martes, 22 de abril de 2008

CAPÍTULO XXIV.- Italia, Irlanda, Polonia: Misión en Europa.



PARÍS Y ROMA: LAS CASAS MÁS IMPORTANTES

Roma, cabeza de la cristiandad, ejerció siempre gran atractivo sobre Vicente de Paúl.

Entre 1631 y 1635 residió en Roma Francisco Du Coudray, gestionando la aprobación de la Congregación. Como ya vimos, su misión fue coronada por el éxito. Entre 1639 y 1641, el enviado fue Luis Lebreton, encargado de conseguir la aprobación de los votos. Su prematura muerte, ocurrida el 17 de octubre de 1641, como efecto de una enfermedad contagiosa contraída en la misión de Ostia, le impidió llevar a término sus gestiones. En cambio, antes de morir obtuvo del vicegerente de la diócesis romana, Mons. Juan Bautista de Alteriis, un rescripto fechado el 11 de julio de 1641 por el que se autorizaba a la Congregación de la Misión a fundar una casa con los mismos ministerios que desempeñaba en Francia: los ejercicios para ordenandos y las misiones populares. En la concesión había influido mucho el celo desplegado por Lebreton con sus misiones a los pastores de la campiña romana.

En cuanto Vicente tuvo noticia del permiso de fundación, determinó enviar a Roma dos o tres misioneros. Los planes no se alteraron por el fallecimiento de Lebreton, aunque sí hubo que sustituir la persona. Vicente escogió a Bernardo Codoing, que acababa de llevar a buen término la delicada fundación de Annecy.

Grande o pequeña, la casa debía llamarse "de la Misión" y el título de la capilla sería el de la Santísima Trinidad.

Hasta un año antes de la muerte de Vicente no disfrutaron los misioneros de casa propia. En 1659 se instalaron por fin en una comprada al cardenal Bagno, el mismo que durante su nunciatura en París tan buenos oficios había prestado a Vicente en el asunto de la aprobación de la compañía. Otros dos cardenales, Brancaccio y Durazzo, le ayudaron con su mediación, y el segundo con una generosa limosna. Los deseos de Vicente se cumplieron de sobra. La iglesia llevó el título de la Trinidad, y no sólo la casa, sino la calle en que estaba enclavada, recibieron el nombre de "la Misión", que conserva todavía en el callejero romano, en las alturas de Montecitorio.


GÉNOVA Y TURÍN

El cardenal Durazzo era arzobispo de Génova y había sido el artífice de la segunda fundación italiana de la Congregación de la Misión, la de Génova. Entusiasmado con los trabajos y el espíritu del P. Codoing, a quien conoció a su paso por Génova camino de Roma, obtuvo de Vicente en 1645 el envío de un equipo de misioneros. Al frente de él fue el P. Blatiron, uno de los hombres más capaces de que disponía Vicente.

El cardenal cobró tanto afecto a la comunidad, que tomaba parte en sus trabajos, hacía con ella los ejercicios espirituales y les acompañaba a las misiones.

Si Roma dio origen a Génova, Génova provocó, a su vez, la fundación de Turín. Las conversaciones para el nuevo establecimiento se iniciaron en 1654 entre Vicente de Paúl y el marqués de Pianezza, Felipe Manuel de Sirmiano, primer ministro del ducado de Saboya-Piamonte bajo la regencia de Cristina de Francia, la hermana de Luis XIII.

Para dirigir la casa de Turín, Vicente escogió a un hombre con larga experiencia italiana, pues había formado parte de los equipos fundadores de Roma y Génova, el P. Juan Martín, misionero de celo devorador, que hacía a Vicente temer tanto por su salud, que se ocupaba personalmente de que estuviera bien alimentado.


LA MISIÓN IRLANDESA

El interés de Vicente por Irlanda era antiguo. A raíz de la rebelión de 1641 pidió a Richelieu que ayudara a los irlandeses en su lucha. El cardenal se excusó con las graves cargas que pesaban sobre el rey de Francia.

Vicente contaba en su Congregación con una quincena de misioneros irlandeses, el primero de los cuales, John Skyddie, había ingresado en 1638. La mayoría eran exiliados que habían descubierto en Francia la vocación sacerdotal y misionera. Naturalmente, recurrió a ellos para que trabajasen en su propia patria. Pero el P. Skyddie falleció en Roma mientras se tramitaba el asunto. Fueron escogidos seis, todos ellos jóvenes y animosos: Gerard Bryan, Edmond Barry, Dermot Duggan, Francis White, Dermot O'Brien y THADDEUS LEE. El mayor, Duggan, acababa de cumplir los 33 años. El más joven, Lee, tenía veintitrés y no era sacerdote, lo mismo que O'Brien. Les acompañaban un clérigo, Felipe Levacher, y un sacerdote franceses y un hermano coadjutor francés y otro inglés. Por sugerencia de Skyddie, el cargo de superior iba a ser confiado al sacerdote francés. Para el cargo Vicente designó en principio al P. Bourdet, célebre por su accidentada huida de Saint Méen aquel mismo verano. Bourdet, que había demostrado no tener temple de héroe y que probablemente preveía que la vida en Irlanda iba a ser todavía más azarosa que en la abadía bretona, declinó el honor. Vicente lo sustituyó con el P. Du Chesne.


LOS TRABAJOS DE LA MISIÓN

Después de un arriesgado viaje, los expedicionarios llegaron a Irlanda en los primeros meses de 1647, en dos equipos que empezaron enseguida el trabajo misionero en las diócesis de Cashel y Limerick, respectivamente, con los óptimos resultados habituales. Los obispos de Cashel y Limerick les confiaron sendas cartas para el Sr. Vicente, haciendo constar que el trabajo de sus misioneros había hecho:

Aunque esos buenos sacerdotes han sufrido muchas molestias desde su llegada a este país, no han dejado por ello de entregarse continuamente a los trabajos de la misión. [Cfr. S.V.P. III p. 386-387: ES p. 329-330.]

En 1649, la tempestad se abatió sobre Limerick. Cromwell en persona, jefe supremo de Inglaterra después de la ejecución de Carlos I, desembarcó en Dublín con un formidable ejército e inició una ofensiva sistemática contra los reductos rebeldes, acompañada de una sangrienta persecución anticatólica. El hermano Patriarch, el inglés, sucumbió al clima de terror. Su razón empezó a desvariar. El P. Duggan tuvo que acompañarlo a Francia.


"EL ESPÍRITU DEL MARTIRIO"

La represión se ensañó especialmente con los sacerdotes. La captura significaba la muerte. El obispo consiguió escapar disfrazado de soldado, y lo mismo hicieron los misioneros, aunque, en un primer momento, Vicente los dio por muertos a todos.

¿Qué sabernos nosotros de lo que Dios les tiene destinado? La verdad es que no les habrá dado en vano resolución tan santa. [Cfr. S.V.P. IV p. 15: ES p. 19-20.]

Los PP. Bryan y Barry lograron llegar a Francia, después de diversas peripecias, en el curso de 1652. Pero el benjamín del grupo, TADEO LEE, que en un primer momento había logrado escapar de Limerick, fue descubierto por los ingleses en su aldea natal, donde se había refugiado. Allí fue bárbaramente martirizado en presencia de su propia madre. Los verdugos le cortaron las manos y los pies y luego le aplastaron la cabeza. La Congregación de la Misión tiene en él su PROTOMÁRTIR.


ESCOCIA, HÉBRIDAS Y ORCADAS

Algunos de los misioneros regresados de Irlanda no se resignaron a la vida relativamente tranquila de las residencias francesas. El P. Bryan, acompasado de otros compatriotas, volvió a Irlanda después de la muerte de Vicente. Los PP. Duggan y White no esperaron tanto. Muy pronto estuvieron dispuestos para emprender una aventura parecida en otras regiones de las islas Británicas: Escocia y las Hébridas. El 7 de octubre de 1650, Vicente solicitaba para ellos de la Sagrada Congregación de Propaganda las licencias necesarias, haciendo constar su aptitud para el trabajo propuesto: ambos tenían como lengua propia el gaélico, que era la que se hablaba en aquellas islas. Un mes más tarde, ambos se hallaban en Amberes, a la espera de un barco holandés que los condujese a Escocia disfrazados de comerciantes.

El trabajo en Escocia era totalmente diferente del desarrollado en Irlanda. A las grandes misiones con miles de oyentes enfervorizados sucedió la dura vida del sacerdote clandestino, el angustioso peregrinar por regiones paupérrimas, las reuniones secretas con grupitos de católicos que habían olvidado los rudimentos de sus creencias, el temor constante de las delaciones. El P. Duggan recorrió de esta guisa las islas de Uist, Barra, Eigg, Canna y Skye y los distritos de Moidart, Morar, Knoydart, Glengarry y Arisaig, en la costa occidental escocesa, dejando por doquier una estela de abnegación y heroísmo.

El P. Duggan falleció el 17 de mayo de 1657 mientras preparaba desde Uist del Sur otra expedición misionera a la isla de Pabbay, más allá de Barra. El pueblo conservó su recuerdo con veneración. Un cementerio en Uist y un puerto de montaña en Barra llevan su nombre.

Como él es el Señor, le toca disponer según su voluntad; a nosotros nos corresponde pedirle que suscite otros nuevos que sean según su corazón para proseguir su obra. [Cfr. S.V.P. VI p. 602: ES p. 548-549.]

El P. White, en febrero de 1655 fue arrestado junto con un jesuita y un sacerdote secular en el castillo de Gordon, la fortaleza del marqués de Huntley, que era uno de los refugios más frecuentados por los sacerdotes católicos. Le condujeron primero a la prisión de Aberdeen y luego a la de Edimburgo. Vicente temió por su vida. Pero no se atrevía a intervenir desde Francia. Cualquier gestión hubiera revelado el carácter sacerdotal del prisionero, y eso era precisamente lo que trataban de demostrar los acusadores.

No sé si hemos de alegrarnos o afligirnos por ello; pues, por una parte, Dios recibe honor por su detención, ya que lo ha hecho por su amor, y la compañía podrá sentirse dichosa si Dios la encontrase digna de darle un mártir, y él está contento de sufrir por su nombre, y de ofrecerse, como lo hace, a cuanto Dios quiera hacer con su persona y con su vida..." "Todo esto nos mueve en Dios a sentir gran alegría y gratitud. Mas, por otra parte, es nuestro hermano el que sufre; ¿no tenemos que sufrir con él? De mí confieso que, según la naturaleza, me siento muy afligido y con un dolor muy sensible; pero, según el espíritu, me parece que hemos de bendecir a Dios corno si se tratara de una gracia muy especial. [Cfr. S.V.P. XI p. 173: ES p. 98-99.]

El P. White fue puesto en libertad, pues no se pudo probar que hubiera celebrado misa, que era la acción criminal formalmente sancionada con la pena capital por las leyes inglesas. Vicente admiró, sobre todo, el valor del prisionero al no querer negar su condición de sacerdote para obtener la libertad. Apenas la consiguió, White volvió de nuevo a las montañas de Escocia para continuar su trabajo.

La misión de Escocia añade una faceta nueva a la labor misionera de Vicente de Paúl y su Congregación. Perdidos en los remotos y desolados promontorios escoceses, aquellos misioneros pusieron una nota de intrepidez y aislamiento en la vocación vicenciana de evangelizar a los pobres. Disfrazados, perseguidos de un lugar a otro, ocultándose en los castillos de los nobles o en cabañas de pescadores, sufriendo privaciones indecibles, hicieron posible la perduración de la vieja fe católica en un país ganado por la herejía.
La misión vicenciana de Escocia no se extinguió del todo hasta el año 1704.


LA REINA DE POLONIA

La misión de Polonia, el tercer país europeo en recibir misioneros vicencianos, tuvo su origen en una carambola diplomática. En 1645, el rey Ladislao IV de Polonia (1595-1648), que había quedado viudo, solicitó como esposa una dama francesa. Mazarino escogió para la delicada misión a la princesa María de Gonzaga, hija de Carlos de Gonzaga, duque de Nevers y de Mantua. Fue una elección acertada. María de Gonzaga brillaba en la corte y en los círculos de la alta sociedad tanto por su piedad como por su belleza y su talento. La primera la había aproximado a los círculos más devotos, los jansenistas de Port Royal y a las damas de la Caridad de Vicente de Paúl, cuyos trabajos compartía. En su nueva patria quiso verse rodeada del mismo ambiente religioso que la envolvía en Francia. Se llevó como capellán al abate Francisco de Fleury, de marcadas simpatías jansenistas, y le pidió al Sr. Vicente que le enviara misioneros, Hijas de la Caridad y religiosas de la Visitación. Vicente accedió, aprovechando la ocasión de extender a aquel lejano país los beneficios de las misiones al pueblo y de los ejercicios a los sacerdotes. La flamante reina quería confiar esos dos ministerios a los misioneros.

En noviembre de 1651 llegó a Varsovia el primer grupo de misioneros. Eran cinco: dos sacerdotes, los PP. Lambert aux Couteaux y Guillermo Desdames; dos clérigos, Nicolás Guillot y Casimiro Zelazewsky, y un hermano coadjutor, Santiago Posny. El jefe del equipo era el P. Lambert.


LA MISIÓN POLACA

El carácter de la misión polaca fue muy diferente de la de Francia, Italia o las islas Británicas.
"Los misioneros de Polonia están trabajando con mucho fruto...; como la peste ha atacado seriamente a Varsovia, que es la ciudad donde reside ordinariamente el rey, todos los habitantes que podían huir han abandonado la ciudad, en la cual, lo mismo que en todos los lugares afligidos por esta enfermedad, ya no existe casi ningún orden, sino, por el contrario, un desorden casi absoluto; porque nadie entierra a los muertos, sino que los dejan por la calle, en donde se los comen los perros. Apenas una persona se ve atacada por la enfermedad, los demás la sacan fuera para que muera allí, pues nadie se encarga de darle de comer. Los pobres obreros, los criados y las criadas, las pobres viudas y huérfanos, todos ellos se ven totalmente abandonados; no encuentran trabajo ni a quién pedirle un trozo de pan, porque todos los ricos han huido. En medio de esta desolación fue enviado allí el P. Lambert para que remediara todas estas necesidades. Y, en efecto, gracias a Dios empezó a poner orden en todo, haciendo enterrar a los muertos y llevando a los enfermos que estaban abandonados a lugares adecuados para que fueran allí atendidos y asistidos corporal y espiritualmente; esto mismo lo ha hecho con otros pobres que estaban atacados por enfermedades no contagiosas. Finalmente, mandó preparar tres o cuatro casas diferentes y separadas unas de otras para que sirvieran de hospicios u hospitales y ordenó que se retirasen y alojasen allí todos los demás pobres que no estaban enfermos, los hombres en una parte y las mujeres con los niños en otra, asistiéndoles allí con las limosnas y donativos de la reina" [Cfr. S.V.P. IV p. 533-534: ES p. 494-495.]

A la peste y el hambre sucedió la guerra. Polonia sufría, como tantas veces en su historia, la codicia de sus poderosos vecinos. Rusia y Suecia se disponían a embestir el católico reino en lo que sería la guerra de los Trece Años (1654-1667).

El 31 de enero de 1653, el P. Lambert fallecía a los 47 años de edad. Su muerte fue universalmente lamentada. La reina, en una larga carta de su puño y letra, le decía a Vicente: "Si no me envía usted un segundo P. Lambert, no sabré qué hacer" [Cfr. S.V.P. IV p. 560-561: ES p. 523-525.]
La misión de Polonia sobrevivió a tantos desastres. Las circunstancias habían hecho casi imposible los ministerios habituales de la compañía. En cambio, había dado a los misioneros la oportunidad de practicar otros no menos conformes con sus fines: la asistencia a los enfermos, los soldados y los damnificados.


PROYECTOS INCONCLUSOS

Otras dos tradiciones quedaron por entonces truncadas en su nacimiento: Suecia y España.Aun sin Suecia ni España, a la muerte de Vicente la Congregación estaba sólidamente arraigada en tierras europeas no francesas. La vocación internacional estaba asegurada. El modo vicenciano de entender la reforma de la Iglesia había dado pruebas de su adaptabilidad a sociedades diferentes de aquella para la que había sido concebida.

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