miércoles, 23 de abril de 2008

CAPÍTULO IX, La primera respuesta, Chatillon-Les-Dombes.



CHATILLON-LES-DOMBES

Desde el 25 de enero de 1617 Vicente ensayaba una respuesta a la voz de Dios. Había descubierto su vocación, y comprendía que no era en la casa de los Gondi donde podría llevarla a cabo.

Berulle envía a Vicente a la parroquia de Chatillon-Les-Dombes que necesitaba un pastor competente y celoso.

En el pueblo había seis capellanes, cuya vida distaba mucho de ser ejemplar: frecuentaban las tabernas y lugares de juego, cobraban por administrar el sacramento de la penitencia, obligaban a los niños a confesarse en público, delante de sus compañeros; algunos de ellos tenían en sus casas mujeres de dudosa fama.

Vicente tenía una gran tarea por realizar. Busco ayuda y la encontró en el doctor en teología y sacerdote de Bresse, Luis Girard.


REFORMANDO EL CLERO

Vicente comenzó por el ejemplo:
  1. Vicente no consintió que ninguna mujer, ni siquiera la cuñada de su anfitrión (Juan Beynier, un joven y acaudalado caballero que además era el principal de los protestantes), entrase bajo ningún pretexto en su habitación.
  2. Él mismo arreglaba su habitación a diario.
  3. Se levantaba a las cinco.
  4. Junto con su compañero hacia media hora de oración.
  5. Celebraba la santa misa.
  6. Visitaba a los feligreses.
  7. Llevaba el cabello corto.
  8. Vestía invariablemente la sotana talar.

El ejemplo acompañado por la palabra fue contagioso.


CONVIRTIENDO HEREJES

Vicente dirigió su celo a protestantes y católicos. Inclusive, el señor Beynier, su anfitrión, cambio de costumbres y luego de religión. Asimismo ocurrió con siete sobrinos de éste. Todos rivalizaron en poner su fortuna al servicio de los desamparados.


LUCHANDO CONTRA LA RELAJACIÓN

A la liturgia bien celebrada, a los cantos cuidadosamente ejecutados, Vicente unió, como en Clichy, como en Folléville, su palabra encendida y elocuente, cargada con la fuerza de una convicción y un amor que desarmaba a los oyentes. Entre otras cosas, San Vicente:

  1. Aprendió el patois regional, el bresano, y pronto pudo hacer en esa lengua el catecismo de los niños.
  2. Predicaba sin descanso.
  3. Pasaba largas horas en el confesionario.
  4. Dedicaba cada día largos espacios de tiempo, mañana y tarde, a visitar a los feligreses en sus domicilios.

ALGUNAS CONVERSIONES

Dos jóvenes damas de la alta sociedad (“la alta sociedad” de aquella comarca remota y provinciana) se habían distinguido por su frivolidad, por sus devaneos. Se llamaban Francisca Baschet de Mayseriat, señora de Chaissagne, y Carlota de Brie, señora de Brunand. No tenían más ocupación que sus bailes, sus festines y sus juegos. Oyeron el primer sermón público del párroco. Su estilo de fuego las conmovió. Le hicieron una visita privada. Vicente les habló con tanta fuerza, con tanta unción que se sintieron ganadas a su causa. Renunciaron a sus diversiones, a su vida placentera y disipada. Se convirtieron en aliadas del párroco.

El conde de Rougemont tenía fama bien ganada de espadachín y pendenciero. El duelo era su pasión dominante. Eran incontables las personas a las que había herido, mutilado o matado. Atraído por la fama de Vicente, fue a visitarle. La palabra del párroco fue para él una espada de doble filo que penetró hasta el fondo de su alma. Su conversión fue tan rápida como sus estocadas, y no menos espectacular. Vendió en 30 000 escudos (90 000 libras) sus tierras de Rougemont y dedico el importe a fundar monasterios y socorrer a los pobres. Quiso desprenderse también de su castillo de Chandée, pero Vicente no se lo permitió. Se desquitó transformándolo en albergue de religiosos y hospital-asilo de enfermos y mendigos, a los que servía con sus propias manos y a los que hacía prestar asistencia espiritual por eclesiásticos mantenidos a sus expensas. “No comprendo –decía- como un cristiano puede poseer nada como propio viendo al Hijo de Dios tan pobre sobre la tierra.”


INVENSIÓN DE LA CARIDAD

Un domingo (acaso el 20 de agosto de 1617), mientras Vicente se revestía para la misa, la señora de Chaissagne entró en la sacristía para decirle que, a las afueras del pueblo, una pobre familia se encontraba en estado de extrema necesidad. Todos estaban enfermos y no tenían a nadie que los asistiera. Carecían a demás de medicinas y alimentos. El buen sacerdote sintió oprimírsele el corazón. En la homilía expuso a los fieles con acentos conmovedores la necesidad de aquella familia.

Vicente llegó y comprobó por sí mismo la extrema necesidad de la pobre gente. Administró los sacramentos a los más graves. Vio también la gran cantidad de socorros que los feligreses habían aportado. Aquel espectáculo despertó sus reflexiones. “Estos pobres enfermos –se dijo- han recibido hoy de golpe provisiones de sobra. Parte de ellas se les estropearán, y mañana se encontrarán en su primitivo estado. Esta caridad no está bien ordenada.” Era necesario organizarla.

El miércoles 23 de agosto, Vicente ponía en marcha su proyecto. Reunía a un grupo de piadosas señoras del pueblo y las animaba a crear una asociación para asistir a los pobres enfermos de la villa. Tres meses más tarde, el 24 de noviembre, el vicario general de Lyón aprobaba oficialmente el reglamento de la asociación, que era erigida en cofradía. Y el 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción, se procedía a la constitución de la misma en una sesión solemne celebrada en la capilla del hospital, en acto público presenciado por numerosos testigos.

A partir de este acontecimiento Vicente ya no dejaría nunca de lanzar al ejercicio de la caridad a cuantas personas cayeran bajo su liderazgo espiritual.


A estas alturas encontramos a un Vicente que, a los 37 años de edad, alcanza su plena madurez humana. Algo fundamental ha sido utilizar para cada paso la experiencia adquirida en los anteriores.


LA MISIÓN Y LA CARIDAD

“El pobre pueblo del campo se muere de hambre y se condena”. Esta es la frase que resume las dos grandes experiencias de la vida de Vicente: Folléville y Chatillon, la miseria espiritual y la miseria material del pueblo campesino. A ellas responden las dos obras magnas de Vicente, la Misión y la Caridad, que en realidad son una sola, porque la Misión incluye la Caridad y la Caridad incluye la Misión.


LAS SUPLICAS DE LOS GONDI

¿Dónde se había metido el Sr. Vicente? ¿No los habría abandonado para siempre? La intención de Vicente era no volver a su casa, pero los Gondi no lo consentirían con tanta facilidad, así que le bombardearon con cartas, personas y todo cuanto pudieron para que volviera a su lado.

Las palabras de los Gondi eran sumamente suplicantes:

Manuel de Gondi: “teniéndole a mi lado, viviré un día como hombre de bien.”

Margarita de Silly: “Si después de todo me rehúsa, le cargaré ante Dios de todo lo que me suceda y de todo el bien que deje de hacer privada de su ayuda.”

A mediados de diciembre, Vicente se despidió de los fieles de Chatillon, asegurándoles que, al llegar al pueblo, su intención había sido permanecer entre ellos el resto de sus días, pero la voluntad de Dios era otra, y era preciso obedecer.

La semilla sembrada por Vicente sobrevivió a su ausencia y produjo frutos abundantes.

Chatillon, con su nobleza altanera, sus damas “preciosas” y frívolas, su clero inconsciente y ocioso, sus burgueses egoístas, sus campesinos hambrientos e ignorantes, era un microcosmos de la sociedad francesa, de la Iglesia francesa entera, que había que transformar con la levadura de la caridad evangélica.

El 23 de diciembre de 1617, Vicente llegaba a París y al día siguiente entraba, por segunda vez, a la casa de los Gondi. Había sido obligado a volver, no había vuelto por su propia voluntad.

El 31 de enero de 1618 Vicente renuncio al título de párroco de Chatillon por dimisión pura y simple.

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