miércoles, 23 de abril de 2008

CAPÍTULO XVIII.- Panorama desde San Lázaro.



Desde 1632 hasta 1660, es decir, desde los cincuenta a los ochenta años, Vicente de Paúl vivió en San Lázaro. Todas sus grandes realizaciones serán dirigidas desde el puesto de mando establecido en el viejo priorato. Allí le conocerán dos generaciones de franceses.

A lo largo de esos treinta años, Vicente de Paúl siguió evolucionando al compás del ensanchamiento de sus actividades y de la profundización de su vida interior.


LOS RETRATOS DEL SR. VICENTE

Vicente no consintió nunca en posar para un pintor. Para eludir la oposición del humilde sacerdote, los misioneros recurrieron a una estratagema: contrataron a un pintor, al que hospedaron por varios meses en San Lázaro. El artista ocupaba diariamente, en el refectorio y en la capilla, un puesto frontero al de Vicente. De este modo podía observarle a su sabor y tal vez tomar algún furtivo apunte. Luego trasladaba al lienzo los rasgos del modelo tal y como se habían grabado en su memoria. El pintor, no muy famoso -¿qué gran maestro habría aceptado trabajar en esas condiciones?- se llamaba Simón François y era natural de Tours.

Es posible que Simón François hiciera dos retratos, uno con sotana y otro con sobrepelliz. De hecho, dos cuadros pretenden actualmente ser el original de François o réplicas del mismo: uno se conserva en la sacristía del actual San Lázaro, y, según una tradición sólidamente comprobada, perteneció a Ana de Austria; el otro lo posee la casa de Hijas de la Caridad de Moutiers-Saint-Jean. En el primero, Vicente aparece vestido de calle; en el segundo, con el roquete coral. En el curso del siglo XVII, cuatro grabadores diferentes - Nicolás Pitau, Pedro van Schuppen, Renato Lochon y Gerardo Edelinck - hicieron sendas copias de uno y otro de los dos originales. Además de esta familia de imágenes, contamos con otros dos posibles retratos del original: una miniatura anónima, conservada también en San Lázaro, y un dibujo a lápiz, fechado en 1654, original de Angélica Labory, que perteneció a la familia Comet y es actualmente propiedad del Berceau de Saint Vincent de Paul.




UNA PERSONALIDAD HECHA, A LA VEZ, DE DULZURA Y FUERZA

Tal como lo conocemos, el rostro de Vicente de Paúl, ni excesivamente carnoso ni demacrado, resulta agradable, sin ser bello. Brilla en él con singular fuerza la mirada, a la vez dulce y penetrante. La boca, grande, de labios finos, se arquea levemente, iniciando apenas una sonrisa, encuadrada por los trazos blanquecinos del bigote y la perilla. La nariz, gruesa y ancha; la frente, espaciosa; las grandes orejas y un cráneo que se adivina voluminoso bajo el negro solideo acaban de dar carácter a la contenida energía que emana del retrato.

La medición de sus restos, verificada en 1830 con ocasión de la solemne traslación de las reliquias, dio una estatura de cinco pies, es decir, 1,63 metros lo que nos permite considerarlo como más bien bajito, aun añadiéndole los dos o tres centímetros que podían sumarle las articulaciones del cuerpo vivo.


ESQUEMA CRONOLÓGICO

(1634-1642) época de ascensión. Con todas sus instituciones ya en funcionamiento, Vicente es cada vez más conocido. La Congregación de la Misión se extiende por las provincias francesas. La Caridad hace frente a necesidades nuevas y perentorias:
1635, La preocupación por el clero asume formas nuevas con la fundación de seminarios.
1636, El envío de capellanes al ejército.
1638, Los niños expósitos.
1638, La primera misión en la corte.
1639, El socorro a Lorena, asolada por la guerra.
1639, El proceso de Saint Cyran ponen a Vicente en contacto con las altas esferas del poder.
1642, La vida interna de las dos congregaciones se institucionaliza progresivamente y alcanza una primera madurez con la emisión de los votos.
En octubre de 1642, la primera asamblea de la Congregación de la Misión.
En diciembre del mismo año, la muerte de Richelieu.
En mayo de 1643, la de Luis XIII y el nombramiento de Vicente como miembro del Consejo de Conciencia. Tras estas incidencias, Vicente alcanza la plenitud de su influencia e inicia el período culminante de su carrera.

Vicente está, en cierta medida, al frente de la Iglesia francesa. La Congregación de la Misión sigue creciendo, y alcanza proyección internacional al establecerse en:
Italia (1642),
Polonia (1651),
el norte de África (1645)
y Madagascar (1648).

En otro orden de cosas, esta década contempla, a partir de 1649, el gran despliegue caritativo, realizado conjuntamente por todas las instituciones vicencianas, para la asistencia a las regiones devastadas de Picardía, Champaña e Isla de Francia. La figura de Vicente alcanza niveles de Estado con sus intervenciones en la gran crisis de la Fronda (1649-1652) y niveles de Iglesia universal con su actuación frente al peligro jansenista.

Octubre de 1652. Su despido del Consejo de Conciencia pone fin a sus tareas de gobierno. La influencia de Vicente cambia de signo, sin disminuir en importancia. Es la gran autoridad moral de la Iglesia francesa, consultado por obispos, cardenales y el mismo papa para las más graves cuestiones. Y él se dedicará, cada vez con más ahínco, a dar los últimos toques a sus creaciones. Pero esto pertenece ya a la última edad de su vida, a su lúcida y laboriosa ancianidad.


EL SIGLO DE LOS POBRES

Desde que en 1617 descubrió la doble miseria espiritual y corporal de los pobres y los caminos para remediarla, consagró a ello, de una manera u otra, toda su actividad. El designio de servir a los pobres gravita sobre cada fundación que recibe, cada trabajo que emprende, cada cargo que acepta. Los pobres son la razón de ser de su vida y su obsesión, o, como él diría más de una vez, "su peso y su dolor".

"Pobre - decía el Diccionario de Furetière - es el que no posee bienes, el que no tiene lo necesario para sustentar su vida o sostener su condición". Los socioeconomistas actuales establecen el concepto de pobreza en función de la capacidad de consumo. En lo que todos, economistas e historiadores, están de acuerdo es en la presencia agobiadora, impresionante, de la pobreza a lo largo del siglo.
Para la mentalidad del siglo XVII, campesino, agricultor o aldeano equivalían a pobre.


"DADLE LA VUELTA A LA MEDALLA”

"Los pobres, que no saben adónde ir ni qué hacer, que están sufriendo, que cada día son más numerosos"; a quienes, después de consumir los escasos frutos de la cosecha, "no les quedará más que hacer sino abrir sus fosas y enterrarse vivos", son el norte de sus preocupaciones. Los sufrimientos de los pobres se agravan como consecuencia de la guerra. Ese sufrimiento era el primer motivo de su compasión y de su acción caritativa. Vicente era, ante todo, un hombre abrumado por el dolor de sus semejantes.

"No debo considerar - decía - a un pobre aldeano o a una pobre mujer según su aspecto exterior, ni según el aparente alcance de su inteligencia, dado que con frecuencia no tienen ni la figura ni el espíritu de personas racionales: tan groseros y terrestres son. Pero dadle la vuelta a la medalla, y veréis con las luces de la fe que son esos pobres los que nos representan al Hijo de Dios, que quiso ser pobre; Él casi ni tenía aspecto de hombre en su pasión, y pasó por loco entre los gentiles, y por piedra de escándalo entre los judíos; y por eso se define a sí mismo como el evangelista de los pobres: Evangelizare pauperibus misit me. ¡Dios mío! ¡Qué hermoso es ver a los pobres cuando se los considera en Dios y en el aprecio en que los tuvo Jesucristo! Pero, si los miramos con los sentimientos de la carne y del espíritu mundano, nos parecerán despreciables"

La caridad con los pobres constituye a quienes la ejercen en verdaderos sirvientes, en criados de los pobres, que, a su vez, son sus "dueños y señores". Tener a los pobres como amos y patronos no era en la vida de Vicente, y no debía de ser en la de sus seguidores, una expresión literaria, sino una realidad cotidiana.

"Dios ama a los pobres, y, por consiguiente, ama a quienes aman a los pobres, pues, cuando se ama mucho a una persona, se siente también afecto a sus amigos y servidores. Pues bien, esta pequeña compañía de la Misión procura dedicarse con afecto a servir a los pobres, que son los preferidos de Dios; por eso tenemos motivos para esperar que, por amor hacia ellos, también nos amará Dios a nosotros. Así, pues, hermanos míos, vayamos y ocupémonos con un amor nuevo en el servicio de los pobres, y busquemos incluso a los más pobres y desamparados; reconozcamos delante de Dios que son ellos nuestros señores y nuestros amos y que somos indignos de rendirles nuestros pequeños servicios"


NÚCLEO ESENCIAL DEL MENSAJE EVANGÉLICO,
LA PROCLAMACIÓN DE LA CARIDAD

"Amemos a Dios, hermanos míos; amemos a Dios, pero que sea a costa de nuestros brazos, que sea con el sudor de nuestro rostro".

"En este siglo hay muchos que parecen virtuosos y que lo son efectivamente, pero que se inclinan a una vida tranquila y muelle antes que a una devoción esforzado y sólida. La Iglesia es como una gran mies que requiere obreros, pero obreros que trabajen. No hay nada tan conforme con el Evangelio como reunir, por un lado, luz y fuerzas para el alma en la oración, en la lectura y en el retiro, y por otro, ir luego a hacer partícipes a los hombres de este alimento espiritual. Esto es hacer lo que hizo nuestro Señor y, después de Él, sus apóstoles; es juntar el oficio de Marta con el de María; es imitar a la paloma, que digiere a medias la comida y luego pone lo demás en el pico de sus pequeños para alimentarlos. Esto es lo que hemos de hacer nosotros y la forma con que hemos de demostrar a Dios con obras que lo amamos.


"UN SACERDOTE DEBE TENER MÁS TRABAJO DEL QUE PUEDE HACER”

Asombra la cantidad de trabajo desarrollado por Vicente. A mediados de 1634:
Era superior de la Congregación de la Misión y de su casa-madre de San Lázaro,
superior de la Compañía de las Hijas de la Caridad,
capellán real de las galeras,
superior de los monasterios de la Visitación de París,
director de las damas de la Caridad,
presidente de las conferencias de los martes,
organizador y director de las cofradías de la caridad.

No sólo se ocupaba personalmente de la formación espiritual de los misioneros y las Hijas de la Caridad o de la presidencia de las asambleas de damas y las conferencias de eclesiásticos; consta además que siguió predicando misiones hasta edad muy avanzada. Y, por supuesto, era incumbencia suya no delegable la asistencia a las reuniones del Consejo de Conciencia. A ello hay que añadir las ocupaciones no previstas, que, en forma de encargos recibidos de la autoridad eclesiástica o de otras altas instancias, le obligaban a esfuerzos suplementarios.


VICENTE ERA UN TRABAJADOR ENCARNIZADO

MAÑANA
4,00 Levantarse y aseo.
4,30 Meditación.
5,30 Rezo de horas menores.
5,45 Misa. Acción de gracias.
6,30 Trabajo personal.
10,30 Examen particular y comida.
11,30 Visita al Santísimo, Angelus y recreo
TARDE
12,30 Trabajo personal.
14,00 Rezo de vísperas. Trabajo.
17,00 Rezo de maitines y Examen particular
17,45 Cena.
18,15 Recreo
19,15 Examen general. Trabajo.
21,00 Acostarse.

Dedicaba:
3 horas a la oración,
9 1/2 al trabajo,
4 1/2 a la comida, el recreo y otras ocupaciones diversas,
7 al descanso.

Pero no siempre podía respetar el orden previsto, y ello se hacía por lo general a expensas del asueto o el descanso.


LA PALABRA ESCRITA: CORRESPONDENCIA

Se ha calculado que a lo largo de los treinta últimos años salieron de su pluma unas 30.000 cartas, lo que supone un promedio de tres o cuatro cartas diarias. Entre los destinatarios hay de todo: desde papas, reyes, obispos y ministros hasta humildes hermanos de la Misión o sencillas hijas de la Caridad, a quienes consuela en alguna pena interior o da instrucciones para el desempeño de sus oficios. El corazón de Vicente aparece igualmente interesado en todos ellos. Sus órdenes, sus consejos, sus amonestaciones, sus súplicas, sus reflexiones sobre acontecimientos del día, sus elogios, sus vacilaciones, son otros tantos reflejos de la rica, variada e intensa personalidad del autor. Y todo ello servido por un lenguaje directo, sencillo, que no busca el lucimiento, pero que abunda con frecuencia en sentencias exactas y definitivas.


LA PALABRA HABLADA: CONFERENCIAS

Un promedio de seis intervenciones públicas requerían semanalmente su palabra. Hablaba, como acabamos de decir, tres o cuatro veces a los misioneros, una o dos a las Hijas de la Caridad, otra a las conferencias de los martes, sin contar otras actuaciones más espaciadas en las asambleas de las damas, en los conventos de la Visitación o en reuniones y juntas de otras asociaciones.

El sistema era siempre el mismo: la conferencia o, con la expresión francesa usada por él, el entretien, es decir, la conversación sobre los temas ya meditados en la oración. Vicente empezaba por hacer hablar a los presuntos oyentes - misioneros o Hijas de la Caridad -, quienes habían recibido con anticipación el tema de la conferencia. Se producía primero un intercambio familiar de puntos de vista, que Vicente, sobre todo con las Hijas de la Caridad, comentaba sobre la marcha, poniendo de relieve los aciertos para inculcarlos con su autoridad en el ánimo de todos.

Los temas eran la explicación de las Reglas y las virtudes propias de los misioneros y las Hijas de la Caridad, el amor y el servicio de los pobres, la vocación de los miembros de cada comunidad, la sumisión a la voluntad de Dios, la pobreza, la obediencia, la caridad fraterna, la corrección mutua, las virtudes y ejemplos de los misioneros y hermanas difuntos...


LA HABITACIÓN DE UN JEFE

El Sr. Vicente procuraba no malgastar los bienes de los pobres.
"¡Oh Salvador! ¡Cómo hablo yo de esto, que soy tan miserable; que he tenido un caballo, una carroza; que aún ahora tengo una habitación, una cama con buenas cortinas, un hermano; yo mismo; quiero decir, de quien cuidan tanto, que no me falta nada! ¡Qué escándalo le doy a la compañía por el abuso que he hecho del voto de pobreza en todas estas cosas y otras por el estilo! Le pido perdón a Dios y a la compañía y le ruego que me soporte en mi vejez. Que Dios me dé la gracia de corregirme, ya que he llegado a esta edad, y de desprenderme de todas estas cosas en cuanto me sea posible. Levantaos, hermanos míos [pues toda la compañía se había puesto de rodillas mientras él hacía este acto de humildad]"


UNA COMUNIDAD COMPLICADA

No se trataba sólo de la dirección de la comunidad, más o menos numerosa, con su cuádruple categoría de sacerdotes, hermanos, estudiantes y seminaristas. Eran las cinco o seis tandas anuales de ordenandos, los ejercitantes individuales, que iniciaban cada semana un nuevo retiro; los mendigos que acudían a las puertas en busca de comida y limosna, las consagraciones episcopales que de tanto en tanto tenían lugar en la iglesia; a partir de 1642, los seminaristas menores del pequeño San Lázaro; los locos, que ocupaban una pequeña casa de salud establecida en uno de los pabellones; los jóvenes díscolos, encerrados en otro pabellón como en una especie de reformatorio; los visitantes de todas las categorías sociales que acudían a Vicente en busca de recomendación, consejo o ayuda.

El antiguo prior, Adrián le Bon, tan desprendido y generoso, no era hombre de trato fácil. Vicente tenía que postrarse a sus pies pidiéndole perdón por los disgustos reales o imaginarios que la comunidad o alguno de sus miembros le había proporcionado. El prior se apaciguaba y recobraba su afecto hacia los misioneros... hasta la próxima ocasión. Más de cincuenta veces recordaba Vicente haber tenido que arrodillarse a sus pies.

Vicente trataba a Adrián le Bon como el verdadero amo de la casa. Al volver de viaje, lo primero que hacía, después de adorar al Santísimo, era ir a saludarle. Los domingos cenaba con él y siempre le consideraba como el padre de la comunidad y quería que todos los miembros de ésta se tuvieran por sus hijos.

Adrián le Bon entregó su alma a Dios el 9 de abril de 1651, domingo de Pascua. Vicente extremó entonces los actos de gratitud para con su generoso bienhechor.

Entre 1634 y 1653 el campo de sus preocupaciones se ensancha y diversifica, la red de sus relaciones se hace cada vez más densa, el peso de su influencia en las grandes decisiones nacionales crece de modo incontenible, su vida interior se depura y acendra hasta elevarle a las cimas de la santidad.

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