“Honremos el pequeño número de los discípulos de Cristo”
Todas las actividades, energías y mayores esfuerzos estaban encaminados al desarrollo y organización de la CM, su obra primordial. En promedio, podemos decir que en los primeros 12 años las vocaciones fueron de 3 a 4 misioneros por año. En 1636 eran aproximadamente 50:
a) 30 Sacerdotes
b) 10 en proceso de formación
c) 10 Hermanos coadjutores
a) 30 Sacerdotes
b) 10 en proceso de formación
c) 10 Hermanos coadjutores
Podemos notar que no hubo un reclutamiento rápido; Vicente quería que los recién ingresados estuvieras impregnados del espíritu misionero. Esta era la actitud de Vicente con respecto a las vocaciones a la compañía: “¡Cuánto temo, señor, la muchedumbre y la propagación! Y ¡cuantos motivos tenemos para alabar a Dios, porque nos concede honrar el pequeño número de los discípulos de su Hijo!” (p.282).
“Solamente a Dios pertenece escoger a quienes quiere llamar”
Vicente se contentaba con aquellos que le enviaba el Señor. A esta máxima permaneció fiel toda su vida: “un profundo convencimiento de que la vocación viene de Dios”: “Nosotros tenemos una máxima…que consiste en no urgir jamás a nadie a que abrace nuestro estado de vida. Le pertenece a Dios solamente escoger a los que El quiere llamar, y estamos seguros de que un misionero dado por su mano paternal hará él solo más bien que otros muchos que no tengan una pura vocación. A nosotros nos toca rogarle que envíe obreros a su mies y vivir tan bien que con nuestros ejemplos les demos más alicientes que desgana para que trabajen con nosotros” (p. 283).
Tardó en aceptar la idea de rogar por las vocaciones: “¡Yo he estado más de 20 años sin atreverme a pedírselo a Dios…pero, a fuerza de pensar en la recomendación que nos hace el Evangelio de pedirle que envíe operarios a su mies, me ha convencido de la importancia y utilidad de estos actos de devoción” (p. 283).
Vicente era muy exigente con los aspirantes, sobre todo en su actitud espiritual, así como en la pureza de sus intenciones. Tenía en claro que no debía aprovechar el recurso de los ejercicios a ordenando para su propia lote. Pero sí aprovecha los ejercicios para impartirles el espíritu misionero y las directrices de una vocación arraigada en el Evangelio: “Padres…procuren que ellos mismos determinen el lugar adonde crean que Dios les llama….Que pongan cada vez más interés en poner este designio en las manos de Dios…Indicarles las dificultades que podrán surgir en este estado de vida, los problemas, sufrimientos y trabajos por Dios…Dejemos obrar a Dios, padres, y mantengámonos humildemente en la espera y en la dependencia de las órdenes de su providencia…! (p. 284)
Es de notar que Vicente exigía vocaciones heroicas: “…todos los que vengan a entrar en la compañía acudan con el pensamiento del martirio…y de consagrarse por entero al servicio de Dios, tanto en los países lejanos como aquí, en cualquier lugar donde él quiera servirse de esta pobre y pequeña compañía” (p. 284).
“Entre nosotros hay pocos que sean nobles”
El ritmo de la CM entró en un ritmo más acelerado a partir de 1637: una especie de noviciado para los aspirantes, al cual denominó seminario interno para evitar semejanzas con las órdenes religiosas (en promedio: 23 aspirantes, 16 sacerdotes o clérigos, 7 hermanos). La máxima afluencia se presentó en 1645 con un total de 38 ingresos. Para 1648 y 1652 se produjo un notable descenso de vocaciones (3 ingresos). Las causas: La guerra de Fronda. En 1653 se reemprende el curso normal: 25 admisiones.
En total, los admitidos a la CM en vida de Vicente fueron 614 aspirantes: 425 clérigos y 189 hermanos coadjutores. Para 1645 los misioneros activos eran unos 200, y no rebasó los 250.
Vicente llamó siempre a su comunidad: “la pequeña compañía”, en miras a la humildad de sus tareas y sus miembros, pero también era verdadera referida a números.
Vicente llamó siempre a su comunidad: “la pequeña compañía”, en miras a la humildad de sus tareas y sus miembros, pero también era verdadera referida a números.
La procedencia de las vocaciones: Las vocaciones venían sobre todo, donde había presencia activa de los misioneros: Parte septentrional de Francia (Champaña, Artois, Picardía, Isla de Francia, Normandía y Bretaña). Por sí solas, de las cuatro diócesis de Amiéns, París, Ruán y Arras (140 misioneros). Del sudoeste: Loira-Ródano. Es de notar que no hubo ni uno sólo de Dax, diócesis originaria del fundador. Cuando la CM se propagó fuera de Francia, hubo en seguida un flujo de vocaciones extranjeras: irlandeses, italianos, polacos y suizos.
Sujetos: Personas de humilde condición, sin nobleza, ni riquezas, ni sabiduría. En ello veía él la marca de Dios, que se complace en elegir a los pobres y necios del mundo para confundir a los poderosos (¡tal vez exagerado!). Sin embargo, sabemos que hubo personajes importantes dentro de la CM: Fargis, Carlos de Angennes, Renato Almeras (secretario real, tesorero de Francia, secretario de María de Medicis, controlador de correos…Y su hijo ya militaba en las filas de la CM). Los Le Vacher (sobrinos del Dr. Duval). Entre los primeros compañeros de Vicente fueron los numerosos graduados por la Sorbona: Francisco du Coudray o Juan Dehorgny. Pero en lo general, al mismo pueblo campesino francés, quienes se adaptaban más fácilmente al trabajo con el humilde y sencillo pueblo del campo. En los primeros años, mucho se asociaban para empezar de ya el trabajo. A medida que el Instituto se afianzaba, aumentó la proporción de jóvenes no ordenados.
De la edad, tenemos pocos datos (se cree que 2 terceras partes entraba antes de cumplir los 26 años). La bula Salvatoris nostri fijaba en 17 o 18 años la edad mínima de admisión.
La CM irrumpió como una oleada de juventud en el cansado escenario de la vida francesa en el segundo tercio del siglo XVII.
“Será probado como el oro en el crisol”
La formación inculcada a los aspirantes fue por el propio Vicente: Contacto con los más antiguos y con el fundador para realizar una osmosis directa complementando el papel de superior, director espiritual, maestro de novicios y guía apostólico.
El número creció y fue necesario pensar en una institución destinada a la formación de los aspirantes. Vicente preparó para ello al más joven, Juan de la Salle, en el noviciado de los jesuitas para luego adaptar algunos aspectos a la comunidad misionera. Sin embargo, murió pocos años después, 1639. Otros directores fueron: PP. Dehorgny, Almeras, Dufour, Jolly y Delespinay.
El seminario interno duraba 2 años. Al fin del 1er año emitían los propósitos (=declaración pública de su intención de vivir y morir en la CM). Y antes de la admisión, Vicente sometía a los postulantes a un minucioso examen de disposiciones interiores y exteriores. Los 2 años posteriores no estaban destinados a comprobar la aptitud, sino afianzarles en su vocación y a construir las virtudes que daban solidez a todo misionero, ¡Virtudes sólidas!: “Quien desea vivir en la comunidad debe estar dispuesto y decidido a vivir como extranjero sobre la tierra, a ser solamente para Jesucristo, a cambiar costumbres, a mortificar sus pasiones, a buscar puramente a Dios, a someterse a todos, a persuadirse de que ha venido a servir y no para gobernar, para sufrir y no para llevar una vida cómoda, para trabajar y no para vivir en el ocio y la indolencia. Debe saber que será probado como el oro en el crisol, que no es posible perseverar sino humillándose por Dios y, en fin, que el verdadero medio para ser feliz es alimentarse con el deseo y el pensamiento del martirio” (p. 289).
Método: No se utilizaban métodos extraordinarios de ascesis ni de iniciaciones de ningún otro tipo.
Orden del día: Era estandarizado, con actos propios: Lectura del NT, conocimiento de autores espirituales, confesiones, doctrina y disciplina tridentina.
Extensión de seminarios internos de San Lázaro: Richelieu, Génova y Roma. Si los aspirantes como sacerdotes, eran enviados a misión el 2do. año de prueba. Vicente no aceptaba que se combinara el S.I. con los estudios.
“Los misioneros sabios y humildes son el tesoro de la compañía”
El proceso de formación: Seminario Interno Estudiantado o escolasticado Estudio de Filosofía Teología. No contamos con la “ratio studiorum”, pero sí sabemos que estas etapas eran cursadas en Bons Enfants y en San Lázaro.
Vicente vigilaba muy de cerca la formación y participaba personalmente en ella: Prefería que contaran con un manual en vez de que se les dictase en clase, entrenamiento en la predicación y sermones practicados en comedor, señalaba los libros de texto (de los jesuitas Bécan y Binsfeld) e intervenía incluso en los pequeños incidentes de la vida del estudiantado:
Un día, en una disputa entre éstos señaló: “…no hemos tenido más remedio que encerrar a ese estudiante” (p. 291). Cierto, siempre se mostraba cierta oposición por parte del estudiantado.
Con los profesores: Ante opiniones jansenistas de un profesor, Vicente no tuvo más remedio que despedirlo. Los estudiantes intercedieron por él y recibieron gran reprimenda.
Cada año, los estudiantes acudían a la habitación de Vicente para recibir su bendición y recibir sus motivaciones y disposiciones correspondientes en orden a al estudio y virtudes propias, así como transmitirles su desconfianza por una ciencia que hincha y sin ningún fruto apostólico. Vicente era demasiado práctico y desconfiaba de la ciencia que no llevara a la acción. ¿Por qué? Había que evitar a toda costa en la CM los vicio que habían pretendido remediar.
Los peligros típicos de los estudiantes:
El peligro de sacrificarla piedad al saber: “El paso del seminario a los estudios es un paso muy peligroso, en el que muchos naufragan…” (p. 291). Por eso recomendaba unir en todo momento el estudio con la piedad.
El segundo peligro era la vanidad, el estudiar por afán a sobresalir.
El tercero, la curiosidad, ante el cual exigía: «estudiar sobriamente, queriendo saber sólo las cosas que nos conciernen según nuestra condición». La ciencia y vocación deben estar en la perspectiva propia de la vocación y al servicio de los fines apostólicos de la compañía:”…Se necesita ciencia. Y añadió que los que eran sabios y humildes formaban el tesoro de la compañía, lo mismo que los buenos y piadosos doctores son el mejor tesoro de la Iglesia”(p. 292). “Se necesita ciencia, hermanos míos, ¡y ay de los que no emplean bien el tiempo! Pero tengamos miedo, hermanos míos; tengamos miedo y hasta temblemos, y temblemos mil veces más de lo que podría deciros: porque los que tienen talento tienen mucho que temer: scientia inflat; y los que no lo tienen, todavía es peor si no se humillan” (p. 293).
Vicente logró el éxito de la formación, que hizo posible la siembra misionera por todos los rincones de Francia.
El ritmo de las fundaciones
El aumento de personal: El aumento de persona trajo consigo un crecimiento paralelo del número de casas de la Congregación. Los obispos querían beneficiarse de una u otra de las iniciativas pastorales de la Misión.
La obra de Vicente se va enriqueciendo y diversificando: No viajaba a cada una de ellas, como Santa Teresa, a cada una de las ciudades donde van a instalarse sus compañeros, pero controla y dirige todo desde su celda de San Lázaro, discute por correo con los fundadores, regatea, cede, firma los contratos. El resultado es una red de puestos de misión instalados en diversos puntos del territorio, dada uno con características diferentes, que van propagando, por zonas cada vez más amplias, la labor renovadora. Al mismo tiempo, cada casa que funda añade nuevos matices a las obras tradicionales.
Hasta 1635, la CM estuvo reducida a las dos casas de París. La mayoría de los misioneros habitaba en San Lázaro. En Bons Enfants los misioneros activos estaban ocupados en las obligaciones de la fundación primitiva: las misiones en las tierras de los Gondi y el hospedaje de los colegiales, cuyo número fue disminuyendo poco a poco. En poco tiempo, Vicente dio a la casa nuevos destinos.
Hacia 1636 creó allí el primer seminario, de modelo tridentino, destinado a niños, adolescentes (luego, trasladado a San Lázaro).
Bons Enfants: Se utilizaba para casa de ejercicios, escolasticado de teología de los clérigos de la CM y un poco también como residencia de sacerdotes forasteros a su paso por la capital.
Fuera de París, la primera fundación fue la de Toul, en Lorena (1635). Le siguieron: Aguillon, Richelieu, Lucon y Toyes, Annecy y Crecy. En 1642 se abre la casa de Roma, con lo cual se traspasa las fronteras, a la vez que prosigue su expansión en Francia.
En los últimos años de la vida de Vicente, el ritmo se hace más lento. Varias de las fundaciones proyectadas sólo se formalizarán después de su muerte.
“No pedimos nunca una fundación”
El esquema de las fundaciones obedece siempre al mismo modelo: «…no pedir nunca una fundación…».
El procedimiento normal: Cada fundación nueva era el siguiente:
Un alma piadosa (seglar o eclesiástico) advertía la necesidad de misioneros en una región determinada y acudían con su demanda a Vicente
Se examinaba la propuesta
Se aseguraba la congruencia de la obra con el espíritu y los fines de la CM
Estudiaba las condiciones
Requería el beneplácito del obispo (si la petición no procedía de él)
Luego entonces, aceptaba la fundación y firmaba el contrato.
Un alma piadosa (seglar o eclesiástico) advertía la necesidad de misioneros en una región determinada y acudían con su demanda a Vicente
Se examinaba la propuesta
Se aseguraba la congruencia de la obra con el espíritu y los fines de la CM
Estudiaba las condiciones
Requería el beneplácito del obispo (si la petición no procedía de él)
Luego entonces, aceptaba la fundación y firmaba el contrato.
Las fundaciones anteriores a 1642 tenían como finalidad exclusiva las misiones y los ejercicios a ordenandos. Después de 1642 se añade «la dirección de seminarios».
“Los misioneros deben tener con qué vivir y trabajar”
El aspecto económico de las fundaciones: La gratuidad de los ministerios exigía que los misioneros tuvieran asegurada su subsistencia por otros medios. Vicente era terminante sobre este punto: “No hago el más mínimo caso de todos esos proyectos de fundación que no vienen de parte de aquellos que tienen poder para ello…No me basta con que se proporcione un alojamiento a los misioneros, sino que hay que darles los medios para que puedan vivir y trabajar, ya que no les está permitido hacer colectas ni conviene hacerlas” (p. 300).
Las obligaciones de cada casa y el número de sus miembros se establecían en correspondencia al volumen del capital aportado. El patrimonio de experiencia apostólicas era muy rico y variado: el contacto con gente santa, los pleitos, las bromas y los ruidos hechos a los misioneros, etc… Todo ello iba siendo un patrimonio invaluable para la CM. Sin duda, todas ellas dan ocasión de felicitaciones y amonestaciones por parte de Vicente: “…Le ruego padre, que me permita preguntarle por qué motivos me ocultó usted lo que me dice en su última carta…Le confieso padre, que me he quedado sorprendido de llo, ..¡Dios mío! ¿Por qué no me lo dijo?..” (p. 305). En otras circunstancias expresaba: “¿Qué riesgos corre con ello la compañía? Nos meterán en la cárcel, me dirá usted. Es lo peor que puede pasar. ¡Ay, padre!” .
El breviario del buen superior
Hacia el final de su vida, Vicente, recogiendo la experiencia de más de 30 años de gobierno, resumió, en una conversación íntima, para un joven e inexperto superior (P. Durand), lo que pudiéramos considerar el breviario del buen superior:
El superior debe dejarse invadir por Dios, impregnarse de su espíritu: el medio más eficaz: el recurso de la oración. El superior debe orar para conservarse él mismo en la virtud y para implorar gracias por los compañeros confiados a su dirección. Así podrá superar el espíritu de dominación y soberbia con un espíritu evangélico, de servicio y humildad a ejemplo del Hijo de Dios. La conducta de Cristo debe ser norma constante si se quiere acertar en las palabras o en las decisiones.
La autoridad del superior local está limitada por la del superior general, a quien debe recurrirse en los asuntos importantes. Recomienda huir de la originalidad como garantía de acierto indispensable para que el superior ejerza una influencia benéfica sobre sus hermanos de comunidad.
El buen superior debe preocuparse no sólo de los asuntos espirituales, sino también de los intereses temporales y las necesidades materiales de sus dirigidos
Lo realista, es que así lo hizo Vicente en vida, a ejemplo de Cristo.
La visita canónica
Las instrucciones epistolares de Vicente eran reforzadas por la visita canónica. Vicente mismo efectuó muchas de ellas personalmente. Pero con frecuencia delegaba en otros este cometido, el cual atribuía una gran importancia. Lo veía como ocasión de renovación interior de la compañía y necesario para la conservación de su espíritu. El mismo Vicente se sometía gustosamente a este requisito impuesto como regla a la CM en 1642 y daba cuenta de la observancia de las ordenanzas o normas dejadas por el visitador.
El régimen de la Congregación empezaba a objetivarse en normas independientes de su fundador y superior.
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