miércoles, 23 de abril de 2008

CAPÍTULO XV.- La lucha por la consolidación institucional



LA POLÍTICA ENTRE BASTIDORES

Entre 1624 y 1630, el cardenal Richelieu había perseguido la ejecución de su programa político. El desmantelamiento del poderío protestante en el interior del reino había sido el primer objetivo alcanzado. Para ello emprendió una guerra de cuatro años de duración (1625-1629), cuyo episodio más sobresaliente fue el sitio y capitulación final de La Rochela. Mientras duró la guerra, Richelieu hubo de poner sordina a su hostilidad contra España firmando el tratado de Monzón (5 de marzo de 1626), negociado por dos amigos de Vicente: Pedro de Bérulle y Carlos de Angennes, señor de Fargis y esposo de Magdalena de Silly, la frívola hermana de la señora de Gondi.

La paz de Alès (28 de junio de 1629) liquidaba el problema protestante. Suponía la supresión de los privilegios políticos y militares disfrutados por los protestantes, respetaba las concesiones religiosas y reafirmaba la tolerancia de su culto.

"El partido devoto": La cabeza visible del partido era Bérulle, cardenal desde el 30 de agosto de 1627. Junto a él figuraban los dos Marillac: Luis, el mariscal, y Miguel, el guardasellos; Fargis y su esposa y otros personajes de menor importancia.

"Los buenos franceses": los partidarios de Richelieu.

La repentina muerte de Bérulle (2 de octubre de 1629), privó a los devotos de su más sólido apoyo: un cardenal que oponer a otro cardenal, con la ventaja para Bérulle de su prestigio intelectual, su influencia en Roma y su fama de santo.


EL "DÍA DE LOS ENGAÑOS”

El 10 de noviembre de 1630, el rey celebró un Consejo al que asistieron la reina madre, Richelieu y el guardasellos, Miguel de Marillac. Al terminar el Consejo, la reina madre hizo saber al cardenal que había perdido toda confianza en él y que en adelante le exoneraba de todos los cargos que desempeñaba en su casa: superintendente, jefe de su Consejo y capellán mayor. Quedaban despedidas también las personas de confianza de Richelieu empleadas en la casa de la reina.

Al día siguiente, 11 de noviembre, la reina se dispuso a asestar el golpe definitivo. Hacia las once de la mañana celebró una entrevista con su hijo. Intentaba conseguir el despido de Richelieu. El encuentro tuvo lugar en el palacio de Luxemburgo, residencia de la reina. Ésta tomó la precaución de cerrar todas las puertas que conducían a sus apartamentos. La entrevista debía desarrollarse enteramente a solas entre ella y el rey. Pero Richelieu acudió también a palacio con el pretexto de despedirse de la reina. Apenas llegar comprendió la gravedad de la situación. Tomó una resolución desesperada. Entró en la capilla. Al fondo de la sacristía había una escalera semisecreta que conducía directamente a las habitaciones de la reina. Se usaba poco, y seguramente nadie se había preocupado de cerrar aquel camino. En efecto, las puertas estaban sin cerrojo. Empujó la última e irrumpió en la sala en que María de Médicis y Luis XIII celebraban su conferencia.

Richelieu se sintió derrotado. Se echó a llorar, se arrodilló, besó el borde del vestido de la reina.

La noticia corrió como pólvora por todo París: había caído Richelieu. Miguel de Marillac acudió al Luxemburgo, haciéndose de nuevas. La reina le recibió en su gabinete y, en presencia de la señora de Fargis, le puso al corriente de lo sucedido y le anunció que él sería el nuevo primer ministro. Era el triunfo completo del partido devoto.

En el transcurso de la tarde, el rey mandó llamar a Richelieu a Versalles. Allí se celebró la reconciliación. El cardenal presentó la dimisión de su oficio. Pero el rey le aseguró que le tenía por su más leal y adicto servidor, que le protegería siempre y le mantendría en el poder contra todas las intrigas.

Se ordenó a Miguel de Marillac que acudiese a Glatigny, localidad cercana a Versalles. Estaba prisionero. El ex ministro fue conducido primero a Caen, luego a Lisieux y, finalmente, a Châteaudun. Le esperaban dos años de riguroso encarcelamiento. No pudo soportarlos. Murió, entre los muros del castillo, en 1632.

Luis era más peligroso que Miguel. Tras un simulacro de juicio, fue condenado a muerte el 8 de mayo de 1632. La sentencia se ejecutó dos días más tarde en París, en la plaza de la Grève

La reina madre no volvió a recuperar el ascendiente político sobre su hijo. Después de un largo confinamiento en Compiègne, huyó a los Países Bajos españoles, donde permaneció exiliada hasta su muerte, ocurrida en Colonia en 1642. La señora de Fargis, Magdalena de Silly, fue condenada a decapitación, pero salvó la vida refugiándose también en los Países Bajos, donde falleció en 1639. Su marido, el antiguo embajador en España, fue encerrado en la Bastilla. Acabaría sus días en la Congregación de la Misión el 20 de diciembre de 1648.


DOS POLÍTICAS

Se trataba del choque final de dos políticas. La de Richelieu era una política de guerra, orientada a combatir la hegemonía española, aunque ello supusiera un apoyo indirecto a la causa protestante y el aumento de las cargas que abrumaban al pueblo. La de Bérulle, sostenida y continuada por Marillac, era una política de paz o, al menos, de distensión, inspirada en dos motivos fundamentales. El primero era religioso: intentar un entendimiento con España, representante de los intereses católicos en el plano de la política internacional. El segundo era social: aliviar la enorme presión económica que pesaba sobre el pueblo, y que estaba provocando graves revueltas interiores. El místico Marillac, en quien la intensa vida interior no era incompatible con la actividad política ni con la ambición personal, se aferraba tanto más a sus convicciones cuanto que las consideraba exigencias de su fe y de su conciencia.

Eran dos políticas contrapuestas, pero ambas posibles para la Francia del primer tercio del siglo XVII. La de Richelieu ponía el acento en la grandeza militar y política; la de Marillac, en el bienestar del pueblo y en el triunfo de los intereses católicos. Llegó un momento en que fue necesario elegir. Con el trasfondo de la guerra de los Treinta Años, iniciada en 1618, y en la que Francia no había intervenido aún directamente, Luis XIII apostó por Richelieu. Cinco años más tarde, esa política desembocaba en la guerra declarada contra España y el Imperio


"AL PRINCIPIO, TODAS LAS CONGREGACIONES SON MUY PURAS”

Los párrocos de París, informados de las gestiones en curso para obtener las aprobaciones oficiales que dieran consistencia jurídica a la Congregación de la Misión, se opusieron a la ratificación. Su síndico, Esteban le Tonnelier, dirigió al Parlamento una exposición en este sentido. En ella protestaba que no era su intención impedir la nueva Congregación, sino evitar las perturbaciones y disensiones que de ella podían derivarse so pretexto de piedad. A este fin, los párrocos exigían como garantía que la nueva institución se sometiese a tres condiciones: primera, que los misioneros "renunciasen a todo empleo en las parroquias e iglesias de todas las ciudades del reino"; la segunda, que no pudiesen entrar en ninguna iglesia sin misión del obispo y permiso del párroco, ni ejercer sus funciones en las horas de los oficios parroquiales ordinarios; la tercera, que se les quitase "toda esperanza de pretender o pedir nunca retribución ni salario alguno ni a costa del beneficio donde prediquen ni a costa del pueblo".

El Parlamento registró y ratificó el 4 de abril de 1631 las letras reales que aprobaban la Congregación de la Misión. Esta había conseguido, en poco más de cinco años, el reconocimiento de su personalidad civil.


VICTORIA ROMANA

En 1627, a los dos años de fundada la Congregación y pocos meses - o días - después de conseguida la aprobación del rey, Vicente inició las gestiones para obtener la de la Santa Sede. Es un indicio de lo seguro que estaba de que la obra emprendida obedecía a los designios divinos y cubría una necesidad no sólo de la Iglesia francesa, sino de la Iglesia universal.

La Sagrada Congregación, reunida en presencia del papa, "confirmaba y aprobaba" el 5 de noviembre la Misión de Vicente de Paúl.

La Sagrada Congregación se limitaba a hablar de "misión", sin emplear los términos de "congregación", "compañía" o "cofradía". De momento era bastante. La obra de Vicente dejaba de ser meramente diocesana y pasaba a ser misión de la Iglesia. La aprobación imponía una serie de limitaciones: la sujeción a los ordinarios en el uso de las facultades que se le concedían, la restricción de éstas a un período de siete años y el nombramiento, sugerido expresamente por el sumo pontífice, de un protector de la nueva misión en la persona del arzobispo de París.


"DESBORDA LOS TÉRMINOS DE MISIÓN”

Vicente dirigió al papa Urbano VIII, en junio de 1628, una larga y razonada súplica firmada por él y sus ocho primeros compañeros, solicitaba la aprobación y confirmación del Instituto, con una nueva erección si era necesario, y el nombramiento de Vicente como prepósito o superior general; facultades para aceptar nuevos miembros, clérigos y laicos; para establecer normas y reglamentos, sujetos a la aprobación de la Santa Sede, como otras Órdenes y Congregaciones; para erigir nuevas casas aun, fuera de la diócesis de París con permiso de los respectivos obispos; para recibir donaciones y administrarlas sin necesidad de recurrir a la autoridad diocesana; y, en fin, las licencias ministeriales que solían concederse a los misioneros ad gentes. Lo más importante era que se pedía a la Santa Sede la exención canónica de la nueva Congregación respecto a la autoridad de los obispos y su dependencia directa de la misma Sede Apostólica.

El secretario, Mons. Ingoli, que había informado favorablemente la aprobación de 1627, vio claro el alcance de las nuevas peticiones. Le parecieron "exorbitantes". La petición del Sr. Vicente de Paúl era rechazada de plano, porque "desborda los términos de la misión y tiende a la fundación de una nueva orden religiosa".


"SI SU SANTIDAD SUPIESE ESTA NECESIDAD...”

Vicente cambió de objetivo y de procedimiento. En vez de dirigirse a la Congregación de Propaganda, lo hizo a la de Obispos y Regulares, y, en lugar de hacerlo a distancia, al azar de los correos, destacó a Roma a un representante personal: el P. Francisco du Coudray, uno de los tres primeros compañeros, el de mayor edad después del propio Vicente y, sin duda, el más sabio e ilustrado de todos.
"Es preciso que haga entender que el pobre pueblo se condena por no saber las cosas necesarias para la salvación y no confesarse".

Esta es la gran convicción de Vicente, el aguijón que le impide estarse quieto, renunciar a sus proyectos, la fuerza que le empuja a luchar por la aprobación. Es su mensaje para la Iglesia, la razón de ser de todo su trabajo y de toda su vida:
"Si Su Santidad supiese esta necesidad, no tendría descanso hasta hacer todo lo posible por poner orden en ello".


"SALVATORIS NOSTRI”

Du Coudray presentó a la Sagrada Congregación la solicitud de aprobación, un extenso documento en latín e italiano que se atenía estrictamente a las instrucciones recibidas de Vicente. La Sagrada Congregación lo examinó por primera vez el 13 de febrero de 1632, y designó como relator para su estudio definitivo al cardenal Bentivoglio, quien había desempeñado el mismo cometido respecto a las súplicas presentadas ante la Congregación de Propaganda en 1628, con resultados desfavorables. Los cuatro años transcurridos y la nueva táctica empleada por Vicente le habían hecho cambiar de opinión.

La Congregación de la Misión fue aprobada exactamente en los términos y las condiciones deseadas por el Fundador; no por un simple rescripto de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares, sino por una bula personal del Santo Padre, el más solemne de los documentos pontificios. El 12 de enero de 1633, Urbano VIII firmaba la bula Salvatoris nostri, de erección y aprobación de la Congregación de la Misión

El cuerpo de la bula traza las líneas fundamentales del Instituto. Hay en él una definición muy completa de su principal finalidad: dedicarse, junto con la propia salvación, a la de los habitantes de las pequeñas poblaciones del campo, sin predicar en ciudades sino para dirigir los ejercicios a ordenandos. Se describen los ministerios: la enseñanza de las verdades de la fe, las confesiones generales, la administración de la eucaristía, la predicación, el catecismo, la erección de cofradías de caridad, el arreglo de las discordias, los ejercicios espirituales a los párrocos, el fomento de las reuniones sacerdotales para estudiar los casos de conciencia. Se delinea la estructura jurídica: una Congregación de sacerdotes seculares y de laicos sometidos a la autoridad de un superior general vitalicio, Vicente de Paúl, con potestad para redactar y cambiar las reglas y estatutos con sujeción a la aprobación del arzobispo de París; modo de elección del sucesor de Vicente; facultad de poseer bienes, erigir casas, adquirir y enajenar; gratuidad de los ministerios; exención de la autoridad de los ordinarios, salvo para el ejercicio ministerial. En la bula se esboza también el marco de las Reglas de la nueva Congregación: misa diaria, comunión para los laicos, una hora diaria de oración mental, examen de conciencia. Se señalan, en fin, los puntos claves de la espiritualidad de la Congregación aprobada: culto a la Santísima Trinidad, al misterio de la Encarnación y a la Santísima Virgen.

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