martes, 22 de abril de 2008

CAPITULO XXII.- La compañía en acción: misiones y ejercicios.



“Lo principal es la instrucción del pobre pueblo del campo”

La estructuración constitucional y el trabajo cotidiano eran los dos focos de atención de Vicente y de toda la compañía. O si se quiere: la naturaleza y el espíritu de la acción. O también: El trabajo -la vida- exigía una estructura específica determinada: “Lo principal para nosotros es la instrucción del pobre pueblo del campo” (p. 345).

Seminario y misiones. En cualquier fundación se requerían ambas cosas, y casi imposible por separado. Menos terminante era, en cambio, la norma de no predicar misiones en las ciudades. La interpretación de Vicente a este respecto era amplia, que se entendía sólo a la predicación ordinaria, no a la de misiones: “Cuando al principio de nuestra fundación decicimos no trabajar en las ciudades donde hubiera obispado, nos referíamos a la predicación y a las confesiones, que es lo que hacen las demás órdenes en sus casa y en las otras iglesias, pero que entonces no pensábamos en dejar de tener allí la misión” (P. 346).

Después de 1651, se llegaron a admitir sólo 2 excepciones: el mandato de los obispos o el caso en que los pobres se refugien en las ciudades (como pasó en San Lázaro). Vicente asumió varias misiones en París, sobre todo cuando los campesinos se refugiaron en la capital durante la Fronda.

“¡Ojalá todo el mundo profetice!”

Las misiones estaban de moda: las misiones como instrumento de renovación del cristianismo popular se inscribía como un movimiento de reforma o restauración:

a) Pedro Fourier (1565- 1640)
b) San Juan Eudes (1601-1680)
c) Juan Francisco Régis (1597-1640)
d) Cristóbal Authier de Sisgau (1608-1667)…

Todos ellos concurrieron en tiempos de Vicente, en la animación de comunidades dedicadas, a la predicación de misiones. Olier y San Juan Eudes, se dedicaban además, a la dirección de seminarios.

Vicente se daba cuenta de ello: una avalancha de fundaciones se sucedieron en la Iglesia francesa:

a) Misioneros del Santísimo Sacramento
b) Misioneros de San José
c) Misioneros de Forez
d) Misioneros de las Indias

La reacción de Vicente fue de ejemplar interés, y con todos tuvo una actitud de respeto y de Espíritu: “Más valdría que hubiera cien proyectos de misiones…hemos de desear que todo el mundo profetice …Por muchos obreros que haya en la Iglesia de Dios, nunca nos faltará trabajo si le somos fieles” (p. 347).

El único punto que defendió Vicente fue la exclusividad del nombre, ya que la experiencia había demostrado que a través de él se podían cometer desagradables malentendidos.

“Ofendería a Dios si no hiciese todo lo posible por las gentes del campo”

El campo de Francia era demasiado extenso para emprender una labor de transformación espiritual. El total de misiones de la Casa de San Lázaro y Bons Enfants suman 840 misiones en la diócesis de París y en sus inmediaciones.

Vicente intervino personalmente en muchas de ellas y conservó hasta el final de su vida el deseo del ejercicio directo de su vocación primordial y siguió aplicándose a él siempre que le era posible. Se sabe que a la edad de 72 años tomó parte activa en ellas. La duquesa de Aiguillon, siempre preocupada por la salud de Vicente, tomó cartas en el asunto. En 1653 dirigía al P. Portail una enérgica protesta: “No puedo menos de extrañarme de que el P. Portail y los demás buenos padres de San Lázaro permitan que el Sr. Vicente vaya a trabajar al campol con el calor que hace, con los años que tiene y estando tanto tiempo al aire con este sol. Me parece que su vida es demasiado preciosa y demasiado útil a la Iglesia para que le permitan prodigarla de este modo” (p. 349).

Pero Vicente, no lo veía así: “Me parece que ofendería a Dios si no hiciese todo lo posible por las gentes del campo en este jubileo” (p. 349).

“El Dios de los ejércitos”

El asedio Español, por tercera vez, estaba de nuevo presente en al norte de Francia. Luis XIII y Richelieu improvisaron un nuevo ejército. Vicente fue testigo de los sucesos: “París está esperando el asedio de los españoles…El claustro están llenos de armas, y los patios, de gente de guerra…” (p. 350). La contribución de Vicente al esfuerzo bélico por órdenes del canciller fue de 20 sacerdotes, pero a cuya petición sólo resolvió con 15. Vicente acudió a un cuartel general instalado por el rey, para ofrecer los servicios de la CM y dejar allí al P. Du Coudray como intermediario entre la corte y los misioneros.

Vicente redacta un reglamento para estos padres, donde se reflejaba una alianza entre el sentimiento patriótico y el religioso: “Dios – Rey – ejército; gentes de guerra que están en pecado a salir de él, y a los que estén en gracia, a mantenerse en ella – cuando mueran alcancen la salvación; devoción al «Dios de los ejércitos»: no he venido a traer la paz, sino la guerra, y esto para darnos la paz, que es el fin de la guerra” (p. 351).

Seis semanas fue la duración de esta misión y los frutos fueron: la confesión de 4000 soldados y de las parroquias por donde pasaba el ejército. En sentido general Vicente recomendaba no entrometerse en asuntos de política ni en cuestiones de estado.

Podemos decir con esto que una tercera parte del suelo francés fue trabajada a fondo, palmo a palmo, por los misioneros vicentinos. La efervescencia misionera del siglo XVII fue en efecto, del movimiento desencadenado por Vicente.

“Dar a conocer a Dios a los pobres”

El OBJETIVO: “Dar a conocer a Dios a los pobres, anunciarles a Jesucristo, decirles que está cerca el Reino de Dios y que ese Reino es para los pobres” (p. 352).

TÉCNICA: Predicación – Catecismo – Confesión – Misterios de la Trinidad y Encarnación.

TIPOS DE MISIONES: Existen 2: Penitenciales y Catequéticas. Las de Vicente se pueden catalogar como catequéticas: “Todo el mundo está de acuerdo en que el fruto que se realiza en la misión se debe al catecismo” (p. 352).

TEOLOGÍA: Se pensaba que no era posible la salvación sin el conocimiento explícito de esas verdades o por lo menos no ignorarlas.

El conocimiento de las verdades fundamentales de fe por medio de la catequesis debía conducir a la vida sacramental: confesión y eucaristía; confesión general y comunión eucarística como medios más excelentes para honrar los misterios centrales de la Trinidad y la Encarnación.

La misión aspiraba a la renovación total de la parroquia. La consigna: no salir de una aldea hasta que todo el pueblo haya sido instruido en las cosas necesarias para la salvación y que cada uno no haya hecho su confesión general.

“Esos hermosos discursos…no convierten a nadie”

La gran masa de población campesina en el siglo XVII era analfabeta: carecía de la preparación indispensable. En contraste con esta gran masa encontramos una oratoria barroca, típica de la época (un estilo literario rebuscado, solemne y cargado de alusiones mitológicas…). Vicente se hizo abogado de una elocuencia sencilla y directa, al alcance del pueblo; su actitud era de rechazo a la corriente general de su tiempo, e incitaba a sus misioneros a una sencillez propia del hijo de Dios: “…nuestro Señor bendice los discursos que se hacen hablando en un tono común y familiar, ya que El mismo enseñó y practicó de esta manera; además, al ser esta forma de hablar la más natural, resulta también más fácil que la otra, que es forzada; le gusta más al pueblo y aprovecha más que la otra…” (p. 354). Y agregaba: “Difícil resulta encontrar a uno solo que se haya convertido con muchas de esas predicaciones de adviento y cuaresma…” (p. 354).

“El pequeño método”

En contraste con la elocuencia estéril Vicente propone un estilo de predicación, nuevo en el fondo y en la forma que denominó «la pétite méthode” o “el metodito”. A explicar el pequeño método dedicó varias conferencia e innumerables sesiones prácticas de entrenamiento (cf. 20 de agosto de 1655, el discurso sobre el método”).

“Predicar a lo misionero”

Algunas características de este método son:

- Se podía variar
- Era un estilo y un lenguaje
- Era la vuelta a la predicación evangélica
- Prudencia en las alusiones
- No ataca
- Preocupación por la eficacia
- Sencillez en la predicación

Vicente se puso de rodillas ante un sacerdote de la compañía para rogarle que cambiara su forma de predicación por el pequeño método; sus súplica no dieron resultado; el p. terminó abandonando la CM: “Dios no le bendijo; no sacó ningún fruto de sus predicaciones ni de sus pláticas; todo aquel montón de palabras y de períodos se disipó como el humo” (p. 356). En cambio, el obispo de Sarlat, Nicolás Servin, le expresaba: “Señor obispo, hoy me ha convertido usted..” (p. 356).

El nuevo estilo de predicación invadió poco a poco los púlpitos. Era un movimiento general y que a él contribuyeron predicadores de diversas órdenes y congregaciones; el púlpito francés se transformó: “Si un hombre quiere pasar ahora por buen predicador en todas las iglesias de París y en la corte, tiene que predicar de este modo…Lo cierto es que predicar de otra manera es hacer comedia, es querer predicarse a sí mismo, no a Jesucristo. ¡Predicar a lo misionero! ¡Oh Salvador! Tú has sido el que ha hecho a esta pequeña y humilde compañía la gracia de inspirarle un método que todo el mundo desea seguir” (p. 357).

La eficacia de las misiones

Vicente acostumbraba a pedir un informe a los misioneros de los resultados de las misiones dadas. Abelly, que las tuvo a la vista ha conservado un florilegio de las más edificantes y llamativas. Una lectura atenta de las crónicas misionales permite asomarse a la realidad religioso-moral de las poblaciones como de la mentalidad teológico pastoral de los misioneros:

- Se hace hincapié en los herejes convertidos
- Blasfemias, odios, enemistades, embriaguez, prostitución, concubinatos y otros desórdenes sexuales, diversiones ilícitas, etc.
- Rara vez se habla del precepto dominical y otros mandamientos de la iglesia..y por tanto, se encubrían varios abusos y sacrilegios en la recepción de los sacramentos.

Los misioneros juzgaban el éxito de una misión según dos criterios fundamentales: el número de asistentes y el de confesiones generales oídas. Y por tanto, para los misioneros, todo se reduce a voluntad de pecado o de vida en gracia, y fundamentalmente, a ignorancia religiosa, para combatir la cual se pone en el catecismo el acento principal de la misión.

Las poblaciones acudían en masa a los actos misionales arrastrando a los habitantes de los lugares próximos:

- Asistencia multitudinaria a pesar de una nevada
- Algunos aguardaron 10 días a que les llegara el turno de confesarse
- La predicación a las 2 am.
- Un baile público, a las que el misionero se opuso…
- Se cerraron todas las tabernas, etc.

En todas partes, las despedidas constituían espectáculos conmovedores en los que los fieles lloraban a lágrima viva y pedían a gritos que no se marchasen los misioneros.

“No pueden mirar a la luz”

No todo fueron alabanzas. Aparece el apartado de críticas, que llegaron a oídos de Vicente, por algunos espíritus exigentes:

- “hay demasiado fuego de pajas, muy ardiente, pero de poca duración”
- Objeciones con la explicación del 6to. Mandamiento (minuciosidades)
- Confesiones descuidando las disposiciones interiores y poco cambio de vida.
- Lo efímero de los frutos de las misiones; emoción pasajera, esbozo de conversión muy imperfecto, imprudencia de los confesores; poco cambio de vida y comuniones indignas, etc.

Vicente salió en su defensa: “espíritus descontentos…como ellos hacen tan poco, se exagera al decir que los demás hacen mucho….Es que por la debilidad de sus ojos cegatos, no pueden mirar a la luz” (p. 360).

Collet, comenta que tales críticas no podían dirigirse contra las misiones en sí mismas, sino contra el abuso de las misiones hecho por algunos desaprensivos…y es mejor algo que nada…Daniel – Rops, un historiador anota sobre este asunto, que las regiones en la que tuvieron presencia los misioneros – hace más de 300 años-, ha permanecido cristiana hasta el siglo XX. No puede rendirse más exacto homenaje a las misiones del siglo XVII y a los admirables hombres que tan acertadamente las condujeron.

“Por el nombre de ejercicios espirituales”

A la obra de las misiones, surgió otra paralela: los ejercicios espirituales. La fórmula la había encontrado un siglo antes San Ignacio de Loyola. Los ejercicios eran ya una práctica aceptada por la Iglesia y Abelly nos narra estos ejercicios impregnados de espíritu vicentino, por puño y letra del mismo Vicente: “Por este nombre de retiro espiritual o de ejercicios espirituales se entiende un apartamiento de todos los negocios y ocupaciones temporales a fin de aplicarse con seriedad a conocer bien el propio interior, a examinar el estado de la conciencia, a meditar, a contemplar, a orar y preparar así el alma a purificarse de todos los pecados, de todas las malas afecciones y costumbres; a llenarse del deseo de las virtudes, a buscar y hallar la voluntad divina y, una vez hallada, someterse, amoldarse y adherirse a ella, y de este modo tender, avanzar y, finalmente, llegar a la propia perfección” (p. 362).

La finalidad principal de los ejercicios era el descubrimiento de la propia vocación y el afianzamiento en ella: “Llegar a ser perfecto cristiano y perfecto en la vocación en que uno está: perfecto estudiante, si es estudiante; perfecto soldado, si es soldado; perfecto juez, si es hombre de justicia; perfecto eclesiástico como San Carlos Borromeo, si es sacerdote”. En una palabra: “perfeccionarse en su vocación o escoger una” (p. 362).

“El arca de Noé”

El mérito y la originalidad de Vicente estuvieron en generalizar los ejercicios y hacerlos accesibles a toda clase de personas. En tan solo poco meses, la casa de San Lázaro, que el mismo Vicente hacía una comparación: Parece el arca de Noé, donde toda clase de animales, grandes o pequeños, eran bien recibidos”. Podían verse personas de toda clase y condición: pobres y ricos, jóvenes y viejos, estudiantes y doctores, sacerdotes, oficiales del Parlamento y de la justicia, comerciantes, artesanos, soldados, pajes y lacayos. Entre 1635 y 1660 pasaron por San Lázaro cerca de 20,000 ejercitantes.

“¡Es que quieren salvarse!”

Los ejercicios se impartían de manera gratuita. Algunos daban una pequeña limosna. Otros pensaban que se contaba con una fundación expresa. Nada más equivocado. El gasto recaía enteramente sobre San Lázaro. Dicha situación provocó varias reacciones de protesta que llegaban a Vicente, tanto de hermanos como de sacerdotes. Se abordó el problema y Vicente iba dando razones y justificaciones. Tantas protestas impresionaron a Vicente, y tomó cartas en el asunto. El mismo se encargó personalmente del examen de los solicitantes. Pero ¡oh sorpresa! Todo aumentó en vez de disminuir: “Si todas las habitaciones están ocupadas, denles la mía” (p. 364).

“Hay que mezclar tres colores: modestia, alegría y mansedumbre”

A diferencia de los ejercicios para ordenandos, los ejercicios espirituales no se practicaban en tandas. Cada ejercitante acudía por su cuenta y los realizaba a solas, ayudado y guiado por un director. Todos los sacerdotes de la comunidad y a veces los estudiantes de teología se hallaban ocupados en atender a uno o varios ejercitantes. Vicente temía que llegaran a fastidiarse y seguir realizando ese ministerio.

Vicente impuso un manual del Jesuita holandés Juan Buys, que el mismo Vicente hizo traducir a fin de facilitar su manejo por los seglares. Era una obra sólida, de tendencia racional, con temas clásicos de los ejercicios ignacianos. Como método: oración mental de San Francisco de Sales.

“Sobre todo, el Sr. Vicente”

Los testimonios eran de sorprender: “En manos de usted, la virtud es tan bella que parece haberle escogido a usted…”. La actitud de Vicente, su presencia y su persona, constituían el mayor atractivo de aquellos retiros. Su presencia creaba un ambiente de paz y confianza. En una palabra, los frutos de los ejercicios no fueron menos consoladores que los de las misiones. Vicente recibía constantes pruebas de agradecimiento de parte de sacerdotes y seglares.
Gracias a las misiones y a los ejercicios la gran masa y minorías más selectas dieron un nuevo rostro al cristianismo francés, lo que hacía de Vicente un líder indiscutible del gran movimiento restaurador.

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