miércoles, 23 de abril de 2008

CAPÍTULO IV.- LA HISTORIA DEL CAUTIVO



Una herencia inesperada

En los primeros meses de 1605, los asuntos de Vicente parecían marchar muy favorablemente. Esa es la primera información que nos facilita la primera carta. Acababa de realizar un corto viaje a Burdeos, cuando a su vuelta a Toulouse se encontró con que una buena anciana de Castres le había dejado en testamento cierta cantidad de tierras y muebles, valorados en unos 400 escudos.

Ni corto ni perezoso, Vicente emprendió en un caballo de alquiler el camino de Castres. En Castres le aguardaba una sorpresa desagradable: el villano había desaparecido rumbo a Marsella, donde, según noticias, vivía a lo grande gracias a la fortuna mal adquirida. Vicente decidió darle alcance.

Llegó a Marsella, hizo encarcelar al fugitivo y llegó con él a un acuerdo: el bribón le pagó 300 escudos contantes y sonantes y Vicente se dio por satisfecho. Inmediatamente se dispuso a regresar a Toulouse. Entonces empezaron los reveses.


El abordaje

Vicente decidió hacer por mar, hasta Narbona, la primera etapa del viaje de vuelta Llegaría antes y con menos gasto. En realidad, "no llegaría nunca y lo perdería todo".

A pocas millas de Marsella, tres bergantines turcos acechaban, junto a las costas de Provenza - era el mes de julio. Eran corsarios berberiscos de la regencia de Túnez, especializados en la captura y venta de esclavos cristianos.

Vicente recibió un flechazo que le serviría de "reloj" el resto de su vida. Los turcos descuartizaron al piloto francés en represalia a sus propias bajas. A los demás tripulantes y viajeros del navío los curaron groseramente y los hicieron cautivos. Con ellos a bordo, prosiguieron su corso durante siete u ocho días, asaltando y saqueando a los barcos que encontraban a su paso. Acaso por ir demasiado cargados, dejaban en libertad a los que se rendían sin combatir. Por fin pusieron rumbo a Berbería. Y llegaron a Túnez.


El mercado de esclavos.

Una vez desembarcados, los prisioneros fueron conducidos al zoco. Se les quitaron sus ropas y se le dio a cada uno un par de calzones, una casaca de lino y un bonete.
Los mercaderes pudieron sondear la gravedad de las heridas, comprobar el apetito de la mercancía, calcular sus fuerzas, apreciar sus andares, examinar su dentadura...


El pescador y el médico: los dos primeros amos

Terminada la exhibición, estipuladas las ventas, empezaron para Vicente dos años de esclavitud relativamente apacible (1605-1607). Primero lo compró un pescador, pero como al nuevo esclavo le molestaba el mar, hubo de deshacerse de él. Vicente fue a parar entonces a manos de un pintoresco personaje: un médico espagírico, alquimista y medio brujo, que se jactaba de fabricar oro a partir de otros metales - no había dado con la piedra filosofal, pero se había aproximado mucho a ello -, de destilar quintas esencias, de conocer remedios para las más variadas enfermedades y hasta de hacer hablar a una cabeza de muerto.

El trabajo de Vicente consistía en mantener encendidos día y noche diez o doce hornos necesarios para las misteriosas cocciones del viejo alquimista. Este era humano y tratable.


De amo en amo: el renegado

La sosegada existencia de Vicente en casa del médico tuvo un brusco final cuando éste fue llamado a Constantinopla por el Gran Turco. Vicente pasó a ser propiedad de un sobrino del médico. Era en agosto de 1606. El médico murió durante el viaje, y su sobrino se deshizo enseguida de Vicente, porque se enteró que un embajador de Francia venía a Túnez con poderes del sultán para liberar a los esclavos franceses.

Su más reciente comprador era un renegado de Niza - o de Annecy -, quien se lo había llevado consigo al interior del país a buen recaudo de las pesquisas del enviado francés, a una finca suya: un "temat" o "to'met", explotado en aparcería con el Gran Señor, propietario teórico de toda la tierra.

El cambio de escenario supuso para el esclavo un cambio de ocupación. Ahora tenía que cavar la tierra bajo el ardiente sol del norte de Africa. Era penoso, pero también gozaba de mayor libertad. El renegado tenía tres mujeres. Dos de ellas mostraron interés y afecto al cautivo. Una era cristiana, greco-cismática; la otra, musulmana.

En libertad

El 28 de junio de 1607, a dos años de la captura de Vicente, desembarcaron en Aguas Muertas. Desde allí se dirigieron a Aviñón.

El vicelegado pontificio en Aviñón (recordemos que la ciudad y territorios adyacentes constituían por entonces un enclave de soberanía papal en territorio francés), Pedro de Montorio, recibió a penitencia al renegado, le prometió facilitarle el ingreso en el convento romano de los Fate ben Fratelli y se encaprichó con el audaz sacerdote de Pouy. Era el quinto protector que se ganaba Vicente (El Sr. de Comet, el Vicario de Dax, su amo el médico-brujo, su otro amo el renegado de Nizy y finalmente, Pedro de Montorio). Pedro de Montorio, le dijo a Vicente que se lo llevaba con él. El se encargaba de procurarle un buen beneficio, el beneficio que Vicente había buscado en vano durante cinco años.


De nuevo en Roma

Por segunda vez en menos de ocho años, Vicente se encontró en Roma. Vivía en casa del monseñor y gozaba de su confianza. Tenía, pues, asegurados la comida y el alojamiento. Aprovechaba el tiempo libre para continuar estudiando en alguna de las universidades romanas. A cambio prestaba al prelado romano servicios de criado y juglar.
Este necesitaba una nueva copia de sus títulos de estudio y letras de ordenación. Las anteriores no eran válidas por no estar autenticadas con la firma y el sello del obispo de Dax. Vicente esperaba que el señor de Comet le hiciera el nuevo favor de interesarse en el asunto. Y firmaba su segunda carta, como la primera, con su apellido, todo junto en una sola palabra: Depaul. El nunca lo escribiría de otro modo, aunque ya los contemporáneos y después toda la bibliografía vicenciana haya acostumbrado separarlo en dos palabras, de Paúl. El detalle, en realidad, carece de importancia.

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