"El medio con que nuestro Señor se ganó y dirigió a los apóstoles”
Las tierras de los Gondi esperaban. Apenas constituida la nueva comunidad, se lanzó al trabajo para el que había sido fundada.
· No menos de 140 misiones se predicaron en Bons Enfants.
ELl número total de sacerdotes no pasó de siete hasta 1631. La ordenación de algunos clérigos admitidos en años anteriores y a la incorporación de un par de sacerdotes más, se elevó a catorce.
· Para los dos equipos de misioneros que podían formarse, ello significa unos doscientos noventa días de trabajo al año.
En Bons Enfants la vida se organizaba.
Reglamento que regulaba los actos comunitarios.
Ø Se dedicaba tiempo a la oración, al estudio, a ejercitarse en la controversia
Ø Se utilizaba un manual muy de moda: el del jesuita belga Martin Bécan. Vicente cuidaba de que el orden del día se observara incluso durante sus ausencias.
Ø Un pequeño carricoche arrastrado por un caballo transportaba incluso las camas portátiles. Los traslados de una a otra localidad se hacían a pie; pero, a medida que se cansaban, los misioneros subían, por turno, al único caballo de que disponían.
Vicente les infundía en sus colaboradores las virtudes más necesarias para la vida en comunidad: La prudencia, la previsión, la mansedumbre. Recomendaba la lucha contra la sensualidad, el egoísmo, la vanidad en las predicaciones. Por eso tenía que limar asperezas, apaciguar pequeños conflictos.
Otras veces era necesario animar, felicitar. Vicente lo hacía con discreción, enseñando al mismo tiempo lo que al aplaudido le faltaba aún por conseguir.
"Creía que las puertas de París se me iban a caer encima”
Pero, sobre todo, le preocupaba comunicar el celo, es decir, la quemazón interior por las almas que se pierden, el ardor infatigable por el trabajo, el hambre y la sed de la gloria de Dios: una obsesión de la que intentaba contagiar a los demás:
· Vicente, por su parte, se sentía devorado por ese fuego, hasta parecerle que no tenía derecho al descanso.
· Para estructurar sólidamente la compañía impulsó a Vicente a proponer una práctica común a la mayoría de las comunidades: la emisión de votos
Sin prisa, pero sin pausa, fue delineando las líneas maestras del nuevo Instituto. A Vicente le importaba mucho dejar bien asentados los cimientos. Simultáneamente fue creando un estilo - un espíritu, decía él, con palabra predilecta de su siglo -,
è fue forjando apóstoles, fue trazando el marco institucional. La Congregación de la Misión es su primera obra y, en cierto sentido, la que servirá de apoyo a todas las demás.
"La depravación del estado eclesiástico es la causa de la ruina de la Iglesia”
El desarrollo de la nueva Congregación iba a abrirle enseguida un nuevo campo de apostolado: los ejercicios a ordenandos.
En los círculos de la reforma católica en que Vicente se movía desde los momentos iníciales de su conversión, la mejora del clero era una preocupación fundamental
La mejora constituía la clave del proyecto tridentino de contrarreforma. Por eso pululaban en los ambientes interesados por aplicar a Francia las líneas de Trento las iniciativas de reforma clerical.
Esta era absolutamente necesaria, como prueban los testimonios contemporáneos sobre la relajación sacerdotal. Las raíces del mal eran tres:
En primer lugar el sistema de colación de beneficios, confiada, en buena parte, a patronos laicos, llamáranse Corona, Parlamento o señores feudales.
Segundo, la encomienda, que permitía conceder a seglares, incluso niños, la titularidad de abadías, prioratos y hasta obispados; por último, la carencia de centros de formación.
El gran número de diócesis vacantes o cuyos pastores no observaban la obligación de la residencia, los escándalos - juego, concubinato, bebida - de numerosos eclesiásticos, la ignorancia generalizada de las ceremonias y ritos litúrgicos y hasta de las verdades elementales de la fe.
El concilio de Trento había propuesto como remedio a tan lamentable estado de cosas la creación en todas las diócesis de seminarios en que los aspirantes al sacerdocio fueran instruidos y educados desde la infancia en las materias necesarias para el ejercicio de las sagradas órdenes.
Pero, como sabemos, los decretos de Trento no fueron aceptados en Francia hasta 1615.
En siglo XVI las asambleas del clero y los concilios provinciales dictaron numerosas disposiciones encaminadas a la rigidez de seminarios y, en general, a la reforma del estado clerical.
Fruto de esa legislación fueron varios seminarios de tipo tridentino. Pero todos ellos llevaron una vida debilitada, y más pronto o más tarde acabaron por cerrarse. En 1624, la situación había mejorado muy poco. Las disposiciones conciliares seguían siendo letra muerta.
En la experiencia religiosa de Vicente de Paúl había estado presente, desde el principio, la deplorable situación espiritual del clero. La no preparación de los sacerdotes se debía el abandono del pueblo. En los tres episodios fundamentales que determinan la vocación de Vicente, esa idea juega un papel decisivo.
En casa de los Gondi había sido el confesor que no se sabía la fórmula de la absolución.
En Chatillon, los seis capellanes que escandalizaban a los fieles con su conducta desordenada.
En Marchais, la acusación del hereje contra una Iglesia que acumulaba en las grandes ciudades miles de sacerdotes ociosos y confiaba el pobre pueblo a pastores indignos, ignorantes de las verdades elementales.
Sus vicios más frecuentes: avaricia y falta de misericordia para con los necesitados, mucho mayores en los eclesiásticos que en los laicos ; afición a la bebida, incontinencia, descuido de la limpieza y el decoro de las iglesias: "Me he sentido lleno de confusión al ver lo que han dicho de la suciedad y del desorden de las iglesias de Francia”. Especialmente duro, y al mismo tiempo revelador por tratarse de un testimonio vivido, es lo que cuenta de los abusos litúrgicos:
Sin adelantarse a la Providencia. Dios le habló, al fin, un día por la boca de un prelado, lo cual le dio más seguridad "que si se lo hubiera revelado por un ángel".
"Los ordenandos, el depósito más rico y más precioso”
Los hechos se produjeron de esta manera:
Con Agustín Potier, obispo de Beauvais ( 1650). Juntos se habían lamentado más de una vez de la triste situación del clero de la diócesis. Vicente había expuesto con claridad su visión del problema: era inútil intentar la reforma de los sacerdotes ancianos, habituados a una larga vida de desorden.
El remedio había que aplicarlo a la raíz: imbuir de espíritu eclesiástico a los aspirantes y negar el acceso a las órdenes a los que no lo poseyeran o fueran incapaces de asumir sus deberes.
A mediados de julio de 1628, Vicente y Mons. Potier viajaban juntos en la carroza del segundo. El obispo parecía dormitar. Los acompañantes guardaron un silencio respetuoso. Pero Potier no dormía. Al cabo de un rato entreabrió los ojos y murmuró:
- He creído encontrar un método breve y eficaz de preparar a los clérigos para las sagradas órdenes: reunirlos unos días en mi casa y hacer que se entreguen a ejercicios de piedad y se instruyan en sus deberes y ministerios.
Vicente cogió al vuelo la sugerencia:
- Ese pensamiento viene de Dios, monseñor. También a mí me parece el medio más adecuado para conseguir que el clero de su diócesis entre poco a poco por el buen camino.
- Pues manos a la obra - dijo el prelado -. Haga un programa, prepare la lista de temas que deben tratarse y vuelva a Beauvais quince o veinte días antes de la ordenación de septiembre para organizar el retiro.
- Así nació la nueva actividad de todavía una mínima Congregación de la Misión: los ejercicios a ordenandos, "el depósito más rico y más precioso que la Iglesia podía poner en nuestras manos", como diría Vicente a sus misioneros.
Los ejercicios a ordenandos eran una especie de cursillo de formación profesional acelerada. En diez o quince días, los aspirantes a las sagradas órdenes, además de practicar los ejercicios espirituales propiamente dichos, recibían una instrucción sumaria sobre las verdades de la fe y la moral y un entrenamiento práctico en los ritos de la misa y la administración de los sacramentos.
Entre tanto, la Iglesia no podía esperar. Mientras el sistema de reclutamiento vocacional siguiese siendo el que era y cada candidato cursase los estudios por su propia cuenta, lo mínimo que podía hacer un obispo era proporcionarles el vigoroso choque de los ejercicios para hacerles reflexionar seriamente sobre su vocación y proporcionarles un mínimo de conocimientos teóricos y prácticos con que hacer frente a sus deberes pastorales. Con el tiempo, los ejercicios a ordenandos se convertirían en el último toque de una larga etapa de formación en el seminario.
"Una cofradía especial llamada de la Caridad”
Todas las misiones se cerraban con la fundación de la cofradía. Bien pronto hubo caridades en todas las poblaciones de las tierras de los Gondi. De allí irradiaron a territorios vecinos. París mismo empezó a tener caridades en 1629.
¬ Las primeras fueron las de San Salvador y San Nicolás de Chardonnet. En 1631 ya eran seis: las dos citadas más las de San Eustaquio, San Benito, San Sulpicio y San Mederico. Poco después se añadían las de San Pablo, San Germán l'Auxerrois y San Andrés, hasta que poco a poco no quedó en toda la capital ni una sola parroquia sin su cofradía correspondiente.
¬ La segunda caridad episcopal en recibir las caridades fue Beauvais. Monseñor Potier, el mismo obispo que había inspirado a San Vicente los ejercicios a ordenandos, le llamó para que estableciera la caridad en la cabecera de su diócesis.
¬ En Beauvais, Vicente repitió, acaso con alguna mayor cautela, el experimento realizado en Mâcon: poner toda una ciudad en estado de caridad. Las precauciones no eran injustificadas.
No estamos documentados sobre los efectos que tuvo la burocrática prosa del representante real. No debieron de ser negativos, pues las caridades de Beauvais siguieron funcionando en las 18 parroquias de la ciudad.
Hace falta una mujer
La creciente difusión de las caridades obligó a Vicente a plantearse el problema de una organización central que
· La coordinación entre sí y velase por el buen espíritu de cada una de ellas.
· En algunas se habían introducido abusos.
· Otras experimentaban dificultades de funcionamiento; acá y allá se había debilitado el entusiasmo primitivo.
· Muchas se sentían la necesidad de instrucciones para hacer frente a dificultades imprevistas.
· Vicente pensó en montar visitas periódicas que reavivasen el entusiasmo y corrigieran los pequeños abusos. Quien mejor podría realizar esas funciones era una mujer. En torno a Vicente se había ido formando un grupo de señoras contagiadas de su ardor caritativo. Vicente recurrió a ellas, y de manera especial a la más adicta y fervorosa: Luisa de Marillac. Pero, ante todo, había que formarla a ella misma. Vicente puso manos a la obra.
Durante los tres años que siguieron, Vicente mantuvo a Luisa en una especie de santa ociosidad, que ella rellenaba con incontables prácticas piadosas. Conservamos la regla de vida que se había impuesto a sí misma en esta época. La más austera regla religiosa no era tan exigente.
Diariamente, dos horas de oración mental,
Recitación del oficio corto de la Virgen,
Misa.
Visita al Santísimo,
Lectura espiritual,
Rosario,
Examen de conciencia;
todo ello según un horario fijado en el reglamento.
Cada hora, al menos cuatro actos de presencia de Dios, acompañados de jaculatorias.
Todas las semanas, lectura de su escrito de 1623, el año de la gran tentación, como recordatorio de la obligación de servir a Dios durante toda su vida.
1mer sábado de cada mes, renovación de los votos y repaso de las demás resoluciones. 4 días por semana, comunión, acompañada de mortificaciones especiales.
Todos los viernes del año, además de los tiempos de adviento y cuaresma. Disciplina tres veces a la semana; penitencia los viernes durante todo el día y las mañanas de los días de comunión. Todos los años, dos semanas de ejercicios espirituales, una en la octava de la Ascensión y otra en Adviento.
"Yo pensaré por los dos”
En principio, Vicente la dejó hacer. Luego, poco a poco, fue tomando las riendas de aquel riguroso noviciado. Las cartas de uno y otra que se nos conservan nos inician en otro de los talentos de Vicente: su arte de dirigir conciencias. Son cartas llenas de afectuoso interés, expresado con palabras cariñosas y hasta tiernas, como quizá no sospechábamos en el severo censurador de los vicios del clero. Era el tono que necesitaba la atribulada viuda Le Gras.
La dirección de Vicente tiende a hacerle superar sus miedos, a colocarla en estado de perfecta indiferencia y confianza en el amor misericordioso de Dios:
Las tribulaciones del pequeño Miguel, que no se encontraba a gusto en San Nicolás, llenaban de inquietud a Luisa. Apenas hay en este período carta de Vicente que no haga alusión al problema.
Luisa necesitaba desprenderse incluso del apego a ciertas prácticas de piedad, que, dado su temperamento meticuloso y propenso al escrúpulo, constituían más un obstáculo que una ayuda en el camino de la perfección. Era indispensable que aprendiera a distinguir entre lo principal, el amor de Dios, y lo accesorio, los actos de devoción. Los consejos de Vicente la encaminan suavemente hacia ese objetivo:
Tampoco las visitas eran siempre fáciles de realizar. En algunas parroquias se tropezaba con la oposición del cura o incluso del obispo diocesano. Vicente trataba de allanar de antemano las dificultades enviando cartas de presentación a los sacerdotes o proveyéndola de una recomendación del P. Gondi cuando se trataba de localidades de sus dominios.
¬ Cada caridad tenia sus propios problemas:
¬ En Villepreux se abandonaba la visita a los enfermos.
¬ En Sannois no se llevaban cuentas.
¬ En Franconville, el procurador se había hecho el amo de la caja y la administraba a su capricho.
¬ En Verneuil, la tesorera era demasiado apegada al dinero; se resistía a recibir nuevos enfermos y daba de alta demasiado pronto a los ya admitidos.
¬ En Bulles, las socias estaban divididas, hasta el punto que las de un bando rehusaban visitar a los pobres en compañía de las del otro.
La visitadora corregía defectos, reprimía abusos, recordaba los puntos del reglamento, elogiaba méritos, animaba, exhortaba, enfervorizaba. Por lo demás, las visitas no tenían carácter meramente administrativo.
Luisa desarrollaba durante ellas una labor directamente caritativa:
Visitaba a los pobres,
Cuidaba a los enfermos,
Repartía limosnas.
Enseña el catecismo a las niñas.
Reunía y les explicaba las verdades de la fe y los deberes y obligaciones del cristiano, siguiendo un catecismo compuesto por ella misma y que todavía se conserva.
"¡Qué árbol tan hermoso!”
La táctica de Vicente dio el fruto apetecido. Un día, Luisa recibió en la oración el impulso interior de consagrarse de por vida al servicio de los pobres. Vicente acogió con júbilo la noticia:A principios de 1633, al cabo de siete años de prueba, Vicente, colaborando la obra de Dios, había logrado convertir a Luisa en un eficaz instrumento de acción caritativa. Apoyándose en ella, iba a acometer la última y, en cierto sentido, la más importante de sus creaciones. El tema merece una consideración reposada. La haremos más adelante.