miércoles, 23 de abril de 2008

CAPÍTULO XVI.- Consolidación económica




“NO TENEMOS DERECHO A RECHAZAR LO QUE NOS DAN POR AMOR A DIOS”

La consolidación jurídica y económica eran necesarias para que la CM se consolidara en la Iglesia. Una sólida base económica para la subsistencia de sus miembros y libertad de acción apostólica, además de gratuita.

Fuentes económicas:

Recursos fundamentales: Rentas del capital fundacional que se dispuso entre 1625 y 1632. Monto: 45, 000 libras donadas por los señores de Gondi. ¿Qué cubría? Proveer las necesidades de 6 o 7 misioneros. ¿El problema? La CM había empezado a aumentar: 11 en 1627, 18 en 1629, 23 en 1630, 26 en 1631. Este incremento de personal también aumentaba los gastos.

Colegio de Bons Enfants: Una modesta fuente de ingresos. Colegio universitario, pensión de los clérigos residentes en él y por las rentas de algunas propiedades afines al lugar. Sin embargo, fue necesario hacer serias reparaciones para lo cual Vicente tuvo que recurrir a préstamos continuos.

Donativos ocasionales: Vicente no solía rechazar donativos. Si otros, por alguna razón no los aceptaban, Vicente sí. Su convicción: «lo que les sobra a los ricos, les falta a los pobres».

A pesar de las controversias históricas, especialmente de los Oratorianos para desviar los fondos destinados a los misioneros paúles, Vicente es consciente que debe a los Gondi la fundación de la CM, por diversos motivos y entre ellos, el económico. Para 1630, la situación económica de la CM era aún bastante precaria. ¡Una luz apareció!


Un rico priorato

A las afueras de París, se alzaba el hermoso priorato de San Lázaro. Una antigua fundación del siglo XII, destinada a la leprosería. Con el paso del tiempo fue un lugar enriquecido con posesiones y privilegios por parte de monarcas y pontífices.

La lepra se había extinguido. San Lázaro era punto obligatorio del cortejo fúnebre de gente importante venida de la capital donde los obispos los rociaban con agua bendita.

El priorato comprendía una pequeña iglesia gótica del siglo XIII, muy reparada en el siglo XVII. Tenía patios y jardines, rodeada por una serie de construcciones: las casas de los leprosos, la prisión, un alguergue para dementes, el palomar, la granja, el molino de viento, los establos y cuadras, el matadero, etc. La extensión aproximada era de 32 hectáreas. En ella se cosechaba trigo, centeno y alfalfa.

Durante mucho tiempo, la administración estaba confiada a una especie de cofradía, los caballeros de San Lázaro, compuesta por eclesiásticos y laicos que vivían en comunidad según la Regla de San Agustín, pero sin votos, bajo la autoridad de un prior designado por el obispo de París entre los sacerdotes de su diócesis. A principios del siglo XVI, el obispo Esteban de Poncher suprimió la cofradía y entregó el priorato a los canónigos de San Victor.

En 1630, la comunidad de canónigos de San Lázaro atravesaba momentos difíciles. Se comenzó a gestar la idea de traspasarlo a algún otro beneficiario. No le faltaron ofertas, incluso de alguna abadía. Los problemas aumentaron y el prior pensó en una solución radical: renunciar al priorato. Pero ¿a favor de quién?


¿Qué clase de hombre es usted?

Adrián Le Bon, prior de San Lázaro, sugirió el nombre de Vicente, a quién él conocía. La reacción de Vicente fue de lo más inesperado: se quedó aturdido y se le embotaron los sentidos. Sorprendentemente Vicente se rehusó a aceptar. Pero le insistieron nuevamente. Vicente se despidió, pidiendo seis meses para reflexionar argumentando que sólo eran unos pobres sacerdotes que vivían sencillamente, sin más pretensiones que servir a la pobre gente de campo.

Después de varias insistencias, Vicente se rehusaba. Andrés Duval – su director espiritual-, fue el consejero de Vicente en este asunto, afirmando que harían lo que él les indicara como un signo de la voz de Dios.

Vicente era un hombre humilde, pero aun la humildad debe tener sus razones. La de Vicente era la realidad: eran demasiado pocos para instalarse en un extenso dominio como San Lázaro: «un traje demasiado grande para un pequeño cuerpecito». Vicente quería evitar toda clase de ruido, y la pregunta constante era: ¿todo esto no irá a empeorar las cosas antes que solucionarlas?

La oferta de San Lázaro colocaba a Vicente de Paúl ante una alternativa crucial: «o crece o muere». Era natural que Vicente vacilara, como se vacila siempre en las encrucijadas importantes. Todos estos datos explican la actitud de Vicente ante una decisión tan importante. Por supuesto, en el fondo de todo ello se encontraba la humildad.


“Prefiero permanecer siempre en nuestra pobreza”

La gestión del contrato fue muy laboriosa. Adrián Le Bon y Vicente tenían mentalidades muy diferentes y cada uno de ellos entendía el proyecto de manera distinta. Aun cuando se hicieran cargo de los leprosos, la aceptación del nuevo proyecto no tendría que afectar en nada el fin, ni los trabajos propios de la CM. Hubo por ello, momentos en que las negociaciones estuvieron al punto de la ruptura:

  • Peligro de que los misioneros se convirtieran en canónigos, abandonando su dedicación primordial al pobre pueblo del campo;
  • Relajar los hábitos de observancia y silencio de la nueva comunidad, y por tanto, una vida más libre, como los canónigos.

“…me gustaría mejor que permaneciésemos en nuestra pobreza que desviar los designios de Dios sobre nosotros” (p. 231).

Existían también diferencias económicas, en particular sobre la cantidad que deberían abonar los canónigos que decidiesen seguir viviendo en el priorato. Sin embargo, este punto lo solucionó pronto Vicente. Resueltas al fin todas las dificultades, el 7 de enero de 1632 se procedió a la firma del contrato.


Contrato y decreto de unión

Las motivaciones del acuerdo fueron:

  • La primera era que, prácticamente, ya no había leprosos que atender. San Lázaro era un lugar más que se habían construido para dicho fin, pero subutilizado desde el siglo XVI.
  • La segunda era que la Congregación de San Víctor, a la que pertenecía el priorato, había quedado disuelta, por decisión de capítulo.
  • El tercer motivo era que como las rentas del priorato estaban destinadas a los leprosos. Pero como estos habían desaparecido, la intención de los fundadores, era aplicarlas a la salud del pobre pueblo del campo, “infectado de lepra del pecado”, cediéndolas a los sacerdotes de la Misión y cooperando a su consolidación y crecimiento.

Las cláusulas de derechos y obligaciones:

  • Pensión vitalicia para el prior, además de seguir usando su título.
  • Cada canónigo recibiría una pensión anual: tanto si viviera en San Lázaro, como si cambiara de domicilio o si recibieran un beneficio por parte de la CM. Además, seguir ocupando sus respectivas habitaciones y apartamentos, de suerte que tuvieran todas las comodidades posibles.

El fiador y garante de todas estas obligaciones económicas contraídas por la CM era el P. Gondi. Vicente, en nombre de su Congregación, aceptaba todas y cada una de estas responsabilidades.

A cambio de todo ello, la CM, una vez aprobada la unión por el arzobispo de París, la Santa Sede y las correspondientes autoridades civiles, entratía en posesión plena y perpetua del priorato con todas sus propiedades muebles e inmuebles y todos sus frutos, provechos, rentas y emolumentos.

Más cargas…

A todo esto, faltaban las obligaciones con el Arzobispo de París:

  • La misión continua de las aldeas de la diócesis de manera gratuita.
  • A recibir a todos los clérigos de París antes de su ordenación durante 15 días de manera gratuita para practicar los ejercicios de ordenación.

Siguen las cargas…

Al decreto episcopal de unión siguieron las letras patentes del rey, quien a su vez, registrar ante el Parlamento. Aquí empezaron a surgir más dificultades.

Apareció otra comunidad de canónigos agustinianos apoyados por el abad titular, el Cardenal de La Rochefoucauld. Sentían que San Lázaro se les escapaba. Éstos, visitaron a Le Bon y sus canónigos… Vicente, por su parte, les visitó personalmente al cardenal y al religioso para pedirle que no obstaculizaran los proyectos del prior. La Divina Providencia se encargaría de resolver pronto el problema, a través del arzobispo de París, quien les contestó con sequedad y claridad: “no pensamos renunciar a dicho proyecto”.

Algunos canónigos de San Víctor estaban renuentes a dejar San Lázaro, pero al haber sido disuelta en capítulo habían perdido todos los derechos. Éstos, no dándose por vencidos, recurrieron al Parlamento en un intento de impedir la ratificación de las letras reales. Todo este asunto se había convertido en un pleito judicial ante la más alta corte del reino. Vicente sintió tentación de renunciar a todo. Pero el P. Duval y otros amigos, entre ellos el abad de Saint Cyran, le disuadieron asegurándole que la razón estaba de su lado. Vicente volvió al pleito.

¿Cómo explicar el carácter afable y bondadoso con el Vicente que nos encontramos aquí? ¿Un Vicente que no era capaz de defenderse y otro Vicente que no iba a dejar escapar dicha oportunidad para el bien de los pobres? En el asunto de San Lázaro se jugaba el porvenir de su Congregación, y, en consecuencia, se jugaba, la salvación del pobre pueblo campesino. Vicente había llegado a persuadirse de que aceptar San Lázaro era la voluntad de Dios. Por eso luchó por él con la misma tenacidad con que antes lo había rechazado. A todo esto se aunaba otra lucha igualmente importante: conseguir de Roma la aprobación de su Congregación.


Más indiferente que nunca

Vicente luchó y pleiteó con espíritu evangélico. Con absoluto desprendimiento se puso frente a esta situación: “…Se hará lo que quiera nuestro Señor, que sabe verdaderamente que su bondad me ha hecho en esta ocasión más indiferente que en cualquier otro asunto que haya tenido jamás”. (p. 236).

Abelly, nos cuenta que Vicente se refugió en la Santa Capilla, el día que presentaron el caso al Parlamento. Pidió al Señor que su corazón no perdiese la perfecta sumisión a las órdenes de la Providencia. Vicente lo contó años después, dándonos las claves para la interpretación de su conducta y de su carácter: “…cuando entramos en la casa, el Sr. Prior tenía recogidos en ella a 2 o 3 pobres locos…Entonces me planteé a mí mismo esta pregunta: ´Si tuviera que dejar ahora esta casa, ¿qué es lo que te cuesta o te costaría más? ¿Qué es lo que te causaría mayor disgusto o pena?´.

Vicente gano el pleito. El Parlamento dio su veredicto, pero antes hubo que rehacer todo lo hecho. Vicente tuvo ahora la paciencia de un santo. Además aprovechó la ocasión para corregir ciertas cláusulas que tampoco a él le gustaban:

Que se suspendiera la confirmación de la Santa Sede, pues era un asunto propio del arzobispo de París.

Que el Arzobispo renunciara a su derecho de exigir y revisar las cuestas del priorato. De no aceptar esta condición, Vicente renunciaría al proyecto. El Arzobispo hubo de ceder. El rey presentó estas cláusulas al Parlamento para que fueran registradas, lo mismo que a la Cámara de cuentas y el Tribunal de Impuestos.

Al fin, terminados los trámites, Vicente y los suyos entraron en posesión pacífica del priorato en 1632. Vicente, para poner la propiedad a salvo de futuros litigios o de imprevisibles caprichos episcopales, emprendió entonces una larguísima negociación para poder obtener de la Santa Sede la definitiva anexión de San Lázaro a la Congregación de la Misión. Puede decirse que esta nueva gestión duró todo el resto de la vida del fundador, prolongándose hasta 1655 (momento en que se consiguió la publicación de la bula papal), sólo 6 meses antes de la muerte de Vicente (donde lograba tener en sus manos las cartas de Luis XIV que daban efecto legal y pleno a la bula pontificia).


“Nos ha puesto el pan en las manos”

Había sido una larga batalla.

  • La entrada en San Lázaro equivalía a una nueva fundación. Ya no eran sólo las tierras de los Gondi, sino toda la diócesis parisiense, lo que había que misionar.
  • La predicación a los pobres del campo se complementaba ahora con el sugundo aspecto de la vocación vicentina: la reforma del clero mediante los ejercicios a ordenandos (no presente en el contrato de 1625). La misión vicentina encontraba, pues, su expresión definitiva, que la bula Salvatoris nostri canonizaba pocos meses después.
  • Había razones de espacio vital. Bons Enfants se estaba quedando pequeño. San Lázaro, en cambio, podía permitir un crecimiento indefinido de la CM durante casi 2 siglos, hasta la Revolución francesa.


En conclusión de este capítulo, podemos decir que gracias a Adrián Le Bon, la CM había salido de la pobreza. Vicente quería que se le considerara como padre: “Muchos de nosotros estábamos en la indigencia, y él nos ha provisto de sustento para alimentarnos y sostenernos, nos ha puesto el pan en las manos” (p. 239).

A veces Vicente llegó a temer:

“Resulta demasiado atractivo por causa del buen pan y de la buena carne que allí se come…” (p. 239). Con todo, San Lázaro significó la ampliación decisiva de la base económica de la naciente compañía. Es justo anotar que se habían librado varias luchas a la vez: LA LUCHA POR LA CONSOLIDACIÓN APOSTÓLICA, LA LUCHA POR LA CONSOLIDACIÓN INSTITUCIONAL Y LA LUCHA POR LA CONSOLIDACIÓN ECONÓMICA DE LA CM. Con todo ello, Vicente preparaba a la CM para hacer frente con seguridad a un futuro que él preveía largo en el tiempo y fecundo en todo tipo de frutos apostólicos. San Lázaro iba a ser el nuevo punto de partida. Quizá por ello no sea del todo injusto que en Francia los misioneros vicentinos sean llamados LAZARISTAS.

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