El ámbito de acción de las Hijas de la Caridad estuvo al principio limitado a París. Era allí donde las caridades las reclamaban. Pronto estuvieron establecidas en casi todas las parroquias que tenían cofradía. Las aspirantes o seminaristas seguían residiendo en el domicilio particular de Luisa de Marillac, que actuaba de casa-madre.
En 1636 se alquiló una casita en el pueblo de La Chapelle, en 1641, se verificaba un nuevo traslado. La casa escogida, también de alquiler, estaba situada en la parroquia de San Lorenzo y era fronteriza a San Lázaro.
A poco de instalarse en ella, Vicente, puesto que la compañía no tenía aún personalidad jurídica, la compró por 12.000 libras. En 1653 se la vendía en subasta pública a la Srta. Le Gras, quien contaba con 9.000 libras, dadas en testamento por la presidenta Goussault. La propiedad fue valorada en 17.650 libras. La diferencia se completó con donativos de otras damas. Las Hijas de la Caridad disponían por fin de su propia casa madre. Con mejoras y ampliaciones iniciadas en vida de los fundadores y continuadas posteriormente, siguió siendo la misma hasta la Revolución francesa, siglo y medio más tarde.
"Que la compañía tenga como base la humildad"
La casa madre no era un centro meramente administrativo. Bajo el impulso de Luisa de Marillac, se ejercitaban en ella las mismas actividades que en los demás establecimientos: visita a los enfermos, escuela para niñas, cuidados médicos a los pobres que acudían a sus puertas.
El edificio se fue ampliando a medida que lo exigían las necesidades y lo permitían los recursos.
"Se os pide de todas partes"
En París, además de las caridades parroquiales, las hermanas atendían otros cinco establecimientos destinados a obras especializadas. La difusión fuera de la capital empezó en 1638 con la fundación de Saint Germain en Laye, solicitada por la señora de Chaumont, superiora de las damas de la localidad.
El movimiento fundacional ya no se detuvo. "Se os pide Mapa de todas partes". Algunas fundaciones, como las de Fontainebleau, Chantilly y Sedan, fueron de origen real; otras se debieron a los obispos o ayuntamientos. Las hermanas resultaban baratas: apenas si necesitaban 100 libras al año para alimentos y vestido; algunas salían sólo por 75. La sobriedad y pobreza que el Fundador inculcaba a sus hijas no eran palabras vanas.
Contando con los establecimientos de la capital, en pocos años hubo unas cincuenta casas de Hijas de la Caridad repartidas por Francia. Entre 1638 y 1648 se fundaron veinte. Fuera de Francia surgió en 1652 la fundación de Varsovia, adonde las Hijas de la Caridad fueron llamadas, como los misioneros, por la reina de Polonia.
No dibujan esos nombres todo el mapa de Francia, como se ha pretendido con alguna exageración. Las fundaciones de las Hijas de la Caridad se concentraron, en su mayoría, en la mitad norte del país; pero Ussel, Cahors y Narbona señalan una marcha hacia el sur, que sería incontenible después de la muerte de los fundadores.
Las comunidades no eran numerosas. La mayoría constaba de dos o tres hermanas, que vivían ya en una habitación de alquiler, ya en la casa de la dama de la Caridad que las había solicitado o en locales cedidos por, la cofradía, la parroquia o el ayuntamiento.
Parroquias, escuelas, hospitales
El trabajo variaba poco de una fundación a otra. La tarea principal era el servicio a los pobres a domicilio. Casi todas las casas lo practicaban.
De las dos hermanas de cada parroquia, mientras una servía a los enfermos, la otra enseñaba a las niñas. También esta obra se remontaba a los orígenes del Instituto. Margarita Naseau, la vaquerita de Suresnes, había empezado su actividad caritativa, como ya vimos, enseñando a leer a las muchachas después de haber aprendido ella misma. Vicente no olvidó nunca aquella primera vocación. Quería que todas las hermanas aprendiesen a leer y escribir, para que, a su vez, pudieran enseñar a otras.
Todo lo que se les pedia era que enseñaran a leer y escribir. Para eso las preparaba Vicente Más adelante se preocupó de que "aprendiesen a enseñar". La red de pequeños puestos urbanos y rurales de las Hijas de la Caridad actuó como verdadera misión pedagógica. Hoy está reconocido que jugaron un papel muy importante en la alfabetización de la población femenina.
Una tercera obra, la de los hospitales, estaba llamada a ejercer influencia decisiva en el desarrollo de la comunidad. Ya antes de la constitución formal de la compañía, las primeras hermanas habían empezado a trabajar en el HôtelDieu de París como auxiliares de las damas.
Los hospitales imponían un régimen de vida y trabajo bastante distinto de las parroquias y las escuelas, pero el espíritu era el mismo: fidelidad a los ejercicios de la comunidad, obediencia a los superiores y a los médicos, directores y administradores del hospital, unión del servicio corporal con el espiritual hasta en los empleos más humildes, visión de Cristo en la persona del enfermo. En vista del éxito, otros ayuntamientos pidieron Hijas de la Caridad para sus hospitales.
Dificultades, problemas, tribulaciones
No faltaron dificultades, problemas y tribulaciones en las nuevas fundaciones. La vida, muy dura a veces, ponía a prueba el temple de las muchachas formadas por Vicente. En unos sitios, el alojamiento carecía de las más mínimas comodidades; en otros, los fondos eran tan exiguos que las hermanas se veían obligadas a pedir limosna; en algunos casos tuvieron que luchar contra costumbres locales contrarias a las normas y el espíritu de la compañía; en varias partes tropezaron con la incomprensión de los administradores o el clero de la localidad.
La fundación de Polonia atravesó un largo período de incertidumbre a causa de los vaivenes de la guerra y, un poco, de los caprichos de la reina. En septiembre de 1652 llegaron a Varsovia las tres primeras hermanas. Vicente las había despedido con solemnidad. Era la primera vez que la compañía atravesaba las fronteras. La reina las recibió con grandes demostraciones de afecto. Pero enseguida empezaron los problemas. La señora dispuso que dos hermanas fueran a Cracovia a servir a los pobres, y la tercera, sor Margarita Moreau, se quedara en palacio para servirla a ella.
"Las almas predestinadas lo llenan todo con su perfume"
Vicente seguía de cerca las vicisitudes de todas las fundaciones, instruyendo, exhortando, reprendiendo cuando era preciso. Contaba a las hermanas de París las noticias, buenas y malas, que llegaban de otras casas. Naturalmente, ponía más interés en referir los rasgos edificantes. Estos abundaban. El éxito y la consolidación de la obra nacida de la intuición de Vicente no son concebibles sin el temple y la virtud de una legión de hermanas anónimas a las que él había contagiado de su ardor caritativo.
"Todo esto es milagroso"
Algunos de los casos narrados por Vicente se adornaban con el fulgor de lo milagroso. Él prefería reducirlos a señales de la predilección de Dios con la compañía. Pero a veces se veía obligado a reconocer una intervención extraordinaria de la Providencia.
Un día iba a celebrarse una importante reunión en la casa madre de las hermanas. Antes de empezar la sesión, la Srta. Le Gras entró en la sala para cerciorarse de que todo estaba en orden. En esto,
"una hermana oyó un crujido y le dijo que no estaba allí muy segura. No hizo caso. Se lo repitió otra hermana mayor. Tuvo consideración a su edad y se retiró a la habitación de al lado (fijaos, hermanas mías, que no hay más que tres pasos), cuando la viga se rompió y cayó el piso. Ved si acaso se hizo esto sin una intervención especial de Dios. Aquella misma tarde, yo tenía que estar aquí; teníamos que reunirnos para algunos asuntos importantes. En medio del ruido que hay en una reunión, nadie se hubiera dado cuenta de que esa viga crujía. No habría estado allí aquella hermana, porque las hermanas no están presentes en esas reuniones, y todos nos hubiéramos visto aplastados en aquel sitio; y Dios hizo que surgiese otro asunto que me detuvo y que impidió acudir allá a todas las damas. Todo esto no se hace por casualidad, hijas mías; hay que guardarse de creerlo así".
Para Luisa de Marillac, el suceso constituyó una fecha fundamental de su evolución interior y de la historia de la compañía. Lo consideró siempre como un signo providencial, una advertencia del cuidado de Dios sobre su persona y su obra. Con la ayuda de Vicente, se esforzó en desentrañar el mensaje que el Señor había querido comunicarle con él: tal vez, su voluntad de unir más estrechamente los destinos de las dos compañías.
Otro suceso parecido reafirmó la convicción de Vicente de que Dios ejercía una providencia especial sobre las Hijas de la Caridad. La narradora del caso fue la misma protagonista, a instancias de Vicente:
"Hija mía - le dijo -, ¿qué es lo que pasó? He oído hablar de una casa derrumbada. ¿En qué barrio ha sido? ¿Estabais dentro o fuera? ¿Qué día fue?
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