el problema de los votos de la compañía. Sobre este último tema volveremos más adelante. El de las Reglas ocupó la mayor parte de tiempo.
Por eso, el mismo día que terminó la asamblea se redactó un solemne documento, firmado por todos los presentes, en que se reconocía que las Reglas y Constituciones eran conformes al género de vida, fin y naturaleza de la Congregación.

En consecuencia, se solicitaba del arzobispo de París que las aprobase en virtud y con la fuerza que le concedía la delegación apostólica de que disfrutaba. Esta vez, la decisión del arzobispo no se hizo esperar demasiado: después de hacerlas examinar por un consejo de doctores en teología, las aprobaba y confirmaba por un decreto publicado el 23 de agosto de 1653.
Un feliz hallazgo del P. Angel Coppo vino a colmar este vacío. Gracias a él conocemos ahora los documentos a que el arzobispo de París había dado su aprobación en 1653 27.


"He aquí, por fin, las Reglas o Constituciones comunes”

Esa aprobación clausuraba la segunda etapa del desarrollo institucional de la compañía. En la tercera y última (1653-1660), las Reglas sufrirían aún pequeños retoques.

En 1655 se llevó a cabo una primera impresión de las Reglas comunes; pero los errores fueron tan numerosas que fue necesario retirar la edición antes de distribuir los ejemplares. Vicente aprovechó el percance y la aparición de otras circunstancias imprevistas para revisar algunos puntos, a cuyo fin recabó una vez más, la ayuda de sus colaboradores. Estas modificaciones exigieron una nueva aprobación episcopal, que el nuevo arzobispo, cardenal de Retz, concedió en fecha que desconocemos.

En 1658 se realizaba la segunda impresión, cuyos ejemplares distribuyó Vicente a los misioneros en un emotivo acto celebrado en 17 de mayo.


"Consideradlas... como inspiradas por Dios”

El núcleo fundamental de toda la legislación vicenciana son las Reglas comunes. Son el código de perfección espiritual propuesto por Vicente de Paúl a la observancia de sus misioneros.
El propio Vicente aseguraba en la Carta-prólogo, conque las publicó, que debían ser consideradas "no como producidas por el espíritu humano, sino como inspiradas por Dios, de quien procede todo bien".

No son largas; constituyen un pequeño librito de 12 x 6 centímetros y poco más de 100 páginas; se hallan divididas en 12 capítulos, cuyos títulos son: "Fin y naturaleza de la Congregación", "Enseñanzas evangélicas", "Pobreza", "Castidad", "Obediencia", "Cuidado de los enfermos", "Modestia", "Relaciones mutuas de los misioneros", "Trato con los externos", "Ejercicios de piedad", "Misiones y otros ministerios", "Medios de desempeñar bien las actividades de la Congregación".
Están orientadas más bien a fijar el espíritu con que el misionero debe afrontar las exigencias de su vocación a la santidad y al apostolado. Rasgo fundamental es que cada capítulo se abre con una llamada a la imitación de Cristo en la materia que va a ser tratada.

Tributario de su época, Vicente realza en las Reglas el papel del superior, a quien atribuye un control casi absoluto de la actividad y aun de la vida interior de sus súbditos. Tampoco son las Reglas enteramente originales: muchos de sus normas más concretos están tomados, a veces literalmente, de la legislación común a las comunidades religiosas precedentes o contemporáneas, y especialmente de la Compañía de Jesús.

Donde hay que buscar al verdadero Vicente es, sobre todo, en la selección de enseñanzas evangélicas que coloca al frente del librito. En esa selección encontramos la lectura que Vicente había hecho, a lo largo de su vida, del mensaje esencial de Cristo: "Buscad, ante todo, el reino de Dios"; "Yo hago siempre lo que agrada al Padre"; "Sed sencillos como las palomas y prudentes como las serpientes"; "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón"; "Quien quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz cada día"; "Quien no odia a su padre y a su madre, no puede ser discípulo mío".

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