“DIOS FUE EL QUE COMENZÓ ESTA OBRA”
La parábola del grano de mostaza puede ser un buen ejemplo de explicación de las Hijas de la Caridad: 4 jóvenes en menos de 3 siglos, se multiplicaron por decenas de miles. Todo comenzó el 29 de noviembre de 1633 en la casita de Luisa de Marillac.
Vicente era consciente que Dios había comenzado todo esto: “…según la regla que propone San Agustín, que, cuando no se ve al autor de una obra, es que la ha hecho el mismo Dios. Dios fue el que comenzó esta obra; por tanto, esta obra es de Dios…” (p. 459).
Las HC nacieron como un modesto proyecto de ayuda a las cofradías de la Caridad, pero que muy pronto desbordó los estrechos límites iniciales. Y la idea sí había sido de Vicente: poner en cada parroquia un pequeño equipo de mujeres consagradas por entero al servicio de los pobres. De unir entre sí a esos equipos y formar con ellos una comunidad sometida a una disciplina única y dotada de un espíritu.
“LAS SIRVIENTAS DE LOS POBRES”
Los objetivos de la nueva asociación eran: “El fin principal…honrar y venerar a nuestro Señor Jesucristo como manantial y modelo de toda caridad, sirviéndole corporal y espiritualmente en la persona de los pobres...Así es como tenéis que estar dispuestas a servir a los pobres en todos los sitios a donde os envíen….ya que ése es vuestro fin” (p. 460).
Ese era el espíritu: Una cofradía o sociedad de “sirvientas de los pobres de la caridad”. Sí, las sirvientas, las criadas de esos incómodos amos que son los pobres. Los ricos tenían demasiadas personas que los sirvieran. Los pobres, en cambio, contaban sólo con las humildes y abnegadas “Hijas de la Caridad”, el otro nombre, de origen popular.
De esta forma, Vicente lograba un sano equilibro entre espíritu y materia; o si se quiere: Misioneros e Hijas de la Caridad en una sola labor evangelizadora. Aspectos inseparables en sus relaciones mutuas.
El gran peligro: Que se tomara estas sirvientas como religiosas. No, porque Vicente tuviera aversión a la vida religiosa, sino más bien, por el peligro que representaba el orden jurídico, con inmediatas repercusiones prácticas: “Vosotras no sois religiosas de nombre, pero tenéis que serlo en realidad, y tenéis más obligación de perfeccionaros que ellas. Pero, si se presentase entre vosotras algún espíritu enredador e idólatra, que dijese: `Tendríais que ser religiosas…entonces hermanas mías, la compañía estaría en la extremaunción…Pues quien dice religiosa quiere decir enclaustrada, y las HC tienen que ir por todas partes” (p. 462).
El título de Cofradía: Para evitar dicho peligro, Vicente prefirió para la comunidad el título de cofradía. Una parte de hermanas estaban en desacuerdo, pero su oposición sólo logró imponer el nombre de “compañía” (que también salvaguardaba su nueva mística).
El hábito: No adoptaron hábito alguno las primeras hermanas. Usaban su vestimenta propia del campo: una saya gris y cofia blanca, típica de las campesinas de los alrededores de París. Por uniformidad, otras hermanas hicieron lo mismo, ganándose el nombre de “las hermanas grises”. Ni Vicente ni Luisa hacían concesiones a las modas ni a caprichos individuales. Se dio el caso de Polonia, permitiendo algunos cambios por razones geográficas, no obstante, se discutió en consejo. Baste decir a este respecto que no había espacio para la vanidad femenina, la cual no faltó de muchas maneras muy sutiles: “En fin, si no pusiéramos atención en ello, ya no se vería ninguna uniformidad y sería la pérdida de la compañía”. ¡Pobre Vicente! Sus exhortaciones quedaron cortas…Pronto apareció la tela y el almidón…muy lejos de la sencillez de las primeras hermanas.
Simples mujeres seculares: Vicente no quiere religiosas como sinónimo de clausura. Sin embargo, el verdadero peligro era la atracción y los peligros del mundo…y ver transformadas a estas mujeres en sirvientas de los pobres. Una tarea nada fácil. Para ello, Vicente se dio a la tarea de comunicarles una mística propia de la grandeza y novedad de su vocación, con la ayuda de Luisa de Marillac: “No teniendo, ordinariamente, por monasterios sino las casas de los enfermos; por celdas, cuartos de alquiler; por capillas, las parroquias; por claustros, las calles de la ciudad o las salas de los hospitales; por clausura, la obediencia; por rejas, el temor de Dios, y por velo, la santa modestia, deben, en fuerza de esta consideración, llevar una vida religiosa como si estuvieran profesas en religión”.
“LA PROVIDENCIA LES HA REUNIDO AQUÍ A USTEDES DOCE”
El crecimiento: El crecimiento de las HC fue lento al principio, luego, crecieron a un ritmo más rápido. A los 8 meses de fundación, eran 12 (1634). Puede calcularse que para 1645-1646 eran más de un centenar. Para 1660, debían ser algo más de 200.
Vocaciones: Las vocaciones provenían de gente campesina humilde de los alrededores de París, reclutadas por el mismo Vicente en sus misiones, por Luisa de Marillac y por otras damas durante sus visitas a las caridades. Bastantes no sabían leer ni escribir. Unas pocas eran de condición más elevada. La Compañía admitía tanto jóvenes solteras como viudas que no tuvieran a su cargo niños pequeños.
“LAS VIRTUDES SÓLIDAS”
Eran probadas en el trabajo directo con los pobres en una cofradía parroquial, luego las aspirantes realizaban una breve etapa de formación en casa de Luisa, a manera de noviciado, con el nombre de seminario interno. La recomendación era la misma para todas: “Será conveniente que les diga – le escribía a Luisa – en qué consisten las virtudes sólidas, especialmente la de la mortificación interior y exterior de nuestro juicio, de nuestra voluntad…de los afectos…especialmente en la virtud de la obediencia y en la indiferencia…”(p. 465). Como ejemplo de virtudes sólidas, Vicente mostraba como modelo a las jóvenes campesinas, por su espíritu verdadero, así como la sencillez, la humildad, la falta de ambiciones, la sobriedad, la pureza, la modestia, la pobreza, el trabajo, la obediencia.
“NUESTRA QUERIDA MADRE”
Colaboradora imprescindible en la formación de las hermanas fue Luisa de Marillac. Sus escritos son escasos comparados con los de Vicente; el proceso de su vida interior no es muy bien conocido; ella permaneció siempre voluntariamente en la sombra proyectada por su director y padre espiritual; se tardó casi 3 siglos en beatificarla y canonizarla. Últimamente ha salido a la luz la escondida figura de la Srta. Le Gras, gracias a una investigación actualizada.
Vicente, mediante un largo trabajo educativo, fue templando el alma de su más íntima colaboradora: En 1633, cuando se hizo cargo de la dirección de las hermanas, Luisa había superado sus más graves crisis espirituales. Tenía 42 años y era una mujer madura, entrando en un período de florecimiento espiritual sobreponiéndose las penas que seguían atormentando su alma, como lo fue la situación de su hijo, Miguel: hombre de personalidad variable que atraía sobre sí constantes tribulaciones.
Luisa logra que las tribulaciones de su hijo no interfirieran de manera drástica en sus deberes de superiora de la compañía. Para 1635 cambia el tono de su correspondencia. La dirigida tenía que ser, a su vez, directora. Los consejos recibidos por Vicente, los transmitía ahora a sus hijas con gran seguridad y un aplomo creciente. Aunque a la sombra de su director y fundador, su responsabilidad en la formación de las hermanas, en la administración y el gobierno de la compañía, no era meramente delegada. Cada vez fue tomando más soltura y confianza. Alguna vez se atrevía incluso a sostener puntos de vista contrarios al de Vicente y los hacía prevalecer. Hasta 1647 ejerció en persona la dirección del seminario, es decir, formadora. Su influencia se deja entrever en las cartas a las hermanas, en las conferencias y en ejemplo de su vida. Incluso, Vicente le llegó a confiar la dirección los ejercicios espirituales. Pronto las HHCC la empezaron a llamnar: “nuestra querida madre”.
Su salud: Siempre enfermiza, no le impidió realizar sus trabajos:
- 1639: Dos fundaciones (Agners) y en 1646 (Nantes)
- 1649: Hace una peregrinación a Chartres
- 1644: Entró en un período de desprendimiento interior que la condujo a una renuncia de sí misma cada vez más profunda.
- 1651-1660: Alcanza un estado de unión con Dios, con todas las características de una consumación mística.
“CON LA AYUDA DE DIOS, EN EL PORVENIR, TENDRÁN SUS REGLAS”
- 1639: Dos fundaciones (Agners) y en 1646 (Nantes)
- 1649: Hace una peregrinación a Chartres
- 1644: Entró en un período de desprendimiento interior que la condujo a una renuncia de sí misma cada vez más profunda.
- 1651-1660: Alcanza un estado de unión con Dios, con todas las características de una consumación mística.
“CON LA AYUDA DE DIOS, EN EL PORVENIR, TENDRÁN SUS REGLAS”
El proceso de elaboración de las Reglas de la HC fue parecido al de las Reglas de los misioneros. En ambos casos Vicente quiso que se tuviera una larga práctica para probar su utilidad. En 1634 existía ya un pequeño reglamento escrito hecho por Luisa y que Vicente explicaba a las hermanas, recibiendo modificaciones y añadiduras continuas hasta los años 40s. En 1643 constaba de 32 artículos, divididos en 2 secciones.
a) Se prescribía el orden del día y los actos de piedad
b) Contenía las normas fundamentales del espíritu de los diversos trabajos, las virtudes típicas de la compañía y las relaciones de las hermanas entre sí y con las personas externas.
Era una regla muy breve y sencilla, pero que las hermanas sólo conocían de oídas en las conferencias semanales. Pronto hubo peticiones de que se les diese por escrito. Vicente lo prometía, pero no lo hacía..ni lo haría en el corto tiempo.
a) Se prescribía el orden del día y los actos de piedad
b) Contenía las normas fundamentales del espíritu de los diversos trabajos, las virtudes típicas de la compañía y las relaciones de las hermanas entre sí y con las personas externas.
Era una regla muy breve y sencilla, pero que las hermanas sólo conocían de oídas en las conferencias semanales. Pronto hubo peticiones de que se les diese por escrito. Vicente lo prometía, pero no lo hacía..ni lo haría en el corto tiempo.
Dificultades: La diversidad de varios reglamentos de acuerdo a las circunstancias y la diversidad de los pobres a quienes servían (fundaciones o ministerios). El problema más grave era que la comunidad no tenía aún aprobación eclesiástica. Cuando se obtuvo la del arzobispo de París, en 1655, se tomó en cuenta unas Reglas comunes o regla fundamental, válida para todas las hermanas y casas,y varias reglas particulares para hermanas de las parroquias, de hospitales, de escuelas, etc. En 1655 inició Vicente la lectura y explicación sistemática de las Reglas comunes., prolongándose hasta 1659. En los meses siguientes explicó las reglas particulares. Sin embargo, Vicente no se decidió a imprimir las Reglas; se limitó a copiarlas a mano y enviar un ejemplar a cada casa. En esa duda le sorprendió la muerte. Nunca hubo una ceremonia de entrega de las Reglas semejante a la que tuvo lugar con los misioneros. Tampoco el primer sucesor de Vicente la hizo imprimir. Lo cierto es que de los 75 artículos de las Reglas actuales, 70 corresponden a las primitivas Reglas. Es una lástima que no se cuente con un texto original salido de la pluma de San Vicente.
“AUNQUE POR AHORA NO TENGAN VOTOS”
Vicente pensó en la posibilidad que las HC, lo mismo que los misioneros, emitiesen alguna clase de votos. La cuestión era bastante difícil. Una comunidad femenina con votos era sinónimo de comunidad religiosa y por tanto de clausura. El asunto se llevó mucho más lento y cauteloso que en el caso de los misioneros.
La primera alusión de votos se encuentra en la conferencia del 5 de julio de 1640: “Las HC aunque por ahora no tengan votos, no dejan de estar en ese estado de perfección si son verdaderas HC”. Ese “por ahora” da a entender con claridad que la idea andaba ya rondando en la mente del Fundador. Vicente, apoyado en una experiencia de votos religiosos hospitalarios de Italia, le dio pie para señalar las características de los votos a las hermanas: “…los votos de esos buenos religiosos son solemnes y no pueden ser dispensados ni siquiera por el papa; pero de los votos que vosotras podríais hacer, el obispo podría dispensar. Sin embargo, valdría más no hacerlos que tener la intención de dispensaros de ellos cuando quisierais” (p. 471).
La segunda cuestión, versaba sobre la manera de hacer los votos y la autoridad con que debía contarse: “…si algún día – una hermana tuviera- ese deseo, debería hablar con sus superiores, y después de eso quedarse tranquila, tanto si se lo permitían como si se lo negaban” (p. 471). Se perfilaba así una disciplina: aunque enteramente privados y de conciencia, se sometería a la concesión por parte de los superiores: “Oh Dios mío! Nos entregaremos totalmente a ti; concédenos la gracia de vivir y morir en la perfecta observancia de una verdadera pobreza…Concédenos…la gracia de vivir y morir castamente…vivir en una perfecta observancia de la obediencia. Nos entregaremos también a ti, Dios mío, para honrar y servir toda nuestra vida a nuestros señores los pobres, y te pedimos esta gracia por su santo amor..Todas nuestras hermanas dieron de muy buena gana su consentimiento con testimonio de devoción y se pusieron de rodillas” (p. 472).
En 1640 el P. Lebreton gestionaba en Roma la aprobación de los votos de los misioneros. Un año más tarde, el arzobispo aprobaba los votos de la CM. No hubo nada parecido respecto a las HC.; sus votos no estaban aprobados, pero en el terreno de los hechos, las cosas se desarrollaron con simultaneidad muy significativa.
En 1624 se producía la primera emisión colectiva de votos por parte de los misioneros. Un mes más tarde, emitían sus votos las 5 primeras HC, contando entre ellas a Luisa de Marillac. Fueron votos perpetuos.
Los votos de las hermanas tuvieron un caminar más largo que el de lo misioneros En q650 eran bastantes las que los tenían. La costumbre era emitir votos anuales al cabo de 5 años de ingreso a la compañía. Se permanecía en esa situación durante otros 5 años y se podía prolongar hasta 7, al cabo de los cuales emitían los votos perpetuos, renovándose después con periodicidad. A la muerte del fundador había hermanas con votos perpetuos y hermanas con votos anuales. La característica principal de ambos es que eran “privados”, pues no contaban con ninguna aprobación eclesiástica. Sin embargo, para emitirlos y renovarlos se requería el permiso de los superiores. Después de la muerte de Vicente se universalizó la costumbre de hacer solamente votos temporales, renovados cada año el día 25 de marzo. Esa fue la formula final aprobada por la Santa Sede, que conservan todavía hoy las HC. La intuición de Vicente había creado el sistema de profesión más original de toda la iglesia: una comunidad cuyos miembros quedan cada año en entera libertad. La perduración de la compañía pruba el acierto del Fundador.
“AHORA SON UN CUERPO ESPECIAL”
Vicente no se apresuró a solicitar la aprobación canónica de las HC. Hasta 1645 no habían hecho nada al respecto, ni siquiera la diocesana. En ese mismo año se hicieron 2 suplicas. No hubo problemas por parte del arzobispo, quedando así el decreto que daba existencia canónica en la diócesis de París a las HC. En ese momento había nacido propiamente la compañía: “Hasta el presente no habéis sido un cuerpo separado del cuerpo de las damas de la cofradía de la Caridad; y ahora…Dios quiere que seáis un cuerpo especial…” (p. 474). La aprobación arzobispal daba a Vicente la dirección de la nueva sociedad, pero colocaba a ésta “bajo la autoridad y dependencia” del arzobispo de París. Además, faltaba el nombre de “Hijas de la Caridad”. Luisa de Marillac se inquietó, por lo que hizo que la reina Ana de Austria dirigiese al papa una súplica pidiendo a los sacerdotes vicentinos como directores perpetuos. Sin embargo, no sabemos los ecos y alcances de esta iniciativa. Lo cierto es que se necesitaba la aprobación civil:
- Las letras reales se obtuvieron enseguida
- Los problemas surgieron cuando se intentó registrar en el Parlamento, ya que los encargados de llevar dichos trámites murieron. Nicolás Fourquet, hijo de una dama de la Caridad continuo con los trámites, pero cuando comenzó a tomar cartas en el asunto, resultó que no había ningún documento; éstos habían desaparecido.
- Las letras reales se obtuvieron enseguida
- Los problemas surgieron cuando se intentó registrar en el Parlamento, ya que los encargados de llevar dichos trámites murieron. Nicolás Fourquet, hijo de una dama de la Caridad continuo con los trámites, pero cuando comenzó a tomar cartas en el asunto, resultó que no había ningún documento; éstos habían desaparecido.
¿La culpable? Luisa de Marillac. Pero ¿cuáles eran los motivos? Por una parte, tenía interés en suprimir la cláusula que colocaba a la compañía bajo la autoridad del arzobispo. Por otra parte, su íntima amistad con la Sra. Fouquet, teniendo por ello fácil acceso a los documentos. El fallecimiento de Méliand y su secretario pudieron ser causa suficiente.
Fue necesario empezar otra vez desde el principio. Se pidió una nueva aprobación al arzobispo. En 1655 se confía el gobierno y dirección perpetuos de la cofradía “a Vicente de Paúl y sus sucesores los superiores generales de la CM”. Todo lo que antes se refería al obispo, ahora se hablaba del superior. El rey concedió las nuevas patentes en 1657, y éstas fueron registradas por el Parlamento en 1658. La cofradía de las HC disfrutaba al fin de reconocimiento y personalidad jurídica.
Consta que en los últimos años de su vida tanteó Vicente la posibilidad de obtener para las HC la aprobación de la Santa Sede. Pero sólo hasta 1668 obtuvieron las HC la aprobación pontifica mediante un decreto del cardenal Luis de Vendome, legado a latere de Clemente IX.
Podemos concluir que Vicente temí que la aprobación del Instituto encontraran en Roma fuerte oposición y prefirió contentarse con la aprobación diocesana antes de exponerse a una negativa.
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