miércoles, 23 de abril de 2008

CAPÍTULO III.- PROYECTOS E INFORTUNIOS



El primer proyecto

Apenas había recibido el sacerdocio, cuando Vicente de Paúl parecía conseguir también lo que tanto había deseado: un oficio eclesiástico remunerado. Era el primer proyecto concreto de los varios que elaboraría entre 1600 y 1617. Era joven y debía planear su vida. Todavía no se le había ocurrido contar con Dios para saber a qué había sido llamado. Muy poco después de su ordenación, tal vez aún dentro del mismo año 1600, el vicario general de Dax le nombraba párroco de Tilh, una buena parroquia de la diócesis.

Lo cierto es que aquel primer nombramiento de Vicente iba a ser también su primer fracaso. En contra de su instalación en Tilh se alzaron dos obstáculos: de una parte, el hecho de que el flamante párroco, que continuaba estudiando en Toulouse, no podía observar la residencia, recientemente urgida a todos los párrocos por el obispo en el sínodo diocesano; de otra, el que le surgiera un competidor, un tal Sr. Saint-Soubé, que había obtenido la misma parroquia de la curia romana. Vicente, obligado, si quería conservar la parroquia, a emprender un proceso en forma, hubo de renunciar a ella.


"Me enternecí hasta las lágrimas" en Roma

El terreno era Roma. Allá se trasladó Vicente en el curso del año 1601. "había tenido el honor de ver" al papa Clemente VIII . Ahora bien: Clemente VIII murió en 1605. A precisar más la fecha nos ayuda otra referencia de Vicente. Escribiendo el 20 de julio de 1631 a uno de sus primeros compañeros destacado por entonces en Roma, le dice que él mismo había estado allí " Sobre los motivos del viaje carecemos por completo de información. ¿Fue, acaso, para obtener la dispensa de su ordenación irregular? La conjetura más verosímil es, como ya insinuamos, que emprendiera el viaje con la esperanza de obtener el disputado curato de Tilh.

En la Roma de 1601 se despertó, pues, su devoción al romano pontífice, personificado entonces en Clemente VIII, papa a quien Vicente tuvo siempre por santo,

Entre tanto era necesario situarse: acabar los estudios, encontrar un nuevo beneficio que compensara la pérdida de la parroquia de Tilh, extraer del sacerdocio recién estrenado las ventajas que legítimamente tenía derecho a esperar de él.


Un proyecto "cuya temeridad no me permite nombrar"

De regreso en Toulouse, Vicente reanuda su vida anterior al viaje a Roma y a su ordenación sacerdotal: enseña y estudia. Vicente no sintió nunca una vocación de intelectual puro. Vio en el estudio un medio, no un fin. En 1604, a los veinticuatro años, decide dar por terminada su carrera universitaria.

Vicente vuelve a soñar, y sus sueños son cada vez más ambiciosos. No se trata ahora de una parroquia rural, por muy importante que fuese. Vicente aspira a un obispado.


"Esa miserable carta"
Todo lo que sabemos de la vida de Vicente en los tres años que siguen: 1605, 1606 y 1607, lo debemos a dos cartas suyas escritas el 24 de julio de 1607 y el 28 de febrero de 1608, una desde Aviñón y otra desde Roma.

La autenticidad de las cartas: se conservan los originales, de puño y letra de Vicente,. Ambas están dirigidas al señor de Comet, hermano del antiguo protector de Vicente y continuador suyo en el mecenazgo del joven sacerdote. Del archivo de Comet pasaron al de su yerno, Luis de Saint Martin, señor d'Agès y abogado en la corte presidial de Dax, casado con Catalina de Comet y hermano del canónigo Juan de Saint Martin.

En ese momento entraron en acción otros personajes. El secretario del Santo puso el asunto en conocimiento de los asistentes del superior general de la Misión. Hubo consejo de guerra: era preciso a toda costa salvar aquellas cartas del inminente peligro de destrucción, y para ello evitar que llegaran a manos de su autor. Dieron instrucciones al secretario para que expusiera la situación al canónigo Saint Martin y le pidieron que remitiese las cartas no al Sr. Vicente, sino a una persona de confianza, el P. Watebled, superior entonces de la primitiva casa de la Misión, fuera del alcance de Vicente. El canónigo hizo lo que se le pedía.

Conmovedores acentos que no podían ya conmover al canónigo Saint Martin: las cartas tan ardientemente reclamadas estaban a buen recaudo desde dos años antes en manos del Sr. Almerás, primer asistente y luego sucesor del Santo. Vicente moriría seis meses más tarde sin haber podido echar mano a sus papeles de juventud. Gracias a la piadosa maquinación del secretario, los asistentes y el canónigo se habían salvado para la posteridad.

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