Las "conferencias de los martes”
El año 1633 es, para Vicente de Paúl, el año de la victoria. La bula Salvatoris nostri concedía a su Congregación: aprobación eclesial, condición jurídica. La instalación en San Lázaro, reconocida de modo definitivo por la autoridad real,
Los ejercicios a ordenandos no habían sido sino el comienzo de la labor de Vicente en la reforma del clero.
El año 1633 iba a poner en sus manos otra herramienta más, que representaría un avance importante en ese camino: las "conferencias de los martes, la idea no fue suya, sino algunos de los sacerdotes que habían practicado con él los ejercicios de ordenandos.
Vicente y los suyos aprovecharon las misiones para reunir a los sacerdotes de las poblaciones misionadas a fin de dirigirles también a ellos algunas pláticas sobre la manera de desempeñar dignamente sus deberes pastorales o para recibirlos primero en Bons Enfants y luego en San Lázaro, a fin de practicar los ejercicios espirituales.
La bula Salvatoris nostri:
· Las reuniones mensuales de párrocos y rectores de iglesias,
· Estudiar en común los casos de conciencia y la administración de los sacramentos. Todo ello prueba que Vicente llevaba años meditando y ensayando nuevos tipos de trabajo con el clero, distintos y complementarios de los ejercicios a ordenandos.
A principios del siglo XVII, un piadoso prelado, el cardenal Francisco Escoubleau de Sourdis, había introducido en su diócesis la práctica de reunir a los párrocos y otros sacerdotes para tratar puntos de teología moral.
Los neosacerdotes que habían practicado en casa de Vicente los ejercicios preparatorios para la ordenación empezaban a distinguirse entre el clero parisiense.
- Vivían más ordenadamente, ocupaban su tiempo en ejercicios piadosos,
- visitaban hospitales y cárceles, se sentían deseosos de una vida plenamente sacerdotal
- Tristemente, aquel fervor primerizo era un ambiente tibio o relajado. Vicente lo sabía, y se preguntaba por la manera de hacer perdurable el fruto de los ejercicios.
Un día fue a verle uno de aquellos sacerdotes que compartía la misma preocupación:
El recuerdo de los antiguos Padres del desierto reuniéndose de tiempo en tiempo para oír conferencias espirituales le sirvió de inspiración.
"¡Cuántos motivos hay para esperar mucho bien de esta compañía!”
Tenía por entonces a mano a los participantes en la última ordenación. Por encargo suyo estaban predicando una misión a los albañiles y carpinteros que trabajaban en las obras de la iglesia del monasterio de las salesas.
Los ejercicios a ordenandos no habían sido sino el comienzo de la labor de Vicente en la reforma del clero.
El año 1633 iba a poner en sus manos otra herramienta más, que representaría un avance importante en ese camino: las "conferencias de los martes, la idea no fue suya, sino algunos de los sacerdotes que habían practicado con él los ejercicios de ordenandos.
Vicente y los suyos aprovecharon las misiones para reunir a los sacerdotes de las poblaciones misionadas a fin de dirigirles también a ellos algunas pláticas sobre la manera de desempeñar dignamente sus deberes pastorales o para recibirlos primero en Bons Enfants y luego en San Lázaro, a fin de practicar los ejercicios espirituales.
La bula Salvatoris nostri:
· Las reuniones mensuales de párrocos y rectores de iglesias,
· Estudiar en común los casos de conciencia y la administración de los sacramentos. Todo ello prueba que Vicente llevaba años meditando y ensayando nuevos tipos de trabajo con el clero, distintos y complementarios de los ejercicios a ordenandos.
A principios del siglo XVII, un piadoso prelado, el cardenal Francisco Escoubleau de Sourdis, había introducido en su diócesis la práctica de reunir a los párrocos y otros sacerdotes para tratar puntos de teología moral.
Los neosacerdotes que habían practicado en casa de Vicente los ejercicios preparatorios para la ordenación empezaban a distinguirse entre el clero parisiense.
- Vivían más ordenadamente, ocupaban su tiempo en ejercicios piadosos,
- visitaban hospitales y cárceles, se sentían deseosos de una vida plenamente sacerdotal
- Tristemente, aquel fervor primerizo era un ambiente tibio o relajado. Vicente lo sabía, y se preguntaba por la manera de hacer perdurable el fruto de los ejercicios.
Un día fue a verle uno de aquellos sacerdotes que compartía la misma preocupación:
El recuerdo de los antiguos Padres del desierto reuniéndose de tiempo en tiempo para oír conferencias espirituales le sirvió de inspiración.
"¡Cuántos motivos hay para esperar mucho bien de esta compañía!”
Tenía por entonces a mano a los participantes en la última ordenación. Por encargo suyo estaban predicando una misión a los albañiles y carpinteros que trabajaban en las obras de la iglesia del monasterio de las salesas.
Vicente fue a verlos después de haber expuesto la idea al arzobispo y recibido su aprobación.
Era el día de San Bernabé, 11 de junio de 1633. Se entrevistó con cada uno de ellos y les informó del proyecto. Todos aceptaron con entusiasmo. Era sábado. Les citó para el lunes siguiente, a las dos de la tarde, en su casa de San Lázaro.
Era el día de San Bernabé, 11 de junio de 1633. Se entrevistó con cada uno de ellos y les informó del proyecto. Todos aceptaron con entusiasmo. Era sábado. Les citó para el lunes siguiente, a las dos de la tarde, en su casa de San Lázaro.
La reunión fue sólo una primera toma de contacto, en que Vicente expuso con más detenimiento los motivos y la naturaleza de la asociación proyectada.
En aquel tiempo eran jovenes Juan Jacobo Olier, el futuro fundador de San Sulpicio; Nicolás Pavillon, luego obispo de Alet; Antonio Godeau, que lo sería de Grasse; Francisco Perrochel, destinado a serlo de Boulogne; el abad de Colenge; Miguel Alix.
Vicente les habló de la excelencia del sacerdocio, estado verdaderamente santo que les consagraba por entero al Señor:
- Los exhortó a buscar los medios de mantenerse siempre fieles al espíritu de su vocación.
- Las citas escriturísticas aprobaban cada una de sus afirmaciones: el obrero que vuelve la vista atrás; el oro sin brillo de Isaías; las piedras del santuario dispersadas por las calles; las estrellas de Baruc, que brillan cada una en su propio centro y desde él responden con la alegría de su luz a la llamada de su hacedor.
- Los exhortó a buscar los medios de mantenerse siempre fieles al espíritu de su vocación.
- Las citas escriturísticas aprobaban cada una de sus afirmaciones: el obrero que vuelve la vista atrás; el oro sin brillo de Isaías; las piedras del santuario dispersadas por las calles; las estrellas de Baruc, que brillan cada una en su propio centro y desde él responden con la alegría de su luz a la llamada de su hacedor.
Fuera levadura del clero de Francia; quería que formasen una hermandad profundamente unida en Cristo y con Cristo para ayudarse mutuamente a progresar en la virtud. Quería que se propusieran ser en todo como Jesucristo; que imitaran al Salvador en el amor a los pobres y que, según la inspiración de cada uno, trabajasen por la gloria de Dios entre los pobres, no sólo de las ciudades, sino también del campo.
Como regla concreta: levantarse siempre a hora fija, oración mental, misa, lectura meditada del Nuevo Testamento, exámenes de conciencia particular y general, lectura espiritual, ejercicios espirituales anuales, asistencia semanal a la conferencia, cuyos temas serían exclusivamente de tipo espiritual sobre los deberes, virtudes y ministerios de un buen sacerdote.
Les dio casi un mes para reflexionar, sólo estaba ausente el iniciador del proyecto, que se encontraba misionando fuera de París. Vicente le escribió dándole cuenta de los resultados:
En la segunda reunión se redactó un reglamento provisional; conforme a las líneas señaladas por Vicente, fueron elegidos los miembros de la junta directiva y se fijó el martes como el día de reunión más cómodo para todos. La asociación empezó, por eso, a ser conocida con el nombre de "conferencia de los martes". No obstante, la primera conferencia propiamente dicha se tuvo el sábado siguiente, 16 de julio.
"Vicente era el alma de la piadosa asamblea”
Vicente tenía pavor a la oratoria vacía de la época. Por eso, nada de discursos, sino exposición sencilla y clara por alguno de los presentes de los pensamientos que la oración y la meditación le habían sugerido. A continuación, puesta en común de los afectos e ideas que otros habían tenido. Vicente hablaba poco. Generalmente, se contentaba con escuchar. Sólo al final tomaba la palabra para subrayar algunas de las ideas expuestas, añadir sus sentimientos, ofrecer sus propias reflexiones, matizar, exhortar, corregir. Y, sin embargo, sus palabras eran escuchadas con avidez.
Vicente puso desde el principio grandes esperanzas en la fecundidad de aquella nueva obra. Apenas fundada la asociación, le escribía a su fiel amigo y compañero de trabajos Francisco du Coudray, que todavía seguía en Roma negociando sobre asunto de la Congregación:
Fiel a su método de dirección de espíritus, Vicente no se contentó con dar a los miembros de las conferencias orientaciones teóricas. Inmediatamente, lo mismo que había hecho con Margarita de Silly y con Luisa de Marillac, los puso a trabajar. Aquel mismo año de 1633 predicaron en el:
¬ "hospital de los trescientos",
¬ El asilo fundado por Luis XIII para los ciegos y también sus familiares.
¬ Los vecinos de los barrios próximos al hospital que quisieron asistir.
¬ los soldados de la guardia real.
¬ los obreros de los talleres de París, a los albañiles y peones.
¬ los pobres del hospital de la Piedad, a las recogidas del refugio y de muchas más que tendremos ocasión de examinar más adelante.
La industriosa caridad de Vicente, que contaba con la Congregación de la Misión para evangelizar a los pobres del campo, llegaba, por el rodeo de las conferencias de los martes, a los pobres de las ciudades, en las que aquélla no podía misionar.
"Todos los eclesiásticos de mérito querían pertenecer a ella”
La conferencia se puso de moda. Un testigo poco sospechoso, el jansenista Lancelot, diría que "no había en París un eclesiástico de mérito que no quisiera pertenecer a ella".
La fama de la conferencia se extendió rápidamente. Richelieu, quiso tener información de primera mano. Citó a Vicente para una entrevista. Que sepamos, primer encuentro entre el humilde sacerdote y el poderoso primer ministro, que, hombre de Iglesia al fin, era también un reformador a su manera. Richelieu quería saber cuál era la finalidad de aquellas reuniones, qué asuntos se trataban, quiénes eran los asistentes, a qué obras se dedicaban.
Probablemente había en el fondo un poso de recelo hacia las actividades de aquel antiguo amigo de Bérulle, de los Gondi, de los Fargis, de los Marillac. Quedó satisfecho. No era una suposición política, sino una genuina asociación piadosa. Terminó por preguntarle a Vicente cuáles de aquellos sacerdotes juzgaba más dignos del episcopado, y escribió la lista por su propia mano. Vicente guardó riguroso secreto sobre la entrevista. No quería que las conferencias se convirtieran en trampolín para trepadores e intrigantes.
Serían, en cambio, semillero de celosos reformadores: de su seno salieron 23 obispos y arzobispos y un número incontable de vicarios generales, arcedianos, canónigos, párrocos, directores de seminarios, superiores, visitadores y confesores de religiosas.
La reforma lanzada por Vicente de Paúl empezaba a alcanzar las altas esferas de la Iglesia. Pero nos estamos adelantando a los acontecimientos. En 1633, la conferencia de los martes era sólo una más de las herramientas forjadas por Vicente para trabajar en el mejoramiento del clero y en el servicio de los pobres.
La forma definitiva de la caridad
Las cofradías de la Caridad, el instrumento ideado en Chatillon, estaba demostrando fallos de consideración desde su implantación en la capital. En París, las cosas empeoraron. Después del entusiasmo inicial, las señoras de la capital empezaron a encontrar pesado el servicio personal a los pobres. Se hacían suplantar en él por sus sirvientas. Para Vicente, esta manera mercenaria de ejercer la caridad no era tolerable, con esto chocaba con su sentido de la caridad como compromiso personal del cristiano.
"La primera hija de la Caridad”
Un día, a comienzos de 1630, durante una misión, Vicente encontró a una joven campesina cuya alma había sido señalada por el invisible dedo de la gracia. Se llamaba Margarita Naseau y era de Suresnes, un pueblecito de las cercanías de París. En ella iba a encontrar Vicente la respuesta que buscaba.
"Le propuse el servicio de los enfermos. Lo aceptó enseguida con agrado y la envié a San Salvador", precioso descuido que nos permite comprobar, una vez más, el modo vicenciano de entender la docilidad activa a la Providencia.
"Comenzaron a juntarse casi sin darse cuenta”
Después de Margarita Naseau vinieron otras jóvenes, algunas atraídas por ella. En París se hacía cargo de ellas la Srta. Le Gras. Poco a poco se fue juntando un grupo numeroso que crecía sin cesar. "Comenzaron a reunirse y a juntarse casi sin darse cuenta" explicaría Vicente . Tras unas semanas de instrucción breve, que a veces tenía que empezar por la enseñanza del abecedario- ejercicios espirituales y en la iniciación en la oración mental según el método de Buseo y la lectura espiritual en la Guía de pecadores, del P. Granada, se las lanzaba a la acción.
Este grupo era un complemento de las cofradías de la Caridad de cada parroquia. Por eso estaban sometidas a las damas de la respectiva cofradía, sin lazo comunitario que las uniera. De ahí que empezara a llamárselas "les filles de la Charité", es decir, las chicas, las muchachas de la Caridad.
Poco a poco fue madurando la idea de convertirlas en institución autónoma con organización estable. Había grandes dificultades. Se llamasen como se llamasen, se las iba a tener por una nueva clase de religiosas. Gravísimo riesgo: religiosa era sinónimo de clausura. Se las encerraría tras las rejas, y entonces adiós servicio a los enfermos, adiós atención a los pobres.
Dejar bien sentado que no se trataba de monjas, sino de seglares agrupadas en comunidad, pero tan libres como antes de ir y venir por las calles de la ciudad, los pasillos de los hospitales y a las cárceles. No llevarían hábito, sino la modesta y basta vestimenta de las aldeanas de los alrededores de París, con su bata de sarga gris y su blanca cofia.
Tampoco vivirían en conventos, sino simplemente en "casas". No harían "noviciado": los meses de formación se llamarían de "seminario".
Para formarlas y dirigirlas se necesitaba una mujer capacitada, inteligente, espiritual, dedicada por entero a la obra. ¿Luisa de Marillac? Era la más indicada. Llevaba varios años adiestrando a las muchachas que servían en las caridades parroquiales, pero la Srta. Le Gras no había terminado del todo de resolver sus problemas personales. Sería necesario trazar aquí con cierto detalle su dirección interior entre 1630 y 1633.
Ella Seguía angustiada por su hijo, que a los dieciocho o diecinueve años no acababa de encontrar su camino. Enfermaba con frecuencia, cambiaba de colegio, no se decidía a recibir las órdenes.
"Su ángel ha hablado con el mío”
Vicente parecía querer repetir en Luisa su propia experiencia de los ejercicios de Soissons: desprenderse de la prisa y esperar con paciencia la manifestación de la voluntad de Dios. Hacia la fiesta de Pentecostés de 1633 persistía aún la indecisión, sin que, por el laconismo de Vicente, sepamos las razones de la duda.
Los ejercicios espirituales de agosto o septiembre de 1633 resultaron decisivos. Lo mismo que en Soissons diez años antes, vencida la vehemencia, esta vez doble, de Vicente y de Luisa, se abre el camino para la creación de la comunidad. Al final de este retiro, Vicente escribe una carta que equivale a una señal de luz verde:
29 de noviembre de 1633
El 29 de noviembre de 1633, vigilia de San Andrés, un pequeño grupo de muchachas escogidas, cuyos nombres desgraciadamente no nos son conocidos, se instalaba en el domicilio de la Srta. Le Gras para iniciar su educación en las "sólidas virtudes". Había nacido la Compañía de las Hijas de la Carida. Margarita Naseau no pudo ser del grupo. Unos meses antes había fallecido, víctima de su caridad heroica, por haber compartido su lecho con una mujer atacada de la peste.
La caridad del Hôtel-Dieu
La asociación de damas del Hôtel-Dieu, es decir, el Hospital Central de París. La presidenta Goussault, de soltera Genoveva Fayet, era una de las piadosas damas que entre 1625 y 1633 se habían ido congregando en torno a Vicente de Paúl atraídas por el poderoso imán de su fervor caritativo. Viuda desde 1631 de Antonio Goussault, señor de Souvigny, consejero real y presidente en la Cámara de Cuentas.
Como regla concreta: levantarse siempre a hora fija, oración mental, misa, lectura meditada del Nuevo Testamento, exámenes de conciencia particular y general, lectura espiritual, ejercicios espirituales anuales, asistencia semanal a la conferencia, cuyos temas serían exclusivamente de tipo espiritual sobre los deberes, virtudes y ministerios de un buen sacerdote.
Les dio casi un mes para reflexionar, sólo estaba ausente el iniciador del proyecto, que se encontraba misionando fuera de París. Vicente le escribió dándole cuenta de los resultados:
En la segunda reunión se redactó un reglamento provisional; conforme a las líneas señaladas por Vicente, fueron elegidos los miembros de la junta directiva y se fijó el martes como el día de reunión más cómodo para todos. La asociación empezó, por eso, a ser conocida con el nombre de "conferencia de los martes". No obstante, la primera conferencia propiamente dicha se tuvo el sábado siguiente, 16 de julio.
"Vicente era el alma de la piadosa asamblea”
Vicente tenía pavor a la oratoria vacía de la época. Por eso, nada de discursos, sino exposición sencilla y clara por alguno de los presentes de los pensamientos que la oración y la meditación le habían sugerido. A continuación, puesta en común de los afectos e ideas que otros habían tenido. Vicente hablaba poco. Generalmente, se contentaba con escuchar. Sólo al final tomaba la palabra para subrayar algunas de las ideas expuestas, añadir sus sentimientos, ofrecer sus propias reflexiones, matizar, exhortar, corregir. Y, sin embargo, sus palabras eran escuchadas con avidez.
Vicente puso desde el principio grandes esperanzas en la fecundidad de aquella nueva obra. Apenas fundada la asociación, le escribía a su fiel amigo y compañero de trabajos Francisco du Coudray, que todavía seguía en Roma negociando sobre asunto de la Congregación:
Fiel a su método de dirección de espíritus, Vicente no se contentó con dar a los miembros de las conferencias orientaciones teóricas. Inmediatamente, lo mismo que había hecho con Margarita de Silly y con Luisa de Marillac, los puso a trabajar. Aquel mismo año de 1633 predicaron en el:
¬ "hospital de los trescientos",
¬ El asilo fundado por Luis XIII para los ciegos y también sus familiares.
¬ Los vecinos de los barrios próximos al hospital que quisieron asistir.
¬ los soldados de la guardia real.
¬ los obreros de los talleres de París, a los albañiles y peones.
¬ los pobres del hospital de la Piedad, a las recogidas del refugio y de muchas más que tendremos ocasión de examinar más adelante.
La industriosa caridad de Vicente, que contaba con la Congregación de la Misión para evangelizar a los pobres del campo, llegaba, por el rodeo de las conferencias de los martes, a los pobres de las ciudades, en las que aquélla no podía misionar.
"Todos los eclesiásticos de mérito querían pertenecer a ella”
La conferencia se puso de moda. Un testigo poco sospechoso, el jansenista Lancelot, diría que "no había en París un eclesiástico de mérito que no quisiera pertenecer a ella".
La fama de la conferencia se extendió rápidamente. Richelieu, quiso tener información de primera mano. Citó a Vicente para una entrevista. Que sepamos, primer encuentro entre el humilde sacerdote y el poderoso primer ministro, que, hombre de Iglesia al fin, era también un reformador a su manera. Richelieu quería saber cuál era la finalidad de aquellas reuniones, qué asuntos se trataban, quiénes eran los asistentes, a qué obras se dedicaban.
Probablemente había en el fondo un poso de recelo hacia las actividades de aquel antiguo amigo de Bérulle, de los Gondi, de los Fargis, de los Marillac. Quedó satisfecho. No era una suposición política, sino una genuina asociación piadosa. Terminó por preguntarle a Vicente cuáles de aquellos sacerdotes juzgaba más dignos del episcopado, y escribió la lista por su propia mano. Vicente guardó riguroso secreto sobre la entrevista. No quería que las conferencias se convirtieran en trampolín para trepadores e intrigantes.
Serían, en cambio, semillero de celosos reformadores: de su seno salieron 23 obispos y arzobispos y un número incontable de vicarios generales, arcedianos, canónigos, párrocos, directores de seminarios, superiores, visitadores y confesores de religiosas.
La reforma lanzada por Vicente de Paúl empezaba a alcanzar las altas esferas de la Iglesia. Pero nos estamos adelantando a los acontecimientos. En 1633, la conferencia de los martes era sólo una más de las herramientas forjadas por Vicente para trabajar en el mejoramiento del clero y en el servicio de los pobres.
La forma definitiva de la caridad
Las cofradías de la Caridad, el instrumento ideado en Chatillon, estaba demostrando fallos de consideración desde su implantación en la capital. En París, las cosas empeoraron. Después del entusiasmo inicial, las señoras de la capital empezaron a encontrar pesado el servicio personal a los pobres. Se hacían suplantar en él por sus sirvientas. Para Vicente, esta manera mercenaria de ejercer la caridad no era tolerable, con esto chocaba con su sentido de la caridad como compromiso personal del cristiano.
"La primera hija de la Caridad”
Un día, a comienzos de 1630, durante una misión, Vicente encontró a una joven campesina cuya alma había sido señalada por el invisible dedo de la gracia. Se llamaba Margarita Naseau y era de Suresnes, un pueblecito de las cercanías de París. En ella iba a encontrar Vicente la respuesta que buscaba.
"Le propuse el servicio de los enfermos. Lo aceptó enseguida con agrado y la envié a San Salvador", precioso descuido que nos permite comprobar, una vez más, el modo vicenciano de entender la docilidad activa a la Providencia.
"Comenzaron a juntarse casi sin darse cuenta”
Después de Margarita Naseau vinieron otras jóvenes, algunas atraídas por ella. En París se hacía cargo de ellas la Srta. Le Gras. Poco a poco se fue juntando un grupo numeroso que crecía sin cesar. "Comenzaron a reunirse y a juntarse casi sin darse cuenta" explicaría Vicente . Tras unas semanas de instrucción breve, que a veces tenía que empezar por la enseñanza del abecedario- ejercicios espirituales y en la iniciación en la oración mental según el método de Buseo y la lectura espiritual en la Guía de pecadores, del P. Granada, se las lanzaba a la acción.
Este grupo era un complemento de las cofradías de la Caridad de cada parroquia. Por eso estaban sometidas a las damas de la respectiva cofradía, sin lazo comunitario que las uniera. De ahí que empezara a llamárselas "les filles de la Charité", es decir, las chicas, las muchachas de la Caridad.
Poco a poco fue madurando la idea de convertirlas en institución autónoma con organización estable. Había grandes dificultades. Se llamasen como se llamasen, se las iba a tener por una nueva clase de religiosas. Gravísimo riesgo: religiosa era sinónimo de clausura. Se las encerraría tras las rejas, y entonces adiós servicio a los enfermos, adiós atención a los pobres.
Dejar bien sentado que no se trataba de monjas, sino de seglares agrupadas en comunidad, pero tan libres como antes de ir y venir por las calles de la ciudad, los pasillos de los hospitales y a las cárceles. No llevarían hábito, sino la modesta y basta vestimenta de las aldeanas de los alrededores de París, con su bata de sarga gris y su blanca cofia.
Tampoco vivirían en conventos, sino simplemente en "casas". No harían "noviciado": los meses de formación se llamarían de "seminario".
Para formarlas y dirigirlas se necesitaba una mujer capacitada, inteligente, espiritual, dedicada por entero a la obra. ¿Luisa de Marillac? Era la más indicada. Llevaba varios años adiestrando a las muchachas que servían en las caridades parroquiales, pero la Srta. Le Gras no había terminado del todo de resolver sus problemas personales. Sería necesario trazar aquí con cierto detalle su dirección interior entre 1630 y 1633.
Ella Seguía angustiada por su hijo, que a los dieciocho o diecinueve años no acababa de encontrar su camino. Enfermaba con frecuencia, cambiaba de colegio, no se decidía a recibir las órdenes.
"Su ángel ha hablado con el mío”
Vicente parecía querer repetir en Luisa su propia experiencia de los ejercicios de Soissons: desprenderse de la prisa y esperar con paciencia la manifestación de la voluntad de Dios. Hacia la fiesta de Pentecostés de 1633 persistía aún la indecisión, sin que, por el laconismo de Vicente, sepamos las razones de la duda.
Los ejercicios espirituales de agosto o septiembre de 1633 resultaron decisivos. Lo mismo que en Soissons diez años antes, vencida la vehemencia, esta vez doble, de Vicente y de Luisa, se abre el camino para la creación de la comunidad. Al final de este retiro, Vicente escribe una carta que equivale a una señal de luz verde:
29 de noviembre de 1633
El 29 de noviembre de 1633, vigilia de San Andrés, un pequeño grupo de muchachas escogidas, cuyos nombres desgraciadamente no nos son conocidos, se instalaba en el domicilio de la Srta. Le Gras para iniciar su educación en las "sólidas virtudes". Había nacido la Compañía de las Hijas de la Carida. Margarita Naseau no pudo ser del grupo. Unos meses antes había fallecido, víctima de su caridad heroica, por haber compartido su lecho con una mujer atacada de la peste.
La caridad del Hôtel-Dieu
La asociación de damas del Hôtel-Dieu, es decir, el Hospital Central de París. La presidenta Goussault, de soltera Genoveva Fayet, era una de las piadosas damas que entre 1625 y 1633 se habían ido congregando en torno a Vicente de Paúl atraídas por el poderoso imán de su fervor caritativo. Viuda desde 1631 de Antonio Goussault, señor de Souvigny, consejero real y presidente en la Cámara de Cuentas.
Tan llena de espíritu y tan fervorosa como Luisa, la presidenta era más animosa y emprendedora. Visito el hospital parisiense. Los enfermos estaban pésimamente atendidos tanto en el aspecto sanitario como en el espiritual. El funcionamiento del hospital dependía del junta catedralicia. El hospital estaba regentado por una comunidad de religiosas agustinas, cuya observancia y regularidad dejaban también mucho que desear. La alimentación era, por demás, pobre, carente de alicientes que la hicieran apetecible; el cuidado personal. A los enfermos se les obligaba a confesarse, sin preparación alguna, al ingresar en el hospital, y nadie volvía a preocuparse de ellos en ese aspecto hasta el momento de su agonía.
La situación del hospital había suscitado la inquietud de muchas personas piadosas. Sobre todo, la Compañía del Santísimo Sacramento, asociación semisecreta de eclesiásticos. La presidenta Goussault, acaso inspirada por algún miembro de la Compañía, creyó que podía y debía hacerse más. Se le ocurrió crear una cofradía de Caridad dedicada expresamente a atender el hospital, y acudió a Vicente de Paúl para que promoviera y dirigiera la empresa.
"¿En mies ajena?”
Como siempre, quizá más que otras veces, Vicente se preguntó si la iniciativa era, para él, la voluntad de Dios. Canónigos, capellanes, religiosas, caballeros del Santísimo Sacramento. ¡había tantas personas ocupadas de aquel hospital! Llevar allí una nueva sociedad de damas, ¿no sería meter la hoz en mies ajena? Suave, pero firmemente, rehusó. La presidenta no era mujer que se arredrase ante una negativa. Quizá contaba ya con ella. Sabía de sobra cuál era el punto vulnerable del Sr. Vicente. Se fue a ver al arzobispo. Éste bendijo la empresa y comisionó a la Sra. Goussault para comunicar a Vicente su deseo de que se encargara de la obra. Vicente no tuvo más remedio que obedecer la voluntad de su prelado, aunque manejado por una mujer emprendedora.
La reunión preparatoria de la asociación se celebró en el domicilio de la Sra. Goussault en los primeros meses de 1634. Asistió a ella un buen número de damas,
- Isabel Blandeau;
- señora de Villesavin, viuda de un secretario de despacho de María de Médicis.
- Isabel María Mallier, esposa de Nicolás Bailleul, señor de Wattetot-sur-Mer y de Soisy-sur-Seine.
- María Dalibray, viuda de un antiguo tesorero de Francia, contertulia y amiga íntima de los Pascal.
- María Lumague, señora de Pollalion, viuda también y entregada desde varios años antes a la visita de las caridades.
Esta segunda reunión, ya constitutiva, fue bastante más numerosa, asistieron:
- Isabel d'Aligre, la esposa del canciller.
- Ana Petau, viuda de Traversay.
- Sra. Fouquet, María de Maupeou, madre de dos futuros obispos, del famoso y desgraciado superintendente de las finanzas de Luis XIV y de cinco religiosas de la Visitación.
- Estuvo también presente Luisa de Marillac. En la elección de cargos resultó elegida presidenta - "superiora".
"¿Cuánto tiempo hace que no se ha confesado?”
El reglamento se redactó con un cuidado exquisito de no herir susceptibilidades. Lo primero que debían hacer las damas al llegar al hospital era presentarse a las religiosas encargadas del mismo y ofrecerse a ellas como meras auxiliares suyas. El fin principal de la asociación no era el cuidado corporal de los enfermos, sino su socorro espiritual, ayudándoles y preparándoles a hacer una buena confesión general de toda la vida. Con este fin, Vicente redactó para uso de las damas un librito de instrucciones que deberían tener en las manos al hablar con los enfermos a fin de no darse aires de predicadoras. A aquellas señoras de la alta sociedad, muchas de ellas cercanas o parientes de las que Molière ridiculizará en Las Preciosas ridículas, Vicente de Paúl, el campesino de las landas, les impone un lenguaje directo y simple, mezcla de concisión y claridad:
Para que la ayuda espiritual tuviera una acogida más favorable, las damas acompañaban sus piadosas pláticas con obsequios materiales que complementaban la prosaica y poco apetitosa dieta del hospital. Ayudadas por las Hijas de la Caridad, les repartían por la mañana buenos tazones de leche, y por la tarde, como merienda, "pan blanco, galletas, dulces, helado, uvas o cerezas en su época, y en invierno, limones y peras cocidas o asadas con azúcar" 46.
La asociación fue un éxito. En unos pocos meses, el número de miembros subió a cerca de cien, todas ellas damas "de alta calidad". Los frutos fueron consoladores. Sin contar las confesiones de los católicos, sólo en el primer año de funcionamiento se registraron más de 700 conversiones de luteranos, calvinistas y turcos.
Al contrario de las restantes cofradías de la Caridad, la asociación de damas del Hôtel-Dieu no estaba vinculada a ninguna parroquia en particular; constituía una organización independiente, cuyos miembros procedían de todos los barrios de París.
"¿En mies ajena?”
Como siempre, quizá más que otras veces, Vicente se preguntó si la iniciativa era, para él, la voluntad de Dios. Canónigos, capellanes, religiosas, caballeros del Santísimo Sacramento. ¡había tantas personas ocupadas de aquel hospital! Llevar allí una nueva sociedad de damas, ¿no sería meter la hoz en mies ajena? Suave, pero firmemente, rehusó. La presidenta no era mujer que se arredrase ante una negativa. Quizá contaba ya con ella. Sabía de sobra cuál era el punto vulnerable del Sr. Vicente. Se fue a ver al arzobispo. Éste bendijo la empresa y comisionó a la Sra. Goussault para comunicar a Vicente su deseo de que se encargara de la obra. Vicente no tuvo más remedio que obedecer la voluntad de su prelado, aunque manejado por una mujer emprendedora.
La reunión preparatoria de la asociación se celebró en el domicilio de la Sra. Goussault en los primeros meses de 1634. Asistió a ella un buen número de damas,
- Isabel Blandeau;
- señora de Villesavin, viuda de un secretario de despacho de María de Médicis.
- Isabel María Mallier, esposa de Nicolás Bailleul, señor de Wattetot-sur-Mer y de Soisy-sur-Seine.
- María Dalibray, viuda de un antiguo tesorero de Francia, contertulia y amiga íntima de los Pascal.
- María Lumague, señora de Pollalion, viuda también y entregada desde varios años antes a la visita de las caridades.
Esta segunda reunión, ya constitutiva, fue bastante más numerosa, asistieron:
- Isabel d'Aligre, la esposa del canciller.
- Ana Petau, viuda de Traversay.
- Sra. Fouquet, María de Maupeou, madre de dos futuros obispos, del famoso y desgraciado superintendente de las finanzas de Luis XIV y de cinco religiosas de la Visitación.
- Estuvo también presente Luisa de Marillac. En la elección de cargos resultó elegida presidenta - "superiora".
"¿Cuánto tiempo hace que no se ha confesado?”
El reglamento se redactó con un cuidado exquisito de no herir susceptibilidades. Lo primero que debían hacer las damas al llegar al hospital era presentarse a las religiosas encargadas del mismo y ofrecerse a ellas como meras auxiliares suyas. El fin principal de la asociación no era el cuidado corporal de los enfermos, sino su socorro espiritual, ayudándoles y preparándoles a hacer una buena confesión general de toda la vida. Con este fin, Vicente redactó para uso de las damas un librito de instrucciones que deberían tener en las manos al hablar con los enfermos a fin de no darse aires de predicadoras. A aquellas señoras de la alta sociedad, muchas de ellas cercanas o parientes de las que Molière ridiculizará en Las Preciosas ridículas, Vicente de Paúl, el campesino de las landas, les impone un lenguaje directo y simple, mezcla de concisión y claridad:
Para que la ayuda espiritual tuviera una acogida más favorable, las damas acompañaban sus piadosas pláticas con obsequios materiales que complementaban la prosaica y poco apetitosa dieta del hospital. Ayudadas por las Hijas de la Caridad, les repartían por la mañana buenos tazones de leche, y por la tarde, como merienda, "pan blanco, galletas, dulces, helado, uvas o cerezas en su época, y en invierno, limones y peras cocidas o asadas con azúcar" 46.
La asociación fue un éxito. En unos pocos meses, el número de miembros subió a cerca de cien, todas ellas damas "de alta calidad". Los frutos fueron consoladores. Sin contar las confesiones de los católicos, sólo en el primer año de funcionamiento se registraron más de 700 conversiones de luteranos, calvinistas y turcos.
Al contrario de las restantes cofradías de la Caridad, la asociación de damas del Hôtel-Dieu no estaba vinculada a ninguna parroquia en particular; constituía una organización independiente, cuyos miembros procedían de todos los barrios de París.
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